19 nov 2019
1996- ALPHA – Renard, Mythic y Jigounov (1)
La caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989 fue uno de esos acontecimientos que cambió el mundo, tanto en sí mismo por lo que significó para Alemania y la sociedad europea como por las inmediatas consecuencias que tuvo en la geopolítica continental y mundial. Durante casi treinta años, ambos lados de la ciudad dividida por esa pared de la vergüenza fueron un hervidero de espías de ambos bandos que operaban clandestinamente robando secretos, intercambiando agentes, traficando con información… Y, de repente, casi de la noche a la mañana, Berlín se convertía en una ciudad abierta dando inicio a la rápida desintegración del sistema comunista. Todo el mundo, empezando por los propios miembros de la comunidad de Inteligencia, comprendió que se había cerrado una etapa y que empezaba otra aun cuando nadie tenía muy claro qué iba a deparar ésta.
En ese nuevo mundo multilateral, con nuevos y viejos desafíos, se desarrolla “Alpha”, una colección de álbumes protagonizados por el agente americano que le da nombre. Creada por Pascal Renard y Yuri Jigounov, la serie abordará temas como la crisis financiera y política de la nueva Rusia; el ascenso de las mafias en ese país y sus vínculos con el mundo financiero internacional; el destino de los crueles espías de Alemania del Este; las consecuencias de las traiciones perpetradas en el marco de la Guerra Fría; las nuevas relaciones entre las agencias de inteligencia rusa y americana; la importancia de nuevos frentes en el tablero internacional; las conspiraciones y luchas intestinas en el gobierno americano; los turbios lazos entre la CIA y algunas dictaduras latinoamericanas…
La acción del primer álbum, “El Intercambio”, arranca con el secuestro, en Alemania, del secretario de un importante banquero por parte de unos individuos bien organizados cuyo fin es hacerse con la agenda personal de aquél para averiguar el momento de su encuentro, en París, con la tratante de arte rusa Assia Donkova. A partir de ese punto, va desarrollándose una trama de espionaje a varias bandas cuyos entresijos se revelan casi totalmente al final del primer volumen: un sector del gobierno ruso, preocupado por la deriva económica del país, ha puesto en marcha un plan para sacar cantidades masivas de rublos e intercambiarlos con banqueros europeos por dólares a un tipo inferior al de mercado. Ello proporcionará al gobierno divisas para adquirir bienes de primera necesidad en el extranjero y, por otra parte y dado que los rublos carecen de valor fuera de Rusia, los banqueros sólo tienen una salida para que la operación les sea rentable: invertirlos en ese país.
Ahora bien, dada la ilicitud de la operación, su promotor, un coronel del FSB (el servicio de seguridad ruso sucesor de la KGB), convence con argumentos patrióticos a su bella mujer Assia para que haga de intermediaria en las transacciones. Y en el caso de París, algo sale mal, porque en el momento y lugar del intercambio multimillonario con el banquero alemán, un comando irrumpe y causa una matanza. Assia huye y busca refugio en casa de Julien Morgan, un joven pintor al que conoció días atrás en un museo.
Así, en esta intriga participan por un lado los rusos que trafican con rublos, la mafia alemana que utilizaba los servicios del banquero para lavar su dinero, los ladrones que intentan robar éste y la CIA, que dada la magnitud de la operación y sus consecuencias geopolíticas, vigila de cerca lo que sucede. Precisamente es a esa organización de espionaje donde pertenece un tal Julien. Y es a Moscú donde lo envían ya en el segundo volumen, “El Clan Bogdanov” (1997), para que seduzca a Assia, se acerque a su círculo y trate de averiguar quién está realmente tras el tráfico de rublos y por qué. Las cosas se empiezan a descontrolar en esa ciudad porque los cientos de millones de dólares objeto de deseo desaparecieron durante la refriega y todos los implicados sospechan de los otros bandos. Se producen asesinatos por parte de unos y otros y Assia no tarda en estar en el punto de mira. Es entonces cuando Julien, a primera vista un joven normal sin talentos especiales, comienza a demostrar por qué la CIA lo considera un fuera de serie.
La aventura concluye en el tercer volumen, “El Salario de los Lobos” (1998), pero no desvelaré más para no arruinar los giros y sorpresas que aguardan al lector interesado en abordar esta obra por primera vez. El cambio de guionista por Mythic no afecta al tono general de la historia pero aunque la intriga se explica satisfactoriamente al final, hay alguna subtrama (como la del asesino solitario) que no acaba de quedar muy clara.
Pascal Renard teje una historia realista y compleja digna de la mejor novela de espionaje y que pide a gritos una buena miniserie televisiva (simplificarla para encajarla en el metraje y público objetivo de una producción cinematográfica sería un error). La premisa y motor de la trama es una situación geopolítica muy bien descrita producto del derrumbamiento económico de Rusia tras la caída del sistema comunista y el enraizamiento en el nuevo panorama capitalista de las organizaciones criminales. El argumento se desarrolla con fluidez e incluye varias escenas de acción muy intensas y verosímiles que, sin escatimar violencia, tampoco se regodea en ella.
Hay, eso sí, largos pasajes expositivos en los que uno u otro personaje explica los detalles de la intriga o resume el estado de la situación para recuperar al lector que pudiera haber perdido el hilo habida cuenta de la cantidad de personajes implicados en todos los bandos en conflicto. No obstante, esa abundancia de texto corresponde sólo a diálogos y está limitada a pasajes concretos, estando el resto muy ajustado. De hecho, no hay textos de apoyo y Renard confía con buen criterio en la habilidad de su compañero Jigounov para situar al lector temporal y espacialmente en cada momento de la narración.
Es este, por tanto, un comic excepcional para los amantes del género de espionaje. Es inteligente y está bien narrado, tiene acción pero sin caer en lo sobrehumano de Bourne o Bond. Es, también, un comic denso que exige del lector más atención de lo habitual en otras obras y géneros para poder seguir las complejidades de la trama y las afiliaciones de los personajes que en ella participan. Quizá podría achacársele una cierta pobreza en la caracterización. No hay pasajes introspectivos, globos de pensamiento o escenas donde se revele la psicología o personalidad de los intervinientes, poniendo todo el énfasis en desarrollar la trama.
En cuanto a Yuri Jigounov, es difícil ponerle ninguna pega porque su dibujo es prácticamente perfecto dentro de su estilo realista y elegante, que es el que el tema y el tono de la historia exigen. Sin la rigidez del William Vance de “XIII” y más realista que el Franq de “Largo Winch”, Jigounov lo hace todo bien. La ambientación es perfecta. Utiliza referencias fotográficas para los fondos pero no se limita a retocar éstas sino que dibuja a partir de ellas y las adecúa a sus necesidades narrativas. No toma atajos y salvo en muy primeros planos siempre cuida los decorados. Los automóviles, los edificios, la decoración interior, el vestuario… todo está excepcionalmente cuidado. También las figuras humanas, en su caracterización y movimiento, las domina perfectamente Jigounov. Tanto las escenas de acción como las cotidianas en las que los personajes se mueven por la ciudad o charlan, están perfectamente planteadas. Por buscar algún defecto, quizá le falte algo de expresividad en los rostros, pero no deja de ser un asunto menor que no estropea en absoluto su trabajo. Que el lector guste más o menos de su estilo naturalista y muy francés es otra cuestión, pero, como dije, objetivamente es muy difícil sacarle fallos.
Además, no deja de ser irónico que el dibujante de una serie de espionaje protagonizada por un agente de la CIA sea un ruso nacido en la Unión Soviética de la Guerra Fría. Jigounov vino al mundo en 1967 y consiguió leer comics occidentales y burlar la censura gracias a un amigo de su familia, que le proporcionó varios números de la revista “Tintín”, los cuales le inspirarían para su futura carrera profesional. Tras años de trabajo gráfico para un estudio moscovita, en 1994, consigue por fin viajar a Bélgica, donde llama a la puerta de la editorial Lombard (editora de la mencionada “Tintín”). A Yves Sente, a la sazón responsable de la misma, le encantan las planchas que el ruso le presenta y da luz verde a su primer comic francobelga: “Les Lettres de Krivtsov” (1995). Además, le presenta a Pascal Renard, con quien colaborará en la creación de “Alpha”.
A la muerte de Pascal Renard en 1996 con sólo 35 años, le sucede como guionista de la serie Mythic, seudónimo de Jean-Claude Smit-le-Bénédicte, cuya carrera ha tocado los más diversos campos, desde el teatro infantil al diseño gráfico pasando por la crítica literaria y cinematográfica y la organización de convenciones de ciencia ficción). “La Lista” (1999), cuarto álbum de la colección, comienza con un flashback a 1989, momento en el que cae el Muro de Berlín. Cuando el gobierno y sistema comunista de Alemania del Este se desintegran, un coronel de la Stasi (la policía secreta alemana), Wolfgang Wagemüller, se hace con una lista confidencial de empresarios americanos que colaboraron con el régimen comunista para lucrarse y luego desaparecer. Durante los años siguientes lleva una vida nómada por Europa junto a su esposa e hija pequeña, huyendo cada vez que creen que alguien los reconoce. Cansado de esa existencia, contacta con la CIA para proponerle un trato: la lista a cambio de ciudadanía e identidades americanas para él y su familia.
La CIA accede pero ignora que tiene filtraciones en su interior. Así, por una parte el Mossad israelí envía un comando para secuestrar al ex espía alemán y hacerse con la información antes de que lleguen los americanos. Por otra, un fabricante de armas estadounidense que también se entera de la situación, contrata a un grupo de mercenarios para que destruyan la lista en la que él figura y a su portador. A ello se suma también el servicio secreto francés, que ha descubierto el paradero de Wagemüller. Ignorante del peligro que corre el alemán, Alpha es el encargado de dirigir al grupo que debe contactar con éste y trasladarlo a salvo a territorio estadounidense, una misión que demuestra ser más complicada de lo que parecía.
Para su debut como guionista en solitario de la serie, Mythic escribe una historia sencilla, unitaria y autoconclusiva que se estructura alrededor de una premisa similar a la del ciclo anterior: un grupo de facciones que se enfrentan y persiguen algo: aquí, en lugar de una fortuna en dólares, es información secreta que puede comprometer a personalidades americanas importantes. Aventura de puro espionaje llena de acción y narrada con buen ritmo, sólo tiene una pega que, de todas formas, no llega a empañar el entretenimiento que ofrece: hay ocasiones en las que resulta complicado identificar quién es quién y a qué bando pertenece (¿los americanos? ¿los franceses? ¿los israelíes? ¿los mercenarios?).
Por otra parte y como ocurría en los álbumes anteriores, los personajes siguen siendo planos. No hay tampoco aquí escenas que nos revelen demasiado sobre sus personalidades o historial, pero sí se apunta un rasgo interesante de Alpha que, dado que se revela al final, no revelaré aquí. Diré tan solo que descubrimos que su sentido personal de la justicia y compasión nunca queda sofocado por la burocracia e intereses de la organización para la que trabaja y que, si así lo cree justo, no tendrá inconveniente en operar al margen de ella. También se presenta un nuevo personaje recurrente, Sheena Ferguson, de origen vietnamita aunque educada en Estados Unidos. Agente que forma parte del equipo de Alpha, se siente atraída por él aunque éste prefiere mantener cierta distancia.
(Finaliza en la próxima entrada)
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