10 feb 2025

1967- LOS HOMBRECITOS – Seron (5)

 


(Viene de la entrada anterior)

 

“El Rapto de (la) Sabina” apareció publicado en un número especial de “Spirou” en 1981, aunque el año indicado en las páginas es 1977, lo que explica la participación de Mittei como guionista. Brevemente tenemos la esperanza de que, por fin, los autores se decidan a darle cierto protagonismo a una Mujercita, en este caso la atractiva rubia Sabina, pero resulta no ser más que una ilusión. Mientras camina por el acantilado que esconde el refugio de Eslapión, el chatarrero Perico, un Grande, cae víctima de un desprendimiento y se topa con los Hombrecitos, tomando rápidamente como rehén a Sabina y obligando a Renaud, el prometido de aquélla y un médico de la ciudad, a robar para él en una joyería. De nuevo, esta es una historia ligera y con poco recorrido en la que Sabina acaba marginada al rol de damisela en peligro al que los heroicos varones deben rescatar. Por otra parte, el desenlace, en un intento de que resulte feliz y satisfactorio para todos los implicados, es poco sólido.

 

“Hombrecitos y Hombres-Mono” (serializado en 1982, álbum en 1983) es una historia que deriva directamente de las anteriores. Renaud y dos compañeros –Domingo y Cedilla- acompañan a un grupo de científicos al valle de la era mesozoica que encontraron en “Los Prisioneros del Tiempo”. Tras dejar a los científicos en la ciudadela ahora vacía de los tres técnicos que emigraron al espacio en ese álbum, buscan rastros de los Hombres-Mono, ignorantes de que éstos, liderados todavía por el siniestro Duque de la Maraña, han salido de su mundo perdido y conquistado Eslapión. En poco tiempo reducen a los eslapionenses a la esclavitud imponiendo el miedo y el chantaje, encerrando a las mujeres en un edificio y utilizándolas como rehenes. Cuando Renaud, Domingo y Cedilla, desconcertados, se dan cuenta de que en el valle sólo quedan las hembras de esa tribu de simios, regresan a su ciudad, donde se les une Laviga, quien les pone al tanto de la situación.

 

Comienza entonces un duelo entre el Duque por una parte, y Renaud y sus amigos por otra, en el que éstos tratan de encontrar la forma de liberar Eslapión. En un movimiento quizá no muy heroico, secuestran a su vez a todas las hembras simias para utilizarlas como moneda de cambio, pero al final este tipo de triquiñuelas se revelan innecesarias. Para desesperación del Duque, los Hombres-Mono (y sus mujeres) son menos agresivos de lo que parecen y, tras un engaño urdido por Renaud y las hembras simias, todo acaba bien.

 

Lo primero que cabe destacar de este álbum es el claro deseo de Seron de consolidar  un universo propio, esto es, un conjunto de personajes recurrentes y aventuras relacionadas por una continuidad más o menos directa y/o referencias cruzadas. Así, tenemos de vuelta, por tercera vez, al Duque de la Maraña, presentado en “El Avispero” y reincidente en “Los Prisioneros del Tiempo”, álbum este en el que también se presentaron los Hombres-Mono, el valle perdido y los tres técnicos espaciales (Hastamasver, Nitekasesnitembarkes y Kakaomaraviyao) que también aparecen en la aventura que nos ocupa y que dan pie al que será el siguiente álbum, “El Planeta Ranxérox”. También se menciona –y se descarta- la posibilidad de pedir ayuda a los hombrecitos medievales vistos en “En las Garras del Barón” o los atlantes de “El Pueblo de las Profundidades”.

 

Tenemos también un regreso de Eslapión al primer plano. Ya comentamos que esa curiosa ciudad solía permanecer como fondo rápidamente descartado en aventuras que, casi siempre, transcurrían en otro lugar (el mundo de los Grandes u otras comunidades de Hombrecitos), utilizándolo únicamente como punto de partida para Renaud y sus camaradas o fuente de aprovisionamiento y recursos para solucionar el problema de que se tratara. Tras unas primeras historias que sí describieron algo mejor el lugar, Mittei y Seron parecieron inseguros sobre qué hacer con ello y lo marginaron en favor de tramas policiacas al principio y más fantásticas después. Desde “Las Zarzas del Samurai” (1977), Eslapión no había tenido tanto peso en ningún álbum. De hecho, en “Los Hombrecitos y los Hombres-Mono” la ciudad y sus alrededores es el marco físico sobre el que transcurre casi toda la acción.

 

Seron no sólo nos dice que existe una ciudad vieja y una moderna (explicando así las discrepancias arquitectónicas en que habían ido incurriendo los autores en álbumes precedentes) y una serie de aldeas circundantes, sino que los vecinos tienen una auténtica presencia: hay mujeres y niños, campesinos, grupos familiares, médicos… Hay incluso una familia que se comporta de forma mezquina y que demuestra que no todos los eslapionenses son un modelo de solidaridad y espíritu vecinal –llegando al extremo Seron, en el final de la aventura, de sugerir que son capaces de comerse, literalmente, entre ellos-.

 

Y en cuanto a los personajes, llaman la atención los dos que se convertirán en lo sucesivo en coprotagonistas de la serie con personalidades antagonistas: Domingo y Cedilla. Ambos son otra prueba de la ambición de Seron para distanciarse de las concepciones más tradicionales de la Escuela de Marcinelle. El primero se presenta como un hombre negro culto e inteligente, con una mente filosófica y una voz que sirve no sólo de conciencia para el grupo sino de contrapeso pesimista al optimismo de Renaud, al que, por otra parte, acompaña no como criado servil o compañero a su sombra sino como auténtico y valioso colaborador. Y esto no es poca cosa, porque, a pesar de ser Bélgica un país con un pasado colonial en África y contar con numerosa población negra en su territorio nacional, siempre ha esquivado la posibilidad de darle un auténtico protagonismo a un héroe de ese color, relegando a este tipo de personajes a entrañables compañeros del blanco héroe titular o víctimas de los atropellos de malvados explotadores habitualmente blancos también.

 

Sin embargo, la representación de Domingo no está exenta de contradicciones. A pesar de su intención de crear un personaje progresista, Seron cae en algunos prejuicios y estereotipos. Aunque claramente tiene una buena educación y un lenguaje refinado, Domingo tiene un acento “pintoresco” que se enfoca con hilaridad pero que recuerda desafortunadamente al tópico del “negrito” africano hablando mal que tan habitual fue en los comics y películas anteriores a la descolonización. Hay más. En un pasaje, cuando le dice a Renaud: “Yo conozco la jungla. Si quieré, t´acompaño”, aquél le responde: “Si es por volver a tus orígenes, por mí vale”, una respuesta que, broma o no, hoy sería intolerable en un comic dirigido a un público joven. En resumen, Domingo es un personaje que desafía y al mismo tiempo perpetúa algunos estereotipos raciales hoy completamente obsoletos. Su presencia en la serie es un reflejo de la tensión entre la voluntad de romper con las convenciones y la persistencia de los prejuicios en el ámbito del cómic juvenil europeo.

 

Si la ausencia de “Mujercitas” en Eslapión –salvo por la ocasional aparición de alguna novia-amante de Renaud- había sido un elemento chocante en los trece años anteriores (por otra parte, un mal común a la mayoría de las series francobelgas tradicionales), en este punto se convierte ya en intolerable habida cuenta de los nuevos vientos que soplaban para la sociedad y el comic. De ahí la presentación de Cedilla. Pero, en vez de encarnar a una mujer moderna, inteligente y con recursos suficientes como para hacer sombra al héroe titular –tal y como era el caso de otras ya muy asentadas heroínas de “Spirou”, como Yoko Tsuno, Natacha o la propia periodista Seccotine, creada por Franquin para “Spirou y Fantasio” nada menos que en 1953-, Seron opta deliberadamente por la aproximación opuesta a la reivindicación feminista: recurrir al tópico de la “rubia” tonta ya explotado en otros personajes secundarios como Falbalá (en “Asterix”) o la Pitufita (en “Los Pitufos”).

 

Tan atractiva presumida y sexy como insensata, ingenua y colérica, Cedilla molesta más que ayuda: viste con trajes de cocktail en la selva, grita y se asusta por cualquier cosa, atraviesa toda Eslapión para cambiarse de ropa sin darse cuenta de que ha sido invadida por los Hombres-Mono… El retrato perfecto de una anti-aventurera pero, al menos y por el momento, aporta una bienvenida variedad a la monotonía masculina de la serie. Tanto ella como Domingo, irán perfilándose mejor en álbumes futuros.

 

En “El Planeta Ranxérox” (serializado en 1983, álbum en 1985), Serón continúa subiendo la apuesta, temática y formalmente. Y es que, en esta ocasión, opta por contar la historia en formato apaisado, esto es, el lector debe girar el álbum noventa grados para leerla.

 

Como se había visto en el álbum anterior, los tres técnicos espaciales de “Prisioneros del Tiempo” habían regresado a la Tierra para invitar a Renaud a visitar su planeta. Y así, ya en la primera imagen, una página-viñeta bastante inusual para la serie y, ya puestos, para las series de “Spirou”, vemos una nave surcando el espacio. A bordo, además de los tres ancianos, viajan Renaud, Laviga y Domingo. Ya dijimos que el primero había ido paulatinamente perdiendo protagonismo desde el inicio de la serie y ahora que Seron tenía pensado utilizar como secundarios fijos a Cedilla y Domingo, parece querer escenificarlo de una forma simbólica. Y es que Laviga, en la aventura anterior, había comenzado una relación sentimental con Cedilla. Ahora la echa de menos y, viéndose incapaz de pasar meses, puede que incluso años, sin verla, insiste en ser devuelto a la Tierra a bordo de una lanzadera. Su deseo se cumple… sólo para que a bordo de la nave principal aparezca entonces Cedilla, que se había colado como polizón. A partir de ese momento el pobre Laviga permanecerá solo y aislado en su nave participando en la peripecia tan sólo como un avatar flotante de su rostro.

 

Por cierto, que la situación de Laviga y el impulso de Cedilla a consolarlo a distancia dándole conversación, genera alguna broma subida de tono que probablemente muchos lectores de menor edad no captaron pero que Seron consiguió colarle al redactor: “Espero que por lo menos le hayas enseñado a hacer solitarios”, le dice Renaud, a lo que la rubia responde con una bofetada. Hay algún otro momento “picante”, como ese en el que los ancianos se desnudan frente a sus invitados para someterse al procedimiento que les permitirá mantener su aspecto original en el mundo al que van a llegar; o cuando Renaud descubre al padre de Domingo en plena infidelidad.

 

Cedilla va a tener aquí más protagonismo y algunos momentos donde lucirse. Demuestra valor y espíritu aventurero al colarse de polizón a bordo de la nave, pero más allá de eso, Seron cae en el error de identificar la personalidad fuerte con el mal genio y su papel en esta aventura, además de damisela en apuros al que los personajes varones deben rescatar, no va mucho más allá de lucir palmito, indignarse y replicar a sus compañeros masculinos. De hecho, buena parte de la historia la pasa exhibiendo un notable mal genio dado que su pudor le había hecho negarse a pasar por el mencionado procedimiento con el resultado de que, en el planeta de destino, se materializa con la piel negra, lo que la lleva a gritar a uno de los técnicos: “¡Te exijo que me devuelvas inmediatamente un aspecto normal y decente!”, a lo que Domingo (cuya piel se ha tornado blanca) responde: “¿Po´qué? ¿E´Má normal sé blanco que negro?”.

 

En el caso de Domingo, Seron va a persistir en el tópico. Pese a tener todos los atributos de un hombre culto y sensato, aquí nos enteramos de que su familia vive en una aldea africana que parece sacada de una novela del XIX y él mismo hace comentarios como “En mi t´ibu, cuando el brujo se denuda e para tomá el baño anual”.

 

No sólo hay guiños a la CF cinematográfica de la época (“¿Quién dijo que en el espacio no se oyen gritos?”. “Alien” se había estrenado un par de años antes), sino un claro reconocimiento y homenaje a un colega de Seron y dibujante de “Spirou”: Roger Leloup. Y es que la tecnología, naves, vestuario y efectos que vemos en esta aventura recuerdan deliberadamente a las que ese autor había creado para su serie “Yoko Tsuno”. De hecho, el propio Renaud así lo reconoce, aunque cambiando los nombres: “Esto me recuerda una historieta de mi infancia, una serie de Lechal, donde la heroína era una joven informática china que viajaba por el espacio en compañía de una raza de piel azul, los Vinachos”. Cualquier lector de “Spirou” de la época cogería al vuelo esa simpática referencia.

 

El viaje que han emprendido los protagonistas no se va a realizar enteramente en una nave, dado que eso les llevaría siglos. Arriban primero a una estación espacial situada estratégicamente en las proximidades de Plutón (sí, ya se que para llegar hasta ese confín de nuestro sistema harían falta años a velocidades no relativistas, pero seamos indulgentes. Esto nunca pretendió ser CF “dura”). Allí, son “desintegrados”, convertidos en luz y reconstruidos en la superficie de un planeta que no es sino una copia fotográfica invertida de nuestra Tierra en un momento concreto del tiempo. Es una idea intrigante que no tiene más recorrido que lo sorprendente que resulta el concepto y que permite encajar alguna broma. Desde ahí, toman una nave hasta el planeta de destino, RanXerox, cuyo hemisferio norte permanece inexplorado debido a unas espesas brumas rojas.

 

Si Seron no había tenido suficiente con incluir el experimento de rotar la orientación de la página para leer la historia, en el último tercio de la aventura da un nuevo giro. Cedilla es secuestrada por unos enigmáticos individuos ocultos bajo trajes de presión y escafandras. Sus amigos van a rescatarla, obviamente, y descubren que el hemisferio inexplorado de provienen los raptores no es sino una versión “negativa” del ya conocido. Así, el color desaparece para ser sustituido por una gama de grises, como una fotocopia (La empresa de la que toma el nombre el planeta, fusión de una norteamericana y otra británica, inventó la máquina fotocopiadora y, aunque a comienzos de los 80 ya existían las fotocopias a color, aún no estaban extendidas). Esa parte del planeta, Xerox, debido a un extraño fenómeno característico de su atmósfera, está habitada por copias grises de los mismos individuos que se encuentran en la otra zona, teniendo también su carácter invertido: más tristes o enfadados según el caso.

 

Incluso la historia tiene un final ambiguo. Estando publicada por Dupuis en aquella época y habida cuenta del tono general de la serie, no podía concluirse de una forma pesimista o negativa. Los ciudadanos de ambos hemisferios acaban encontrando una forma de convivir, pero no sin que los militares (cuyos emblemas con barras y estrellas recuerdan sospechosamente a los estadounidenses) hayan detonado antes una bomba “de colores” que destruyó previamente toda vida del hemisferio Xerox, algo que a Renaud le repugna profundamente y le lleva a recluirse durante todo el viaje de vuelta. Puede que los Ranks y los Xerox ahora sean un solo pueblo, pero esa convivencia se ha conseguido a base de eliminar las diferencias, no de asumirlas.

 

Como último apunte, quizá hubiera sido deseable eliminar la parada intermedia en el planeta “fotografía” para invertir más tiempo en recorrer las ciudades de RanXerox. Seron hace algunos apuntes arquitectónicos y urbanos muy interesantes, pero se deja llevar por la velocidad de la trama y al final los protagonistas –y los lectores con ellos- abandonan el planeta sin realmente haber llegado a visitar nada del mismo.

 

(Continúa en la siguiente entrada)

 

 

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