4 ene 2022

1987- CASOS VIOLENTOS – Neil Gaiman y Dave McKean

Desde finales de los 80 del pasado siglo, Neil Gaiman y Dave McKean se han ganado un prestigio que excede con mucho el ámbito del comic. Gaiman es hoy uno de los principales escritores de género fantástico contemporáneos y el arte de McKean ha dado la vuelta al mundo, aunque su trabajo suele tener poco que ver con los comics. Tampoco ya el de Gaiman. De hecho, hay mucha gente que conoce a ambos creadores y no los comics que han realizado. Sin embargo, fue ahí, en las viñetas, donde los dos empezaron, juntos y con el título que ahora comento, “Casos Violentos”.

 

“Casos Violentos” vio la luz de una forma un tanto indirecta. A mediados de la mencionada década, Gaiman trabajaba como periodista y mientras intentaba meter cabeza en el mundo del comic, había publicado un libro de no ficción sobre el grupo musical Duran Duran. Por la misma época, McKean estaba finalizando sus estudios en la escuela de arte y se autoeditaba un libro titulado “Meanwhile”. Los dos respondieron a la llamada de un nuevo editor dispuesto a publicar a jóvenes creadores en una antología y allí se conocieron. Aquel proyecto jamás salió adelante, pero les sirvió a ambos para contactar con Paul Gravett, coeditor de “Escape Magazine”, en cuyas páginas se incubaban los talentos de gente como Paul Grist o Eddie Campbell.

 

Gravett reconoció inmediatamente la valía del dúo y les ofreció la oportunidad de colaborar en la revista con una historia de cinco páginas. Ellos le propusieron en cambio una novela gráfica de cuarenta y cuatro que había sido originalmente concebida por Gaiman como una historia en prosa para el Taller de Escritores de Ficción de Millford. En lugar de fruncir el ceño ante dos recién llegados con una ambición a priori poco razonable y decirles que se buscaran otro paraguas, Gravett accedió a sus pretensiones, publicó el álbum y lanzó así la carrera de quienes pronto iban a convertirse en dos de los mejores creadores del país. Inmediatamente, ambos dieron el salto al mercado americano, con mucha mayor proyección y en donde, en un corto periodo de tiempo, aparecerían “Orquídea Negra”, “Arkham Asylum” y “Sandman”.

 

“Casos Violentos explora varios de los temas que luego se convertirían en nucleares de la obra de Gaiman: la infancia; la narración de historias; la magia de las cosas nebulosamente recordadas; el peligro que subyace bajo la capa de monotonía de nuestras vidas; y uno de sus favoritos: a veces los padres pueden ser horribles (ver también “Sandman”, “American Gods”, “Coraline”…). Sin embargo, en esta obra de debut puede percibirse un mayor sesgo violento que en el resto de sus títulos de comic o literarios. Casi todos sus libros transmiten una especie de terror de baja frecuencia pero continuo. “Sandman” y “Neverwhere” incluían pasajes verdaderamente crueles e incluso sus libros infantiles tienen un inquietante elemento de oscuridad. Ahora bien, todos ellos son fantasías, ficciones que no dejan duda sobre su auténtica naturaleza. Por el contrario, “Casos Violentos” se presenta como un recuerdo y la violencia implícita que acecha en sus páginas es más real, su impacto más profundo.

 

Las primeras palabras de la novela gráfica son “No quisiera que pensarais que fui un niño maltratado”, y son pronunciadas por un Neil Gaiman que mira de frente al lector, sentado cómodamente, pero con sus ojos ocultos tras unas gafas de sol (es poco probable que los lectores de 1987 pudieran reconocer la imagen de Gaiman, pero es él sin ninguna duda). Ese comienzo coloca inmediatamente en nuestras cabezas la idea de que se nos va a ofrecer un pasaje biográfico compuesto, como dice el autor, de “hechos verdaderos”. Poco después, el narrador admite que la memoria –y, con ella, él mismo- son poco fiables. ¿Resultado? La relación entre lo que se nos cuenta y la realidad nunca termina de estar del todo clara, quedando en algún lugar entre la verdad y la ficción y siendo el lector quien deba decidir qué son distorsiones, imaginaciones o hechos. 

 

Siendo un niño, el padre del narrador le disloca un brazo. Podría ser un accidente, pero las palabras vienen acompañadas, como de pasada, por el plano de una botella de licor, sugiriendo un problema de bebida en el adulto. El caso es que el niño es llevado a un osteópata que en el pasado trabajó para el gangster Al Capone y que desde el final de la Segunda Guerra Mundial vive en Portsmouth, en el sur de Inglaterra. La historia alterna los recuerdos que el anciano especialista transmite al niño con los que éste atesora de su propia familia. La violencia está tan finamente imbricada en el texto y las imágenes que apenas se distingue. El propio título en inglés, “Violent Cases”, es ya un juego de palabras intraducible al español, ya que es una deformación de “violin cases”, “fundas de violín”, haciendo referencia a la forma que tenían los antiguos gangsters de esconder y transportar sus ametralladoras.

 

El cuento salta de la infancia a la madurez del narrador, quien funde lo real y lo imaginado y se corrige repetidamente a sí mismo, reconstruyendo pasajes poco definidos en su memoria, como el distinto aspecto que imprime en su recuerdo al osteópata. El resultado es que el lector queda abandonado en un limbo en el que todo es difuso excepto una desasosegante certeza: retira la fina capa de cotidianidad y encontrarás algo horrible.

 

No todo son aciertos en este comic. Uno de sus puntos débiles es que Gaiman, adaptando el mencionado relato en prosa, hace pocas concesiones a un formato muy visual como es el del comic. Así, los diálogos quedan casi siempre encapsulados en cuadros de texto distribuidos por la viñeta, igual que las observaciones y descripciones. La sensación es la de estar leyendo un libro ilustrado más que un comic. Aunque como trabajo de debut es sobresaliente, treinta y cinco años después, “Casos Violentos” exhibe cierta sensación de deslavazamiento y distanciamiento emocional ocultos tras una fachada experimental.

 

Y en ese carácter experimental es crucial el trabajo de Dave Mckean. Recurriendo a una amplia variedad de técnicas gráficas y estilos, el artista sumerge al lector en un viaje hacia las estancias más antiguas de una memoria ajena. Los recuerdos infantiles del narrador se presentan en perspectivas forzadas, remedando el punto de vista de un niño de corta estatura. Por la misma razón, las dimensiones y la perspectiva se deforman y la imagen es borrosa y esquemática. Los momentos más reales y los recuerdos más fáciles de evocar tienen una línea más clara y una textura con mayor sustancia. McKean flota entre el realismo y el expresionismo, eligiendo la técnica y estilo que mejor se adecúa a cada escena. Además de ser uno de los dibujantes e ilustradores con mayor talento del mundo, es también un hábil pianista de jazz, trasladando la improvisación propia de ese estilo musical a su arte gráfico, dejándose llevar por la melodía narrativa que apunta Gaiman con sus ideas y palabras. Es cierto que su estilo es deudor de lo que por entonces estaba haciendo el norteamericano Bill Sienkiewicz, pero la narrativa e imaginería es ya toda suya. Además, conviene recordar que muy pocos artistas de comic en esos años podían siquiera acercarse a la complejidad estética y conceptual de Sienkiewicz. McKean fue uno de ellos.

 

“Casos Violentos”, no es, como su título podría dar a entender, un thriller, sino una historia íntima sobre un hombre adulto que arrastra recuerdos de niñez confusos y dolorosos de los que, en el fondo, querría librarse. Un álbum extraño e hipnótico al mismo tiempo, sofisticado, experimental y que ofrece una experiencia lectora poco común. Con él, no sólo Gaiman y McKean encarrilaron sus respectivas carreras, sino que, como hizo notar Alan Moore en su momento, demostraron que el comic había alcanzado la madurez.

 

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