(Viene de la entrada anterior)
Steve Gerber no fue el primero en servirse de funny animals para articular una crítica social adulta. Su aportación fue más bien la de racionalizar esa figura en términos pseudocientíficos, esto es, integrando la premisa y el personaje en el campo de la CF. Y es que Howard no es simplemente una caricatura venida de nadie sabe dónde o residente en un mundo de fantasía que no hace falta explicar. No, él es un visitante proveniente de un universo paralelo donde la vida ha evolucionado de tal forma que los patos y no los simios, son la forma de vida dominante.
La premisa, más entonces que ahora dada la cercanía temporal a la saga, recordaba a “El Planeta de los Simios”, tanto la primera película de 1968 como la tercera, “Huida del Planeta de los Simios” (1971). Al fin y al cabo, la portada del primer número lucía el texto: “Atrapado en un mundo que él no hizo”. La premisa del mundo paralelo también podría haberse prestado fácilmente a la alegoría swiftiana o la moralina poco sutil, pero Gerber supo evitar el camino fácil y dio a entender que la dimensión natal de Howard no era más perfecta que la nuestra, aunque sin mostrarlo explícitamente.
En general los personajes del subgénero de funny animals no eran conscientes de ser animales así que podemos suponer que era así como se sentía Howard antes de quedar atrapado en la dimensión de los humanos. En esta Tierra de “simios sin pelos”, por el contrario, es muy consciente de su condición porque continuamente le recuerdan que aquí es único en su especie. Su naturaleza de pato, claro, revela inmediatamente su condición de extranjero, pero sus aventuras frecuentemente juegan con las implicaciones que de ello se derivan. Así, por ejemplo, el lector puede fácilmente identificar a los personajes de naturaleza bondadosa porque éstos no reconocen la otredad de Howard o no les importa en absoluto. Él y Beverly, de hecho, mantienen una relación de pareja, incluso durmiendo, como he apuntado, en la misma cama (si bien habría que esperar unos años, hasta la etapa del personaje que guionizó Bill Mantlo en formato revista –no sujeta al Comics Code Authority- para que se explicitara su condición de amantes).
Antes de que el personaje de Howard se asentara por completo, hizo algunos intentos por integrarse y llevar una vida lo más normal posible entre los humanos. Procuró amoldarse al rol de buen ciudadano, ayudando a la policía a librar a Cleveland de amenazas como Garko el Hombre-Rana y la vaca vampiro. Pero cuando aparece la policía y no puede demostrar que ha salvado a la ciudad, experimenta por primera vez el rechazo. Su reacción es la de la desilusión y el cinismo que se convirtieron en los rasgos distintivos de su carácter.
En este sentido, la experiencia de Howard evoca el lado más oscuro de la experiencia inmigrante en Estados Unidos. En su tierra natal era un individuo y, como cualquiera de su especie, daba por sentada tanto su individualidad y el grupo al que pertenecía. En la Norteamérica de los simios lampiños, sin embargo, lo que lo define ante quien le rodea, es exclusivamente su condición de pato. De hecho, aunque la gente se detiene sorprendida al conocerlo y balbucea “¡E-E-Eres un pato!”, nadie lo confunde con un pato auténtico sino que asumen que es un enano disfrazado, lo que lo automáticamente lo marca bien como un lunático, bien como alguien ansioso por llamar la atención.
El número 3 (mayo 76), dibujado por John Buscema (Steve Leialoha se mantendría como entintador, ayudando a conservar la línea gráfica de la colección), nos mostraba a Howard convirtiéndose en un maestro del Quack Fu. Se trata de una parodia del entonces muy popular género cinematográfico de las artes marciales y que la propia Marvel explotó con personajes como Shang-Chi, Puño de Hierro o Los Hijos del Tigre. Escritores posteriores recuperarían esta habilidad de Howard sólo para recordarnos lo “duro” que podía ser, pero sin hacer mención al mensaje satírico, lo cual traicionaba el propio espíritu de lo que Gerber quería hacer. En este caso, su propósito era recordarnos cómo el cine y la cultura popular mostraban sólo la faceta más espectacular pero menos esencial de esas disciplinas. Como decía el propio Howard: “Tergiversáis una antigua filosofía, la convertís en un entretenimiento violento…¡Y lo vendéis a vuestros jóvenes para que lo imiten!”.
El siguiente número, el 4 (julio 76), presentaba a un nuevo personaje que pasaría a ser secundario recurrente, Paul Same, vecino de Beverly y artista frustrado que, mientras duerme, libera toda su hostilidad reprimida recorriendo la ciudad como el Hombre Insomnio (vestido con un camisón y un gorrito de dormir) castigando a aquellos que hicieron de su mundo un lugar insoportable, desde matones callejeros a críticos artísticos. Mientras tanto, en la sección de correo de los lectores, ya se apuntaban pistas al futuro inmediato de Howard, dado que se anunciaba el pin “electoral” del que ya hablé en la entrada anterior. Este fue también el primer episodio dibujado por el artista que acabaría siendo el más vinculado a Howard: Gene Colan, quien asumió la línea gráfica de Brunner, a mitad de camino entre el naturalismo y la caricatura de Howard, consiguiendo una mezcla perfecta y muy personal.
Atrapado como estaba en “nuestro” mundo, Howard de vez en cuando tenía que enfrentarse a problemas mundanos, como los relacionados con encontrar un trabajo con el que ganar algo del siempre escaso dinero. Es lo que ocurría en el nº 5 (septiembre 76), que tenía un título tan rotundo como “¡Quiero Di-Ne-Roooo!” y en el que Howard probaba suerte con ocupaciones tan diferentes como mascota de un programa televisivo para niños, cobrador de facturas vencidas a morosos recalcitrantes o luchador de wrestling. El episodio tiene algunos momentos maravillosos, como ese en el que Howard coge de un quiosco de un tebeo protagonizado por un trasunto de Pato Lucas y estalla de indignación: “¡Esto es una representación injusta de los patos! Nos muestra como unos sádicos (…) ¡Es un panfleto lleno de calumnias contra las aves!”… Tal es su rabia que telefonea a un programa de radio en directo para expresar su ira y denunciar “que los tebeos están difundiendo mitos racistas y perpetuando los prejuicios”.
En el nº 6 (noviembre 76), “La Casa Secreta de las Galletas Prohibidas”, Gerber parodia las viejas películas de terror en las que unos incautos llegan en plena noche a un caserón aislado donde un científico loco lleva a cabo horribles experimentos en el sótano. Bev ha conseguido trabajo como institutriz a cargo de una niña, Patsy, que vive en una de esas siniestras mansiones de madera americanas junto con su madre demente. El problema es que esa residencia es objeto de deseo del reverendo Joon Moon Yuc y sus discípulos obsesionados por el apocalipsis, una referencia a la entonces conocida secta de la Iglesia de la Unificación, liderada por Sun-Myung Moon. En este potaje de referencias a las novelas góticas de terror, Frankenstein y el Golem, Patsy resulta ser una “cocinera” loca que ha creado en su laboratorio del sótano una galleta gigante de jengibre con forma humanoide a la que Howard derrota mordiéndole la pierna.
Esa historia se concluía en la primera mitad del número 7 (diciembre 76), estando la segunda dedicada a iniciar la carrera política de Howard para el puesto de presidente de la nación. En un acto de heroísmo, Howard salva de morir reventados por una bomba a los asistentes a la convención del Partido de Toda la Noche. Asustado, el candidato de esa formación dimite e inmediatamente Howard es aclamado como líder de la campaña (“¡La voz del Pueblo ha sido escuchada!. ¡¡Eres nuestro pato!!”. En el “Marvel Treasury Edition” nº 12, se daban más detalles de esa campaña, aportando una entrevista de Gerber a Howard, testimonios de otros superhéroes, un anuncio de la chapa promocional y la dirección a la que había que escribir para comprar el objeto: “Steve Gerber, Mad Genius Associates. 850 Séptima Avenida, Habitación 806. Nueva York”. Una dirección real desde la que él y Mary Skrenes gestionaban el merchandising.
Aquel número especial, lanzado para satisfacer la demanda de material relacionado con Howard, incluía también un crossover con los Defensores, colección que también escribía por entonces Gerber. Dibujada por Sal Buscema (con quien colaboraba en Los Defensores), los villanos eran típicas criaturas de Gerber: Blanco Sentado, “ex agente de la CIA…¡Hasta que me infiltré en el movimiento indio americano buscando pruebas de que estaban haciendo agua de fuego ilegal! Los pieles rojas descubrieron mi tapadera, tatuaron una diana en mi pecho y me echaron de la reserva. Perdí mi trabajo. Mierda”; Tillie la Huna (sin descripción); Azotador (“antiguo director de un instituto exclusivo expulsado por administrar excesivos castigos corporales”); y Agujero Negro (“estaba jugando al balonmano un día en Brooklyn cuando un grano de materia de estrella enana cayó del espacio y se clavó en mi esternón. Eso me dio un poder enormemente desagradable”). Liderados por el Doctor Angst (“Señor del misticismo mundano y un fracasado tan glorioso como cualquiera de vosotros”), intentan asesinar al candidato presidencial Howard.
Más intentos de asesinato, encuentros con la prensa, grupos de presión y otros candidatos, será lo que tendrá que afrontar Howard ya de vuelta en su colección mensual… hasta que al final del nº 8 (enero 77), se filtra a la prensa una foto retocada en la que se ve a Howard compartiendo un baño de burbujas con Beverly. El escándalo acaba con las aspiraciones políticas de Howard, pero le acaban convenciendo para que investigue el origen de la conspiración. Acompañado por Bev, sus pesquisas en el nº 9 (febrero 77) le llevan no hasta Rusia o la “China Roja”, sino hasta Canadá. Allí se enfrentará al responsable de su denigración pública, un anciano llamado Pierre Dentifris, “el único superpatriota de Canadá (…) un fanático que busca la identidad canadiense”, también conocido como Le Castor. Desafía a Howard a una pelea sobre una cuerda suspendida sobre las cataratas del Niágara y aunque al principio aquél acepta, termina por darse cuenta de que toda esa situación es ridícula, da media vuelta y se marcha.
A la altura del noveno episodio, Gerber asumió las labores de editor de la serie, según se ha dicho, para compensarlo por haberle apartado de los guiones de “Los Defensores”, otra de las colecciones en las que dejó su huella. Y es que en marzo de 1976, Gerry Conway había sustituido a Marv Wolfman como editor jefe de Marvel y parte de su contrato incluía ser editor y guionista de nada menos que ocho colecciones. Cinco de ellas ya estaban en marcha y se crearon otras dos para cumplir el acuerdo. Era inevitable que algún guionista fuera sacrificado para encajar a Conway en su lugar y ese fue Gerber. La tarifa adicional de editor que empezó a cobrar por “Howard” no era más que una pequeña parte de lo que ganaba escribiendo “Los Defensores”, pero parece que la autonomía que ello le brindó compensó el recorte de ingresos. Además, a la vuelta de la esquina surgió otra oportunidad de ganar más dinero con Howard: las tiras de prensa, de las que hablaré algo más adelante.
Los episodios 10 al 14 (marzo-julio 77) se centraban en las consecuencias psicológicas que tuvo sobre Howard todo lo que había vivido a lo largo de los últimos meses. Su mente cae en una deriva mental dominada por la ansiedad y las alucinaciones. El número 10, “Canto de Cisne del Pato Muerto Viviente” es íntegramente un psicodrama mental que discurre dentro de las alucinaciones de Howard y en el que hacen apariciones estelares Spiderman, Omega y el Doctor Extraño. Al final, sufre un colapso nervioso que le deja en cama.
En los capítulos anteriores, la relación entre Howard y Bev había ido evolucionando hasta dejar bastante claro que entre los dos existía un alto grado de intimidad, probablemente incluso física. Cuando Howard se despierta en el nº 11, todavía semiinconsciente debido al agotamiento y las medicinas, malinterpreta lo que habla Bev con el doctor que ha llamado para que le atienda y, con el corazón roto, coge el dinero que le queda y compra un billete para el autobús que le pueda llevar lo más lejos posible… y que resulta ser Cleveland. Durante el viaje, es abordado por una serie de individuos muy extraños, entre ellos uno que se convertirá en habitual, Winda Wester. La reaparición de la insufrible Señora del Riñón lo agobia tanto que Howard responde con un puñetazo iniciando una pelea que acaba provocando un accidente de tráfico.
Steve Leialoha cuenta que, tras recoger en las oficinas de Marvel las páginas de Gene Colan que tenía que entintar para ese número, hizo una breve visita a Continuity Studios, la compañía fundada por Neal Adams. Éste le preguntó si “podía jugar con alguna de las páginas” y acabó pasando a tinta tres de ellas. Los otros artistas presentes (Walter Simonson, Al Milgrom, Bob Wiacek y Alex Niño) participaron en el juego entintando una cabeza o algún otro detalle, o aplicando el pincel aquí y allá. Así que cuando llegó a casa, Leialoha tuvo que ponerse manos a la obra para retocar todo el conjunto y darle un aire de coherencia. Lo consiguió porque nadie se dio cuenta.
Al final del nº12, Howard es sometido a juicio y condenado a noventa días de reclusión en un manicomio, institución a la que también va a parar Winda. Como era de esperar, no son precisamente unas vacaciones y las cosas empeoran aún más cuando, sometida a estrés, Winda materializa surgiendo de su cabeza nada menos que a la banda de rock Kiss. En realidad, la irrupción de ese inmortal grupo en la colección respondía a una maniobra editorial, porque aquel mismo mes salió a la venta el “Marvel Comics Super Special” dedicado a esa banda y que guionizó Gerber con dibujos de Alan Weiss, John y Sal Buscema y Rich Buckler. Pero esta es una historia quizá para otro artículo.
Semejante aparición demoniaca lleva al responsable médico de la institución, en el nº 13, a llamar a un experto, Daimon Hellstrom, más conocido como El Hijo de Satán, un personaje de la división “mágica” de Marvel que había creado Roy Thomas en 1973 para “El Motorista Fantasma” disfrutando de un serial propio en “Marvel Spotlight” entre 1973 y 1975 y una colección de breve vida entre 1976 y 1977. Este demonólogo había causado cierto grado de polémica entre los lectores más sensibles, que lo acusaban de fomentar el culto al diablo, pero eso no arredró a Gerber, que no tuvo remilgos a la hora de integrarlo en la alineación de Los Defensores durante la etapa que él dirigió. En cualquier caso, Hellstrom declara que Winda no es víctima de una posesión demoniaca sino que tiene poderes psíquicos latentes. Entretanto, el reverendo Yuc está de vuelta con sus propios planes y trata de lavarle el cerebro a la muchacha. Intentando salvarla, Hellstrom convoca su poder… que accidentalmente acaba recayendo en Howard, que se transforma en el Hijo de Satán. El final de esta desaforada historia no podía estar a menor altura y en él se revela que el misterioso director del frenopático es nada menos que Adolf Hitler.
(Sigue en la próxima entrada)
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