1 may 2020

1905- LITTLE NEMO EN EL PAÍS DE LOS SUEÑOS – Winsor McCay (1)


La carrera y logros de Zenas Winsor McCay parecen sacadas de un manual sobre el Sueño Americano. Elogiado universalmente por su obra magna, “Little Nemo en el País de los Sueños”, McCay está también reconocido por los historiadores como unos los padres de la animación norteamericana. Pero antes de llegar a la cima de su profesión, fue también pintor de carteles, diseñador escénico para un museo de rarezas en Cincinnati, ilustrador, reportero gráfico y actor en un espectáculo de vodevil. Además de sus comics y dibujos animados, firmó ilustraciones editoriales y diseñó los decorados para la versión musical de su propia obra Little Nemo. Su carrera, en definitiva, es casi un paradigma de la trayectoria del típico artista o escritor americano, para el que la inmersión en el mundo real es más importante que el adiestramiento formal en instituciones académicas.


McCay nació en Spring Lake, Michigan, en 1871, hijo del leñador y empresario inmobiliario Robert McCay y su esposa, Janet Murray McCay. Tras un breve periodo de aprendizaje bajo tutela del artista John Goodison, se trasladó a Chicago, donde consiguió empleo en una empresa de carteles que se especializaba en grabados a todo color sobre madera que utilizados como reclamo publicitario por atracciones, ferias y circos ambulantes. Dibujar mujeres barbudas, comedores de espadas, tragafuegos y maravillas similares lo puso en contacto con el amplio imaginario de lo fantástico, al que podía aplicar las leyes de la perspectiva y la meticulosa observación de lo real que había aprendido de Goodison.

En 1889, llegó a Cincinnati, posiblemente como pintor de carteles para una feria ambulante y consiguió un contrato como artista escenográfico e ilustrador de carteles en el “Vine Street Dime Museum”, una especie de museo de rarezas. En contraste con el lóbrego y pequeño estudio que tenía en la planta superior del edificio, McCay
diseñó una fachada espectacular, rebosante de colores y figuras grotescas. Por desgracia para el museo, el interés por esa extravagancia exterior era mayor que por el interior. Esta década de cercanía al mundo de la farándula y lo grotesco dejó su marca en el artista, que en su trabajo posterior incluiría multitud de imaginería circense, distorsiones basadas en espejos trucados, animales exóticos, bailarinas y payasos.

Una segunda influencia importante para el desarrollo de McCay durante los quince años que vivió en Cincinnati fue la del periodismo gráfico, al que llegó gracias al éxito que había tenido en el museo de rarezas. Los anuncios que de éste hizo llamaron tanto la atención de los ciudadanos que se le encargó que realizara ilustraciones de las atracciones para la prensa, ya que “ningún artista contratado en los periódicos desea dedicar su atención a esas pesadillas”, le dijeron. En el Cincinnati Commercial Tribune, McCay aprendió la técnica del dibujo periodístico y en 1898 ya estaba publicando paisajes en blanco y negro basados en fotografías, detallados interiores arquitectónicos y una serie de lo que podrían
definirse como tiras de proto-comic ilustrando los versos satíricos de Jack Appleton. El trabajo de McCay en este periodo está caracterizado por el meticuloso detallismo, abundancia del blanco y negro, tramado muy complejo y amplia variedad de texturas.

Quizá la técnica más importante que aprendió McCay de su experiencia como reportero gráfico fue lo que él llamó “memory sketching” o “bosquejo de memoria”, un sistema con el que estableció ciertas fórmulas que le permitían representar rápidamente figuras tanto estáticas como en movimiento. En las
páginas de “Tales of the Jungle Imps by Felix Fiddle”, una mezcla de dibujo y texto poético, utilizaba esa técnica no para representar la realidad sino para insuflar vida a un mundo fantástico. En esta su primera página dominical a color, demostró su talento para diseñar con imaginación el espacio de una plancha y empezó a introducir temas que luego recuperaría en su carrera en Nueva York, como la exploración del exotismo de la jungla, los depredadores y las metamorfosis. Cada uno de esos cuentos describía como los animales más amables y hermosos debían adaptarse para sobrevivir en una jungla hostil.

El éxito de “Tales of the Jungle Imps” fue tal que a finales de 1903, McCay fue reclutado por James Gordon Bennett Jr., propietario del New York Herald y el New York Evening Telegram. Para el Herald, creó las tiras “Hungry Henrietta” y “Little Sammy Sneeze”, que en 1905 sirvieron ya como base para sus experimentos en animación. Por ejemplo, en un episodio de “Hungry Henrietta” de enero de ese año, el bebé protagonista era llevado al fotógrafo. Las viñetas dos a cinco están representadas de forma idéntica en plano y situación, como si el lector las estuviera viendo a través de la lente de una cámara. Sólo la posición de las figuras varía de viñeta a viñeta de acuerdo con la progresión de la trama.

En contraste con los experimentos en la representación del movimiento que McCay realizó en
las tiras mencionadas, en su tercera serie, “Dream of the Rarebit Fiend”, exploraba la psique del soñador adulto. Cada entrega mostraba a un personaje diferente cuyo sueño era perturbado por una pesadilla que solía incluir muchos de los exóticos carnívoros presentados en “Tales of the Jungle Imps”. Estas pesadillas venían inducidas no por el alcohol o las drogas sino por el consumo glotón de un denso pastel de conejo como cena. La intensidad de la experiencia oscilaba desde la ligera incomodidad hasta el terror más absoluto, pero siempre con un tono humorístico. Por otra parte, en 1905, McCay creó para el Evening Telegram “Pilgrim´s Progress”, una alegoría visual protagonizada por un hombre alto y delgado, vestido con un traje negro y chistera que portaba una maleta en la que se leía “Dull Care” (algo así como “Cuidado: Aburrido”).

En este punto de su carrera, 1905, podían por tanto distinguirse dos posibles caminos para su obra futura. En el mundo de “Dreams of Rarebit Fiend”, la monotonía de la vida cotidiana es reemplazada por un universo alternativo gobernado por reglas impredecibles. En “Pilgrim´s Progress”, sin embargo, las presiones de lo cotidiano aplastan al protagonista. Estas dos tendencias estaban en constante tensión dentro del trabajo de McCay, con elementos del mundo ordinario irrumpiendo en mundos de fantasía. Pero en los tres años que duró su siguiente obra, “Little Nemo en el País de los Sueños”, McCay consiguió mantener el foco exclusivamente sobre lo fantástico.

Las ficciones sobre niños que se ven transportados a un mundo fantástico no eran ni mucho menos nuevas. En la literatura popular podemos mencionar como antecedentes notables “Alicia en el País de las Maravillas” (1865), de Lewis Carroll, “El Mago de Oz” (1903), de Frank L.Baum o la obra teatral “Peter Pan” (1904), de J.M.Barrie. Incluso en el comic, un medio prácticamente recién nacido, existía ya un precedente: “The Naps of Polly Sleepyhead”, del ya entonces famoso ilustrador Peter Newell, que había debutado en junio de 1905. Pero desde luego y en lo que se refiere a las viñetas, puede decirse que aunque “Little Nemo” no fuera el primero, sí fue el más grande.

El 15 de octubre de 1905, hacía su espectacular debut en las amplias páginas dominicales a color del New York Herald la más conocida y querida creación de Winsor McCay: “Little Nemo in Slumberland”. Como en “Dream of the Rarebit Fiend”, iba a tratarse de una inmersión en el mundo onírico, pero a diferencia de aquélla, el protagonista iba a ser solo uno, siempre el mismo y, además, no un adulto sino un niño. Éste, Nemo (con un físico tomado del propio hijo de McCay, Robert), tiene unos cinco años y en esta
primera plancha, tras dormirse, empieza a cabalgar en sueños por entre las estrellas rodeado de las criaturas más fantásticas para despertar bruscamente en la última viñeta. Era una página repleta de imaginación, movimiento, fantasía, luz y color que se beneficiaba del impacto adicional que suponía su tamaño de publicación: nada menos que 56x40 cm.

La premisa y trama de la serie eran muy sencillas: cada noche, el pequeño Nemo se veía transportado en sueños a una tierra maravillosa; y cada mañana –o a veces en mitad de la noche- despertaba desilusionado por haber tenido que abandonar sus aventuras en un punto crítico. Estas abruptas interrupciones semanales, sin embargo, no alteraban una continuidad en la que, en cada incursión de Nemo al País de los Sueños, se adentraba más y más profundamente en esas fantasías oníricas. Hombre culto, McCay quizá conocía esa advertencia con la que se abre “La Ilíada” de Homero: “Un sueño puede también ser un mensaje de Zeus”. Así, en “Nemo”, el mensaje lo envía una deidad menor, Morfeo, que convoca con urgencia al pequeño ante su
presencia. A partir de este arranque tan simple, McCay desarrolló multitud de aventuras y peripecias a cada cual más fantástica.

Nada menos que veinte semanas le costó a Nemo llegar al País de los Sueños propiamente dicho y sólo para encontrar sus puertas cerradas. Una vez consigue franquearlas, se establece pronto el reparto de personajes que a partir de ese momento va a dominar la serie. El primero de ellos, además del propio Nemo, es Flip, un extravagante duende de cara verde y rictus perpetuo que siempre lleva una chistera y masca un gran cigarro. En su plancha de debut se le describe como “un malvado rapaz, un pariente exiliado de la familia Amanecer, el archienemigo del País de los Sueños”. Al principio, su papel es el de implacable rival de Nemo, siempre presto a llamar a su pariente para que haga salir el sol y el reino de los Sueños se esfume, pero luego evolucionó hasta convertirse en una especie de incómodo compañero de peripecias que tanto ponía en peligro al protagonista como le ayudaba a escapar de esta o aquella amenaza. De una de esas aventuras, la visita a las ignotas Islas Caramelo, regresaron con un caníbal de faldón de hierba llamado Impy (o Impie),
rescatado de aquella primera página dominical a color, la mencionada “Tales of the Jungle Imps”.

El trío de Nemo, Flip e Impy podría haber encasillado a la creación de McCay en otra serie más de aventuras juveniles masculinas de no haber sido por la presencia de la Princesa del País de los Sueños, que aporta un toque de elegancia y encanto femeninos en los siempre extraños ambientes que dominaban su reino. Fue su anhelo de compañía lo que había llevado en primer lugar a su padre, el Rey Morfeo, a convocar a Nemo a sus dominios para que ejerciera de compañero de juegos de su pequeña hija –cuyo auténtico nombre, por cierto, no se reveló nunca-.



(Finaliza en la siguiente entrada)

No hay comentarios:

Publicar un comentario