16 jun 2017

1982- LOS NUEVOS MUTANTES - Chris Claremont y Bill Sienkiewicz (2)


(Viene de la entrada anterior)

La primera etapa de “Los Nuevos Mutantes” estuvo marcada por los cambios. En el nº 6, Karma murió –aparentemente, porque su cuerpo nunca se encontró, dejando la puerta abierta a una inevitable reaparición- dejando a muchos fans preguntándose si había sido creada con el único propósito de eliminarla violentamente al poco tiempo, algo parecido a lo que Claremont había hecho con Ave de Trueno en la segunda encarnación de los X-Men. Me resulta difícil entender el por qué Claremont, siendo un guionista tan experimentado, tomó esa decisión. Matar a un personaje al que los lectores no han tenido tiempo de coger cariño neutraliza el impacto emocional que supuestamente era el objetivo de ese giro tan radical.


Sea como fuere, tras un número de transición, el 7 (septiembre 83) en el que Roberto descubría los trapos sucios de su millonaria familia en Río de Janeiro, comenzaba una larga saga que se prolongaría hasta el nº 13 (marzo 1984) y que narraría el encuentro del grupo con la que enseguida se convertiría en una de sus miembros más poderosas: Magma. Acompañando a la madre de Roberto en una expedición científica, los héroes encuentran en lo más profundo de la selva del Amazonas una ciudad, Nueva Roma, habitada por los descendientes de romanos de la antigüedad e Incas, estupidez histórica mayúscula que obliga a un imposible esfuerzo de suspensión de la incredulidad

Los Nuevos Mutantes se verán involucrados en las luchas por el poder que enfrentan –cómo no- a los partidarios de la República y del Imperio, con el añadido de una peligrosa hechicera, Selene, que en el futuro dará más de un dolor de cabeza a los X-Men. Allí conocen a Amara Aquilla, hija de un senador atrapada en las intrigas y que, a punto de ser asesinada por Selene, revela su poder mutante: controlar las fuerzas de la Tierra, extrayendo lava del manto y provocar seísmos. Una vez conjurada la amenaza de Selene, Amara es enviada por su padre a la Escuela de Xavier para que aprenda a controlar sus peligrosos poderes.

La saga de Nueva Roma no se encuentra ni de lejos entre las mejores ocurrencias de Claremont. El tema de los Reinos Perdidos hacía muchos años que ya no se tocaba en los subgéneros de aventuras o ciencia ficción, entre otras cosas porque resultaba cualquier cosa menos verosímil. La principal de estas localizaciones en el Universo Marvel, la Tierra Salvaje, es un concepto más digerible en parte por su situación geográfica y en parte porque es una idea hija de la década de los sesenta –y de los comics de la época-. Pero Brasil, sin importar lo montañosa o selvática que sea la región, no es la Antártida y los lectores de los ochenta, incluso los más jóvenes, necesitaban algo más elaborado que lo que aparecía en los comics que leían sus padres. Al menos, Claremont debió darse cuenta rápidamente de que se había equivocado y en lugar de aferrarse a su idea y regresar a ella una y otra vez intentando pulirla, extrae sólo lo que le interesa, Amara y Selene y, de cara al futuro, se olvida definitivamente del resto.

Por otra parte, para entonces Bob McLeod ya se había marchado de la colección y el dibujo de
Sal Buscema no encontró en Tom Mandrake el entintador que la épica de la historia requería. De hecho, ni siquiera Buscema era el adecuado. Una historia que quiere recuperar el subgénero de los Mundos Perdidos necesita un artista capaz de recrear esa civilización perdida y sus habitantes con imaginación y exuberancia. Por el contrario, Buscema y Mandrake se limitan a enlazar sin gracia un tópico tras otro, mostrándose perezosos con los fondos y torpes con las figuras.

La siguiente incorporación al grupo fue otra fémina: Illyana Rasputin, la hermana pequeña del Hombre-X Coloso. Había ido apareciendo en la colección de los X-Men con cierta regularidad pero siempre como una niña pequeña en papeles secundarios. Sin embargo, en el nº 160 (agosto 82), Illyana aparecía súbitamente transformada en una adolescente durante lo que había parecido ser un simple lapso interdimensional. En realidad, ese “breve” intervalo en el plano terrestre había durado para la jovencita nada menos que siete años, siete duros años pasados en una dimensión maléfica, el Limbo, en la que, tutelada por el poderoso y malvado Belasco, Illyana había madurado hasta convertirse en una hechicera cuya maestría en la magia negra incluía la manifestación de una Espada-Alma que podía utilizar como arma. También fue allí donde descubrió su poder mutante de teleportarse en el espacio y el tiempo.

Todos esos acontecimientos fueron narrados no en la colección de los X-Men o los Nuevos Mutantes, sino en una miniserie de cuatro números, “Storm and Illyana: Magik” guionizada por Claremont y publicada bastante tiempo después (diciembre 83 – marzo 84) debido a las múltiples obligaciones del escritor. En realidad, los acontecimientos que en ella se cuentan son a esas alturas bastante superfluos, ya que los detalles acerca de la estancia de Illyana en el Limbo, su
corrupción y aprendizaje de la hechicería habían sido ya apuntados en pasados números de ambas series mutantes y serían repetidos y ampliados en el futuro. La miniserie es entretenida aunque no pueden obviarse sus defectos: Claremont tiende a utilizar la narración en primera persona para repetir el mismo mensaje una y otra vez y la estructura de la aventura resulta asimismo reiterativa: el progresivo adiestramiento de Illyana a manos de diferentes habitantes del Limbo (Tormenta, Gata y Belasco) hasta que madura y, en cada etapa, se enfrenta a su mentor.

Con todo, la historia aguanta bien gracias a su tono oscuro y pesimista: queda claro al final que por mucho que Illyana quiera hacer el bien y librarse de la influencia de Belasco, está destinada a fracasar. Esa fractura interior, aunque Claremont la mencione en exceso, está bien expresada a nivel emocional y contribuye a crear un personaje muy interesante que no puede sino recordar a Jean Grey, la heroína más trágica de los X-Men, en cuyo interior también se daban cita dos personalidades, una bondadosa y otra maléfica. Siempre al borde de abandonarse a su “yo” más oscuro, progresivamente a Illyana le va resultando más difícil tomar las decisiones correctas. Por otra parte, se trata de un personaje cuya naturaleza facilita mucho las cosas al guionista: su nexo con otra dimensión permite la aparición de criaturas fantásticas y sus poderes teleportadores
mueven a todo el equipo por el espacio-tiempo sin necesidad de estar buscando cada vez una explicación “pseudocientífica” o “pseudomística” al respecto.

En cuanto al apartado artístico, la miniserie se apoya en tres dibujantes, demasiados para tan sólo cuatro números: John Buscema, Ron Frenz y Sal Buscema. Sin embargo, al estar todos entintados por el siempre efectivo y muy reconocible Tom Palmer, toda la colección disfruta de bastante coherencia visual. Los lápices de Frenz están algo descuidados en el tercer episodio y las bocas trapezoidales de Buscema asoman aquí y allá en el cuarto, pero por lo demás un vistazo rápido no muestra excesivas diferencias entre uno y otro.

Así que, aunque hasta ese momento Illyana había pertenecido al entorno de los X-Men, a partir
del nº 14 (abril 84), pasará a engrosar las filas de los Nuevos Mutantes, sirviendo este episodio como puesta de largo: se da un pequeño repaso a su historia pasada (recordemos que la miniserie de “Magik” no había aparecido todavía), establece sus motivaciones y conflictos interiores y utiliza el ataque del demonio S´ym para convertirlo en futuro aliado ocasional.

El capítulo sirve también para apuntar la dinámica que seguirá Claremont a partir de ese momento: trasladar la acción de una colección mutante a otra. Así, el final del número presenta una subtrama, la de Doug Ramsey siendo “fichado” por la Academia de la Reina Blanca, que continuará en “Uncanny X-Men” 180 antes de retomarse en los Nuevos Mutantes 15-17. De la misma forma, el profesor Xavier recupera completamente el uso de sus piernas en este número 14; en posteriores episodios de los X-Men se le podía ver caminando tranquilamente sin mediar más explicación al respecto. Cualquier lector exclusivo de esa colección se habría perdido el momento en el que tuvo lugar tal acontecimiento. En números posteriores, esa interrelación se hará todavía más intensa. Por razones que sólo él conoce, Claremont mantuvo a los Nuevos Mutantes
relativamente aislados de los X-Men durante su primer año de existencia, pero a partir de este momento no tendría inconveniente alguno en utilizar ambos títulos conjuntamente para narrar sus historias. El problema es que la lectura de estos comics hoy, treinta años después de su publicación original, transmite una vaga insatisfacción ya que hay escenas y referencias que no se corresponden al pasado de la propia colección, sino a otra paralela. El desconocimiento del resto del universo mutante privará por tanto al lector ajeno al mismo de una total comprensión –y disfrute- de esta etapa de la serie.

Tras la excesivamente larga saga de Nueva Roma y un par de números dedicados a desarrollar los personajes, Claremont inicia otro arco argumental, esta vez unos manejables tres números, del 15 al 17 (mayo a julio 84), en el que presentará a los que serán las némesis de los Nuevos Mutantes durante el resto de su estancia en la colección: los Infernales, estudiantes de la Academia de Massachussets de Emma Frost, la Reina Blanca del Club Fuego Infernal. Los Infernales fueron, tras la creación de los héroes protagonistas, la contribución más importante de Claremont a la colección, verdaderas némesis del grupo titular y reflejo oscuro del mismo. Su enfrentamiento, además, se produce bajo la forma de la típica rivalidad entre estudiantes de diferentes escuelas más que como las batallas a vida o muerte entre los
X-Men y el Club Fuego Infernal, los equipos de “sus mayores”, algo que resulta más refrescante y verosímil dentro de la línea de este comic. De hecho, la confrontación inicial entre ambas escuelas iba a zanjarse con un duelo de habilidad entre dos de sus respectivos campeones, Bala de Cañón y Tobera; y sólo la intervención final de Sebastian Shaw y la Reina Blanca convierte ese enfrentamiento en un verdadero combate.

Este arco argumental supuso el cierre de una época. La editora responsable del título, Louise Jones, fue sustituida por la más inquieta y rompedora Ann Nocenti. Lo primero que hizo fue despedir a Sal Buscema, un autor que se había quedado anticuado para un título protagonizado por adolescentes y destinado a lectores adolescentes. Pudo ser un momento difícil para ambos, pero Nocenti tenía razón. Buscema conseguiría remontar su bajón en años posteriores pero en ese momento sus páginas resultaban aburridas; daban la impresión de haber sido realizadas por un dibujante sin motivación alguna que recurre a las mismas figuras y encuadres una y otra vez.

Y fue el sustituto de Buscema quien trajo consigo el mayor y más radical cambio de la colección: en el número 18 (agosto 84) llega Bill Sienkiewicz.

Sienkiewicz se había hecho un nombre en la industria a comienzos de los ochenta gracias a la notable y exitosa etapa que realizó junto al guionista Doug Moench en “El Caballero Luna”. Aunque comenzó imitando descaradamente el estilo de Neal Adams, su inquietud artística le hizo superar rápidamente sus influencias iniciales, desarrollando un estilo ecléctico, casi surrealista, que sofocó las reservas de los fans (muchos de los cuales consideraban a ese personaje como un mero “clon de Batman”) y se ganara no sólo el favor sino la rendida admiración de crítica y público.

A continuación y a la vista del excelente resultado en un número de “Uncanny X-Men” (el 159, julio 82) y el Anual 6 (1982) de la misma colección, Marvel le ofreció el puesto de dibujante regular de esa serie, pero lo rechazó debido a las presiones que tal puesto llevaba aparejadas. Además, ya había superado su “etapa-Adams” y no le interesaba volver a ella. Por otra parte, Sienkiewicz no
estaba contento ni con las limitaciones impuestas por una industria básicamente conservadora ni con las inherentes al formato del comic-book, cuyo pobre soporte impedía brillar a los autores. Tras una estancia de estudio en París, regresó a Estados Unidos decidido a introducir los estilos pictóricos modernos al comic book.

Un año después de que abandonara los X-Men, sus dibujos habían evolucionado de manera espectacular. De hecho, no había nada en el género de los superhéroes que se asemejara a su
personal forma de entender el dibujo; o, más bien, la pintura. Aunque otros dibujantes de comic book habían trabajado antes con pintura, pocos habían explorado técnicas avanzadas y mixtas, mezclando pinturas al óleo, acrílicas, collages, fotocopias, manchas aleatorias, integración de elementos sólidos en la página para pintar sobre ellos… Pero, a la postre, su contribución más importante a los comics fue su muy personal visión del dibujo, una en la que es más importante retratar las cosas no cómo son, sino cómo él las siente.

Desde luego, no había razón alguna para que este nuevo Sienkiewicz se sintiera atraído por una colección de trayectoria tan anodina hasta la fecha como “Los Nuevos Mutantes”. Pero Claremont insistió en que colaborara con él, exponiéndole las ideas que tenía para una saga que había guardado en la recámara al considerar que Sal Buscema no era el dibujante adecuado para la misma, una historia en la que los personajes escapaban del mundo real y en el que el artista gozaría de la libertad que deseara. Sienkiewicz aceptó.

A pesar de tratarse de un giro de 180 grados respecto al estilo naturalista con el que Bob
McLeod había inaugurado la serie, Jim Shooter no se mostró acobardado por la propuesta de Sienkiewicz sino todo lo contrario. Permitió a Ann Nocenti contratarlo como dibujante para “Los Nuevos Mutantes”, si bien sólo para un arco argumental de dos o tres números. Las ventas de la colección iban viento en popa, las extravagancias del artista no se prolongarían lo suficiente como para dañarlas y, a cambio, podría argumentar que también él sabía promover el comic adulto incluso en el marco de algo tan reconocidamente adolescente como el comic de superhéroes.

Inmediatamente, el impacto que produjo Sienkiewicz en la colección fue inmenso. Desarrolló un estilo artístico heterodoxo que fusionaba lo abstracto y lo naturalista, yuxtaponía las manchas de tinta con las líneas más finas y delicadas, exageraba la iluminación, utilizaba las sombras con fines dramáticos, jugaba con las composiciones de página y forzaba las perspectivas de las viñetas. El despliegue de semejante energía creativa inspiró a su vez a Claremont, que salió del letargo en el que había caído y empezó a escribir guiones que incorporaban osos místicos demoniacos, alienígenas tecnoorgánicos,
correrías en Asgard y aventuras en el interior de mentes esquizofrénicas. “Los Nuevos Mutantes” se convirtieron en algo único dentro del mundo del comic book.

La saga más recordada de la colaboración Claremont/Sienkiewicz fue precisamente la primera, “El Oso Místico”, que se desarrolló entre los números 18 y 20 (agosto-octubre 84). En ella, se cuenta cómo Dani Moonstar es acosada en sus sueños por un oso demoniaco que en realidad es la representación de un espíritu nativo norteamericano que asesinó a sus padres años atrás. Dani conjura a la salvaje criatura y casi muere a resultas del enfrentamiento. El arte de Sienkiewicz es perfecto para comunicar el terror y la brutalidad de la batalla. Nada más abrir el comic, el lector queda impactado por una impresionante splash-page en la que la realidad se confunde con el sueño mediante un efecto de mosaico; otra página-viñeta a destacar es aquella en la que el Oso se aparece a Espejismo, con sus gigantescas garras y pelaje negro y crespo dominando la viñeta sin bordes y amenazando con tragarse a la muchacha. Le siguen tres páginas de acción sin prácticamente palabras (muy impresionado se tuvo que sentir Claremont con ellas para reducir casi a cero su característica verbosidad) en las que el bosque
de fondo se ve reducido a simples rayitas y los paisajes nevados no son más que espacio negativo. El número se cierra con otra página-viñeta, esta mostrando a Espejismo, aparentemente muerta y empequeñecida por el gran árbol a cuyos pies está tendida.

Aunque la historia propiamente dicha de este número 18 no difiere tanto de lo que se había visto hasta el momento (de hecho, emplea tantas escenas en el desarrollo de personajes como en narrar el tema del Oso Místico), sí constituye el momento más importante de toda la colección, no sólo por la nueva orientación gráfica, sino por introducir elementos que luego tendrán una gran repercusión en el universo mutante, como por ejemplo traer a Rachel, un personaje que había aparecido en “Días del Futuro Pasado” dentro de “Uncanny X-Men”, hasta el tiempo presente (sus desventuras continuarían dentro de la serie del primer equipo mutante).

También se presenta a Warlock, un metamorfo alienígena, tecnoorgánico e hiperactivo que Claremont creó para aprovechar el inmenso talento gráfico de Sienkiewicz. De hecho, el diseño de Warlock fue quizá el más radical de la historia de los superhéroes, la pura personificación de la atracción que sentía Sienkiewicz por lo abstracto; un personaje de forma y consistencia indefinidas y que nunca tenía el mismo aspecto en dos viñetas consecutivas: su apariencia se transformaba a capricho del artista. Warlock fue uno de esos escasos ejemplos de personajes que sólo pudieron ser ilustrados con solvencia por sus creadores originales.

Warlock acabaría formando parte de Los Nuevos Mutantes, quienes, a su vez, le ayudarían a combatir a su malvado padre, Magus. Su entrada en el equipo marcó por sí sola un antes y después en la serie. Su peculiar forma de hablar –como su costumbre de referirse a sí mismo como “Mí”-, su inocencia e ingenuidad infantiles además de la forma que tenía Sienkiewicz de dibujarlo hicieron de él uno de los personajes favoritos de los aficionados sino el que más.

A destacar también la portada, la primera pintada de la serie. Aunque este tipo de técnicas son hoy bastante corrientes gracias a artistas como Alex Ross, fue Sienkiewicz quien rompió otro molde ya a mediados de los ochenta. Sus ilustraciones para las cubiertas son sencillamente magníficas.


(Continúa en la siguiente entrada)


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