Cuando pensamos en la Gran Depresión que azotó los Estados Unidos en la década de los 30 del pasado siglo, llega inevitablemente a la mente una foto de Dorothea Lange titulada “La Madre Migrante”, tomada en 1936 a una víctima de la sequía de Oklahoma. Su nombre era Florence Owens Thompson y, rodeada por tres de sus siete hijos (de los cuales sólo pueden verse sus cuellos), su rostro refleja toda la angustia, cansancio y pena del mundo. Tenía sólo 32 años, pero se diría que había cumplido por lo menos veinte más. Hoy sigue siendo una de las fotografías más reproducidas de la historia.
En la literatura, John Steinbeck se hizo eco de aquella
horrible crisis en “Las Uvas de la Ira” (1939), llevada al cine por otra cinta
memorable dirigida por John Ford sólo un año después. Ochenta años después,
“Días de Arena”, un comic escrito y dibujado por la autora holandesa Aimée de
Jongh, completa y revela nuevas facetas de aquella catástrofe humana.
El Dust Bowl fue uno de los peores desastres ecológicos y
humanitarios del siglo XX. Durante toda la década de los años treinta de esa
centuria, las llanuras y praderas de Estados Unidos localizadas entre el Golfo
de México y Canadá se vieron sometidas a un verdadero desastre producto de las
condiciones climatológicas y las malas prácticas agrícolas. El agotamiento del
suelo debido a la deforestación y práctica de tierra quemada, la desaparición
del ecosistema original, la elección de cultivos poco apropiados y la
sobreexplotación se combinaron con un periodo de sequía y malas cosechas que
convirtió al suelo, literalmente, en polvo que era arrastrado y levantado por
el viento hasta ocultar el sol y sepultar cualquier cosa que encontrara en su
camino. Millones de personas se convirtieron en refugiados, incapaces no ya de
ganarse la vida, sino siquiera de sobrevivir.
La Farm Security Administration fue una agencia
gubernamental creada en 1937 para combatir la pobreza rural durante la Gran
Depresión. Uno de sus programas consistió en documentar fotográficamente aquel
fenómeno para así concienciar al resto del país y remover las conciencias
utilizando las imágenes del trágico destino de los granjeros y sus familias. Esa
es precisamente la misión que recibe el fotógrafo John Clark de 22 años. Siguiendo
los pasos de su padre, un prestigioso profesional del medio (así como un
maltratador, tal y como irá desvelándose en la historia), el joven había ido
saliendo adelante a duras penas trabajando como freelance para los periódicos
locales. Cuando acude a una entrevista de la FSA, su director capta rápidamente
su talento en las muestras de su trabajo que lleva consigo y lo contrata. Le
explica cuál es su trabajo, le entrega una lista de temas a cubrir con sus
fotografías (niños hambrientos, huérfanos, casas abandonadas, campos de cultivo
agrietados, familias que abandonan sus hogares…) y lo envía a Oklahoma.
Toda la región (que a estos efectos incluía también Kansas y Texas) sufre desde hace años sequía y tormentas de arena que durante días ocultan el sol, entierran los vehículos e invaden las casas. En esas circunstancias, la agricultura y la ganadería son inviables, condenando a la pobreza a prácticamente todos sus habitantes. Éstos, además, deben hacer frente a problemas de salud derivados de respirar continuamente un aire saturado de fino polvo.
Al principio, John tiene que aprender a solucionar los problemas
técnicos derivados de tan riguroso escenario: el omnipresente polvo que se
introduce insidiosamente en su equipo, el viento incesante, la escasa
luminosidad, los vendavales que impiden cualquier actividad exterior durante
días… Pero luego debe encontrar la forma de fotografiar lo auténticamente
relevante: las personas. Y es que sufrir semejantes condiciones ha hecho de
estos granjeros gente hosca y desconfiada, especialmente con quienes vienen de
las grandes ciudades. Para colmo, John llega a la zona con más entusiasmo e
ingenuidad que sensibilidad, por lo que nadie le da permi
so para fotografiarle.
Él sólo ve una lista de temas que ir tachando conforme saca fotos de ellos.
Pero para esos granjeros, esas imágenes no sólo no les van a ayudar a
solucionar sus problemas, sino que les hace sentirse humillados, fracasados,
como si estuvieran exhibiendo su miseria ante el mundo.
Durante semanas, John tiene problemas para acercarse a esas familias, hasta que hace amistad con una joven valiente y amable, Betty, a través de la cual toma auténtica conciencia de la tragedia en la que viven instalados. Pero conforme más conoce a esas personas, más le atormenta el papel que él, en su rol de fotógrafo, desempeña en todo ello. Lo que había comenzado siendo para él un bienvenido trabajo con el que ganarse la vida en tiempos difíciles y demostrar su valía para labrarse cierta reputación en el gremio, acaba convertido en un descenso al infierno cuando se da cuenta de la imposibilidad de ejercer de testigo imparcial.
Podría decirse que “Días de Arena” es un docudrama que
recupera del olvido una de las peores catástrofes medioambientales y humanas de
la historia reciente para homenajear a quienes lucharon infructuosamente contra
ella y a los que captaron con sus cámaras aquella resistencia condenada al
fracaso. Aimée de Jongh se documentó extensamente sobre este episodio cada vez
más lejano en el tiempo, beneficiándose de una beca para viajar a Estados
Unidos y sumergirse durante horas en el archivo fotográfico de la FSA
custodiado en la Biblioteca del Congreso, hablar con los responsables de
diferentes instituciones históricas y visitar personalmente la región en la que
transcurre la historia. De esas y otras visitas obtuvo abundante documentación
con la que conformar un desasosegante fondo geográfico y humano sobre el que
transcurre el viaje de John. El propósito de la autora es claro y lo lleva a
cabo a la perfección: ofrecer una perspectiva diferente a la de los libros de
Historia, yendo más allá de los datos, los hechos, las descripciones y las
instantáneas para acercar al lector, mediante el uso de la narrativa y el
color, a los auténticos dramas de quienes allí vivieron y murieron. Las fotos
de la época (algunas de las cuales componen un epílogo junto a interesantes
textos explicativos), ma
nipuladas o no, evocan una realidad; Aimée de Jongh nos
cuenta una historia sin héroes, sólo con supervivientes, que bien podría haber
transcurrido en esa realidad.
Siendo “Días de Arena” un comic emotivo que muestra sin
remilgos la crudeza de la tragedia y un homenaje a aquellos que arriesgaron su
salud para mostrar al resto del país el drama que allí estaba teniendo lugar, es
también un examen crítico, a través del personaje de John Clarke, del papel y
la responsabilidad del fotógrafo de prensa ante el poder evocador de las
imágenes que captura con su cámara. Desde los inicios de la fotografía, sus
profesionales han sido reconocidos y premiados por dejar registro para la
posteridad de momentos relevantes de la Historia, conmover las conciencias del
mundo y crear auténtico arte visual. Reconociendo la vocación e incluso la
pasión de los fotógrafos, no se puede ignorar que también tienen que cumplir
una misión encargada por sus patrocinadores (como es el caso de John Clark) o satisfacer
un anhelo por alcanzar la inmortalidad con esa foto que nadie olvidará. Lo cual
nos lleva a preguntas incómodas: ¿El fin justifica los medios? ¿Es ético
manipular o trucar elementos o personas para componer una imagen que el
fotógrafo no ha presenciado, pero con la que sí puede conmover al público?
¿Puede considerarse tal maniobra un engaño aun cuando la imagen que se muestra
probablemente sí haya sucedido en algún otro momento o lugar sin que nadie
estuviera allí para registrarla?
Más relevante aún para el comic que nos ocupa es que
resulte imposible tomar una foto sin sentir interés en lo que ésta muestra.
Ahora bien, ¿hasta qué punto debe llegar esa empatía? A decir de los más
grandes fotoperiodistas, ahí reside el peligro de su profesión, porque
cualquiera con un mínimo de humanidad, encontrará difícil mantenerse incólume
ante el sufrimiento ajeno, ya esté causado por la pobreza, la enfermedad, el
hambre, la catástrofe o la guerra. Ese es el pozo en el que cae el
protagonista, que comienza siendo casi un autómata decidido a cumplir un
encargo para, poco a poco, transformarse en una persona completamente nueva a
raíz de las experiencias que vive y el autoconocimiento al que le conducen: las
dificultades técnicas que debe solucionar; el reconocimiento de su posición de
privilegio respecto a la gente que debe fotografiar –lo cual le acaba creando
una sensación de culpabilidad-; la resiliencia, capacidad de trabajo y
honestidad básica de las familias que lo están perdiendo todo, incluidas sus
vidas… La conclusión del comic es consecuente con el viaje emocional de John, al
término del cual no sólo habrá aprendido más sobre el mundo, sino sobre sí
mismo, aunque ello le haya costado tanto lo que él creía su vocación como su
misma identidad.
Aimée de Jongh demuestra una extraordinaria sensibilidad y
pericia a la hora de ordenar la narrativa acorde con sus objetivos. “Días de
Arena” es un comic con muchos silencios y una especial atención a las imágenes
por encima de los textos, los cuales se dividen entre los cartuchos de apoyo,
en primera persona; y los diálogos, frescos, naturales y con buen ritmo. Su
línea sencilla pero expresiva en las figuras y matices faciales, acompaña un
sobresaliente trabajo en la creación de atmósferas más allá de la mera
traslación gráfica de los documentos que recopiló en sus investigaciones: los
paisajes desolados del Dust Bowl azotados por el viento y con una luminosidad
ocre y dispersa debido al polvo en suspensión; las terroríficas tormentas de
arena, que convierten todo en un infierno rojo oscuro; los cielos opresivos en
los que nunca brilla el sol… Los efectos que consigue gracias al color y la
composición son tan eficaces que que casi se puede masticar la arena o sentirla
en los ojos. La autora consigue convertir en espectacular lo banal y transmitir
perfectamente la desorientación que experimenta el protagonista, el cual siente
que bien podría haber aterrizado en otro planeta.
De Jongh utiliza además recursos narrativos y gráficos muy
interesantes y variados: juega con la composición de página y los tamaños de
las viñetas para acentuar la intimidad, el sobrecogimiento o el sentimimiento
de indefensión; convierte sus dibujos en fotografías; inserta dobles
páginas-viñeta que dan idea de la furia de los elementos; hay largas secuencias
mudas que obligan al lector a reflexionar sobre su significado e imaginar lo
que pasa por la mente del protagonista; montajes en los que se muestra tanto la
imagen de la fotografía tomada por John como aquello que queda fuera de marco y
que es tanto o más revelador, demostrando de paso los límites del
fotoperiodismo a la hora de reflejar la realidad; o imágenes absolutamente
maravillosas, como esa de la cama llena de polvo a excepción de la silueta
dejada por un cadáver… Este despliegue
de recursos narrativos y el buen ojo para el ritmo de la autora, (también ha
trabajado para el cine y la animación), hacen que las casi 280 páginas de la
obra se lean en un suspiro, pero dejando tras de sí un poso emocional.
“Días de Arena” fue un éxito de ventas, recibió críticas
unánimamente positivas y ganó o fue nominado a múltiples galardones. Todo ello
bien merecido, porque este es un álbum que se devora y se siente, que ofrece emoción
-que no sensiblería- a través de una historia honesta, sutil, auténtica y
sobresalientemente contada. Pero también invita a la reflexión sobre diversos
temas que, desgraciadamente, no han perdido vigencia, como la capacidad de las
imágenes (ya sean fotografías, fotogramas o viñetas) para reflejar la auténtica
realidad; el papel del fotógrafo en la sociedad y la Historia; y las
consecuencias que pueden tener las prácticas agrícolas abusivas. Tras diez años
de sequía, viento y arena, la lluvia regresó al Dust Bowl en 1939. Entretanto,
habían emigrado casi tres millones de personas –muchos de ellos sólo para
perpetuar su miseria en otros estados que no podían ofrecerles trabajo- y
dejado atrás incontables sueños y seres queridos enterrados bajo el polvo. No
fue la última vez que se dio ese fenómeno (las hambrunas periódicas de Etiopía,
por ejemplo, responden a una dinámica similar) y hoy, con el cambio climático
ya operando sobre nosotros, este comic debería servir de llamada de atención.
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