24 nov 2019

1971- LA COSA DEL PANTANO – Len Wein y Berni Wrightson (y 2)



(Viene de la entrada anterior)

Aunque los autores gozaron de una libertad considerable, como he dicho al principio nadie sabía muy bien a qué atenerse con el nuevo Comics Code y cuando DC envió para su revisión y aprobación el guión del número 1 les respondieron que no podía ser: dado que Alec Holland moría y resucitaba, era equivalente a un zombi, y eso todavía no estaba permitido. Así que tuvieron que reescribirlo para que Holland en realidad no muriese sino que se transformase (años después, ya libre de las cadenas de la censura, Alan Moore explicó que el científico sí murió y que la Cosa del Pantano es en realidad un ser que cree ser él). Hubo alguna otra queja absurda acerca de la desnudez del protagonista requiriendo que se le tapase la parte genital, pero en este caso Orlando puso el pie en la puerta y se molestó en mostrar a los censores, página por página desde el número 1, que la criatura siempre había ido desnuda y que ello no suponía ofensa alguna contra la decencia.



Por supuesto, uno de los factores decisivos para el éxito y la inmortalidad de estos números fue el dibujo de Berni Wrightson. Nacido en 1948, su pasión por lo terrorífico se remonta a los comics de EC que leía de niño y las películas de monstruos que vio en el cine y la televisión. En cuanto al dibujo, aunque siempre le gustó garabatear sobre un papel, empezó a tomárselo en serio cuando a los once años se rompió un brazo y debido a la escayola hubo de pasar largos ratos dibujando. La idea de ganarse la vida con ello surgió en la adolescencia y a los 19 entró en el departamento gráfico del Baltimore Sun. Tras hacer varios contactos en la Convención de Comic Book de Nueva York y tener la seguridad de recibir encargos de DC si se mudaba allí, se trasladó a la gran ciudad.

Enseguida se hizo evidente que estaba demasiado verde para hacerse cargo de una colección y Carmine Infantino lo tomó bajo su tutela y le asignó a los títulos de antología de terror de la casa, como “House of Mystery” o “House of Secrets”, lo que le permitía asumir con comodidad el dibujo a lápiz y el entintado de historias cortas. Fue una suerte para él puesto que de haber asumido una colección regular, las tintas las hubiera realizado un tercero y quizá no hubiera desarrollado su maestría en ese apartado. Y entonces llegó la historia corta de “La Cosa del Pantano” en “House of Secrets” y, un año después, su propia colección, la primera en la que asumió todo el apartado artístico (con la excepción del
color, claro) y la última que realizaría de forma regular.

“La Cosa del Pantano” era un comic que se hacía en buena medida siguiendo el llamado Estilo Marvel. Joe Orlando, Len Wein y Berni Wrightson se reunían para discutir cada número en la oficina del primero y establecían la planificación de todo el comic página a página. Wein aportaba la trama y Orlando y Wrightson lanzaban ideas que podían o no integrarse en la misma. Con todo ese material, Wrightson dibujaba las planchas para pasárselas a continuación a Wein, que escribía los diálogos antes de que el letrista las rotulara y, finalmente, Wrightson las pasara a tinta.

Los guiones de Wein son sencillos pero efectivos, articulados con una prosa recargada y melodramática con ínfulas literarias, una característica común a muchos guionistas de la época. Por desgracia y pese a un buen arranque, Wein nunca llegó a saber muy bien qué hacer con la colección y con el personaje. Tomemos, por ejemplo, la naturaleza de la criatura. Ya en el segundo episodio se explicita que es una planta que ha tomado forma humana. Arcane, el científico loco, se siente confuso al estudiar su bioquímica: “Vaya..No tiene presión sanguínea y su respiración…es como la de una planta. Inhala dióxido de carbono..¡Y exhala oxígeno!. ¡Parece que tu cuerpo también es como una planta! Tiene varias balas alojadas en su interior, ¡en lugares
que serían mortales para cualquier otro!”. En un capítulo posterior, se nos sugiere que su cuerpo es una planta primitiva, hasta tal punto, que su mente no la controla del todo. En un momento determinado, descubre que “He permanecido en este lugar tanto tiempo…que he empezado a echar raíces”. Hay pocas indicaciones de que el ser sea en realidad un mutado Alec Holland. El aferrarse a su identidad humana –echando de menos a Linda, angustiándose por el destino de la fórmula secreta- parece en realidad un intento de contener al monstruo que en realidad es.

Dicho lo cual, y esto es una muestra de lo tambaleantes que eran los guiones de Wein, éste parece bastante inseguro acerca del personaje que él mismo ha creado. Un número después de que se nos haya dicho que las balas no lo pueden matar porque no tiene órganos internos, se asusta mientras pelea contra el monstruo de Arcane: “Debo encontrar un apoyo…Empujar con todo mi peso…Y hacer que me suelte antes de que me parta el cuello”. Y esa es la raíz (nunca mejor dicho) del problema que tiene Len Wein con estos guiones: nunca está del todo convencido de qué es lo que tiene entre manos. Al fin y al cabo, la Cosa del Pantano no era un vampiro o un hombre lobo sino algo bastante extraño y nuevo aunque con ciertas conexiones con la literatura gótica.

El propio monstruo es una criatura completamente angustiada, un marginado de la sociedad cuya tragedia radica en conservar su alma e inteligencia humanas pero verse apartado de sus congéneres por su repulsivo aspecto. A esa carga se añadía otra de carácter delictivo: la persecución de que era objeto por parte del policía Matt Cable, que lo acusa de haber asesinado a su esposa Linda. En los diez primeros números que aquí nos ocupan se lamenta y autocompadece tantas veces que llega a cansar al lector. Wein sugiere que el personaje está en un perpetuo estado de duelo por su esposa, pero también tiene miedo de que el secreto de la fórmula de crecimiento que impregna su nuevo cuerpo pueda dar lugar a otro monstruo. Es un perfil que bien podría derivar del Increíble Hulk, aunque a diferencia de éste, la Cosa del Pantano no puede hablar (una similitud más con el Hombre Cosa de la Marvel).

Así que el monstruo se siente triste y culpable. Pero al mismo tiempo Wein tiende a escribir sus monólogos internos con un toque burlón algo desconcertante. En el número 7 se le ocurre incluso la peregrina idea de vestirlo con una gabardina y un sombrero, como si eso fuera a hacerle pasar desapercibido, y dirigirse –mentalmente- al perro que lleva consigo: “¡Mira chucho!... Te presento al nuevo Alec Holland…Estrella de los escenarios…De la pantalla..¡y del sumidero!”. Estos vaivenes hacen difícil considerar a La Cosa del Pantano como un monstruo completamente trágico en lugar de un superhéroe peculiar.

No es solamente con la criatura con lo que Wein tiene problemas. También con el tipo de
historias que quiere contar. El personaje está tan ligado en su origen, contexto y naturaleza a los pantanos de Louisiana que, en principio, resulta difícil imaginarlo fuera de ese ambiente durante un extenso periodo de tiempo. Sin embargo, eso es exactamente lo que hace Wein. De hecho, lo saca del pantano en el número 2 y no lo devuelve hasta el 9.

Alan Moore utilizaría al personaje para contar historias de terror muy americanas y, de hecho, su saga “American Gothic” es uno de los mejores comics de terror de los ochenta. No sólo la Cosa del Pantano es una creación joven, también lo es americana, radicada en el profundo Sur de Estados Unidos. Es el vehículo perfecto para contar historias sobre la forma de ver el mundo de los norteamericanos en lugar de recurrir a algo ajeno cronológica, geográfica y culturalmente, como son los clásicos del terror europeos. En justicia, el primer número sí puede calificarse de “americano”. Escrito a comienzos de los setenta del pasado siglo, resulta evidente el cinismo respecto al gobierno y la Guerra Fría. Ahí tenemos, por ejemplo, los científicos inmersos en un proyecto gubernamental secreto. Sin embargo, en vez de convertirlos en víctimas del sabotaje de los rusos o alguna otra potencia extranjera, como hubiera sido lo esperable, Wein sitúa la amenaza en el sector privado. Se trata de una nebulosa y mal concebida organización
llamada “El Cónclave” la que está tras el ataque a los Holland. Este Cónclave parece ser una asociación ilícita de empresas privadas que buscan detener cualquier avance tecnológico que ponga en peligro su dominio sobre la industria y el mercado. De hecho, prefieren destruir el fruto del trabajo de Alec y Linda antes que hacerse con él. Es un concepto interesante pero mal ejecutado. Quizá consciente de ello, Wein remata esa subtrama al poco de comenzar la serie.

Por supuesto, las autoridades oficiales no están ausentes de las historias. Ya en el primer número, Wein apunta la idea de que el gobierno norteamericano no es un organización benévola y que está menos preocupado por la pareja de científicos que por la tecnología que están investigando. Matt Cable, el agente del gobierno, les asegura: “La conversación que tuvimos sobre que ustedes eran una mercancía no era una broma. Son productos, doctor…Usted y su esposa…para ser comprados, vendidos o intercambiados por quien consiga poseerlos”. Se trata de un terror existencial inserto en pleno corazón del Sueño Americano: todo puede ser objeto de compra-venta: ideas, sueños e incluso gente, una crítica a la cara más oscura de una de las supuestas virtudes de la sociedad estadounidense. Esto hace de esta historia algo netamente americano y contemporáneo.

El problema aparece ya en los números siguientes. Len Wein acaba de delinear la fórmula que
podía haber hecho de este comic algo más moderno, más interesante, más cercano a lo que Moore haría tan brillantemente quince años después. Sin embargo, el número 2 da un giro radical y saca a La Cosa del Pantano de su maloliente y oscuro pantano para llevarlo nada menos que a Europa Oriental, a un panorama salido de una película de la Universal de los años treinta en el que encuentra científicos alquimistas y castillos medievales. A continuación, llega a una Escocia de páramos, niebla y coches de caballos donde lucha contra un hombre lobo. Luego, Wein lo acerca ya América, insertándole en una historia que recuerda a las Brujas de Salem. Sí, es más americano pero aún así el personaje parece seguir viajando tanto por el tiempo como por el espacio.

El número 6, “Un Horror Mecánico”, es más moderno y deja atrás los referentes literarios europeos del XIX para llevar al monstruo a una pequeña aldea minera abandonada cuyos vecinos reaparecen misteriosamente. Se trata de una historia muy parecida a la de “Las Esposas de Stepford”, novela de Ira Levin aparecida un año antes y que podría leerse quizá como comentario social a la situación de muchas poblaciones tras la Segunda Guerra Mundial; o sobre los secretos que anidan en las
comunidades pequeñas cuyos vecinos se ven obligados a fingir amabilidad y ajustarse a estereotipos, una sociedad que no admite diferencias, diversidad o debilidades. Se retoma incluso la idea de que el gobierno americano es una maquinaria fría, estúpida y con escasa consideración hacia sus ciudadanos cuando Cable observa cínicamente: “Si no fuera por el hecho de que ninguno de los nuevos residentes de la ciudad se ha registrado nunca ni ha pagado impuestos…nunca habríamos oído hablar de ella”.

Por desgracia, la historia pierde pegada cuando se descubre que el responsable es un relojero suizo que ha actuado con la mejor de las motivaciones y en lugar de una situación terrorífica nos encontramos con otra trágica. No se explora la idea de un pueblo habitado por robots siempre felices con la apariencia de gente muerta, por lo que el valor de la premisa queda desaprovechado.

Los números siguientes mejoran algo e incluyen ideas que parecen anunciar algunas de la que Moore adoptaría en su etapa. Aunque Wein no es ni de lejos un guionista tan sólido e imaginativo como Moore y aun cuando sus historias tienden a ir en diferentes direcciones al mismo tiempo, podemos empezar a ver borradores difusos de algunos de los monstruos americanos que Moore aportaría a la colección. Por ejemplo, en el episodio 9, el pantano recibe la visita de un
alienígena que aprende de primera mano y por las malas lo violento que puede ser el hombre. En el 8, la Cosa del Pantano se enfrenta al horror cósmico de una criatura, M´Nagalah, salida de la mente de Lovecraft (uno de los pilares del terror americano moderno) y que tiene esclavizado a todo un pueblo. Los guiones de Wein son sin duda más interesantes cuando abordan ideas, problemas y escenarios más modernos. En el último del volumen que recopila los episodios firmados junto a Wrightson, el guionista regresa al pasado para contarnos una historia por lo demás olvidable sobre la crueldad de las antiguas plantaciones sureñas. Alan Moore retomaría el tema de la esclavitud y su legado, con mucho mejor tino, durante su saga de “American Gothic”.

Ya lo he apuntado anteriormente: no es aventurado decir que si la serie es recordada hoy no es tanto por los guiones de Wein como por el dibujo de Berni Wrightson, que supo dar forma a unas imágenes de una calidad muy poco habitual en los comic books mainstream. Tenía un talento maravilloso para dibujar monstruos grotescos y repulsivos que, sin embargo, mantenían una extraña y retorcida semblanza de humanidad. La Cosa del Pantano es el ejemplo más obvio pero también puede apreciarse en los engendros de Arcane o su criatura Frankenstein. También gozaba de una gran flexibilidad
gráfica que ayudó al comic en su crisis de identidad inicial: se manejaba igual de bien en los pantanos de Louisiana, los páramos escoceses, los amables paisajes de Nueva Inglaterra o los callejones de Gotham.

Episodio a episodio, Wrightson mejoraba a ojos vista en todos los aspectos: la atmósfera, la iluminación con fines expresivos, las figuras con una anatomía y rasgos faciales muy particulares, la composición y el encuadre barrocos… Quizá el número menos conseguido sea el cruce con Batman del nº 7. Aparte de dibujar al justiciero de Gotham con unas orejas y capa desproporcionadamente largas, en general se trata de un episodio bastante convencional en el que el artista no encuentra una historia donde explotar sus puntos fuertes.

Tras diez números memorables, el equipo creativo se disolvió. Después de unos primeros números más insertos claramente en el terror, el protagonista fue pareciéndose cada vez más a un superhéroe justiciero que daba más lástima que miedo y cuya existencia nómada le llevaba a resolver misterios o ayudar a individuos o comunidades en apuros sirviéndose de sus excepcionales fuerza y capacidad de regeneración. La colección empezó a repetirse en su esquema al llegar todo lo lejos que les permitían las limitaciones temáticas que tenían los comic-books en aquel momento. En cada número había que buscar un conflicto y un enemigo y las
reuniones entre Joe Orlando, Wein y Wrightson acabaron por consistir en tratar de imaginar qué nuevo monstruo se enfrentaría al protagonista.

El primero en aburrirse y tomar la decisión de marcharse fue Berni Wrightson, un espíritu inquieto como tantos de sus compañeros generacionales, que sentía que ya había hecho con el personaje todo lo que quería y que estaba preparado para seguir profundizando en su talento para lo gótico y lo grotesco en otros títulos y formatos (concretamente en las revistas de la editorial Warren y más tarde El Estudio). Después de esta experiencia con una serie regular, Wrightson ya nunca volvió a aceptar encargos de este tipo, limitándose a historias unitarias más o menos largas o, ya en su vuelta a los superhéroes en los años ochenta, miniseries o novelas gráficas.

Un par de meses después se marchó Len Wein y los que sustituyeron a ambos ya no consiguieron recuperar el sabor único que aquéllos habían creado, probablemente porque la rígida fórmula que le dio origen ya no daba para más. Ello llevó a la cancelación de la colección en 1976, tras 24 números. Bastantes años después hubo un intento por parte de sus creadores de retomar al personaje en forma de
miniserie de tres números en formato Prestigio pero, tras abocetar cuarenta y ocho páginas, Wrightson abandonó arguyendo que ya no era capaz de meterse en la historia y el proyecto se aparcó.

Sobre su siguiente etapa, inaugurada en 1982, de la que formaría parte Alan Moore, ya hablaré en otra entrada futura.

“La Cosa del Pantano” de Len Wein y Berni Wrightson no es una lectura esencial, pero sí muy recomendable para los amantes del comic de terror. Quienes, conociendo la etapa de Alan Moore busquen aquí algo equivalente, se sentirán decepcionados, pero aún así son diez episodios que han envejecido sorprendentemente bien teniendo en cuenta que han transcurrido ya cincuenta años desde su publicación. Sigue siendo un tebeo de monstruos muy efectivo, con ideas interesantes y, sobre todo, un dibujo sobresaliente por el que no ha pasado el tiempo y algunas de cuyas imágenes conservan toda su fuerza.

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