12 abr 2021

1970- YOKO TSUNO – Roger Leloup (1)

 

Roger Leloup es uno de los pocos autores de comic cuya carrera se ha centrado en una sola serie. Tras pasar varios años como ayudante de dos leyendas del tebeo europeo como fueron Hergé o Jacques Martin, en 1970 lanzó su propio personaje en la revista “Spirou”: Yoko Tsuno. Fue una serie vanguardista en tanto en cuanto su protagonista era una mujer no sólo joven, sino de raza no caucásica y, además, de alta cualificación técnica. Sus peripecias irían alternando la ciencia ficción con la aventura y el misterio, casi siempre con un alto grado de componente tecnológico.

 

Leloup nació en 1933, en la ciudad belga de Verviers, y desde pequeño hizo gala de una gran imaginación. Cautivado por el anuncio de Nivea que había en la peluquería de sus padres, cambió las letras de la marca para crear la palabra “Vinea” y se figuró que la crema le daría a la piel un tono azulado parecido al del cartel. Este recuerdo de infancia serviría muchos años después como inspiración para crear a los Vineanos, la raza alienígena con la que Yoko Tsuno y sus amigos correrían tantas aventuras.

 

Durante la Segunda Guerra Mundial, Leloup desarrolló un gran interés por la tecnología aeronáutica y ferroviaria (su padre le introdujo en el mundo de los trenes eléctricos en miniatura), a lo que se añadiría después la pasión por las revistas de comics que renacieron en Bélgica tras el conflicto, así como por la ciencia ficción de autores como Verne o Wells y los artículos e ilustraciones de la revista “Ciencia y Vida”. La idea de un mundo controlado por la tecnología y una vida biológicamente condicionada serían también ingredientes muy importantes en sus historias de Yoko Tsuno. Otro recuerdo que le dejó una impresión profunda fue el de un libro de leyendas del Romanticismo alemán –huella que puede verse, por ejemplo, en la aventura “El Órgano del Diablo”-. Su afán perfeccionista le llevó a hobbies como el modelismo y el estudio de insectos y gracias a su buen ojo para la mecánica, le asignaron a un carro de combate durante su servicio militar.

 

Su primera aspiración profesional fue la de hacer carrera en el mundo del arte publicitario y a tal fin se matriculó en el prestigioso Instituto Saint-Luc, de Lieja, donde también tomó clases de pintura. Ya entonces prestaba una minuciosa atención al detalle y la precisión técnica, una inclinación heredada de su abuelo, pintor de brocha gorda pero capaz de imitar con su pincel el mármol en las paredes de las casas que pintaba. Sin embargo y como le pasó a tantos artistas de comic, la educación formal no era adecuada para él y prefería pasar el tiempo copiando automóviles que modelos posando. Recordaba Leloup que en una ocasión en la que los alumnos visitaron un museo para copiar las obras expuestas, él se entretuvo reproduciendo la grúa que se divisaba desde la ventana.

 

Así que no es de extrañar que, en 1950, abandonara los estudios tras conocer a Jacques Martin, uno de los principales artistas de la revista “Tintín”, donde publicaba “Alix”, su popular serie de temática histórica y línea clara. Martin contrató a Leloup como ayudante y un par de años más tarde, el estudio se amplió con Michel Demarest, que también era originario de Verviers. Inicialmente, la tarea de Leloup consistió en colorear las páginas de “Alix”, pero no tardó mucho en empezar a realizar también los fondos tanto de esa serie ambientada en la Antigua Roma como de “Lefranc”, la otra serie de Martin protagonizada por un periodista. Aunque no le gustaba dibujar edificios clásicos, siguió trabajando en la serie hasta bien entrados los sesenta, después incluso de que Martin, llevándoselo consigo junto a Demarest, se integrara en el Estudio Hergé.

 

Allí, Leloup se convirtió en el indiscutible experto en aviones y Hergé le encargó las ilustraciones técnicas para los artículos sobre historia de la aviación y los automóviles que se publicaron en la revista “Tintín” entre 1954 y 1957. También dibujó aeronaves y fondos para algunas de las historias de Tintín. Por ejemplo, en el redibujado de “La Isla Negra”, ayudó a Bob de Moor con las avionetas y, sobre todo, se encargó de diseñar y dibujar el elegante jet de Laszlo Carreidas en “Vuelo 714 para Sydney” (1966). Otro de sus trabajos destacables se encuentra en una secuencia de “Las Joyas dela Castafiore” (1963), en la que el Profesor Tornasol se precipita escaleras abajo sobre una silla de ruedas contra un médico que está a punto de entrar en su coche.

 

En la segunda mitad de los sesenta, el Estudio Hergé redujo su producción por diferentes motivos y los álbumes de “Tintín” se espaciaban cada vez más en el tiempo. Así que Leloup, cuya principal ocupación seguía siendo la de ayudante de Martin, encontró tiempo para, en un estilo más humorístico, realizar el dibujo de fondos para las series de Francis Bertrand, “Monsieur Bouchu” y “Jacky et Celestin”. Estos últimos habían sido unos personajes creados por Peyo en 1961 y cuyas aventuras fueron dibujadas por Will, Jo-El Azara y François Walthery. Se propuso a Leloup como nuevo dibujante titular en sustitución de Bertrand, pero finalmente el destino de la serie fue la cancelación.

 

El estilo formal y limpio de Leloup, muy deudor –como era natural tras tantos años trabajando a su sombra- de la línea clara y un tanto estirada de Jacques Martin, no le hacía a primera vista el candidato ideal para dibujar a los Pitufos de Peyo, pero ese es precisamente el encargo que recibió en 1970: una serie de chistes protagonizados por esos duendecillos de piel azul encargados por la revista femenina holandesa “Margriet”. Los gags también se publicaron en la revista “Spirou” y se compilaron en el álbum “Historias de los Pitufos” (1972). En realidad, Leloup sólo dibujó tres páginas y con guion de Raoul Cauvin, pero esa fue la oportunidad que supo aprovechar para darse a conocer en “Spirou” y presentarles el proyecto de una serie sobre la que llevaba trabajando ya algún tiempo.

 

El concepto de “Yoko Tsuno” data de las navidades de 1968, cuando Leloup estaba trabajando en el guion para una entrega de la mencionada y pronto difunta “Jacky et Celestin”. Quería ampliar el dúo protagonista a trío mediante la inclusión de una chica asiática especialista en electrónica que estaba en Europa para vender la patente de una araña mecánica que había inventado. Unos hombres de negocios sin escrúpulos se hacen con el robot y Jacky y Celestin ayudaban a la japonesa a recuperarlo. 

 

Contrariamente a lo que muchos piensan, su nombre no estuvo inspirado por el de la famosa esposa de John Lennon sino por la actriz Yoko Tani, conocida por su participación en la película “El Americano Tranquilo” (1958) y familiar entre los francoparlantes por haber encarnado diversos papeles de villana oriental en películas galas. Cuando “Jacky et Celestin” fue cancelada, Leloup reemplazó a los personajes titulares por Vic Video (la voz de la razón, sensato y serio) y Pol Pitron (el alivio cómico, espontáneo y atolondrado).

 

Cuando el editor Dupuis recibió la petición de un colega alemán para una nueva serie de ciencia ficción, accedió a la propuesta de Leloup, quien se puso a trabajar y presentó las diez primeras páginas de lo que acabaría siendo el primer álbum del personaje –prepublicado por entregas en la revista “Spirou”-: “El Trío de lo Extraño”. Sin embargo, para probar la viabilidad de la nueva serie, Dupuis asignó al veterano Maurice Tilleux como guionista de algunas historias cortas protagonizadas en solitario por Yoko y dibujadas por Leloup. Por tanto, el auténtico debut de la aventurera tuvo lugar el 24 de septiembre de 1970 con la historia “Atraco en Alta Fidelidad” (incluida posteriormente en el álbum “Aventuras Electrónicas”, del que hablaré más adelante). Tilleux escribió dos historias cortas más para Leloup, intrigas sobre el uso criminal de tecnologías avanzadas. La serie despegó realmente cuando Leloup recuperó el control total sobre la misma en la mencionada aventura larga, “El Trío de lo Extraño” (1972).

 

La historia comienza con el encuentro de Vic y Paul, realizador y cámara respectivamente en un estudio de televisión, con Yoko Tsuno, una joven japonesa, ingeniera electrónica, que mientras por el día busca trabajo en un laboratorio, se dedica por las noches a poner a prueba los sistemas de seguridad de las empresas que la contratan para ello. Los tres hacen buenas migas inmediatamente y Vic les propone colaborar en un documental que va a realizar sobre unas cavernas subterráneas. Así lo hacen, pero cuando se internan en las cuevas y se sumergen en un lago subterráneo para descubrir dónde desagua, son succionados por una fuerte corriente y acaban encontrándose nada menos que con una civilización extraterrestre, los vineanos, humanoides de piel azul y avanzada tecnología, que llegaron a la Tierra hace 400.000 años, huyendo de la catástrofe planetaria que tornó inhabitable su mundo. Construyeron su nuevo hogar bajo la superficie, en una serie de enormes cavernas artificiales, a la espera de que la especie se acondicionara y pudiera subir a la superficie y revelarse a los humanos.

 

Son recibidos amistosamente por Khâny y su hija Poky, que les toman bajo su protección y ejercen de guías. En cambio, el ambicioso y agresivo Karpan, jefe de seguridad, desconfía de ellos e incluso intenta asesinarles utilizando unos esbirros. Yoko se da cuenta de que toda la sociedad vineana –no muy amplia, puesto que la mayor parte de los exiliados de su planeta de origen continúan hibernados- está administrada y vigilada en todos sus aspectos por el ordenador central, una inteligencia artificial que proviene de la propia Vinea y que durante dos millones de años se había ocupado de guiar la nave hasta la Tierra.

 

Los elementos de CF de esta historia no son en absoluto novedosos. La ciencia ficción de finales del XIX y principios del XX ofrece múltiples ejemplos de historias en las que un habitante de la superficie descubre accidentalmente la existencia de civilizaciones subterráneas (ya sean primitivas como en la saga de Pellucidar, de Edgar R.Burroughs o avanzadas, como en “La Raza Venidera”, de Edward Bulwer-Lytton). Tampoco el tema de las inteligencias artificiales sojuzgadoras de la humanidad y/o con agenda propia era nuevo. Se había visto ya en novelas como “La Máquina se Para” (1909) de E.M.Forster, el Multivac de Isaac Asimov o películas como “Alphaville” (1965) y, más cercanas al comic que nos ocupa, “2001: Una Odisea del Espacio” (1968) o “Colosus: Proyecto Prohibido” (1970). Pero Leloup integra con habilidad esos tópicos en una trama dinámica en la que la civilización vineana queda bien retratada.

 

Y, sobre todo, su aportación fue atreverse a romper con esa larga tradición del comic de aventuras que dictaba que el protagonista debía ser masculino mientras que les mujeres quedaban relegadas a un estatus secundario, normalmente como mujeres fatales, intereses románticos o, aún peor, parodias estereotipadas, como la Calamity Jane de “Lucky Luke”, la Castafiore de “Tintín”, la Pitufina… Salvo alguna excepción aislada (como la periodista Seccotine, creada por Franquin para “Spirou” en 1953) hay que esperar a los años sesenta para que empiecen a menudear personajes femeninos más interesantes como Modesty Blaise (1963), “Barbarella” (1962) o Laureline (1967, la compañera de Valerian). En la editorial belga Dupuis, pilar del comic europeo, a pesar del periodo de extraordinaria creatividad que propició el editor Yvan Delporte en los años cincuenta y sesenta, reclutando autores de talento, dando vía libre a nuevas series y experimentando con formatos, los personajes seguían siendo eminentemente masculinos. Sí, de sexo femenino eran, por ejemplo, “Sofía” (1965) o “Isabel” (1969), pero éstas no dejaban de ser niñas y no mujeres.

 

Cuando, a mediados de 1969, Thierry Martens pasa a ocupar el puesto de redactor jefe de la revista en sustitución de Delporte, lo primero que hace es renovar la plantilla de autores, algo necesario tras la marcha de pesos pesados como Franquin (“Spirou”, “Gastón Elgafe”) y Morris (“Lucky Luke”). Y lo hace confiando en quienes habían aprendido el oficio como ayudantes de autores veteranos, profesionales jóvenes con el estilo que requería la línea editorial, con ganas de emanciparse de sus tutores y con ideas nuevas. Del estudio de Peyo llegó Françoise Walthéry, que creó en 1970 a “Natacha”; y, como hemos visto, del estudio Hergé –o de Jacques Martin, según queramos entenderlo- salió Roger Leloup y su “Yoko Tsuno”. Ambas heroínas encabezarían series que se convertirían durante muchos años en presencia regular dentro de “Spirou” (de hecho, la segunda sigue hoy viva).

 

Sin embargo, ambas series son muy diferentes, no sólo en el estilo gráfico y la apariencia física de las protagonistas, sino en su propio espíritu. Natacha y Yoko son mujeres inteligentes, audaces y con recursos que corren aventuras variopintas por diferentes lugares del mundo. Pero mientras que las peripecias de Natacha son de corte más clásico, las de Yoko incorporan un fuerte componente tecnológico que era bastante novedoso. Había precedentes de guionistas amantes del detalle técnico, como Charlier, que, por ejemplo en “Buck Danny”, ofrecía auténticas lecciones de aeronáutica y tácticas de pilotaje. Pero a diferencia de aquél, Leloup supo evitar el didactismo para integrar la tecnología en las tramas o incluso articularlas alrededor de ella sin dar la impresión de estar exhibiendo sus conocimientos técnicos e históricos.

 

Por otra parte, Natacha era una mujer abiertamente sexy, de curvas exuberantes y atuendos sugerentes. Y, además, ejercía una profesión habitualmente asociada a su género: azafata de vuelo. Inicialmente, Leloup había pensado también en una mujer con la misma profesión, pero cuando apareció “Natacha”, hubo de encontrar una nueva orientación. En 1969, había producido un programa de animación en el Estudio Hergé sobre el tema del viaje a la Luna que fue emitido por la televisión belga en julio de ese año con ocasión del legendario viaje del Apolo XI. Así que decidió utilizar toda la documentación que había reunido y definir al personaje por su profesión: Yoko sería ingeniero electrónico, un trabajo poco común entonces no ya en las heroínas de los comics sino entre el género femenino en general.

 

La otra diferencia de Yoko con Natacha es la ausencia de sensualidad de la primera, que no de feminidad. La japonesa no tenía un marcado componente sexy, en parte porque el dibujo de Leloup no era el más indicado para ello, pero también porque el tipo de historias que contaba no se centraban tanto en los personajes como en la trama. Lo más llamativo de Yoko no era su físico sino su preparación en el manejo de las últimas tecnologías combinada con su respeto por las tradiciones ancestrales de su país, su valentía, su sentido de la justicia y su forma muy oriental de enfrentarse a los problemas: dejando al margen lo superfluo para centrarse en la esencia. Leloup trató de darle las virtudes que él hubiera apreciado en una mujer a los 16 o 18 años: simpática pero enigmática, segura de sí misma y físicamente capaz.

 

Ya en esta primera entrega queda claro que sobre ella iba a recaer el peso de las historias. Sus compañeros varones, Vic y Paul, son básicamente comparsas necesarios sólo narrativamente. Intervienen de forma relevante en la trama (Vic, por ejemplo, evita que todos mueran asfixiados; y Pol sustrae un arma láser que les permite huir en un momento apurado), pero a la postre es Yoko quien protagoniza las mejores escenas, la que toma la iniciativa, establece una buena relación con los vineanos (a través de Khâny, otra mujer fuerte), destapa la conspiración que anida en la sociedad alienígena y se enfrenta con los dos villanos, el ordenador y Karpan. Yoko, por tanto, simbolizaba el espíritu de emancipación femenina que permeaba la sociedad europea de la época. Además, no se ajustaba del todo al papel tradicional del héroe de comic juvenil: no era infalible, tenia dudas y sentimientos.

 

“El Trío de lo Extraño”, por tanto, es un tebeo que ha aguantado sorprendentemente bien el paso del tiempo. Evidentemente, hoy en día los personajes de comic tienen más profundidad y los planteamientos argumentales son menos maniqueos; Yoko exhibe en su peinado y su atuendo un look setentero y hay cierto aire caricaturesco en la representación de Paul y gags humorísticos intercalados (una marca de la casa Dupuis con la que Leloup nunca se sintió demasiado cómodo y en la que fue guiado por Maurice Tilleux al principio). Pero la construcción del argumento, la ejecución de las escenas, la mezcla de aventura y ciencia ficción, el minucioso dibujo de Leloup y el conjunto global tienen poco que envidiar a cualquier comic actual de la misma temática.

 

(Continúa en la siguiente entrada)

 


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