15 jun 2020
1988- ANIMAL MAN - Grant Morrison y Chas Truog (1)
Neal Adams, uno de los grandes autores del comic norteamericano, dijo en una ocasión que no hay personajes malos, solo malos guionistas. Tras toda una vida leyendo comics, no puedo sino estar de acuerdo con tal afirmación. Da igual lo estúpido que sea el personaje o lo lamentable que haya sido su trayectoria; si lo rescata un escritor con buenas ideas que lo haga suyo, conseguirá elevarlo hasta cotas que nadie hasta ese momento podía haber imaginado. Ejemplos de ello hay multitud, pero en esta ocasión voy a recordar el de Animal Man, que empezó siendo uno de los muchos “patitos feos” de la DC Comics.
Tras “Crisis en Tierras Infinitas” (1985), DC entró en una fase de renovación y expansión para la que comenzó una búsqueda de nuevos talentos sobre los que apoyarse. Búsqueda que, encabezada sobre todo por la editora Karen Berger, no limitó a Estados Unidos sino que amplió a las islas británicas. Allí, una nueva generación de guionistas y dibujantes había estado bregándose en el mercado local del comic esperando su gran oportunidad. Junto a un puñado de creadores americanos como Frank Miller o Howard Chaykin, esta bocanada de aire fresco inglés fue lo que ayudó a madurar a los comics norteamericanos de los ochenta. En 1984, Alan Moore se hizo cargo de un personaje de segunda fila, La Cosa del Pantano, y la convirtió en una de las colecciones más importantes de toda la editorial. En 1988, Neil Gaiman cogió otro héroe olvidado, Sandman, lo reformuló por completo y construyó a su alrededor toda una nueva mitología. Grant Morrison, como veremos enseguida, fue otro engranaje importante en esa maquinaria revolucionaria.
Esos comics y otros ayudaron a formar unos años después el sello Vértigo, la línea de comics adultos de DC, que cambió el panorama del tebeo americano para siempre. Otros guionistas importantes de origen británico que tomaron por asalto los comics estadounidenses fueron Jamie Delano, Peter Milligan o Garth Ennis. Ninguno de ellos copiaba al otro ni se basaba en trabajos ajenos para desarrollar el propio, pero sí tenían algo en común: se tomaban los personajes de los comics norteamericanos muy en serio. Más, desde luego, que los propios creadores de esos personajes. Eran guionistas adultos escribiendo para lectores adultos –o, como mínimo, para adolescentes creciditos-.
Uno de ellos fue, ya lo he mencionado, el escocés Grant Morrison. A sus veintiocho años, había estado escribiendo comics profesionalmente desde finales de los setenta. Su trabajo había sido publicado por varios sellos pequeños, como Galaxy Media, DC Thomson o Marvel UK. Pero fue “Zenith”, la serie de corte superheroica dibujada por Steve Yeowell para el popular semanario “2000 AD”, lo que llamó la atención de DC. Así, le pidieron a Morrison que presentara una serie de propuestas para revitalizar a viejos personajes del catálogo de la editorial que llevaran tiempo languideciendo ajenos al interés de todo el mundo. Un grupo de la editorial americana voló hasta Londres para entrevistarse con diferentes autores, entre ellos Morrison, quien en el tren en el que viajaba para el encuentro, pensaba rabiosamente cuál podía ser su aportación. Ya llevaba bajo el brazo el proyecto de lo que más adelante se convertiría en “Batman: Arkham Asylum” y mirando por la ventanilla el paisaje inglés que desfilaba ante sus ojos, su estresado cerebro recordó un personaje de segunda fila de su niñez: Animal Man.
El personaje había sido una creación del guionista Dave Wood y el dibujante Carmine Infantino y debutó en el número 180 de “Strange Adventures” (Septiembre 1965) en una historia titulada “Yo fui el hombre con poderes animales”, más de tintes fantásticos que superheroicos. No fue hasta el nº 190 (julio 66) que se convirtió en superhéroe con el nombre de “A-Man”. A partir de ese momento, sus apariciones en el Universo DC fueron esporádicas y jamás llegó a codearse con los personajes más populares de la editorial. Tanto es así, que en 1983, Marv Wolfman, dentro de la colección “Action Comics”, lo integró en las filas de un supergrupo muy apropiadamente llamado “Héroes Olvidados”.
Pero por la razón que fuese, ese extravagante pero aburrido personaje había tocado la fibra de Grant Morrison, que ahora, en ese tren de camino a una de las entrevistas más importantes de su carrera, lo imaginó como un superhéroe de tercera, en paro, casado y con hijos, que encontraba su propósito vital en la lucha por los derechos de los animales. DC aceptó sus dos proyectos, aunque “Arkham Asylum” no vería la luz hasta 1989. En cuanto a Animal Man, recibió luz verde para una miniserie de cuatro episodios que comenzó en septiembre de 1988.
Los primeros cuatro números conforman una historia autocontenida en la que Buddy Baker, antiguo superhéroe ahora retirado, casado y con dos niños, está considerando retomar su carrera como justiciero. Morrison es consciente de lo estúpidos que resultan el personaje y su origen: una especie de nave alienígena se estrelló cerca de él, explotó y le dio el poder de absorber durante un corto periodo de tiempo las habilidades de los animales que estuvieran próximos. No comprende bien sus poderes o siquiera hasta dónde puede llegar con ellos. Por no tener, no tiene ni un traje decente. Desde luego, tal y como se nos lo presenta, no se puede decir que sea un superhéroe a reivindicar.
Sin embargo, eso es precisamente lo que lo hace diferente y atractivo. Es un tipo normal dominado por la inseguridad. Quiere ser un superhéroe –al fin y al cabo tiene poderes- pero no sabe bién qué hacer ni cómo comenzar. Vive en un barrio residencial, se relaciona con los vecinos… y tiene una familia. En aquel momento de la historia del género, cuando sus comics estaban todavía pensados para ser consumidos por lectores jóvenes, fue una idea original plantear la idea de un superhéroe casado y con hijos de cierta edad –no bebés- con los que poder interactuar. Montones de héroes han sido adolescentes que tenían que lidiar con sus padres, así que, ¿por qué no invertir el planteamiento? En este sentido, es muy interesante que Morrison expusiera precisamente tal situación.
Buddy está casado y tiene dos hijos, Cliff y Maxine. Ama a sus hijos y a su esposa, Ellen, que no se limita a ser un mero personaje secundario. A diferencia de Buddy, tiene un trabajo a jornada completa que es el que mantiene a la familia. Es atractiva pero no despampanante. Y con un carácter lo suficientemente fuerte como para enfrentarse físicamente al Amo de los Espejos (concretamente, arreándole una patada en sus gónadas y tirándolo por las escaleras) cuando éste invade su hogar. Ellen no es, por tanto, del tipo sumiso y complaciente, pero sí tolera las quejas e inseguridades de su marido, su crisis de mediana edad y su repentina entrega a la causa del vegetarianismo. No rechaza ni se opone a las ideas de Buddy, pero tiene los pies en el suelo y quiere saber cómo van a pagar las facturas y llenar la nevera. A lo largo del comic, juega un papel activo teniendo que aprender a convivir con un superhéroe pero en ningún caso adorándolo incondicional y pasivamente.
Cliff y Maxine completan el cuadro familiar que ayuda a darle a “Animal Man” un cierto sentido de lo cotidiano y lo real. Su hija le regala dibujos y se preocupa por los gatitos; su hijo, ya preadolescente, tiene problemas con los abusones de la escuela y se siente frustrado porque su padre sea un superhéroe pero no pueda ayudarle en esos asuntos “menores”. Tampoco recibe con entusiasmo el empeño de Buddy para que todos se hagan vegetarianos.
Esta inmersión de un superhéroe en la cotidianidad no era exactamente una novedad. De hecho, esta aproximación inicial de Morrison a Animal Man parece una versión ochentera del primer Spiderman de Stan Lee, cuando la figura del superhéroe recibió una refrescante revisión al situar al protagonista enfrentado a los problemas del mundo real y la gente corriente. Buddy es un buen tipo, pero tiene que esforzarse mucho por destacar, recibe palizas de sus adversarios y desplantes de los civiles, como el de ese niño que resopla desilusionado cuando se da cuenta de que ha pedido un autógrafo no a Aquaman sino a un tal Animal Man que a nadie le importa. Y, como también fue el caso de Stan Lee, Morrison lo salpica todo con humor y humanismo.
Al postular la idea de que los superhéroes son como cualquier otro famoso, Morrison deconstruye el origen de aquéllos. Buddy está en paro y no cuenta con el apoyo de un equipo importante (hasta más adelante, que se une a la Liga de la Justicia Europa), así que depende económicamente de su esforzada esposa. No sabe qué hacer con sus poderes y se siente cohibido por llevar un uniforme tan ajustado. De hecho, le añade una chaqueta de cuero –sintético, para no traicionar su ideario animalista- para así poder llevar encima algo de dinero y otros objetos necesarios cuando uno sale de casa. Se entrena para averiguar qué puede hacer y qué no; se hace con los servicios de un representante; hace público que está deseoso de luchar contra el crimen; acude a entrevistas de televisión y espera su oportunidad. Y ésta llega en la forma de la llamada de un laboratorio de investigación que ha sido asaltado por lo que parece ser un intruso con poderes.
Desde el comienzo, Buddy siente ciertos escrúpulos por este encargo. No sólo las explicaciones del responsable resultan poco convincentes sino que sus poderes le hacen conectar con el sufrimiento de los animales para experimentación del laboratorio. Pero las cosas empeoran todavía más cuando se da cuenta de que se ha metido en un asunto que le supera y que el villano que persigue (otro oscuro personaje de la DC de los sesenta) es más poderoso y peligroso que él.
Este primer arco argumental le da a Animal Man la oportunidad de presentarse al lector, mostrar sus poderes y combatir contra un buen número de bestias. Por tanto y aunque la estructura clásica del comic de superhéroes está presente (Animal Man lucha contra un individuo con superpoderes que infringe la ley), satisfaciendo las expectactivas del lector más conservador o menos exigente, también subvierte aquéllas al revelar que el supuesto villano no es la auténtica amenaza y que, de hecho, tanto el protagonista como el lector no pueden sino compadecerse de su trágica situación (el auténtico “malo”, no obstante, recibe su castigo de forma tan irónica como satisfactoriamente cruel)
Junto a la bienhumorada ligereza con que trata la vida familiar y sus intentos por encajar en el mundo superheroico, Morrison introduce también una dosis considerable de brutalidad, maldad y repugnancia. Hay una subtrama reminiscente de “Deliverance” (1972) que es especialmente cruda y, hasta cierto punto, no del todo justificada –o, al menos, integrada en la historia. Aunque sirve para ilustrar la inhumanidad del hombre –valga el oxímoron-, hay que encuadrarla en el estilo y sensibilidad que trajeron consigo los guionistas y artistas británicos en aquellos años. Los primeros números de “Animal Man” fueron publicados dentro del “Nuevo Formato” de DC que, básicamente, era una solución intermedia entre los comic-books normales censurados por el Comics Code Authority y aquellos que directamente lucían en sus portadas la leyenda “Para Lectores Adultos”. En otras palabras, trataban de adentrarse en un terreno más maduro que, eventualmente, evolucionaría en el sello Vértigo (donde acabaría integrándose esta colección).
Los primeros cuatro números, por tanto, ofrecen un buen equilibrio entre una historia de aventuras superheroicas, una intriga en la que el lector trata de adivinar (infructuosamente) quién es el responsable de los sucesos misteriosos o hacia dónde se dirige la trama; y las ideas estrafalarias y el ánimo deconstruccionista de Morrison.
Inicialmente, como he dicho, el encargo que había recibido Morrison había sido el de hacer una miniserie de cuatro números para recuperar a un personaje olvidado de la editorial y que él, además, aprovechó para articular un mensaje en favor de los derechos de los animales, causa con la que estaba comprometido. Una vez finalizada su misión, entregaría el personaje a otro para lo continuara allá donde la editorial estimase conveniente. Pero cuando DC empezó a recibir los guiones del escocés y luego las cifras de ventas y las críticas de la prensa especializada y de los lectores, quedó tan impresionada que inmediatamente decidió prolongar la miniserie a colección regular de cadencia mensual y convenció a Morrison para que se hiciera cargo también de ella.
Al principio y consciente de la oportunidad que se le brindaba, Morrison había escrito deliberadamente los primeros cuatro episodios al “estilo Alan Moore”, con textos de tono poético y llamativas transiciones entre escenas. Pero ahora ni podía ni quería seguir imitando a su barbudo compatriota. Tenía que encontrar un rumbo propio. Sin embargo, en el arranque de esta segunda etapa pareció inseguro acerca de qué hacer con la serie y su héroe. Incluso se olvidó del poder de absorber las capacidades de los animales y se contenta con mostrar a Buddy con una especie de poderes genéricos, como fuerza o vuelo. En mayor o menor grado, durante los siguientes números, Animal Man pasa a ser un secundario en su propio título: o bien se limita a dar un paso atrás y observar pasivamente lo que les ocurre a otros personajes o bien fracasa a la hora de marcar diferencia alguna.
Es el caso del nº 5, titulado “El Evangelio del Coyote” (nominado a un Premio Eisner al Mejor Número Individual de 1989). En él, se nos cuenta la historia de un coyote antropomorfo con los rasgos del famoso animal de los cortos de animación de Warner, que se enfrenta a su animador/creador por verse condenado a existir y sufrir en el mundo “real” de la misma forma que le ocurría en los dibujos animados con el Correcaminos. Crafty el Coyote no puede morir, independientemente de lo violento y doloroso que sea el daño físico que sufra. Al mismo tiempo, es perseguido por un delirante camionero que piensa que el patético animal es el diablo.
Pero lo que podía haberse terminado ahí como una simple curiosidad, no fue para Morrison sino el inicio de una nueva aproximación temática. La última página de ese quinto episodio se abre con un primer plano del moribundo Crafty, víctima de una bala de plata y con Animal Man reclinado sobre él. Cada viñeta consecutiva va alejándose más en un picado que muestra que el coyote ha quedado en posición de crucifixión sobre una intersección de carreteras. Y las dos últimas viñetas dejan asomar el pincel del dibujante pintando de rojo el charco de sangre que mana del cuerpo de Crafty. Se le revela entonces al lector que Animal Man existe en una realidad narrativa exactamente igual que el mundo de Crafty, un plano de ficción controlado por un ente externo.
Ese final inició un hilo narrativo que sólo se resolvería al final de la etapa, en el nº 26 y en el que los personajes del comic cuestionan a sus dioses o creadores humanos con poderes divinos que viven en un plano de la existencia en el que tienen total control sobre ellos. Es una forma no sólo de reflexionar sobre el proceso creativo sino de poner en tela de juicio lo que creemos saber sobre nuestra propia realidad y el concepto en el que tenemos a nuestras deidades. Para Morrison estas no son cuestiones menores ni esotéricas. Volvería sobre ellas repetidas veces en obras futuras dado que, para él, preguntarse sobre el significado y propósito del Arte es hacerlo sobre el significado y propósito de la Vida.
(Finaliza en la siguiente entrada)
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