(Viene de la entrada anterior)
Probablemente por un retraso en las fechas de entrega, el número 27 es un fill-in realizado por manos diferentes que las del equipo habitual. Steven Grant escribe y Joe Brozowski dibuja una historia en la que el Caballero Luna investiga la muerte de un policía amigo suyo. El que sus pesquisas le lleven a un breve cara a cara con Kingpin –quien, por cierto, lo derriba de un solo golpe- nos recuerda que el héroe, después de todo y pese a que Moench y Sienkiewicz habían tratado de ignorarlo, sigue formando parte del Universo Marvel. A pesar de su carácter de relleno y de un dibujo mediocre, el episodio es razonablemente decente y respetuoso con la trayectoria del personaje (vemos, por ejemplo, a Marlene todavía preocupada por el continuo cambio de identidades de su amante).
Moench
y Sienkiewicz están ya de vuelta en el número 28, “Espíritus en la Arena”.
Marlene recibe una petición para pronunciar una conferencia en Sudán sobre el
trabajo arqueológico llevado a cabo por su padre. Así que volvemos a tener al
Caballero Luna viajando fuera de su entorno urbano habitual y, en concreto, al
lugar de origen de la estatua de Khonshu con la que tan ligado se siente. Es
una aventura de engaños, traiciones y la búsqueda de un supuesto tesoro oculto entre
las arenas del desierto sudanés. Este “regreso a casa” de Marc Spector, al
lugar en el que puso punto y final a su vida de mercenario, supone una
evolución para el personaje al cerrar el círculo y obligarle a enfrentarse a su
pasado. También es interesante ver cómo Marlene y Marc tratan de hacer que su
relación funcione en un momento en el que los dos han de volver al lugar donde
sus vidas experimentaron cambios traumáticos y donde la influencia de Khonshu,
sea cierta o mera sugestión, supone un riesgo psicológico y sentimental para
ambos. Aunque el Caballero Luna acaba conjurando la amenaza, no deja de ser una
muestra de escaso juicio por su parte el haberse arriesgado a perder a Marlene
tan pronto después de la última crisis que atravesaron. Un episodio que
demuestra que nadie comprendía al personaje tan bien como Moench y Sienkiewicz.
Y nos
acercamos al término de esta etapa de origen del personaje marcada por el
trabajo de estos autores. Y qué mejor forma de poner punto final a su asociación
que cerrando el círculo y trayendo de vuelta al mismo adversario que marcó el
nacimiento del Caballero Luna: el Hombre Lobo. Así, los números 29 y 30
(marzo-abril 83), nos narran el regreso del desafortunado Jack Russell, aquí
perseguido por un grupo de siniestros individuos ataviados con una especie de
túnicas y estrafalarios capirotes en los que están grabados los tres seises que
les identifican como pertenecientes a una secta satánica liderada por Schuyler
Belial, que se hace llamar Lucero del Alba.
Resulta
que Belial ha prometido a sus seguidores mostrarles “una señal directa desde el infierno… la mismísima Bestia del
Apocalipsis”, de la que planean beber su sangre y obtener poder para
desatar el caos. Por supuesto, esa Bestia es ni más ni menos que el Hombre
Lobo. Sirviéndose de un chip implantado en su cráneo, sus sicarios lo rastrean
y acosan desde Los Ángeles hasta Nueva York, donde, tras un mes de viaje, éste
llega justo la noche de luna llena en la que Jack se transforma. Tras un primer
encuentro algo agitado con el Caballero Luna, Jack recupera su forma humana y
le pide ayuda.
El
Hombre Lobo y el Caballero Luna hacen un combo perfecto, al menos en las manos
de Moench y Sienkiewicz, no sólo por el vínculo que les une en el contexto del
Universo Marvel, sino porque resulta refrescante incorporar como villano de
esta colección a alguien distanciado de los habituales líderes mafiosos,
matones y asesinos. Este tipo de variaciones ocasionales respecto a la línea
general del personaje mantienen la serie siempre fresca, especialmente si
supone un giro hacia el terror sobrenatural porque, al fin y al cabo, el
Caballero Luna, a su manera, es una criatura de la noche. Además, a estas
alturas Sienkiewicz ya no tenía miedo de experimentar, alternando el dibujo
naturalista con la abstracción y el surrealismo, dándole entidad y vida propias
a elementos inanimados, rompiendo la composición de página y viñeta, utilizando
la iluminación para subrayar el suspense, el terror o el dramatismo y creando
quizá la que ha sido la mejor versión del Hombre Lobo que ha aparecido jamás en
un comic Marvel.
Dos números de despedida, en resumen, de gran altura, con mucho suspense, acción, toques de terror y momentos destacables para los personajes secundarios, especialmente Marlene, que vuelve a demostrar que es mucho más que una cara bonita y una novia siempre dispuesta a esperar a su héroe en el hogar.
Desde
1973, Doug Moench había venido trabajado como fiel y prolífico guionista de
Marvel. En 1982, se encargaba de “Caballero Luna”, “Thor”, “Conan Rey” y
“Master of Kung Fu”. De hecho, fue un encontronazo entre él y Jim Shooter en
relación a esta última lo que precipitó la marcha de Moench a DC (camino que
aquel mismo año siguieron otros autores como George Pérez, Pat Broderick o Gil
Kane). Moench había escrito la colección durante ocho años y aunque cada número
seguía vendiendo más de 100.000 ejemplares, se encontraba entre los menos
exitosos de la editorial. Tanto Jim Shooter como el editor de la colección, Ralph
Macchio, pensaban que el personaje se había estancado y que necesitaba un
cambio de dirección.
Según Moench, un día de agosto de 1982, Shooter lo llamó para decirle los cambios que debía realizar. En concreto, debía matar al protagonista de “Master of Kung Fu”, Shang-Chi, y reemplazarlo por un ninja que ostentaría ese mismo título. Moench trató de explicarle a Shooter que eso no tenía sentido ya que el Kung Fu es un arte marcial chino y los ninjas son japoneses. El editor en jefe insistió en ese punto y añadió que también debía matar a Donald Blake en “Thor”, haciendo que otro personaje se topara con su bastón mágico, lo golpeara accidentalmente contra el suelo y se viera transformado en el Dios del Trueno.
De
acuerdo a las declaraciones de Moench, las muertes de Donald Blake y Shang-Chi
no eran sino los primeros pasos de un gran plan que incluía la muerte de casi
todos los héroes Marvel para ser reemplazados por los mismos superhéroes pero con
nuevas identidades secretas. Algún otro asumiría el rol del Capitán América
después de que alguien asesinara a Steve Rogers; otra persona llevaría la
armadura de Iron Man tras el mortal ataque al corazón de Tony Stark. Y algún
otro sería mordido por una araña radioactiva para convertirse en Spiderman
después de que Peter Parker muriera. Todo el Universo Marvel sería sometido a
un reinicio con el propósito de captar a nuevos lectores que no tuvieran que
enfrentarse a veinte años de continuidad previa.
Doug
Moench no quería formar parte de aquello y, con la excepción de la miniserie de
Epic “Six From Sirius”, que él consideraba fuera del alcance imperial de
Shooter, renunció a todos sus trabajos en Marvel. Al término de aquella llamada
telefónica, puso punto y final a ocho años de fiel servicio a la editorial.
Según dijo: “No renuncié a Marvel;
renuncié a Jim Shooter”. Un día después, estaba en DC recibiendo del editor
Dick Giordano el encargo de escribir las dos series de Batman. Mientras tanto,
una vez se hicieron públicos los planes de Shooter gracias a Cat Yronwoode en
su columna de la revista especializada “The Buyer´s Guide to Comics Fandom”,
los fans entraron en ebullición y el jefazo de Marvel no tuvo más remedio que
cancelarlo todo.
Cuando Bill Sienkiewicz se enteró de la marcha de Moench, decidió que también había llegado su hora. El número 30, como he dicho, fue el último que dibujó (Moench había entregado más guiones que fueron ilustrados en los números siguientes por otros autores) antes de marcharse un tiempo a París, donde se empapó de arte e incorporó aún más influencias a su estilo. En ese periodo hizo muchas portadas para diversos títulos de Marvel pero no dibujó ni un solo comic. Su carrera en el medio se reanudó en 1984, cuando, como comenté en la entrada correspondiente, Chris Claremont le convenció para dibujar “Los Nuevos Mutantes”.
A
partir de este punto, Marvel pareció perder el interés por la colección del
Caballero Luna y no se molestó demasiado en apoyarla con un equipo creativo de
cierta altura. Además, la serie pasó a ser bimestral, lo que ya podía
interpretarse como el paso previo a una posible cancelación.
En los números 31 y 32, que conforman una única historia, sigue apareciendo en los créditos Doug Moench como guionista. En esta ocasión, el Caballero Luna se involucra en un conflicto entre una banda callejera y los comerciantes de un barrio que padecen sus abusos y chantajes. Cuando uno de estos últimos decide dejar de pagar protección y hace frente a los matones, otros empresarios se suman a la iniciativa y forman una especie de brigada de defensa local. La situación no tarda en deteriorarse y el Caballero Luna, que no puede estar permanentemente en la zona para mantener a ambos bandos separados, debe cargar con la responsabilidad del asesinato del propietario de una tienda de empeños.
Se
trata de un drama urbano con tintes policiacos que se ha visto muchas veces y
que incluso resulta algo aburrido en ciertos tramos, algo que no solía ser
frecuente en los guiones de Moench. De hecho, su momento más interesante y
sobre el que podría haberse profundizado más aquí o en sucesivos números, era
el dudoso derecho moral del Caballero Luna a detener a otros ciudadanos
dispuestos a ejercer de vigilantes en defensa de sus propias posesiones. Cuando
aquél les increpa “¡Pero no podéis ir a
por ellos vosotros! A la policía no le gusta que haya vigilantes por la calle”,
los comerciantes le responden “¿Ah? ¿Y tú
no eres un vigilante? ¿No te tomas la ley por tu mano todas las noches…
mientras nos dices que nos quedemos quietecitos y seamos unas buenas víctimas?”.
Más interesante es la entrada como dibujante de Kevin Nowlan, un recién llegado a la industria que aquí estaba dando sus primeros pasos. Ya había realizado alguna historia de complemento para la colección así como un portafolio del personaje, ameritando con ello ascender a artista regular de la serie. No consigue hacer olvidar a Sienkiewicz, pero ya en estos primeros números apunta buenas maneras, esforzándose por encontrar composiciones de página dinámicas y trabajando en las escenas de acción.
El último episodio escrito por Moench es el 33 -dibujado también por Nowlan-, otra historia que se apoya sobre todo en la caracterización de personajes en un entorno urbano degradado, si bien el resultado en esta ocasión es bastante del montón y no destaca ni mucho menos como una de las entregas más interesantes de la serie. Una periodista con pocos escrúpulos, Joy Mercado, está realizando unos artículos sobre “Mitos Actuales: titanes de nuestro tiempo”, una investigación sobre lo que de realidad se esconde en ciertas leyendas urbanas del Nueva York contemporáneo. Uno de los sujetos a los que quiere entrevistar es el Caballero Luna. El otro es Druida Walsh, un gigantón de aspecto temible del que se cuentan historias fabulosas.
El
Caballero, como era de esperar, no se presta al juego. Más accesible es Druida,
al que Mercado seduce descaradamente para sonsacarle. Sin embargo, descubre que
todo lo que decían los rumores son exageraciones y que Druida, aunque violento
y poco espabilado, tampoco es el monstruo que muchos han visto en él. La forma
en que ella rechaza sus torpes intentos de acercamiento y luego lo humilla en
su columna del periódico, despierta su sed de venganza y lo aboca a un
enfrentamiento con el Caballero Luna.
El número 34 presenta a Tony Isabella como guionista y Bo Hampton como dibujante. Sin ser un episodio particularmente malo, está claro que queda muy lejos del estándar al que nos tenía acostumbrado la serie. En esta ocasión, el Caballero debe averiguar la causa de que algunos chicos del barrio enloquezcan, convirtiéndose en bestias feroces e irracionales, probablemente a causa de algún tipo de droga. Isabella respeta la esencia del protagonista y se permite explorar un poco más a los personajes secundarios, en especial a Gena, que aquí sufre un trauma del que tardará en recuperarse.
Mucho
mejor es el siguiente episodio, el 35, que además es doble. Isabella regresa
como guionista pero esta vez cuenta como dibujante con un Kevin Nowlan que ha
experimentado una gran mejora y que demuestra que podría haber hecho un
excelente trabajo como digno sucesor de Sienkiewicz en la serie. Eso sí, sus
lápices cambian mucho dependiendo del entintador que los termine: Carl Potts
hace un trabajo más sólido y coherente con el estilo y espíritu del personaje
que Joe Chiodo, que se ocupa de la segunda parte y que resulta mucho más
convencional, incluso plano.
El Caballero Luna, como ya he venido diciendo, se había mantenido muy al margen del resto del Universo Marvel. Pero aquí Isabella lo hace interactuar de pleno con otros personajes ilustres. Quizá la intervención de los Cuatro Fantásticos y los X-Men resulte algo postiza, pero no así la del villano que desata el drama al comienzo de la historia. Y es que mientras patrulla la ciudad por la noche, el Caballero ve a la Mosca, un adversario recurrente de Spiderman, asaltando una vivienda. Pero resulta que éste tiene superpoderes que el Caballero no puede superar y termina su encuentro derrotado y seriamente herido. Tanto, de hecho, que su espalda sufre graves daños y queda paralítico.
Amargado,
no ve más opción que retirarse, abandonar todas sus identidades y llevar una
existencia tranquila con Marlene. Mientras se hace a la idea, una mujer rusa
llamada Bora empieza a asesinar bailarines rusos exiliados en Estados Unidos.
Uno de estos crímenes tiene lugar ante los ojos de Steven Grant sin que,
lisiado como está, pueda hacer nada al respecto. Esa impotencia que siente le
lleva a recomponerse y, utilizando toda la fuerza de su voluntad, se levanta de
la silla de ruedas y se pone su disfraz ante los atónitos ojos de sus amigos.
Es este el último número de gran calidad en esta etapa del personaje, una historia intensa y muy bien dibujada que pone al personaje en auténticos apuros. Es interesante también subrayar que el Caballero Luna, al que siempre se había acusado de ser un plagio de Batman, experimenta el mismo trauma por el que pasará el Hombre Murciélago unos años después, si bien aquí todo se resuelve en la extensión de un solo número.
A
partir de este momento, la serie irá perdiendo rápidamente interés con la
entrada de Alan Zelenetz como guionista. Éste potencia el lado místico del
personaje empezando en el número 36, donde lo empareja con el Doctor Extraño.
Tenemos posesiones (el cuerpo de Marlene es controlado por el espíritu de un
sacerdote egipcio muerto miles de años atrás y que había sido enemigo de
Khonshu), maldiciones, magia y venganza; diálogos cursis hasta para la época en
que fueron escritos; más acercamiento al Universo Marvel tradicional… Todo lo
cual desvirtúa la línea original que trazó Doug Moench para el personaje sin
mejorar en absoluto la calidad de sus guiones.
Más
magia negra, en este caso derivada de la Cábala hebrea, es lo que Zelenetz introduce
en los siguientes dos últimos episodios, donde descubrimos datos importantes
del pasado de Marc Spector y la difícil relación que mantuvo con su padre, un
rabino judío de origen checo. La noticia de su muerte le obliga a enfrentarse a
esa parte de su pasado que había tratado de olvidar. Marlene le convence para
que haga las paces con la memoria de su padre acudiendo al funeral pero las
cosas se complican cuando alguien profana la tumba y roba el cadáver del rabino
con el fin de obtener poder místico.
Menos interesante que toda esta trama mágica resulta la exploración del pasado y las emociones de Spector hacia su familia y su religión, que le llevan incluso a perder el control en algunos momentos, ejerciendo más violencia de lo que es habitual en él. Zelenetz coloca al personaje en una búsqueda de venganza contra el profanador del cadáver de su padre, proceso tras el cual quizá consiga reconciliarse con su pasado, dejarlo atrás y vivir ya exclusivamente como Steven Grant. Gráficamente hay que destacar las magníficas portadas de Mike Kaluta. Que el editor de la serie, Denny O´Neil, escogiera a Bo Hampton, todavía un novato (aunque apunta muy buenas maneras y, de hecho, acabaría convirtiéndose en un excelente artista al cabo de unos años), como dibujante regular de la serie dice bastante del poco interés que tenía Marvel en mantener viva la colección.
La
colección, aunque no el personaje. Y es que la editorial quería cancelar su
línea de revistas de 32 páginas sin publicidad y es en este número 38 (julio
84) donde decide hacerlo en el caso de “El Caballero Luna”. Unos meses después
y manteniendo a Denny O´Neil como editor y Zelenetz como guionista, aparece el
segundo volumen del héroe blanco, esta vez con un formato muy popular por
entonces, el de miniserie de seis episodios. El guionista apartaría todavía más
al personaje de sus raíces originales, vinculándolo más con el misticismo,
dándole fuerza incrementada de acuerdo a las fases de la luna y dotándole de
armamento inspirado en la estética egipcia.
“El Caballero Luna” de Moench y Sienkiewicz no es uno de los títulos que vengan inmediatamente a la memoria cuando se habla de clásicos Marvel de los años 80. Pero ciertamente lo es. Ambos creadores supieron utilizar la libertad que les daba el formato y el bajo perfil del personaje entre los fans para encadenar historias muy diversas, desafiantes y, en su segunda mitad, excelsamente dibujadas. La limpieza moral y gráfica que había sido marca de la casa desde hacía veinte años, fue subvertida y traicionada por un Moench y Sienkiewicz que tenían una visión muy clara de lo que debía ser su personaje. El Caballero Luna ha ido reinventándose con el paso de las décadas y hasta el mismo día de hoy, lo que demuestra la validez y atemporalidad de su premisa básica, si bien los muchos sucesores del dúo creativo no supieron aprovechar su legado como se merecía.
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