“Un muchacho y su perro” es el título de una de las más famosas ilustraciones de Norman Rockwell, el pintor de la América que nunca existió. Su obra está repleta de escenas entrañables de la América profunda que evocaban un mundo utópico de buenos sentimientos. Es posible que Harlan Ellison, autor polémico y provocador como pocos, conociera aquella cariñosa ilustración y decidiera conservar el título y subvertir completamente su espíritu, escribiendo un relato que hubiera sumido a Rockwell en la más completa depresión.
“Un muchacho y su perro”, obra maestra de Harlan Ellison, apareció inicialmente publicada en formato abreviado en la revista británica “New Worlds” en abril de 1969 y tres meses más tarde, ya en su forma definitiva, incluida en la antología “La Bestia que gritó Amor en el Corazón del Universo”. De su calidad e impacto en los profesionales del medio da testimonio su Premio Nébula a la Mejor Novela Corta.
El muchacho del título, Vic, y su perro, Blood, sobreviven entre las ruinas de un mundo postapocalíptico en el que la única prioridad es conservar la vida. Y no es una tarea fácil en una pesadilla darwiniana en la que el fuerte y el astuto se alimentan del débil. La comida es escasa y la seguridad inexistente debido a las criaturas mutantes producto de la radiación y la violencia aleatoria ejercida por bandas nómadas dedicadas a exterminarse las unas a las otras.
Blood es descendiente de los primeros perros sobre los que se realizaron experimentos genéticos, mezclando ADN canino y de delfín. El resultado fueron perros inteligentes con habilidades telepáticas. Como muchos de sus compañeros, Blood se ha asociado con Vic para sobrevivir, educándole y rastreando para él comida y mujeres a las que violar; Vic, a cambio, le protege y le alimenta. Sin embargo, invirtiendo los papeles, el humano Vic resulta ser poco más que un animal. Sí, puede pensar y hablar, pero se deja llevar por sus instintos y la satisfacción de sus impulsos primarios (comida, sexo); en cambio, el perro, Blood, es el estratega de la pareja, el depositario de la experiencia y el conocimiento y, sobre todo, la voz del sentido común.
Y aunque Vic necesita a Blood más que a la inversa, ambos son hijos de un mundo degenerado e inquietante. El recurso a las armas de fuego y los cuchillos es lo frecuente, la violación de mujeres es un bienvenido cambio respecto al sexo homosexual, y todo aquello relacionado con un estadio cultural un poco más elevado que la mera supervivencia (arte, religión, filosofía, organización social), ha desaparecido por completo… o casi.
Porque en el subsuelo se han formado comunidades relativamente extensas que se sirvieron de los pocos científicos que quedaban (antes de acabar con ellos) para abrir y hacer habitables grandes cavernas forradas de acero. De una de ellas, Topeka, procede Quilla June, una chica a la que Vic rescata de ser violada solo para forzarla él mismo. Quilla lo convence para que se vaya con ella a Topeka prometiéndole que tendrá todas las mujeres que desee. Blood, sospechando lo peor, se niega a acompañarle.
Vic no tarda en descubrir que Topeka puede ser más seguro y sofisticado que el mundo que él conoce, pero en sus entrañas anida una degeneración similar. A primera vista es una población apacible, una comunidad utópica de clase media ajena a la ciencia y modelada de acuerdo a los ideales de lo que eran las ciudades americanas de finales del siglo XIX. Pero en realidad, Topeka está corroída por el cáncer de la hipocresía, la estrechez mental, el fanatismo y la esterilidad, tanto sexual como creativa. El acierto de Ellison es el de desconcertar al lector al ponerle en la difícil situación de decidir qué mundo es más deseable: si el de la superficie, con su abierta violencia y brutalidad, o el subterráneo, agobiante en su falsedad, oculta ferocidad e intolerancia.
La historia es, claro está, una subversión de los tópicos literarios tradicionales: el relato no tiene nada que ver con las ideas que su título despierta (amistad pura y desinteresada, inofensivas aventuras infantiles, días de asueto y juegos…); no existe redención ni salvación en el amor entre hombre y mujer; el hombre puede ser más irracional que su mascota; y la civilización no es necesariamente una alternativa deseable al caos.
En relación a esto último, “Un muchacho y su perro” es también una sátira sobre la América de los sesenta: los viejos y enfermizos valores enfrentados a otros nuevos, amorales, sí, pero llenos de vitalidad. Ellison transmite alta y clara su opinión: nuestra libertad individual y capacidad de decisión debe prevalecer sobre el potencial de la colectividad y una visión conservadora e higiénica del futuro. “Un muchacho y su perro” es también una historia de amor –o, mejor dicho, de anti-amor- sin la menor pizca de sentimentalismo. Si para sobrevivir en un mundo cruel, un chico tiene que elegir entre su perro malherido y su chica, Ellison deja pasmosamente claro cuál será la decisión
En 1975, el poderoso relato de Ellison recibió una peculiar adaptación cinematográfica de la mano del director y guionista L.Q.Jones que demostró la creatividad que puede esconderse incluso en el rincón de presupuestos más baratos. Y si “Un muchacho y su perro” recibió una interesante traslación fílmica dirigida por un realizador novel y desconocido, su salto al cómic vino de la mano de uno de los grandes del medio: Richard Corben.
Ellison siempre afirmó que aquel relato corto no era sino un capítulo dentro de una novela más extensa en la que siempre dijo trabajar pero que nunca vio la luz. Algo de eso debió haber porque en 1977, guionizó para Richard Corben una breve historia de Vic y Blood, “Rastrero”, que apareció publicada en “The Ariel Book of Fantasy Volume Two”. Más de una década después, en 1988, aparece editado por St.Martin´s Press “Vic and Blood: The Chronicles of a Boy and His Dog” (en España editado por Norma simplemente como “Vic & Blood”), una novela gráfica que reúne el relato anterior, la adaptación de la novela corta y otra historia completamente nueva, “Corre, Chico, Corre”, que cierra abruptamente el ciclo.
Corben realiza una adaptación impecable. No hay nada del relato de Ellison –excepto el estilo de su prosa, claro- que se pierda en su traslación a viñetas. Ahí están todas las escenas del cuento, incluso las que un autor menos respetuoso hubiera eliminado por resultar prescindibles.
En cuanto a su estilo gráfico, Corben opta con acierto por prescindir de todo tipo de artificio o estilismo. No hay aquí magníficas figuras humanas ni colores que seduzcan la mirada. Como corresponde al sombrío y brutal mundo en el que viven los protagonistas, se ciñe a su estilo más feísta y cercano al underground, abandonando las tramas mecánicas y confiando en la aplicación manual de los sombreados. A destacar el último y terrorífico relato, una conclusión a las “aventuras” de los protagonistas que parece definitiva y que podría responder al hastío de Ellison, cansado de recibir cartas de aficionados instándole a terminar de una vez la “novela”.
Hay pocas obras en la ciencia ficción que puedan presumir de haber recibido fieles adaptaciones en otros medios. “Un chico y su perro” es una de ellas. No solo es un relato absolutamente imprescindible para todo aficionado, sino que la película que lo adapta y el comic que lo expande son asimismo dignos de figurar en cualquier colección de ciencia ficción que se precie. En este caso, Ellison, tan proclive a gruñir y protestar contra quien toca su trabajo, nunca tuvo razones para ello.
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