23 dic 2019

1989- SANGRE DE BARRIO - Jaime Martín


“El Víbora” fue, desde su nacimiento en 1979, la revista mensual española que en mayor medida se implicó con el comic underground y adulto, tanto patrio como extranjero. Por sus páginas desfilaron autores veteranos de primera categoría junto a otros recién llegados, la mayor parte de ellos militantes de lo que en España se ha venido en llamar “línea chunga”, una derivación autóctona del comix undergound norteamericano. Se trataba en su mayoría de comics combativos política y socialmente que describían y criticaban la vida cotidiana y cultural de colectivos tachados de marginales. Abundaban en sus páginas las drogas, el sexo explícito, la violencia, el lenguaje coloquial subido de tono, el humor negro, los barrios bajos, las tribus urbanas y el lumpen. A menudo, además, las historias consistían en una mera sucesión de anécdotas mejor o peor hiladas pero sin una gran coherencia interna más allá de la temática.



Uno de los autores más interesantes que pasó por “El Víbora” fue Jaime Martín, que en 1989 publicó en su colección “Historias Completas” “Sangre de Barrio” (el comic tendría posteriormente tres ampliaciones en 1993, 1998 y 2002 respectivamente, reflejando la evolución gráfica del autor). La obra, quizá precisamente por su línea gráfica más convencional, tono menos extremo que el de otros colaboradores de la revista, acertado retrato de personajes y situaciones y, por tanto, disfrutable por un mayor espectro de lectores, ganó el Premio al Autor Revelación en el Salón del Comic de Barcelona de 1990.

La historia comienza cuando el adolescente protagonista, Vicen, se muda a Hospitalet de Llobregat, un municipio próximo a Barcelona que desde los años sesenta había crecido gracias a la inmigración de otras zonas de España sin que el acondicionamiento urbano acompañara esa afluencia. Convertido en una suerte de barrio obrero de Barcelona, era inevitable que las precarias condiciones económicas de mucha de su población acabaran teniendo un efecto nocivo sobre la juventud. Ese proceso de descomposición social e individual es precisamente lo que narra “Sangre de Barrio” en la persona de Vicen.

Hijo de un padre alcohólico y maltratador, el muchacho llega a Hospitalet con su madre y su hermana mayor, Loli. Proveniente de un hogar conflictivo, sin estímulos positivos ni perspectivas claras de mejora económica, Vicen no tarda en frecuentar malas compañías en el ya de por sí turbulento instituto de formación profesional. Lo aceptan en la “banda” del “Cepa”, un quinqui de tres al cuarto con el que paulatinamente pasa de las gamberradas autodestructivas (peleas, sexo de riesgo, drogas) a delitos cada vez más serios (robo de coches y asalto a mano armada) hasta dar con sus huesos en la cárcel de menores.

El comic deja claro que Jaime Martín, nacido en Hospitalet en 1966, sabe de lo que habla. El
retrato humano, social y urbano de la ciudad está perfectamente delineado en un afilado y limpio blanco y negro que combina el sesgo caricaturesco de los rostros con un mayor realismo en el dibujo de los fondos, elaborados a partir de referencias fotográficas. La galería de personajes que va desfilando por las páginas transmite una absoluta sensación de realidad, extraída de paisanaje que el autor conoció personalmente o situaciones con las que tuvo contacto más o menos directamente: la madre apocada que se sacrifica por sus hijos; la responsable hermana mayor; el portero del edificio donde viven, traficante de objetos robados; el policía caído en desgracia; las vecinas que ejercen la prostitución; los travestis; el yonqui de mirada enloquecida; los matonzuelos de instituto; los pijos de clase alta…

“Sangre de Barrio” está estructurado como una sucesión de escenas hasta cierto punto autónomas que van encajando linealmente para conformar no sólo el sendero de decadencia del protagonista, sino también el mosaico social de una ciudad obrera. Martín acierta de pleno al no limitarse al tópico cuando expone las motivaciones de los miembros de la banda de Vicen. Por ejemplo, es prácticamente inevitable que el “Chichi” termine en el mundo criminal cuando no ha conocido otra cosa en su vida: su padre está en la cárcel por agresión y su hermano se dedica a robar. El caso del “Cepa” es diferente: aunque lo quiere mucho, se avergüenza de su padre, un trapero que recorre por las noches las calles rebuscando la basura en busca de ropa y trastos que vender. No quiere terminar como él ni
sufrir las mismas humillaciones, pero tampoco puede ver otra forma de escapar a ese destino si no es situándose en el límite o al margen de la ley, sintiéndose importante al rodearse de gente tan confusa y perdida como él mismo. Vicen, por su parte, sólo quiere adaptarse al entorno, formar parte de algo. Como cualquier adolescente, su inconformismo y rebeldía le alienan de su familia y hogar, pero el único grupo con el que vincularse a cambio es uno de gamberros y delincuentes de poca monta.

Pero además de las motivaciones y coyunturas individuales, existían otros factores ambientales que empujaban a un sector de la juventud hacia la marginalidad y que en “Sangre de Barrio” quedan perfectamente reflejados. A mediados de los ochenta la sociedad española empezaba a salir de las estrecheces y carencias económicas de décadas anteriores al tiempo que disfrutaba de una libertad inaudita hasta la fecha. Una prosperidad y una libertad, sin embargo, que aún quedaban fuera del alcance de muchos jóvenes, lo cual generaba en ellos descontento e irritación. Vicen y sus colegas se sienten tremendamente frustrados al contemplar la brecha que les separa de los hijos de familias más acomodadas. No pueden conducir sus motos y coches, relacionarse con las chicas más elegantes y sexys, pagar las consumiciones en las discotecas (cuando les dejan entrar, porque su aspecto y vestimenta les cierran el paso en ciertos locales)… Es un mundo que envidian pero al que no pueden acceder y su reacción es la de violencia contra los símbolos y personas de ese mundo, pero también contra sí mismos en la forma de un comportamiento autodestructivo.

A destacar asimismo la “banda sonora” que Martín utiliza para algunas escenas. Vicen escucha en la soledad de su habitación canciones de grupos de rock rasposo como Burning, Barricada o
Rosendo, cuyas letras, al tiempo que inspiraron al autor algunas de las escenas del comic, ilustran el estado anímico del protagonista, la situación que está viviendo o la que está por venir. Grupos y músicos, por otra parte, que bebieron del mismo ambiente en que vive inmerso Vicen y que, como Martin, supieron describirlo y trasladarlo a una forma artística.

En cuanto al dibujo, aparte de lo comentado un poco más arriba, cabe destacar la buena narrativa que exhibe Martín pese a su juventud (tenía apenas 24 años cuando apareció la primera entrega de esta obra y tan solo tres de trayectoria profesional). El resultado, ademá
s, es sorprendentemente bueno teniendo en cuenta las difíciles circunstancias en las que el autor vivía cuando lo creó: un piso diminuto que compartía en hacinamiento con otros cuatro familiares, obligado por tanto a aprovechar al límite el espacio y tiempo disponibles. Su talento fue reconocido por el editor de “El Víbora”, Josep María Berenguer, que tras darle acogida con tres historias cortas guionizadas por dos veteranos, Onliyú y Alfredo Pons, le otorgó un gran voto de confianza al encargarle esta historia de 48 páginas que no se serializó previamente en la revista como era habitual, sino que pasó a publicarse directamente en la línea de números especiales “Historias Completas”.

“Purgatorio” es una historia corta que narra las dificultades de Vicen en la cárcel y que, por tanto, se sitúa cronológicamente tras “Sangre de Barrio” aun cuando su publicación, en 1998, llegó después de aparecer la segunda parte. Con una estética ya muy influida por los recursos gráficos y narrativos del manga -que por entonces ya pegaba fuerte en España- y realizada con apoyo infográfico, se nos cuentan las dificultades del protagonista en un entorno peligroso, particularmente su enfrentamiento con un nefasto individuo que responde al apodo de “Gerónimo”.

La segunda parte de “Sangre de Barrio” aparece en 1993 y comienza con la salida de Vicen de prisión sólo para encontrarse a su madre viviendo con un grimoso individuo, Lucas, que se aprovecha de ella y trapichea con droga (Loli, su hermana, se casó y se mudó a Barcelona mientras él estaba preso). Es este un comic quizá algo más disperso que el anterior, en el que se nos cuentan los esfuerzos del protagonista por encarrilar su vida. Una misión que no le va a ser fácil. Sus intentos de trabajar con su padre haciendo chapuzas a domicilio terminan en fracaso; su falta de estudios y antecedentes penales le cierran casi todas las puertas; y para colmo, el nefasto Lucas le causan a él y a su madre todo tipo de problemas en una subtrama sangrienta más relacionada con el género negro que con el costumbrista. Deprimido y cayendo de nuevo en los mismos errores que le arrastraron al fondo de un pozo negro años atrás, encuentra un puerto seguro en Sonia, una muchacha trabajadora, responsable y sensata que se enamora de él y que le muestra que hay una forma diferente y más serena de vivir. (la tercera parte, aún no he tenido el gusto de leerla, por lo que la excluyo de este artículo).

“Sangre de Barrio”, aunque fácil de leer, es un comic costumbrista de corazón duro que no pretende que el lector se sienta bien tras terminarlo. Los personajes pasan penalidades, los buenos momentos son escasos (aunque quizá por ello, también especialmente emotivos) y el final ni es plenamente feliz ni garantiza que la vida de Vicen se haya enderezado definitivamente. El peso de su pasado, de sus vivencias y su ambiente, puede hacerle regresar al mal camino en cualquier momento. Es este un comic, por tanto, que no solamente funciona impecablemente como testimonio notable de la cara más fea de un lugar y una época concretos, sino como estudio de personajes marginales y marginados en su intento de sobrevivir en los estratos más bajos de la jungla urbana.

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