29 sept 2019

1972- ADIÓS BRINDAVOINE Y LA FLOR EN EL FUSIL – Jacques Tardi



En 1970 y tras seguir una formación académica en Bellas Artes, Tardi se decantó por el comic como forma creativa, ilustrando para la revista “Pilote” guiones de Jean Giraud primero y de Pierre Christin después. Su estilo suelto y algo tosco, muy alejado de la línea clara tradicional del comic francobelga, no supuso ningún problema en un panorama editorial que, tras los cambios experimentados a finales de la década anterior, estaba más que dispuesto a dar oportunidades a artistas jóvenes que se alejaran de lo establecido.

Antes de hacerse un nombre como autor completo y versátil, capaz de abordar géneros tan dispares como el folletín de aventuras (“Adele Blanc-Sec”), el policiaco (“Niebla sobre el Puente Tolbiac”) o el bélico (“La Guerra de las Trincheras”), Tardi hizo un primer intento en solitario con la adaptación de una novela propia que no pudo publicar, “Adiós Brindavoine”, una historia larga retorcidamente inspirada tanto en el comic de aventuras francobelga más clásico como en los folletines de aventuras de finales del cambio de siglo.



A comienzos del siglo XX, un misterioso anciano de negro llega a un caserón parisiense y se cuela en sus habitaciones repletas de objetos de época. El intruso, Basile Zarkhov, se encuentra al dueño, Lucien Brindavoine, en plena faena. Se trata de un fotógrafo cínico y poco dado a aventuras al que Zarkhov insta con urgencia a acompañarle en un viaje. No revela el motivo pero sí que es muy importante para su futuro. Antes de que pueda explicarse más al reticente Brindavoine, es asesinado de un disparo por un extraño individuo. Lucien, ahora sí, decide ponerse en camino hacia Estambul, tal y como le revela el anciano antes de morir. Es un comienzo extraño y abrupto pero que inyecta en la trama la suficiente energía como para que el lector siga a Brindavoine en su aventura por tierras asiáticas.

Incluso en este punto temprano de su carrera, las páginas de Tardi están meticulosamente dibujadas con una línea suelta, casi espontánea. Las planchas tienen menos viñetas de las que luego incluirían las de, por ejemplo, “Adele Blanc-Sec”, por lo que el ritmo de lectura es más dinámico. Cuando Lucien llega a Estambul, Tardi utiliza casi dos páginas para ralentizar un poco la trama a base de viñetas destinadas a marcar el cambio de ambiente y localizar el nuevo escenario, mientras el lector sigue al
protagonista en su vagabundeo por algunos de los lugares emblemáticos de la ciudad, eso sí, sin recargar las imágenes ni paralizar la trama para exhibir su esfuerzo en documentarse.

La paleta de colores en rojos y marrones es idónea para el tema y la ambientación elegidos y el estilo de Tardi ya está muy cerca de su madurez, dibujando con efectividad los diferentes tipos humanos, la detallada arquitectura, el equipo con el que viajan los personajes, los vehículos y las armas -convincentemente peligrosas pese a su aspecto de reliquias-. A pesar de que 44 páginas son más
que suficientes para contar lo que en el fondo es una historia tremendamente sencilla, el autor opta por un ritmo tranquilo -en el que, sin embargo, no dejan de pasar cosas- y una caracterización superficial.

Y es que la continua presentación y mezcla de personajes y elementos de lo más diverso no acaba de estar bien equilibrada, como si Tardi hubiera ido elaborando el argumento sobre la marcha al estilo de los viejos folletines decimonónicos. Así, por ejemplo, Oswald Carpleasure, compañero de Lucien en su viaje hacia tierras afganas para descubrir el fabuloso destino que, según les han dicho, aguarda a ambos, es poco más que un relleno cómico, una caricatura del típico inglés expatriado y aburrido. Es evidente que el autor contaba con espacio más que suficiente para desarrollar mejor al personaje, pero opta por centrarse más en la ambigüedad moral de Brindavoine en detrimento del resto del reparto, especialmente el catálogo de grotescos criminales que encuentran al llegar a su meta, Iron City, una especie de barroco palacio de hierro levantado sobre pilotes en mitad del desierto.

Por otra parte, es fácil explicar esta aproximación más preciosista que humanista si tenemos en cuenta el fundamento artístico de Tardi, que antes de dedicarse al comic estudió en la Escuela de Bellas Artes de Lyon y en la de Artes Decorativas de París. Así y aunque no pierde el sentido de continuidad con lo inmediatamente anterior y lo que sigue, aborda cada viñeta como un detallado boceto de lo que podría ser una ilustración mayor. La influencia narrativa de Hergé es quizá más evidente en las transiciones de escena a escena, cuando muestra la sorpresa de los personajes justo antes de que el lector tenga que pasar la página para averiguar su causa.

Más allá de las técnicas narrativas que conectan “Adios Brindavoine” con la escuela de Hergé, hay otros elementos más básicos que insertan a esta obra en el marco conceptual del comic de aventuras franco belga clásico, sobre todo en la figura del joven que viaja a un país exótico en busca de aventuras y que debe sortear todo tipo de peligros antes de encontrarse con el villano supremo. Eso sí, los personajes de Tardi hablan de una manera más natural y su aventura oriental es más directa y con menos desvíos que las que vivían Tintín y Haddock.

Al ambientar la acción primordialmente en remotos desiertos, Tardi siempre cuenta con la
opción de simplificar los fondos y concentrarse en las figuras (delineadas con un trazo grueso y sin prestar particular atención a la anatomía o la expresividad) o vehículos en los que viajan éstas. También elimina casi por completo los fondos en las peleas y tiroteos que tienen lugar hacia el final de la peripecia, en las estancias y pasillos de Iron City. Las escenas de acción son rápidas y secas y sólo se incluyen en ellas detalles adicionales cuando éstos juegan algún papel en el conflicto; de otro modo, ralentizarían el ritmo tanto como esos diálogos tan poco realistas como innecesarios que vemos en muchos comics.

Tratándose de una obra con pretensiones comerciales, esta estructura de un par de secuencias de acción bastante largas encadenadas a otras más cortas, es muy extraña. Por otra parte, detectamos en el cínico pacifismo de Lucien algunos de los temas que el autor elaborará con mayor profundidad en futuras obras, empezando por el complemento del álbum, “La Flor en el Fusil”, del que hablaré a continuación.

Ya desde el comienzo, Lucien es presentado como alguien no particularmente proclive a la acción, un joven que ha heredado de su padre una fortuna y que pasa sus días dedicado a satisfacer sus caprichos (en el momento de conocerlo, la fotografía). Aunque no se explicita verbalmente, podemos adivinar que el motivo para iniciar el viaje es el de encontrarse a sí mismo, hallar un propósito para su existencia. Esencialmente una buena persona y dado su carácter pasivo, la crueldad de sus enemigos parece por tanto mucho más intensa, especialmente si tenemos en cuenta la variopinta galería de éstos que Tardi se saca de la manga, inspirados probablemente por la tradición del pulp y el folletín. Tras introducir en la primera secuencia a un asesino negro que, como un diablo surgido del infierno, castiga a su víctima con la muerte, Tardi señala a Olga Vogelgesang como antagonista directa en su recorrido hacia Iron City. La elección de una alemana demente parece deliberada dada la proximidad de la Gran Guerra a los acontecimientos aquí narrados. Con todas las cosas raras que van pasando conforme Lucien y Oswald se internan en Afganistán, el lector no puede todavía prever el atolondramiento que domina el último acto, desde la agobiante pesadilla del primero, su despertar en una recargada estancia de Iron City, la presentación del individuo que ha pergeñado el plan que ha llevado a los protagonistas hasta allí (otro alemán) y sus razones para hacerlo, la bufa galería de personajes que le rodean y el baño de sangre final.

Es difícil de justificar la presencia de simios inteligentes y villanos horriblemente desfigurados en lo que por otra parte parece que aspira a ser una historia relativamente realista. Y es igualmente complicado asegurar que Tardi consigue lo que pretende con ello. En este aspecto, su posterior serie de “Adele Blanc-Sec” obtiene mejores resultados, ya que el reparto de científicos locos y esoterismos variados está relacionado con una serie de fenómenos extraños, mientras que “Adiós Brindavoine” llega a su clímax de forma apresurada, encajando un personaje nuevo tras otro, cada uno más exagerado que el anterior y todos conspirando contra los demás. Esta premura y su efecto acumulativo casan mal con el tono realista y ritmo pausado del comic hasta ese momento, solo regresando al mismo en la última escena de la historia, cuando Lucien es rescatado por un navío ruso en el Mar Negro.

Desgraciadamente y a pesar de la intensa secuencia final que llevaba a un ya desengañado
Brindavoine al campo de batalla de la Primera Guerra Mundial (“Otra vez una historia de dinero..¡Señores, esta vez arreglarán sus problemas sin mí!”), es difícil ver cómo esta serie, tal y como la había creado Tardi, pudiera haber tenido éxito. Utiliza la técnica de Hergé a la hora de insertar a unos personajes peculiares en una aventura dinámica pero Tardi no ha volcado aquí todavía lo suficiente de sí mismo, de su identidad artística, de sus ideas e inquietudes. Es un álbum por encima de la media de lo que se publicaba entonces; de hecho es moderadamente entretenido y hasta entrañable, pero a pesar de contar con un autor prometedor, la historia tiene demasiados desequilibrios y altibajos.

Quizá fue por eso por lo que las aventuras de Brindavoine no tuvieron continuidad. Serializada
en las páginas de la revista “Pilote” entre 1972 y 1973, la intención inicial de Tardi había sido la de iniciar con ella una serie, pero la tibia recepción del álbum, publicado por Dargaud en 1974, le hizo abandonar el proyecto de una segunda aventura que tenía empezada, ambientada en la Primera Guerra Mundial.

Entretanto, Tardi se dedicaría, entre otros proyectos, a desarrollar su serie “Las Aventuras de Adele Blanc-Sec” que, en su cuarto álbum, “Momias Enloquecidas” (1978), dejaba a la protagonista criogenizada. Cuando en 1979, Casterman reedita “Adios Brindavoine”, decide incluir como complemento de once páginas aquel episodio inconcluso con Lucien en la guerra. Aunque Tardi consideraba esa obra temprana un error de juventud, sí le sirvió para conectar ambos personajes y hacer que aquél resucitara a Adele en “El Secreto de la Salamandra” (1981). El autor pensaba que la Gran Guerra no era un ambiente adecuado para un personaje femenino así que decidió ambientar sus aventuras en los años inmediatamente anteriores y posteriores, donde ella podría unir fuerzas con el ahora mutilado y espiritualmente deshecho Lucien, cuya pintoresca juventud fue abruptamente segada por el conflicto. Así, “Adiós Brindavoine/La Flor en el Fusil” puede ser leído como una precuela o spin-off de la popular “Las Aventuras de Adele Blanc-Sec”.

Pues bien, “La Flor en el Fusil”, desde entonces publicado en álbum junto a “Adiós Brindavoine”, apunta a una dirección distinta de lo visto en las páginas anteriores y en la que, ahora sí, Tardi se encuentra en su elemento al abordar una de sus obsesiones principales: la Gran Guerra de 1914-1918.

En la primera plancha, de seis viñetas, un conocido de Lucien hace un resumen de lo ocurrido entre el final de “Adiós Brindavoine” y el episodio al que se va a referir, menciona su conexión con la saga de Adele Blanc-Sec y narra las tristes circunstancias en las que años después se produjo su muerte. Es más, intentando –de forma algo artificial- conectar las dos historias, Tardi pone en voz de este anciano narrador sus propias opiniones, acusándose de joven e inexperto en la ejecución de la aventura precedente: “La verdad, no estoy muy satisfecho de esta historieta. Es un resumen bastante torpe de las confesiones que Brindavoine me hizo poco antes de morir en la sala comunitaria de un sórdido hospital. Pero el tipo me ocultó bastantes cosas. No era tan puro como yo creía cuando dibujé esta historia…Sólo supe toda la verdad cuando murió”.

Lo que sí deja claro Tardi es que lo que viene a continuación no es una historia de aventuras
con sabor folletinesco sino un “episodio carente de la menor gloria que nuestro “héroe” vivió al comienzo de la guerra”.

La vivencia que de la guerra tiene Lucien bebe directamente de Celine o Remarque, pero también del propio abuelo de Tardi. Encontramos al protagonista varios meses después de su aventura en tierras afganas, pero éste es un personaje completamente diferente, empezando por su aspecto: pelo corto, rostro sin afeitar, demacrado, enfermo, aterrorizado ante la perspectiva de sufrir una muerte súbita entre el barro y los cadáveres de sus compañeros, como le sucede al camarada con el que lo vemos al principio. Esta corta secuencia de apertura, de tan solo cuatro viñetas, ya marca una distancia total respecto al tono ligero, a
mitad de camino entre el barroquismo y el minimalismo, de la primera parte. Tras el estallido de la granada y la muerte de su amigo, Brindavoine sufre una crisis nerviosa que le lleva a otro flashback (una escena con quien quizá fuera su amante o esposa rusa, real o imaginaria) seguido de un largo pasaje onírico dominado por el surrealismo y en el que “recuerda” su alistamiento, entusiasmo infantil con los militares e inevitable desilusión y renuncia al patriotismo. Conmocionado, Brindavoine encuentra descanso, refugio y comprensión en una derruida iglesia ocupada por otros desertores, haciendo incluso amistad con un pacífico alemán –que acabará asesinado por la espalda por un pelotón francés-.

“La Flor en el Fusil” muestra una visión del mundo más compleja y matizada que la de “Adiós
Brindavoine” y sus estrambóticos personajes. Como le sucedió a millones de jóvenes durante la Primera Guerra Mundial, Tardi hace madurar a su personaje de una forma cruel que le dejará secuelas de por vida. Lucien es demasiado inteligente como para aceptar sin cuestionárselas las razones para ir a la guerra así como la actitud a seguir que promueven los militares y la hipocresía de la sociedad burguesa. Como se dice al comienzo, citando a Anatole France: “Creen morir por la Patria, pero mueren por los industriales”. Sin embargo, esa disidencia ideológica no le sirve de nada porque está impotente para detener el conflicto tal es su magnitud.

Brindavoine descubre de primera mano los horrores y absurdos de la guerra, la cobardía, estupidez y crueldad humanas. La forma que encuentra de escapar a la carnicería será la de inocularse gangrena en una herida, lo que le hará perder el brazo y ser declarado inútil para el servicio. Todo esto es lo que acabará convirtiéndole en el sujeto desengañado, alcohólico, sarcástico, cínico y espiritualmente roto que conocerá más adelante Adele Blanc-Sec.

“Adiós Brindavoine y La Flor en el Fusil” es, por todo lo comentado, un álbum mixto, extraño, desigual y difícil de recomendar sin reservas. No es la mejor introducción para empezar a leer a Tardi, pero sí uno de los importantes dentro de su evolución como creador dado que aquí aparecen por primera vez sus preocupaciones temáticas, la obsesión por los comienzos del siglo XX, el modernismo y la Primera Guerra Mundial, su agria visión del hombre y los gobiernos y la limpieza narrativa y gráfica que le ha caracterizado desde entonces. La primera y más extensa parte del álbum es una peripecia alocada, rápida, llena de giros y sin demasiado sentido o cohesión, poblada por personajes estrafalarios en la mejor tradición del folletín de aventuras. La segunda es un pesimista cuento bélico mucho más en la línea del Tardi maduro, que denuncia las bajezas a las que puede llegar el hombre, como colectivo y como individuo, en esa trituradora física, ética y espiritual que es la guerra; temas estos sobre los que volverá una y otra vez en su carrera en tonos progresivamente más oscuros y descarnados.


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