En 1996 y durante dos meses, Batman y sus aliados se vieron inmersos en un crossover de doce episodios titulado “Contagio”, en el que, en sus respectivas colecciones, hubieron de luchar contra una cepa especialmente letal del Ébola liberada por los adversarios de Azrael en Gotham. El universo del Caballero Oscuro se amplió ese año con otras dos colecciones: “Nightwing” y “Aves de Presa”. Apareció la primera miniserie de “Batman: Black and White”, una antología con autores de primera línea. Y, por último pero no menos importante, a finales de año se publicó el primero de los trece episodios de la miniserie “Batman: El Largo Halloween”, cortesía del guionista Jeph Loeb y el dibujante Tim Sale.
Durante tres años, ambos habían estado colaborando en los
Especiales de Halloween de la colección “Legends of the Dark Knight”.
Inicialmente, Loeb no tenía previsto hacer un comic de Batman para 1996, pero
cambió de opinión cuando el editor Archie Goodwin le animó a escribir una
historia al estilo de las antiguas películas de gangsters y que continuara el
ya legendario trabajo de Miller y Mazzuchelli en “Año Uno” (1987). Loeb y Sale
discutieron la idea y se les ocurrió plantear un caso detectivesco que
mantuviera ocupado a Batman durante todo un año, empezando y acabando en la
festividad de Halloween.
Aunque en cuanto a la cronología interna sí podemos afirmar que “El Largo Halloween” es una secuela de “Año Uno”, narrativa y estéticamente son dos obras muy diferentes. La primera sería el equivalente al asalto de un florete virtuoso; la segunda, un devastador mandoble de sable. Pero en último término, el comic de Loeb y Sale tiene personalidad propia y fue capaz de prolongar lo narrado por sus ilustres predecesores sin caer en la tentación de imitarlos.
La acción transcurre en los primeros días de Batman como
superhéroe de Gotham, no mucho después de los eventos narrados en “Año Uno”. Un
asesino en serie, apodado “Festivo” porque siempre actúa en uno de esos días
cada mes, se ceba con los miembros de la familia mafiosa dirigida por Carmine
Falcone (personaje creado por Frank Miller para “Año Uno”), líder del mundo
criminal de Gotham. Cada capítulo tiene lugar en un día de fiesta diferente
(Halloween, Navidad, Año Nuevo, el Día de Acción de Gracias, San Valentín,
etc), momento en el que se produce un nuevo asesinato en el círculo de la
familia Falcone. A menudo y por diversas razones, intervienen versiones
modificadas de algún villano clásico de Batman (Catwoman, Solomon Grundy, el
Joker, Hiedra Venenos, Acertijo, el Espantapájaros). Tres luchadores por la
justicia en Gotham unirán fuerzas para solucionar el enigma: Jim Gordon por
parte de la policía, Harvey Dent representando al ámbito judicial y Batman como
agente al margen del sistema.
“El Largo Halloween” es una historia de Batman
razonablemente eficaz, quizá de las más interesantes que salieron de este
personaje en los 90 del pasado siglo. Es entretenida, sí. Y, sobre todo, está
muy bien ilustrada. Pero siendo sinceros, el guion no es extraordinario. Que se
lo considere uno de los comics imprescindibles no ya de Batman sino incluso del
género de superhéroes en esa década, nos puede dar una idea de la poca
exigencia que tiene el fandom. La trama principal es un misterio bastante
mediocre que Batman se muestra incapaz de resolver y que se alarga trece
episodios gracias al relleno de historias y subtramas menores que, en su
mayoría, no van a ninguna parte. De hecho, al término de la serie, la auténtica
identidad de Festivo sigue siendo un misterio, no decidiéndose el guion por
ninguno de los tres principales sospechosos: Alberto (el hijo del padrino Falcone), el
fiscal Harvey Dent y la esposa de éste, Gilda.
La opción más lógica es que Alberto Falcone fue quien cometiera todos los asesinatos y que la confesión de Gilda fuera falsa. Incluso aunque Dos Caras afirma que hubo dos asesinos y el Hombre Calendario alterna el género de los pronombres que utiliza para referirse al responsable de los crímenes, semejante hipótesis no tiene lógica. Si Alberto no cometió los primeros asesinatos, ¿por qué de repente asumió la identidad de Festivo?
Loeb y Sale nunca desvelaron sus auténticas intenciones al
respecto. Según dijeron, porque preferían dejarlo a la libre interpretación de
cada lector. Pero también podría ser que a lo largo de trece meses hubieran ido
sembrando tantas pistas falsas para mantener vivo el misterio y alargar la
historia que revelar la verdad hubiera hecho necesario explicar todos esos
cabos sueltos. Por ejemplo, aunque asumiéramos como cierta la hipótesis del
asesino doble Gilda-Alberto, ¿cómo se explica que el pelo de Harvey Dent
estuviera mojado en Nochevieja a pesar de llevar sombrero?
Toda la miniserie sigue esa pauta, dejando caer un enredo de pistas, a veces incoherentes unas con otras, que no se explican al final y cuyo propósito es despistar al lector. En este sentido, “El Largo Halloween” no es honesto con el lector. En una buena historia de misterio, no sólo no deben ocultarse los hechos importantes, tampoco deben distorsionarse dando falso énfasis a otros eventos. Los hechos poco relevantes no deben presentarse como fundamentales. Naturalmente, que la verdad permanezca oculta hasta el final forma parte del encanto del género detectivesco, pero el autor debe mantener el camino lógico despejado para que la mente del lector pueda seguirlo e incluso llegar a la conclusión correcta antes que el protagonista.
Loeb y Sale, por el contrario, dan la impresión de que o
bien no tenían idea de quién era Festivo cuando empezaron el guion; o bien
cambiaron de opinión una vez avanzado el mismo; o bien, al darse cuenta de que
los lectores estaban adivinando sus intenciones, decidieron engañarlos con unos
cuantos giros falsos. Cada asesinato no contribuye más que a confundir la
situación porque no aporta pistas nuevas sobre la identidad de Festivo. Y
cuando alguien lo descubre, como el Acertijo, decide muy convenientemente guardárselo
para sí.
Podría perdonársele el engaño a Loeb si la solución final
fuera algo espectacular u ofreciera esa sensación de inevitabilidad, que cuando
la identidad del asesino saliera a la luz el lector se golpeara la frente y
exclamara “¡Claro! ¡Ahora lo veo! ¡Era tan obvio!”. Pero tampoco es el caso. De
acuerdo, ese efecto dramático es difícil de conseguir, sobre todo si te has
concentrado en ocultar al máximo número posible de lectores la identidad del
asesino. Y esa es la principal razón por la que “El Largo Halloween” falla en
su resolución final. Sí, queremos que el misterio se mantenga hasta la
conclusión, pero si para ello el autor sólo ha recurrido a pistas falsas y
giros inconsistentes, lo único que ha demostrado es que no sabe cómo narrar una
historia de misterio. Son recursos que mantienen al lector interesado, pero
cuando llega el desenlace, se da cuenta de que nada de todo eso importaba y que
la única forma de adivinar la identidad del asesino antes de la gran revelación
era precisamente así: adivinándolo, confiando en la suerte. Porque la única
pista que se ofrece es la identidad de cada víctima. Ya está. No hay mucho más
donde apoyarse.
Es cuestión de opiniones y gustos, claro, pero la mía es
que las historias de misterio funcionan mejor cuando la narración se concentra
en un solo personaje. En “El Largo Halloween”, siendo Batman quien narra la
historia en primera persona, también se incluyen muchas escenas en las que él
no participa y que no debería conocer. De acuerdo, no hay reglas inviolables y
ningún autor debería sentirse constreñido por lo que siempre se ha hecho o lo
que normalmente está aceptado como correcto. Pero es que esta forma de plantear
la narración se antoja aquí perezosa, cómoda. Una cosa es combinar el punto de
vista en primera persona y omnisciente de cara a conseguir un efecto concreto,
pero no es eso lo que Loeb hace aquí. Lo que quiere es poder insertar los
dramáticos y contundentes textos en primera persona de Batman sin renunciar a
mostrar cualquier otra cosa que le parezca conveniente.
Las historias de detectives funcionan mejor cuando están
escritas en primera persona. Tiene sentido, porque el investigador es el
personaje principal y con quien el autor quiere que los lectores simpaticen.
Para ayudarles a sumergirse en el misterio, lo ideal es poder leer su mente,
compartir lo que él va descubriendo, sentirse parte integral de la solución al
enigma. Pero mostrar escenas que el detective no presencia, rompe esa ilusión,
esa conexión. Es cierto que “El Largo Halloween” es algo más que una mera
historia de detectives (porque se cuenta el origen de Dos Caras, el declive de
la mafia de Gotham, las dudas de Gordon, el retrato de Gotham como una ciudad
hostil y peligrosa…) pero el motor de su trama, su corazón, sí es un misterio.
Lo central de cada episodio es un asesinato; y la identidad y motivos del
responsable es lo que hace avanzar la historia y mantener el interés. La forma
en que Loeb lo escribe, abandonando cuando le conviene el punto de vista del
detective, le priva del poder de esa herramienta tan útil de que dispone el
género de misterio.
Lo que nos lleva a preguntarnos el por qué Batman narra ciertas escenas. ¿Es necesario? Sí, obtenemos de esa forma información sobre hechos y personajes y cierta mirada a sus pensamientos, pero… ¿Es verdaderamente esencial? Si reescribieramos esos cuadros de texto en tercera persona, ¿sería ello un cambio que daría un giro radical al enfoque del comic? En mi opinión no, sobre todo porque, y sobre eso volveré más adelante, esos textos nada nuevo nos dicen sobre Batman o su evolución como personaje.
Más allá de la voz narrativa, la historia está construida
de una forma poco verosímil. La idea de un asesino en serie que sólo actúa en
festivos es buena, pero como cada número coincide con uno de esos crímenes, la
trama se detiene y reinicia con semanas de diferencia. Esto no sería un
problema si Loeb se las hubiera arreglado para que siguieran pasando cosas
fuera de plano, pero no es así. Cuando Harvey Dent y Gordon empiezan a
sospechar en Año Nuevo que Bruce Wayne podría estar conectado con los Falcone, parecen
dispuestos a echarle el guante cuanto antes… pero no lo hacen hasta el
siguiente festivo, San Valentín. ¿De verdad esperan un mes y medio para
interrogarle?
En el lado positivo de este planteamiento podemos destacar que Loeb pueda rellenar los episodios con pequeñas subtramas autónomas que encajan en la principal. Es cierto que fuerza las cosas para que se produzca un desfile de villanos clásicos con los que deleitar a los fans de Batman. Éstos no son sino una distracción, un condimento que aporta poca sustancia -aunque sí variedad y atmósfera- a lo que verdaderamente importa: la ola de asesinatos cometidos por Festivo). Básicamente, Loeb los presenta, los hace interactuar con Batman uno o dos números antes de ser vencidos y luego desaparecen del mapa.
Su papel quiere justificarse porque “El Largo Halloween”,
como ya he apuntado, quiere ser algo más que la historia de unos asesinatos,
narrando la crónica de cómo Gotham cambió la corrupción y la mafia por los
villanos grotescos. Pero tampoco este objetivo se cumple. Al fin al y cabo, ya
desde el principio vemos a Batman y Catwoman. El único villano al que se
enfrenta Batman por primera vez es Dos Caras. Todos los demás parecen ser ya
viejos conocidos. Así que, aparte de algún comentario sobre Falcone contratando
“rarezas”, éstas ya estaban en Gotham desde el principio.
Por otra parte, Loeb no consigue transmitir la sensación de
que Gotham esté verdaderamente controlada por Falcone. Quizá, dado que de algún
modo “El Largo Halloween” se presentó como una secuela no oficial de “Año Uno”,
pensó que no era necesario volver a establecer tal premisa. Pero en cualquier
caso aquí vemos a la principal familia mafiosa de la ciudad muy poco
involucrada en actividades criminales, haciendo que la obsesión que impulsa al
trío Gordon-Dent-Batman carezca de contexto. Además, tratándose de unos hechos
que vienen inmediatamente a continuación de lo narrado en “Año Uno”, hay
aspectos que no resultan coherentes. Por ejemplo, Selina Kyle ha pasado sin
solución de continuidad de ser prostituta de barrios bajos a dama que invitan a
fiestas de alto copete; en “Año Uno”, Gotham era una ciudad podrida de
corrupción policial y apaños entre los oficiales de la ley y la familia
Falcone, pero ahora no se ven indicios ni consecuencias de ello…
La miniserie hace un especial hincapié en el vínculo que se
establece entre Batman, Dent y el Comisario Gordon, una alianza que se agrieta
cuando Dent da muestras de fanatismo en su lucha contra el crimen y salta
definitivamente en pedazos tras sufrir éste un atentado que lo transforma en el
demente Dos Caras. La inspiración de Loeb para narrar esta disolución de un
grupo inicialmente muy unido la tomó de un documental televisivo sobre la
historia de los Beatles y su ruptura en 1970. El arco de Harvey Dent, su
transformación en supercriminal, es uno de los puntos sobre los que nadie
parece tener quejas y, efectivamente, a primera vista, es una evolución que
parece coherente y que, aún sabiendo cómo va a terminar, conserva todo su
impacto emocional. Sin embargo, también aquí se le pueden poner pegas al
guionista.
En primer lugar, la amistad entre Jim Gordon y Harvey Dent se menciona, se apunta, les vemos trabajar juntos, casi parece que socialicen fuera de la oficina… pero no hay realmente ninguna escena que nos muestre a las claras que ambos son verdaderos amigos. Desempeñar una labor profesional codo con codo no es lo mismo que mantener una relación de amistad, aunque los dos sean adictos al trabajo. Después, está la relación entre Dent y Batman, que es casi opuesta a la que el primero mantiene con el segundo. En cualquier caso, los tres forjan una alianza para derribar el trono de los Falcone, un acuerdo que funciona al comienzo, pero que no tarda en desintegrarse. Pero es que, además, ninguno parece llevar a cabo una investigación de verdad: no hay pistas que cribar, no hay coartadas que verificar, indicios que perseguir… A mitad de la miniserie los personajes recapitulan lo que saben y es entonces cuando nos damos cuenta de que apenas han progresado desde el primer episodio.
También está la relación entre Harvey Dent y Gilda, que es
la típica del marido adicto al trabajo y la esposa que se siente sola, aunque
con sutiles señales que apuntan a que hay algo en ella que no funciona del todo
bien. El problema con esta subtrama es el mismo que afecta a muchas otras en
este comic: no se profundiza en ella. Loeb picotea de aquí para allá sin
edificar nada en el proceso. Hay tantas cosas que quiere exprimir que no queda
espacio más que para breves escenas.
Por ejemplo, el Acertijo aparece en el séptimo episodio y
es testigo de algo que le aterroriza. Luego desaparece y nada se dice de él
hasta que, en el decimoprimero, Batman, de repente, decide que el villano tiene
información relevante, lo rastrea hasta un bar y mantiene una conversación de
una sola página con él. Si el Acertijo era tan importante, ¿por qué no buscarlo
antes? ¿Por qué esperar cuatro capítulos –en la historia, cuatro meses- antes
de que el mayor detective del mundo decida seguir la pista? Aún peor, el
Acertijo no ofrece nada demasiado mollar a excepción de una críptica frase que
Loeb quiere vender como una pista. O el caso de Hidra Venenosa: se apodera de
la voluntad de Bruce Wayne durante todo un mes, obligándole a hacer cosas
claramente en contra de lo que había sido el comportamiento habitual del
personaje. ¿Dónde estaba Alfred todo este tiempo? ¿No sospechó nada? Y aún
peor, ¿descubre la villana que Wayne es Batman? Si no es así, ¿cómo esn ello
posible?
Hay otra secuencia –irrelevante para la trama principal- en la que Falcone contrata a unos supervillanos para irrumpir en un banco y Batman deduce instantáneamente que es el gangster quien está detrás del asunto. ¿Por qué? Otro ejemplo de torpeza en el guion es la subtrama en la que Harvey Dent sospecha que Bruce Wayne y los Falcone están conectados de alguna manera. Pues bien, sin pruebas sólidas que permitan encausar a alguien tan influyente –y, suponemos, bien defendido legalmente- como Wayne, consigue encarcelarlo y someterlo a juicio sin explicar con que cárgos. Lo único a lo que hace referencia Dent durante el proceso es un supuesto delito de encubrimiento que cometió el padre de Wayne. Esta es una prueba de que los guionistas de comic han sido tradicionalmente ineptos a la hora de comprender cómo funciona el sistema legal. El propio Loeb se debió dar cuenta de ello y de que aquella dirección no le llevaba a ninguna parte, porque abandona el asunto silenciosamente y sin más explicaciones.
Llama asimismo la atención la nula evolución que
experimenta Batman en los trece o catorce meses que abarca esta historia.
Transcurriendo “El Largo Halloween” poco después de “Año Uno”, todavía es nuevo
en su tarea de vigilante pero no vemos detalles que indiquen tal cosa. Todo lo
contrario, parece el viejo Batman de siempre, sin errores de novato y confiado
en sus capacidades. Y tampoco se añade nada verdaderamente nuevo -un elemento,
un personaje, un giro- que le aporte algo como personaje y le de profundidad a
su arquetípica fachada de justiciero malencarado y siniestro. A pesar de que,
como he dicho, parte de la historia viene narrada por él, su interior sigue
consistiendo en la misma recopilación de piezas ya sabidas: cree en Gotham, en
Harvey Dent, le acosan los recuerdos de sus padres… Todo muy superficial.
Igualmente, la caracterización de Jim Gordon y los mafiosos es muy escasa (las motivaciones de Maroni en particular son inconsistentes). Sí resulta refrescante la versión que Loeb y Sale nos ofrecen de Catwoman como una villana más juguetona y descarada de lo usual, pero incluso en su caso las motivaciones están mal trabajadas. Batman le pregunta varias veces por qué actúa como lo hace o de qué bando está y ella se limita a responder invariablemente con alguna frase ambigua.
Lo que nos deja a Harvey Dent, cuyo origen se nos vuelve a
contar aquí. Tampoco este personaje está particularmente bien perfilado. Se
supone que es alguien obsesionado con terminar con el crimen cueste lo que
cueste, pero no se nos dice por qué o qué le impulsa a ello. Ni siquiera es
consistente (en una escena, un ayudante se le acerca con información y Harvey
lo despacha bruscamente diciendo que puede esperar hasta el día siguiente; una
reacción que no es coherente con un hombre
volcado totalmente en una misión). Sólo unos pocos años antes, Andrew Helfer
reformuló el origen de Dos Caras en el “Batman Annual” nº 14, una historia más
inteligente y con personajes mejor caracterizados a pesar de contar con muchas
menos páginas.
El éxito sostenido que “El Largo Halloween” ha tenido desde que apareció por primera vez sin duda le debe mucho a Tim Sale. Hay que decir que su forma de representar superhéroes no es la canónica y que no tiene reparos en saltarse las normas del dibujo naturalista, permitiendo que su moderada inclinación a la caricatura dote de mayor vividez y expresión a aquéllos. Su Batman, por ejemplo, es un gigantón hinchado de músculos irreales y con una capa que se extiende y se mueve de formas imposibles. Sobre todo en lo que se refiere al héroe titular, Sale sacrifica realismo a favor de atmósfera.
Por lo demás, sabe perfectamente cómo trasladar a las
viñetas las palabras de Loeb. Sus montajes y composiciones de página, su trazo
nervioso y barroco, el absoluto dominio del blanco y negro para crear
atmósferas y resaltar emociones utilizando sólo las mínimas líneas necesarias,
su fino sentido del espacio y el tiempo a la hora de plantear viñetas, escenas
y secuencias… hacen de este comic una obra distinta, personal, que sin tener un
dibujo estrictamente naturalista sí nos transmite realismo.
Quizá la única pega que se le pueda poner es su tendencia a
abusar de las páginas-viñeta, simples o dobles, de impecable composición, a
veces muy bellas y sugerentes pero otras veces innecesarias o incluso
desaconsejadas habida cuenta de que el fuerte de Sale no es la anatomía
realista de los cuerpos ni las escenas extravagantes de acción. La abundancia
de ese recurso junto a la tendencia minimalista de Loeb hacen de “El Largo
Halloween” un tebeo que se lee más rápido de lo que quizá debiera.
“El Largo Halloween” es una miniserie que goza de un gran predicamento entre los fans de Batman, un comic que ayudó a cimentar el prestigio del equipo Loeb-Sale en la industria. Gracias a su mezcla de homenajes al cine negro y de gangsters, los toques psicológicos, la abundancia de villanos y su reformulación del origen de Dos Caras, la miniserie está considerada un clásico y, de hecho, no ha dejado de reeditarse en veinticinco años. Como ya he dicho anteriormente, me resulta un comic entretenido y muy bien dibujado; una lectura agradable. Lo cual no es óbice para que un análisis detallado revele los fallos expuestos en este artículo y que, en buena medida, sea un ejercicio de estilo sobre el contenido y la caracterización.
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