En cuanto acumuló el suficiente impulso gracias al éxito cosechado por “Sandman” (1989-96), el guionista Neil Gaiman se lanzó al terreno que parecía el entorno más natural y adecuado para su desbordante imaginación y amplia cultura: la literatura. “Buenos Presagios” (1990), en colaboración con Terry Pratchett, pavimentó el camino para “Neverwhere” (1996, novelización de un guion suyo para la BBC) y “Stardust” (1999), todas ellas éxitos de crítica y público. Pero entretanto, Gaiman, bregado gracias al comic en condensar historias intensas en poco espacio, demostró también maestría en el difícil formato del cuento. Eso es lo que fue inicialmente “Misterios de un Asesinato”, escrito para la antología “Midnight Graffiti” en 1992 y luego trasladado a obra radiofónica en 2000. Dos años después, el virtuoso artista de comic P.Craig Russell lo adaptó al lenguaje de las viñetas como novela gráfica con el mismo título.
“Misterios de un Asesinato” es una historia dentro de una historia dentro de otra más. Todo comienza con el recuerdo de un británico de treinta años, que siente “como si hubiese recibido sin pedirlo el regalo de otra persona: una casa, una esposa, hijos, una vocación…”. El hallazgo de una vieja prenda en un cajón, le lleva a rememorar un viaje a Los Angeles, diez años atrás, durante la época navideña. Afectado por el shock cultural, sin poder volver a su país por problemas meteorológicos, sucumbe a la seducción de una antigua ”especie de novia” suya. Pero el episodio sexual tiene un final abrupto y nebuloso que lo deja confuso y vagabundeando por las calles próximas al lugar donde se hospeda. En un banco, se le aproxima un vagabundo entrado en años que, a cambio de un cigarrillo, le cuenta una historia asombrosa.
Conforme el anciano habla, su fascinado oyente va escuchando en la narración ecos de su propia y reciente experiencia. Según cuenta el vagabundo, antes de la creación del Universo, fue un ángel llamado Ragüel, creado por Dios en la Ciudad de Plata. Los ángeles, seres asexuados al servicio del Señor, estaban entonces completamente centrados en planificar lo que iba a ser el Universo en todos sus aspectos y detalles.
Durante tiempo inconmensurable, Ragüel esperó pacientemente en su torre a que le fuera revelada su función. Y eso es lo que hace un día Lucifer cuando le visita y le comunica que es La Venganza del Señor y que se ha cometido un asesinato: “Debes averiguar quién ha sido el responsable de esto y cómo fue… y ejercer la Venganza del Nombre sobre quien haya provocado esto”.
Se inicia así una historia de detectives en el Cielo, previa a la caída de Lucifer y sus seguidores, que trata de dilucidar cómo y por qué un ángel, Carasel, ha sido asesinado. Éste había sido uno de los encargados de crear primero el concepto del Amor y luego el de la Muerte, ayudado o supervisado por otros compañeros angelicales. La investigación sigue los pasos clásicos de este tipo de ficciones: Ragüel interroga a los testigos, a quienes conocieron a la víctima y quienes pudieron tener un móvil; algunos de ellos ocultan información y otros no son quienes parecen.
(Atención: Spoilers). Y, como en toda buena historia de detectives, el clímax llega con la reunión en un solo lugar de todos los sospechosos convocados por el investigador, quien va a exponer sus conclusiones y revelar al culpable: Lucifer; Fanuel, el principal diseñador del Universo; Saracael, el compañero de Carasel; y Zefquiel, el gran supervisor de la Creación, que nunca abandona su salón en la Ciudad de Plata. Ragüel, por supuesto, soluciona el asesinato y ejecuta la Venganza del Señor en el responsable. Lucifer reacciona mal ante todo lo allí revelado. “Quizá Saracael fue el primero en amar, pero Lucifer fue el primero en derramar lágrimas”, recuerda Ragüel. A raíz de todo ello, Lucifer empieza a cuestionarse si la voluntad del Señor es verdaderamente justa: “Pero… él amó. Debió ser perdonado. Había…circunstancias atenuantes. No debió ser destruido de esta manera. Ha sido un error”.
El giro que sigue a continuación es aún más sorprendente e intenso. Y es que Ragüel se da cuenta de que en la estancia hay otro asesino: el propio Dios: “Porque nada sucede sin una razón, y todas las razones son Tuyas”. En tan sólo tres páginas, Gaiman fusiona misterio y teología creando algo aparentemente nuevo. El escritor no fue el primero ni el único en darse cuenta de los problemas teológicos inherentes a la fe en un creador omnipotente y benevolente que crea y supervisa un universo tremendamente injusto y cruel. Pero al plasmarlo sobre el papel mediante palabras y dibujos y encajarlo dentro de los clichés de las ficciones de detectives, Gaiman ofrece una nueva perspectiva que obliga al lector a reflexionar sobre ello.
Gaiman despista al lector –o, al menos, lo intenta- haciéndole pensar que un Lucifer aún magnífico en su gloria podría tener algo que ver. Aunque no es así, el futuro caído tiene escenas muy notables que ayudan a explicar su futuro destino. Por ejemplo, cuando Ragüel le pregunta qué hace durante sus escapadas secretas a la oscuridad que reina más allá de la Ciudad de Plata: “Camino y… Hay voces en la oscuridad. Escucho las voces. Me prometen cosas. Me hacen preguntas, susurran y suplican. Y yo las ignoro. Reúno fuerzas y contemplo la ciudad. Es la única manera que tengo de ponerme a prueba…De enfrentarme a algún desafío. Soy el Capitán de la Hueste. Soy el Primero entre los ángeles. Y debo probarme a mí mismo”.
Este rasgo diferenciador de su personalidad –un deseo de perfección en su obediencia, en último término otorgado deliberadamente por Dios- será la primera de las semillas de la Caída… preparada paciente y maquiavélicamente por el Creador: “Lucifer debe meditar sobre la injusticia de la destrucción de Saracael. Y eso, entre otras cosas, le precipitará a cometer ciertas acciones. Pobre, dulce Lucifer. Su camino será el más duro de todos mis hijos. Porque hay un rol que debe interpretar en el drama que vendrá y es un gran papel. “
La historia finaliza devolviendo la acción a Los Ángeles de los 80, al plano narrativo que sirve de marco envolvente del misterio principal en el Cielo y que, a su vez, contiene un giro que remite a la moda de asesinos en serie que floreció en aquella época en la cultura popular. Aunque no se muestra explícitamente lo que hizo aquel joven inglés solitario y amnésico que escucha el testimonio del ángel, el lector medianamente atento se dará cuenta de lo sucedido y, combinando palabras e imágenes, será capaz de atar los cabos que cierran el círculo. El final, que dependiendo de la perspectiva de cada cual conlleva o bien justicia o la huida sin castigo de un criminal, es coherente con uno de los temas centrales de la historia: la ambigüedad del código moral de las deidades.
“Misterios de un Asesinato” es una historia típica de Gaiman tanto en los temas y elementos que mezcla (seres de inmenso poder pero solitarios y hastiados, que caminan entre los hombres y que están sujetos, como nosotros, al amor y el desamor, los celos, la culpa, el castigo y la redención, la justicia, la crueldad y la compasión) como en su estructura: presenta una situación original e interesante, aborda cuestiones filosóficas y morales de gran calado y deja que el lector aporte su propia perspectiva sobre lo que ha leído y su significado.
Parábola dentro de una fábula, “Misterios de un Asesinato” es una intrigante fantasía introspectiva que tiene una cualidad lírica y un ritmo lánguido carente de tensión o drama pero que, aún así, mantiene en todo momento la atención del lector. En primer lugar, porque la premisa y la ambientación resultan originales, provocativas y sugerentes; también, claro está, porque se desea saber qué ha pasado en el Cielo para que la pureza del lugar haya quedado mancillada por una muerte; y, por último, por supuesto, por el dibujo de Russell.
De hecho, el peso de Russell en “Misterios de un Asesinato” es mayor que el del dibujante tradicional de comic norteamericano. Y es que, aunque Gaiman es el autor de la historia original, fue Russell quien realizó íntegramente el trabajo de adaptación al lenguaje narrativo del comic. No es de extrañar que el resultado sea impecable. Y no porque hubiera colaborado anteriormente con Gaiman en “Sandman” (de hecho, pronto se iba a convertir en el principal adaptador al comic de la obra en prosa del británico, en títulos como “Coraline”, “American Gods” o “El Libro del Cementerio”).
Una buena adaptación siempre debería ir más allá de la mera traslación gráfica de los diálogos y eventos de la obra original. Lo que el autor debe intentar en ese proceso es añadir una capa de significado a la historia o incluir imágenes que complementen, comenten o mejoren el texto del que beben. Y en esto Russell acumula décadas de experiencia, habiéndose convertido quizá en el más hábil artista de comic de Estados Unidos en la especialidad de plasmar en viñetas historias inicialmente creadas en otros formatos, desde la literatura a la ópera.
Su dibujo para “Misterios de un Asesinato” es técnicamente perfecto en narrativa, línea y diseño. Pero es que, además, Russell demuestra haber entendido muy bien el universo creado por Gaiman: las suyas son viñetas limpias, ordenadas y elegantes, transmitiendo gráficamente la sensación de pureza abstracta, experimentación divina y lirismo presentes en el espíritu del cuento original. La mayoría del comic está ambientado en el Cielo y Russell tiene la oportunidad de dejar volar su sensibilidad art-nouveau, con ángeles efébicos de majestuosas alas volando entre las estilizadas torres de plata que se elevan sobre un paisaje que parece cuajado de joyas. Además, Russell recibe aquí el apoyo de un color igualmente apropiado en matices e intensidad aplicado por Lovern Kindzierski, otro de los grandes profesionales en su campo.
“Misterios de un Asesinato” es un comic indicado, por supuesto y en primer lugar, para los conocedores y amantes del trabajo tanto de Gaiman como de Russell. Pero también para cualquier lector capaz de apreciar la belleza gráfica sin exigir que ésta acompañe un drama rápido e intenso.
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