(Viene de la entrada anterior)
En “Sanciones” (2000), Alpha y Sheena son encargados de acompañar a un grupo de agentes del FSB que acuden a Washington para reunirse con sus homólogos americanos y tratar diversos temas. Al mismo tiempo, se suceden una serie de asesinatos de antiguos agentes de la CIA, encontrándose en los lugares del crimen una marca muy concreta y reveladora dejada a propósito por el responsable. Alpha averigua que se trata de la venganza llevada a cabo por un antiguo agente ruso que, habiendo desertado a EEUU, fue traicionado y devuelto a su país en aras de las buenas relaciones bilaterales. La llegada de la delegación rusa puede tener algo que ver con los homicidios y la investigación de Alpha le llevará a descubrir los trapos sucios del pasado de su agencia. Una vez más, el protagonista antepondrá su sentido de la justicia a los intereses de la agencia y rematará el asunto de forma muy poco ortodoxa.
Poco que añadir respecto a lo ya dicho anteriormente: una trama absorbente y compleja que bien podría llevarse al cine tal y como está, añadiendo, eso sí, algo de profundidad en los personajes y quizá reduciendo algo el número de los mismos, ya que en algunos momentos se antojan demasiados como para poder seguirlos cómodamente y teniendo en cuenta que la mayoría son mero relleno.
En “El Emisario” (2002) el trasfondo es la guerra del Ulster, en Irlanda del Norte, un conflicto que en las primeras páginas ya se expone como un cáncer para la convivencia de ambas comunidades religiosas. El presidente de Estados Unidos, próximo a su reelección, necesita hacer algo para que su popularidad remonte. El vicepresidente, un político gris, ambicioso pero desengañado y manipulado por su mujer, le propone intervenir en el conflicto irlandés para ponerle fin, enviando un diplomático negociador con garantías de éxito gracias a sus raíces tanto en el sector protestante como en el católico. De salir airoso en esa misión internacional, el presidente ganaría prestigio y votos de la comunidad irlandesa en Estados Unidos. Sin embargo, hay toda una red de intrigas y traiciones que opera al margen y paralelamente a estas iniciativas oficiales y el emisario es secuestrado en Belfast por un grupo que ni reivindica tal acto ni exige concesiones.
Mientras tanto, Alpha ha caído en desgracia en la CIA debido a su denuncia pública del anterior director. Éste, que se presentaba a la carrera por la presidencia, ha sido arrestado generando un considerable escándalo con la consiguiente publicidad negativa para la Agencia. El nuevo director desprecia profundamente a Alpha no sólo por no “jugar en equipo” y anteponer la justicia a los “intereses” de la organización, sino porque desconfía de los virtuosos, bien sea por considerarlos impredecibles, bien por hipócritas. Entonces, de forma un tanto inesperada, le confían a Alpha la dirección de un comando cuya misión es acudir a una granja donde, según un soplo, podría estar prisionero el diplomático. Se trata de una acción espinosa por cuanto resulta imposible justificar una incursión secreta en un país aliado sin contar con las autoridades del mismo.
Y, efectivamente, se encuentran con una encerrona: el emisario y todos los residentes en la granja han sido asesinados y uno de los miembros del equipo americano desaparece para luego ser encontrado igualmente muerto. Una filtración en la prensa destapa el escándalo y las alegaciones de Alpha de haber sido víctima de una trampa no le sirven para evitar ser apartado del servicio. La intriga y la resolución del misterio acerca de quiénes son los responsables y sus propósitos se resolverán en el siguiente volumen, “¡Blancanieves…Treinta Segundos!”, con una excelente secuencia final de acción y la rehabilitación de Alpha y Sheena en la agencia. Una vez más y al margen de sus superiores, los procedimientos establecidos y la propia ley, Alpha hará valer su propio sentido moral para evitar que el castigo recaiga sobre quien menos lo merece.
Son estos quizá los álbumes más complejos de los aparecidos hasta ese momento. Y ello no sólo por la cantidad de personajes involucrados y lo retorcido de la conspiración, sino por la forma muy fragmentada con la que se narra la historia. Hay un continuo salto de escenarios entre Washington, Londres e Irlanda, donde diferentes personajes a los que no se presenta claramente maquinan sus planes en escenas muy breves. El guionista incluye concisos textos de apoyo para localizar la acción geográfica y temporalmente, pero eso es todo. Es el lector quien tiene que adivinar, a través de las situaciones, los diálogos y la evolución de la propia trama, quién es quién y qué papel juega en la historia; un ejercicio que exige paciencia, una lectura atenta y reflexión.
El siguiente dúo de álbumes , “Juegos de Poder” (2004) y “Scala” (2006), es otra interesante intriga en la que confluyen los intereses de una facción de agentes de la CIA dispuestos a cualquier cosa por ascender en la jerarquía; y los de Hugo Chávez, dictador de Venezuela, obligado por las circunstancias a convocar elecciones democráticas y en el trance de perderlas ante un líder de la oposición en ascenso. Unos y otro llegan a un acuerdo para “ayudarse” mutuamente. Poco después, empiezan a sucederse una serie de intentos de atentado que la CIA, muy convenientemente, frustra gracias a la ayuda de un confidente anónimo. Esta concatenación de éxitos llama la atención de Alpha, que en ese momento se halla al borde de la depresión por inactividad (su fama y cercanía al Presidente de los Estados Unidos tras los hechos narrados en la aventura anterior le han convertido en una “vaca sagrada” que la CIA no quiere arriesgar en misiones de campo). Sus pesquisas le pondrán sobre la pista de una bella pero letal asesina y mercenaria que responde al alias de Scala y que está detrás de todos esos atentados.
“Mentiras” (2007) cambia el paso respecto a los álbumes anteriores, tanto en su estructura como en el tipo de historia. Accidentalmente, Alpha descubre que su madre tiene un expediente abierto en la CIA que data de los días de su juventud contestataria. Tirando del hilo, averigua además que su verdadero padre no es quien creía y que éste, con un extraño hueco en su biografía, bien podría haber sido un agente durmiente del KGB. Simultáneamente, en el FSB, Boris Olegovitch Koval, con la excusa de una operación de limpieza de expedientes en diferentes embajadas rusas, empieza a rastrear la historia de su propia familia. Aunque no lo lleguen a saber nunca con certeza, el lector sí descubrirá que ambos agentes, gracias a una serie de carambolas propiciadas bien por la Historia bien por las intrigas de los servicios secretos, comparten una relación de parentesco.
Se trata de un álbum en el que Mythic vuelca una impresionante cantidad de información producto de un extenso trabajo de documentación sobre aspectos poco tratados de la Segunda Guerra Mundial, como la invasión de Finlandia por parte de la Unión Soviética. Dividido en capítulos dedicados a cada uno de los antepasados de Alpha, hay más peso de documentos ficticios que de viñetas, tomando la forma de informes de escuchas de la NSA o la CIA, dossiers oficiales, recortes periodísticos, cartas personales o viejas fotografías además de abundantes notas históricas, geográficas y políticas. No es tanto un argumento tradicional –dado que no existe un planteamiento, nudo y desenlace- como la reconstrucción de una odisea familiar a base de unir piezas sueltas de un rompecabezas diseminado por un periodo temporal de cien años en tres países diferentes. Aunque seguimos sin saber demasiado cómo es exactamente Alpha (cuyo nombre real es Dwight Delano Tyler), al término de esta entrega sí sabremos de dónde viene su linaje.
En este punto, Jigounov toma las riendas del guión, retirándose del apartado gráfico en el siguiente arco argumental, compuesto por tres álbumes: “Puto Patriota” (2009), “Un Paseíto con Malcolm” (2013) y “El Síndrome de Maracamba” (2018, inédito por el momento en España). Los dos últimos vienen dibujados por Chris Lamquet, un artista que sigue el estilo de su antecesor y que, aunque no es tan hábil, sí tiene un buen tratamiento del color que hasta cierto punto compensa el pequeño descenso de calidad. Otro de sus inconvenientes es su lentitud, como puede apreciarse en las fechas de lanzamiento de las tres entregas.
En este caso nos encontramos ante la clásica historia de “hombre inocente perseguido por un crimen que no cometió”. De nuevo, todo se inicia con una conspiración urdida por una facción liderada por el Secretario de Interior de los Estados Unidos y un agente de alto nivel de la CIA, que desean minar la credibilidad política de su presidente y para ello filtran una información falsa sobre la existencia de una bomba nuclear a bordo de un avión de línea ruso que se dirige a Washington. El presidente ordena su derribo y cuando no se hallan rastros de tal explosivo, se desencadena una crisis diplomática que, a su vez, lleva a cambios en la cúpula de la CIA, colocando en un puesto destacado al conspirador.
Cuando las investigaciones acerca del suicidio de uno de los agentes americanos implicado ponen en peligro la mascarada, una cadena de casualidades permite a los conspiradores implicar a Alpha fabricando pruebas falsas adicionales. Cuando éste es arrestado sin comprender nada en absoluto, huye por instinto y toda la maquinaria de la CIA y el FBI se pone en marcha para encontrarlo. Naturalmente, los conspiradores pretenden matarlo antes de que pueda hablar y que alguien crea sus alegaciones de inocencia. En su huida, Alpha se verá privado de todo: su dinero, su posición en la agencia, sus amigos, su pareja… para caer nada menos que presa de Scala, la asesina a sueldo presentada unos números antes. Para colmo, el pasado “ruso” de su familia le enreda aún más las cosas tanto en el bando americano como en el ruso.
Encontramos aquí otra historia que, aunque más convencional que las urdidas por Renard o Mythic, está muy bien construida y resulta más clara, con un ritmo implacable y más acción que en entregas anteriores aunque sin caer ni mucho menos en los excesos de, como apunté más arriba, un James Bond o Jason Bourne. Además y por primera vez, empezamos a rascar la enigmática superficie de Alpha/Dwight y se explicitan sus caros gustos y la relación sentimental con Sheena, tanto tiempo aplazada por las razones que claramente expone el protagonista. Un argumento, en fin, adulto e inteligente que exige del lector atención y algo de paciencia pero que a cambio le recompensará con un comic muy por encima de la media que no aburre en ningún momento.
Por desgracia, ese ha sido, hasta el momento, el final de la serie. Cada vez más cansado de “Alpha” y sintiendo que su relación con el editor se había deteriorado, Jigounov dejó de trabajar en ella pasando en cambio y de la mano del editor y guionista Yves Sente (recordemos, quien le había “reclutado” para la editorial años atrás) a otra colección de espías y acción mucho más conocida: “XIII”. En 2010, apareció en Francia –con el beneplácito de Jigounov, que como uno de los creadores originales del personaje sigue teniendo los derechos- una colección derivada, “Alpha Primeras Armas”, que hasta el momento totaliza cinco álbumes y en la que se narran los comienzos de Dwigt D. Tyler en los escuadrones tácticos del Ejército del Aire antes de unirse a la CIA como agente. Los guiones corren a cargo de Emmanuel Herzet y el dibujo de Eric Loutte
“Alpha” es una excelente serie de espionaje que en sus tramas –no tanto en sus personajes- iguala o supera a cualquiera de las grandes producciones cinematográficas de Hollywood. Son historias que claramente simpatizan con el individuo frente a las grandes organizaciones, ya sean políticas o de servicios de inteligencia, más preocupadas por salvaguardar su prestigio corporativo que por proteger a las personas. Alpha es un espía poco al uso, alguien cínico y crítico con la organización en la que presta servicio pero que ha conseguido mantener intacta su brújula moral y que no tiene reparos en actuar por su cuenta para rectificar los errores que sus jefes han cometido o incluso castigar a éstos si estima que lo merecen. Imprescindible, en resumen, para quien guste del género de espías y esté algo cansado de los rocambolescos giros y sorpresas que acabaron lastrando, por ejemplo, a “XIII”.
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