(Viene de la entrada anterior)
Aunque los autores gozaron de una libertad considerable, como he dicho al principio nadie sabía muy bien a qué atenerse con el nuevo Comics Code y cuando DC envió para su revisión y aprobación el guión del número 1 les respondieron que no podía ser: dado que Alec Holland moría y resucitaba, era equivalente a un zombi, y eso todavía no estaba permitido. Así que tuvieron que reescribirlo para que Holland en realidad no muriese sino que se transformase (años después, ya libre de las cadenas de la censura, Alan Moore explicó que el científico sí murió y que la Cosa del Pantano es en realidad un ser que cree ser él). Hubo alguna otra queja absurda acerca de la desnudez del protagonista requiriendo que se le tapase la parte genital, pero en este caso Orlando puso el pie en la puerta y se molestó en mostrar a los censores, página por página desde el número 1, que la criatura siempre había ido desnuda y que ello no suponía ofensa alguna contra la decencia.
Por supuesto, uno de los factores decisivos para el éxito y la inmortalidad de estos números fue

Enseguida se hizo evidente que estaba demasiado verde para hacerse cargo de una colección y Carmine Infantino lo tomó bajo su tutela y le asignó a los títulos de antología de terror de la casa, como “House of Mystery” o “House of Secrets”, lo que le permitía asumir con comodidad el dibujo a lápiz y el entintado de historias cortas. Fue una suerte para él puesto que de haber asumido una colección regular, las tintas las hubiera realizado un tercero y quizá no hubiera desarrollado su maestría en ese apartado. Y entonces llegó la historia corta de “La Cosa del Pantano” en “House of Secrets” y, un año después, su propia colección, la primera en la que asumió todo el apartado artístico (con la excepción del

“La Cosa del Pantano” era un comic que se hacía en buena medida siguiendo el llamado Estilo Marvel. Joe Orlando, Len Wein y Berni Wrightson se reunían para discutir cada número en la oficina del primero y establecían la planificación de todo el comic página a página. Wein aportaba la trama y Orlando y Wrightson lanzaban ideas que podían o no integrarse en la misma. Con todo ese material, Wrightson dibujaba las planchas para pasárselas a continuación a Wein, que escribía los diálogos antes de que el letrista las rotulara y, finalmente, Wrightson las pasara a tinta.
Los guiones de Wein son sencillos pero efectivos, articulados con una prosa recargada y melodramática con ínfulas literarias, una característica común a muchos guionistas de la época. Por desgracia y pese a un buen arranque, Wein nunca llegó a saber muy bien qué hacer con la colección y con el personaje. Tomemos, por ejemplo, la naturaleza de la criatura. Ya en el segundo episodio se explicita que es una planta que ha tomado forma humana. Arcane, el científico loco, se siente confuso al estudiar su bioquímica: “Vaya..No tiene presión sanguínea y su respiración…es como la de una planta. Inhala dióxido de carbono..¡Y exhala oxígeno!. ¡Parece que tu cuerpo también es como una planta! Tiene varias balas alojadas en su interior, ¡en lugares

Dicho lo cual, y esto es una muestra de lo tambaleantes que eran los guiones de Wein, éste parece bastante inseguro acerca del personaje que él mismo ha creado. Un número después de que se nos haya dicho que las balas no lo pueden matar porque no tiene órganos internos, se asusta mientras pelea contra el monstruo de Arcane: “Debo encontrar un apoyo…Empujar con todo mi peso…Y hacer que me suelte antes de que me parta el cuello”. Y esa es la raíz (nunca mejor dicho) del problema que tiene Len Wein con estos guiones: nunca está del todo convencido de qué es lo que tiene entre manos. Al fin y al cabo, la Cosa del Pantano no era un vampiro o un hombre lobo sino algo bastante extraño y nuevo aunque con ciertas conexiones con la literatura gótica.

Así que el monstruo se siente triste y culpable. Pero al mismo tiempo Wein tiende a escribir sus monólogos internos con un toque burlón algo desconcertante. En el número 7 se le ocurre incluso la peregrina idea de vestirlo con una gabardina y un sombrero, como si eso fuera a hacerle pasar desapercibido, y dirigirse –mentalmente- al perro que lleva consigo: “¡Mira chucho!... Te presento al nuevo Alec Holland…Estrella de los escenarios…De la pantalla..¡y del sumidero!”. Estos vaivenes hacen difícil considerar a La Cosa del Pantano como un monstruo completamente trágico en lugar de un superhéroe peculiar.
No es solamente con la criatura con lo que Wein tiene problemas. También con el tipo de

Alan Moore utilizaría al personaje para contar historias de terror muy americanas y, de hecho, su saga “American Gothic” es uno de los mejores comics de terror de los ochenta. No sólo la Cosa del Pantano es una creación joven, también lo es americana, radicada en el profundo Sur de Estados Unidos. Es el vehículo perfecto para contar historias sobre la forma de ver el mundo de los norteamericanos en lugar de recurrir a algo ajeno cronológica, geográfica y culturalmente, como son los clásicos del terror europeos. En justicia, el primer número sí puede calificarse de “americano”. Escrito a comienzos de los setenta del pasado siglo, resulta evidente el cinismo respecto al gobierno y la Guerra Fría. Ahí tenemos, por ejemplo, los científicos inmersos en un proyecto gubernamental secreto. Sin embargo, en vez de convertirlos en víctimas del sabotaje de los rusos o alguna otra potencia extranjera, como hubiera sido lo esperable, Wein sitúa la amenaza en el sector privado. Se trata de una nebulosa y mal concebida organización

Por supuesto, las autoridades oficiales no están ausentes de las historias. Ya en el primer número, Wein apunta la idea de que el gobierno norteamericano no es un organización benévola y que está menos preocupado por la pareja de científicos que por la tecnología que están investigando. Matt Cable, el agente del gobierno, les asegura: “La conversación que tuvimos sobre que ustedes eran una mercancía no era una broma. Son productos, doctor…Usted y su esposa…para ser comprados, vendidos o intercambiados por quien consiga poseerlos”. Se trata de un terror existencial inserto en pleno corazón del Sueño Americano: todo puede ser objeto de compra-venta: ideas, sueños e incluso gente, una crítica a la cara más oscura de una de las supuestas virtudes de la sociedad estadounidense. Esto hace de esta historia algo netamente americano y contemporáneo.
El problema aparece ya en los números siguientes. Len Wein acaba de delinear la fórmula que

El número 6, “Un Horror Mecánico”, es más moderno y deja atrás los referentes literarios europeos del XIX para llevar al monstruo a una pequeña aldea minera abandonada cuyos vecinos reaparecen misteriosamente. Se trata de una historia muy parecida a la de “Las Esposas de Stepford”, novela de Ira Levin aparecida un año antes y que podría leerse quizá como comentario social a la situación de muchas poblaciones tras la Segunda Guerra Mundial; o sobre los secretos que anidan en las

Por desgracia, la historia pierde pegada cuando se descubre que el responsable es un relojero suizo que ha actuado con la mejor de las motivaciones y en lugar de una situación terrorífica nos encontramos con otra trágica. No se explora la idea de un pueblo habitado por robots siempre felices con la apariencia de gente muerta, por lo que el valor de la premisa queda desaprovechado.
Los números siguientes mejoran algo e incluyen ideas que parecen anunciar algunas de la que Moore adoptaría en su etapa. Aunque Wein no es ni de lejos un guionista tan sólido e imaginativo como Moore y aun cuando sus historias tienden a ir en diferentes direcciones al mismo tiempo, podemos empezar a ver borradores difusos de algunos de los monstruos americanos que Moore aportaría a la colección. Por ejemplo, en el episodio 9, el pantano recibe la visita de un

Ya lo he apuntado anteriormente: no es aventurado decir que si la serie es recordada hoy no es tanto por los guiones de Wein como por el dibujo de Berni Wrightson, que supo dar forma a unas imágenes de una calidad muy poco habitual en los comic books mainstream. Tenía un talento maravilloso para dibujar monstruos grotescos y repulsivos que, sin embargo, mantenían una extraña y retorcida semblanza de humanidad. La Cosa del Pantano es el ejemplo más obvio pero también puede apreciarse en los engendros de Arcane o su criatura Frankenstein. También gozaba de una gran flexibilidad

Episodio a episodio, Wrightson mejoraba a ojos vista en todos los aspectos: la atmósfera, la iluminación con fines expresivos, las figuras con una anatomía y rasgos faciales muy particulares, la composición y el encuadre barrocos… Quizá el número menos conseguido sea el cruce con Batman del nº 7. Aparte de dibujar al justiciero de Gotham con unas orejas y capa desproporcionadamente largas, en general se trata de un episodio bastante convencional en el que el artista no encuentra una historia donde explotar sus puntos fuertes.
Tras diez números memorables, el equipo creativo se disolvió. Después de unos primeros números más insertos claramente en el terror, el protagonista fue pareciéndose cada vez más a un superhéroe justiciero que daba más lástima que miedo y cuya existencia nómada le llevaba a resolver misterios o ayudar a individuos o comunidades en apuros sirviéndose de sus excepcionales fuerza y capacidad de regeneración. La colección empezó a repetirse en su esquema al llegar todo lo lejos que les permitían las limitaciones temáticas que tenían los comic-books en aquel momento. En cada número había que buscar un conflicto y un enemigo y las

El primero en aburrirse y tomar la decisión de marcharse fue Berni Wrightson, un espíritu inquieto como tantos de sus compañeros generacionales, que sentía que ya había hecho con el personaje todo lo que quería y que estaba preparado para seguir profundizando en su talento para lo gótico y lo grotesco en otros títulos y formatos (concretamente en las revistas de la editorial Warren y más tarde El Estudio). Después de esta experiencia con una serie regular, Wrightson ya nunca volvió a aceptar encargos de este tipo, limitándose a historias unitarias más o menos largas o, ya en su vuelta a los superhéroes en los años ochenta, miniseries o novelas gráficas.
Un par de meses después se marchó Len Wein y los que sustituyeron a ambos ya no consiguieron recuperar el sabor único que aquéllos habían creado, probablemente porque la rígida fórmula que le dio origen ya no daba para más. Ello llevó a la cancelación de la colección en 1976, tras 24 números. Bastantes años después hubo un intento por parte de sus creadores de retomar al personaje en forma de

Sobre su siguiente etapa, inaugurada en 1982, de la que formaría parte Alan Moore, ya hablaré en otra entrada futura.
“La Cosa del Pantano” de Len Wein y Berni Wrightson no es una lectura esencial, pero sí muy recomendable para los amantes del comic de terror. Quienes, conociendo la etapa de Alan Moore busquen aquí algo equivalente, se sentirán decepcionados, pero aún así son diez episodios que han envejecido sorprendentemente bien teniendo en cuenta que han transcurrido ya cincuenta años desde su publicación. Sigue siendo un tebeo de monstruos muy efectivo, con ideas interesantes y, sobre todo, un dibujo sobresaliente por el que no ha pasado el tiempo y algunas de cuyas imágenes conservan toda su fuerza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario