9 oct 2019
2001- HULK: BANNER – Brian Azzarello y Richard Corben
A diferencia de otros superhéroes, Hulk es un personaje que lo tiene difícil para reunir en torno a sí a un nutrido grupo de fans. Eso no le ha impedido convertirse en un auténtico icono mundial de la cultura pop. Su nombre ha pasado al vocabulario popular para describir a alguien que se enfurece desproporcionadamente por motivos ridículos y su musculosa figura verde adorna innumerables objetos. Es igualmente cierto, sin embargo, que tan conocido como es el propio Hulk resulta fácil olvidarse de que tiene un alter ego perpetuamente a su sombra. De él es de quien trata precisamente “Hulk: Banner”.
“Startling Stories” fue un sello que Marvel utilizó para publicar una serie de proyectos (cuatro en total) protagonizados por algunos de sus personajes y que no tenían cabida en el seno de la continuidad canónica al presentar situaciones alternativas al estilo bien de los “What If?” marvelitas o bien de los “Elseworlds” de DC; o porque el comic en sí era demasiado extraño como para mezclarlo con el catálogo ordinario (fue el caso del “Megalomaniaco Spiderman”, de Peter Bagge). A pesar de la libertad creativa con la que teóricamente jugaban los autores elegidos, el caso es que ya fuera por la falta de entusiasmo de los lectores o bien de los editores, dicho sello se aparcó definitivamente tras tan solo tres miniseries y un especial.
“Hulk: Banner” fue la primera de esas miniseries, de cuatro números, en la que se presentaba una historia, como he dicho, ajena al canon y la continuidad oficiales de Marvel. Ello quiere decir que para comprender lo que aquí se narra basta con conocer lo más básico del personaje, a saber, que Bruce Banner es un científico apocado que se transforma en un violento gigante con la inteligencia de un saltamontes cada vez que alguien o algo le suscita una emoción violenta como el miedo o la ira. Esa independencia de la continuidad es también lo que le permite a su guionista, Brian Azzarello, imaginar el cuento de un hombre angustiado que lleva demasiado tiempo viviendo con una carga de culpabilidad inimaginable.
A la vista del título de la miniserie, no debe sorprendernos que el gigante verde no sea el centro de la historia. Lo que Azzarello pretende es que tomemos conciencia de la angustiosa lucha que Bruce Banner tiene que librar consigo mismo todos los días. La culpa que le atormenta cada mañana al descubrir la muerte y destrucción que su alter ego ha causado por la noche, le lleva al suicidio…o al intento del mismo, porque, tal y como le cuenta a Doc Samson, ha tratado infructuosamente de acabar con su vida muchas veces. Hulk siempre interviene en el último momento y no sólo no muere sino que, rabioso, comienza otro ciclo de destrucción masiva.
Y es que el Hulk que vemos aquí no es el superhéroe alienado, digno de compasión, al que todo el mundo persigue injustificadamente y que, solo o en alianza con algún otro justiciero, salva al mundo del supervillano de turno. No, este Hulk no derriba exclusivamente edificios desalojados por la policía, en obras o abandonados sino que destroza ciudades enteras y mata a centenares de personas en el proceso. Es una auténtica fuerza de la naturaleza, sin conciencia ni remordimientos, que deja la zona por la que pasa convertida en un escenario dantesco. Aunque no se recrean en ello, Azzarello y Corben no tienen problemas en mostrar a Hulk estampando a un civil contra una pared o al ejército sacando cadáveres bajo los escombros y montando hospitales de campaña para atender a las víctimas. Un nivel de violencia, por tanto, que hubiera sido inasumible en la colección regular del personaje.
Pero es que, además, en este universo alternativo, el ejército y el gobierno intentan evitar el pánico general –y ocultar de paso su incapacidad- achacando los brutales actos de Hulk a huracanes o terremotos, falseando informes meteorológicos y –suponemos- engañando, comprando o amenazando a los testigos supervivientes. En este contexto bastante más oscuro que el Universo Marvel convencional, Doc Samson, a la cabeza de los militares que persiguen a Hulk, es presentado como un individuo despreciable, sarcástico y despiadado, que no tiene inconveniente en sacrificar a sus hombres lanzándolos sin posibilidad alguna contra el monstruo verde.
Muchos han visto en Hulk una metáfora de las armas nucleares. Hijo de una bomba radioactiva, su poder es inmenso e incontrolable. Azzarello conserva esa idea aunque la enfoca desde un ángulo más personal. El Hulk de esta historia personifica una furia e ira con las que todo el mundo puede identificarse, pero de las que nadie quiere hablar. A menudo se ha alabado al guionista por su habilidad con el lenguaje pero aquí destaca precisamente por las pocas palabras que le hacen falta para que entendamos lo que ocurre y por qué. Hasta el mismo desenlace no necesita más que un puñado de bocadillos y ocho viñetas de silencio u onomatopeyas para transmitir toda la intensidad requerida.
El problema de “Hulk: Banner” es que contiene un puñado de ideas nuevas o más osadas de las que pueden encontrarse en los comics normales del personaje, pero hiladas por una trama en exceso alargada y poco interesante. De hecho, si quitamos las referencias a las víctimas que causa Hulk, los intentos de suicidio de Banner y sustituimos a Samson por otro personaje, estaríamos ante un comic bastante convencional.
El número de apertura, aunque genérico, es muy potente, mostrándonos el desolador panorama dejado atrás por uno de los estallidos de rabia de Hulk. Banner recorre el escenario de ruinas y cadáveres y ofrece su ayuda a un equipo de emergencia antes de alejarse hacia el amanecer y pegarse un tiro. La atmósfera y el tono están muy logrados y Azzarello hace un buen trabajo en la caracterización de Banner.
En el número dos encontramos el ya tópico choque entre Hulk y el ejército en el desierto, una escena que se ha visto centenares de veces en los comics del personaje. Ahora bien, en lugar de dedicarle dos o tres páginas, Azzarello y Corben lo alargan hasta ocupar todo el episodio. Y eso es un problema para una obra que se precia de ofrecer una visión no convencional de Hulk. Porque al final, la trama es consabida y escasa y la caracterización casi inexistente más allá de Banner y Samson. Quizá si hubiera incluido a Betty Ross podría haberse ampliado y mejorado el plano emocional.
Por otra parte, el punto fuerte de la miniserie es profundizar en el sentimiento de culpa que podría sentir alguien como Banner, que periódicamente y sin control alguno sobre ello, se transforma en un monstruo furioso. Pero este aspecto también ha formado parte de la serie regular desde su misma creación y multitud de guionistas le han dado vueltas al concepto durante décadas. Azzarello lo aborda con acierto técnico y le da quizá algo más de intensidad empujando al personaje hacia el suicidio, pero no puede decirse que la idea en sí constituya una nueva aportación al mito de Hulk. En cuanto a Samson, desde luego esta versión puede chocar a quienes estén familiarizados con el personaje, pero su caracterización es algo vaga e inconsistente: al principio es un canalla frío y manipulador, pero al final se muestra compasivo y empático con Banner y le ayuda a cumplir su deseo final contraviniendo las órdenes del General Ross (lo único que se me ocurre para explicarlo es que es alguien que no respeta al científico como ser humano sino sólo la abstracta capacidad intelectual de su cerebro, pero ello no queda bien aclarado).
Azzarello cuenta en esta ocasión con el apoyo artístico de Richard Corben (con quien volvería a unir fuerzas en “Hellblazer” y “Cage”). El dibujo de este ilustre de la historieta ha sido siempre muy personal, una mezcla extraña entre la estética underground y el hiperrealismo. Tras labrarse prestigio internacional en el género del Terror y la Fantasía, se vio obligado ya a comienzos de siglo a amoldarse a la industria del superhéroe como forma de supervivencia y obtención de ingresos con los que impulsar otros proyectos más personales.
Sus figuras para “Hulk: Banner” están alejadas de ese naturalismo estilizado dominante en el comic de superhéroes. Los suyos son cuerpos achaparrados y cabezones, a veces casi caricaturas que parecen sacadas de un tebeo alternativo; en cambio, la forma que tiene de abordar la iluminación y las texturas (la ropa, el cemento, la carne, el polvo…) es muy realista, casi tridimensional. Así, los fans más puristas encontraran muy extraña la forma que tiene de representar a Doc Sampson; o al propio Hulk, que parece un bebé hipertrofiado. Sin embargo, esto no quiere decir ni mucho menos que el dibujo sea un problema. Todo lo contrario. No se trata de que el arte sea flojo sino de que es diferente y resulta refrescante tener a profesionales de estilos tan heterodoxos dando su propia visión gráfica de personajes famosos. Además, Corben sabe darle a la historia, por una parte, el grado de introspección que requiere más allá de los muy logrados momentos de acción explosiva sin caer en lo monótono o aburrido; y, por otra, el sentimiento de amenaza continua cuando Banner trata de mantener al monstruo encerrado dentro de sí.
“Hulk: Banner” podría recomendarse a alguien que no haya leído prácticamente nada del personaje y, desde luego, a los seguidores de Corben, que aquí podrán verle lejos de su ambiente temático habitual. Pero por lo demás, se trata de una historia muy escuálida y no particularmente nueva. Tenemos un arranque y un desenlace potentes, un dibujante peculiar y algunas ideas interesantes pero que añaden poco a lo que es el argumento en sí. No veo material suficiente para justificar su extensión, a menos, claro está, que le interese al autor para así poder cobrar royalties de las reediciones en volumen recopilatorio.
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