15 jun 2020

1988- ANIMAL MAN - Grant Morrison y Chas Truog (y 2)



(Viene de la entrada anterior)
 
El tema de los derechos animales pronto se margina más allá de ver a Buddy dejando clara su postura, haciéndose vegetariano y aleccionando a su hijo. Quizá DC pensó –no sin cierta razón- que un comic book no era el mejor lugar para hacer proselitismo y que lo más lejos que querían llegar era mostrar al héroe haciendo declaraciones al respecto. Pero incluso el propio Morrison parece menos interesado en profundizar en el aspecto político del problema. En su propia introducción al volumen recopilatorio de su etapa afirma que no deseaba hacer otro comic de superhéroes realista y oscuro.



Con todo y con eso, algo más adelante, en el número 15, Buddy se alía con Dane Dorrance, miembro de un viejo grupo de la DC, los Sea Devils, y la superheroina Delfín, para detener por la fuerza la carnicería de cetáceos que tiene lugar en las Islas Feroe cada año. Es un episodio tremendamente duro y explícito que dudo que gustara a los feroeses pero también y a esas alturas una excepción en la serie. Se nos apunta que Buddy ha estado ayudando a militantes de la causa animalista, pero se revela poco sobre ello hasta el número 17, cuando participa en la liberación de animales de experimentación de un laboratorio y un bombero que acude a sofocar el incendio que sus compinches han provocado, resulta herido. La puntilla le llega cuando queda en evidencia en una tertulia televisiva en la que interviene. Entonces, decide dar un paso atrás e incluso abandonar su identidad superheroica.

En esos números, Morrison explora otros aspectos relacionados con la inclusión del personaje en la división europea de la Liga de la Justicia (algo con lo que él no tuvo nada que ver), creando algunos momentos divertidos al explorar la faceta más mundana de una organización superheroica. Hay un momento en el que el Detective Marciano llega a decirle que lo quería en el grupo por su compromiso medioambiental, un argumento que no tiene mucho sentido si Animal Man está
efectivamente colaborando con grupos ecoterroristas, actividades que podrían poner en peligro la credibilidad del equipo. En fin, hubiera sido más interesante ver al protagonista jugando con fuego, militando al lado de esas organizaciones anti-sistema, que formando parte de un grupo que defiende el statu quo.

Es irónico que la decisión de Morrison de imbuir en Animal Man una sensibilidad política propia de nuestro mundo (los derechos sobre los animales) impresionara menos a los fans que el rumbo metafísico/metanarrativo que tomaría poco después la colección. Aunque este enfoque tiene su propio interés, no deja de resultar chocante que lectores y críticos pensaran que el comic era sofisticado y relevante por la deconstrucción que hacía del género en vez de por su integración en el mismo de problemas y polémicas del mundo real. ¿Es más importante jugar a derruir la base de un género que hablar y reflexionar sobre la vida de verdad? Desde luego, puede que sea más radical pero no está claro que sea más profundo o que de más lugar al debate.

Otra faceta que quizá hubiera resultado más interesante de ver fue la familiar. Antes de embarcar a Animal Man en historias verdaderamente extrañas, Morrison podría haberlo
integrado mejor en la dinámica de su propia familia, quizá una de sus ideas, ya lo he dicho, más originales y con mayor potencial. Por desgracia, no tardaría mucho en decantarse por hacer de Buddy el típico “niño grande” que se lanza de cabeza a recibir sus dosis de adrenalina superheroica dejando que sea su esposa la que verdaderamente se encargue de los problemas domésticos.

Después del número 5, la colección fue variando su rumbo de manera aparentemente errática. Hay un buen puñado de episodios autoconclusivos y Morrison tuvo que lidiar con el problema de integrar en su colección el gran evento DC del momento, “Invasión”, cuyas ramificaciones se extenderían durante varios episodios, haciendo la trama más confusa para quienes no conocieran aquél. Al menos, aprovechó los alienígenas invasores que tuvo que insertar para darle una explicación a los siempre inverosímiles poderes de Animal Man (básicamente, no absorbe los poderes directamente de la fauna circundante, sino de una especie de matriz de la vida salvaje, un “campo morfogenético” con el que consigue conectar merced a unas modificaciones que realizaron los extraterrestres en su organismo).

El propio Morrison admitió que tras los cuatro primeros números, agotó la nostalgia que le había empujado a recuperar el personaje. Al planteársele su conversión en serie regular, se dio cuenta de que no le gustaban los superhéroes con un enfoque tradicional, pero tampoco abordarlos bajo el prisma realista que otros autores estaban explorando por entonces. Así que decidió escoger una tercera vía mucho más arriesgada: “En lugar de intentar llevar los superhéroes al mundo real, voy a explorar cómo sería vivir en el extraño medio de los cómics, un lugar de colores brillantes y fondos ambiguos, donde la continuidad desplaza al espacio tiempo einsteiniano y donde se simplifican todas las motivaciones

Como resultado de tal iniciativa, la colección fue tornándose cada vez más extraña, encadenando personajes y acontecimientos misteriosos y aparentemente inconexos entre sí y con la trama principal pero que, al final, resultan estar efectivamente relacionados; una conexión que Buddy descubrirá traumáticamente en los últimos números de la etapa de Morrison. En el nº 19, regresa a casa y se encuentra a su familia salvajemente asesinada en el suelo de la cocina. Incapaz de asumir semejante tragedia y sumido en una depresión, abandona la Liga de la Justicia, cambia el traje y se embarca en la búsqueda de los responsables.

Tras obtener su venganza pero no la paz interior y con ayuda de una máquina del tiempo
diseñada por Rip Hunter, retrocede en la corriente temporal para encontrarse convertido en un fantasma que no puede interactuar con su familia; y termina en una especie de limbo de los personajes olvidados, donde encuentra un mono moribundo que está escribiendo en una máquina de escribir el guión del nº 25 de “Animal Man”. Tras un largo periplo (aunque el tiempo no existe en el limbo), en el nº 26 (agosto 90), llega a una casa, toca el timbre, se abre la puerta y le saluda su perseguida némesis: el propio Grant Morrison.

Ya en números anteriores, el guionista había jugado con la cuarta pared -la barrera imaginaria que separa al lector de los personajes de ficción-, pero no haciendo que Animal Man hable con el lector o el autor –un recurso discutible y desde luego nada nuevo- sino rompiéndola literalmente: Buddy sale de la rejilla de viñetas sin saber lo que esta pasando ni hacia dónde va, y utilizando los límites de una de ellas para aplastar a su adversario; o unos alienígenas acaban con un villano borrándolo paulatinamente… Pero sobre todo, utilizó este truco para fundir en el último número los tres pilares de cualquier ficción: el personaje, el autor y el lector.

Según sus propias declaraciones, la inspiración para este enfoque metatextual del comic book, en el que un personaje toma, gradual o súbitamente, conciencia de su auténtica naturaleza, le vino de una aventura de Flash de los años sesenta (nº 179, 1968) en la que el superhéroe velocista utilizaba su cinta transportadora cósmica para viajar a Tierra Prime (la nuestra) y encontrarse con el editor Julius Schwartz en su oficina. La idea era buena, pero ni se llegó a explorar hasta sus últimas consecuencias ni se mezcló con referencias literarias y/o cinematográficas.

Morrison profundizó en la metatextualidad e hizo de este un comic que era consciente de serlo: algunos –no todos- de sus personajes averiguan que forman parte de un mundo de ficción creado por un demiurgo. No es esta una aproximación nueva y hay precedentes en la literatura y el comic, pero Morrison se atrevió a llevarla al contexto de una gran editorial que pocos años antes había aniquilado universos enteros de sus personajes en “Crisis en Tierras Infinitas” para pulir su continuidad. Es más, escogio a un personaje que era parte de esa misma continuidad, que se relacionaba con Superman o el Detective Marciano.

No estamos hablando aquí de un editor independiente o un personaje relegado a una esquina
del Universo DC desde el que no pueda interactuar con los personajes principales. Y, por si fuera poco, Morrison le dio tanto peso a la metanarración que toda su etapa se tambaleaba al borde del absurdo. Sorprendentemente, no sólo no lo despidieron sino que las ventas fueron inesperadamente buenas y los críticos alabaron la colección como uno de los títulos más innovadores, vanguardistas e iconoclastas de los ochenta. No menos sorprendido debió de quedar Morrison, que admite que no sabía muy bien lo que estaba haciendo: “Estaba convencido de que lo que estaba escribiendo era un galimatías ilegible que pondría el último clavo en el ataúd de mi incipiente carrera como guionista de comics americanos de superhéroes. El éxito y la popularidad de la historia me pillaron totalmente por sorpresa y me animaron a seguir produciendo galimatías totalmente ilegibles que, desde entonces, se han convertido en mi sello personal”.

En ese último número, articulado como una larga conversación, Morrison se integra como personaje e interactúa con el protagonista nominal, reflexionando sobre por qué les pedimos a los autores que imaginen tragedias para entretenernos y cómo ello provoca sufrimiento en los personajes de ficción, que son también reales en tanto en cuanto
podemos percibirlos y darles vida con nuestra imaginación; también sobre el libre albedrío y el concepto de realidad. Cuando Animal Man le reprocha que matara a su familia, Morrison le replica diciendo que también murió su gato y que no podía quejarse por ello. Le dice que había planeado esa reunión años atrás, esperando tener algo profundo que decir pero que, llegado el momento, no se le ocurre nada así que se saca de la manga un par de villanos ridículos con el que el héroe se pueda pegar mientras él se dedica a dar las gracias a todos los que le ayudaron a hacer de ese comic un éxito. Al final, Morrison concede a Animal Man su deseo de traer a su familia de vuelta ya que, llegado ese punto rayano en el surrealismo y el ridículo, no puede seguir invocando el deseo de realismo para justificar su muerte.

Un final, por tanto, absolutamente inaudito para un comic de superhéroes hasta el momento. Como dijo el propio Morrison, se fue de la colección con un "gemido”, sin épica ni acción alguna.

Lo cierto es que la serie bien podría haber terminado en ese punto. Morrison podría haber seguido adelante pero, con sus ideas agotadas y estirado al máximo su experimento metatextual, ello hubiera significado repetirse o encasillarse. Así que
optó por marcharse, eso sí, dejándolo todo preparado para que quien lo sustituyera pudiera obviar sus extravagancias y ajustarse a los parámetros de un comic de superhéroes más convencional. Otra cosa sería que quien cogiera el testigo pudiera estar a la altura de su predecesor en cuanto a originalidad y valentía. El elegido fue Peter Milligan, otro británico que, heredando a Chas Truog como dibujante, siguió en la línea de experimentaciones formales de Morrison hasta que seis números después le sucedió Tom Veitch acompañado del dibujante Steve Dillon. En el nº 52 entró como guionista otro inglés, Jamie Delano, que introdujo el terror sobrenatural en la serie aparcando los ramalazos superheroicos. Pero de esta interesante etapa hablaremos en otra entrada.

Volviendo a Morrison, tengo la sensación de que en su etapa en “Animal Man” –y creo que es algo que en mayor o menor medida le ha sucedido desde entonces en otras muchas de sus obras- forzó la máquina para ofrecer un producto muy creativo que jugara y derruyera las convenciones para evitar los tópicos y la previsibilidad. Algo que, en principio y como no podía ser de otra manera, es digno de elogio.

El problema reside, primero, en que no cuenta con un dibujante a la altura de sus ideas. Y, segundo, que en muchas ocasiones la forma acaba sobreponiéndose al contenido. Se ha dicho muchas veces que Alan Moore y muchos de los que siguieron su estela tienden a ser muy cerebrales, escribiendo a menudo comics que son más ejercicios formales y de abstracción que dramas humanos, obsesionándose con el formato, mecanismos y convenciones del comic book en lugar de tomarlos como sencillas herramientas con las que contar una historia. Ahí tenemos, por ejemplo, “El Evangelio del Coyote”. Es una historia sorprendente, novedosa, sí… pero, más allá del juego metatextual y la imaginería religiosa, ¿cuál es exactamente su mensaje? ¿Una reflexión sobre la violencia en los medios de comunicación de masas? ¿La crueldad que ejercemos contra los animales incluso en las ficciones infantiles? No está muy claro.

En “La Muerte de la Máscara Roja” (nº 7), que es básicamente una sola escena alargada 23 páginas, Animal Man se encuentra con el envejecido, desengañado y olvidado supervillano del título (de nueva creación). Se supone que su mezcla de extravagancia, humor negro y melancolía debe ser agridulce y conmovedora… pero no lo consigue, sobre todo porque Morrison no llega a perfilar un personaje que pueda inspirarnos tales sentimientos. En el nº 6, un enlace con el evento
“Invasión”, Animal Man se enfrenta con unos soldados thanagarianos entre los que se milita una especie de guerrero-artista cuya bomba aniquiladora es también, para él, su obra de arte definitiva. Es un concepto muy interesante, pero, de nuevo, carece del alma necesaria para pasar de nuestro cerebro a nuestro corazón. Lo mismo ocurre con el físico James Highwater, que entra en la trama principal en el nº 18, acompaña al héroe en su viaje lisérgico que desembocará en sendas epifanías para ambos, y sale de la historia con la misma facilidad y sin que haya dejado una gran huella en el lector.

Entiéndaseme bien. “Animal Man” fue en su momento un comic original y atrevido y todavía hoy y en una primera lectura es fácil quedar atrapado por su aura de sofisticación y aparente profundidad. Pero más allá de las sorpresas que ofrece, los giros argumentales y las extravagancias conceptuales y formales, cabe preguntarse si hay verdadera sustancia en esa irrefrenable cascada de ideas y obtusos textos llenos de palabras complicadas. En cualquier caso y aunque la respuesta sea negativa, sigue siendo un tebeo harto recomendable que no se parecía en nada a lo que por entonces se publicaba en el género y que hoy ha aguantado bien el peso de los años.

Uno de los principales problemas de esta etapa –por no decir el mayor- es el dibujo de Chas Truog, cuya torpe labor hizo que este comic bien pudiera calificarse como “de guionista”. Tras rebosar expectativas gracias a las maravillosas portadas de Brian Bolland –que sin duda animaron a muchos a escoger este comic por delante de otros-, el lector abría el tebeo para toparse con un dibujante mediocre en casi todos los sentidos.

Es cierto que, con el pasar de los números, fue mejorando algo y que en los últimos episodios el entintado de Mark Farmer le daba una factura más sólida, pero nunca llegó a pasar de la segunda división y a día de hoy su arte ha envejecido mal. No elaboraba bien ni sus figuras ni sus fondos, descuidaba el sombreado y la terminación necesarios para dar consistencia y matices, el color era plano… Lo único que podría reconocérsele es que sus páginas tenían cierto aire a lo Edad de Bronce en el sentido de que no aspiraba en absoluto a epatar al lector (entre otras cosas porque no tenía talento suficiente). En lugar de llenar las planchas con las grotescas exageraciones anatómicas que se llevaban por entonces, la profusión de líneas sin sentido y el abuso de viñetas-página, se centra en contar la historia de la forma más llana posible.

“Animal Man” fue la carta de presentación de Grant Morrison, uno de los creadores más
importantes del mundo del comic, para la mayor parte de los aficionados no ingleses; su originalidad y éxito –junto al de “Arkham Asylum”- le permitió asentarse con firmeza en la industria norteamericana. Cuando aún no había terminado su etapa en “Animal Man”, DC siguió apostando por él, otorgándole la misma e inusual libertad para que continuara desarrollando sus excentricidades en “La Patrulla Condenada” (1989). Como sus compatriotas y colegas generacionales Alan Moore, Jamie Delano, Neil Gaiman o Peter Milligan, Morrison supo ver más allá de la superficie de un montón de personajes desahuciados por la editorial e hizo de estos veintiséis números de “Animal Man” una obra de referencia en el género.

Para quien todavía no la conozca pero esté dispuesto a probar algo diferente, recomiendo no dejarse engañar por su dibujo caduco y poco conseguido en relación a las llamativas y pulidas páginas de los tebeos americanos de hoy. A pesar de sus tres décadas de vida, sigue ofreciendo más originalidad, osadía y calidad que la mayor parte de los tebeos de superhéroes que salen cada mes en nuestros días. Es más, muchos de los comics norteamericanos considerados adultos han sido posibles y son el resultado directo de los riesgos que asumió Morrison –y DC que le prestó su apoyo- en estos números.


2 comentarios:

  1. Buena crítica. Animal Man es uno de mis cómics de la época favoritos y (¡sacrilegio!) Una de las pocas colecciones que llegué a encuadernar. Estoy totalmente de acuerdo con que el final de la serie es como un globo que se ha inflado demasiado y que, en lugar de hacerlo estallar, deja escapar el aire poco a poco y de un modo melancólico y fatalista. A pesar de ello fue un final muy satisfactorio y acorde con el tono general. En lonque no estoy tan de acuerdo es en el menosprecio al dibujante. Siendoncomonera un segunda fila (eso no lo niega nadie), otorgaba gran legibilidad y más bien lo hubiera clasificado de académico. Está claro que un primera pluma (me viene a la cabeza un Byrne, no sé por qué) habría potenciado mucho el cómic, pero el artista titular no lo hizo tan mal, desde mi punto de vista

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  2. Leí recientemente la etapa... Fui con bastante expectativa y me vi algo decepcionado. Creo que es una etapa interesante pero no diría "buena", esta repleta de buenas ideas que no se desarrollaron debidamente y los ejercicios de metaficcion de Morrison aunque sumamente interesantes, funcionarían con cualquier personaje. Siento muchas ganas de leer la etapa de Jamie Delano del personaje, el cual tiene una perspectiva del mismo que se me hace llamativa y claro, deseo leer más de Morrison... Creo que es capaz de escribir grandes comics pero creo que Animal Man fue más un estirar demasiado una idea, sin mucho rumbo. Eso sí, creo que el evangelio del coyote es lo mejor de la serie y ciertamente creo que captura mejor en sus 26 páginas las ideas de la serie, que todos los números posteriores en su conjunto o al menos lo hace de forma más elegante y concisa.

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