28 jul 2019
1991-NEXT MEN – John Byrne (1)
Ya sea en su faceta de dibujante, guionista o artista completo, John Byrne ha trabajado para muchos de los personajes más famosos de Marvel y DC dejando en ellos una huella enorme. Fue, junto a Chris Claremont, el artífice del éxito de los X-Men, un triunfo que llega hasta nuestros días. Escribió y dibujó la que hasta hoy está considerada una de las mejores etapas de Los Cuatro Fantásticos; revitalizó Superman y lo presentó a toda una nueva generación de lectores, sentando renovadas bases para el personaje durante una década… Pero conforme se iba convirtiendo en uno de los profesionales más apreciados por los fans y su estatus en la industria parecía inamovible, Byrne también fue creciendo en sus aspiraciones de independencia. Sus declaraciones a menudo incendiarias y controversias con los editores causaron revuelo y no es de extrañar que en un entorno de expansión de la industria, con nuevas y pujantes editoriales haciéndose un hueco en un panorama tradicionalmente dominado por las dos grandes, Byrne buscara hacerse propietario de sus creaciones.
En 1994, un grupo de autores completos (guionistas y dibujantes), con experiencia y amplia aceptación entre los aficionados, se asociaron para formar, bajo el paraguas editorial de Dark Horse, un nuevo sello en el que pudieran desarrollar sus propios proyectos sin interferencias ajenas y conservando los derechos sobre ellos. Los impulsores de esta iniciativa, bautizada “Legend”, fueron Arthur Adams, Paul Chadwick, Geoff Darrow, Dave Gibbons, Mike Mignola, Frank Miller y John Byrne.
El germen de Legend había sido otro intento de asociación denominado “Dinosaur”, que habría estado compuesto de una puñado de profesionales bien asentados, pero cuando éstos no pudieron ponerse de acuerdo en cuanto a las metas a alcanzar, Dinosaur se diluyó y varios de esos creadores (Jim Starlin, Howard Chaykin, Walter Simonson) se marcharon a la editorial Malibú para formar el sello “Bravura”, mientras que los siete restantes formaron “Legend”. Imitando a su predecesora, Image, los derechos de cada colección pertenecían a su autor. Aquí aparecerían “Hellboy”, “Sin City”, las aventuras de Martha Washington, “Concrete” y varias colecciones firmadas por John Byrne. “Legend” duró cuatro años y a la postre no tuvo demasiada relevancia como designación genérica o cohesiva ya que los autores bien hubieran podido impulsar sus dispares proyectos personales en Dark Horse sin necesidad de un logo que los agrupara. Pues bien, en esta nueva etapa para John Byrne, los Next Men fueron su primer gran proyecto en solitario, su hijo primogénito más allá del control de las grandes compañías
Los Next Men habían sido creados originalmente para el Universo DC en 1986, pero la editorial nunca llegó a dar luz verde al proyecto así que Byrne lo reconvirtió en una novela gráfica de ciencia ficción, “2112” (1991), publicada por Dark Horse. En ella se presentaba una falsa utopía en la que la seguridad planetaria estaba a cargo de Safeguard Inc, una organización de agentes de élite en la que se gradúa el joven cadete Thomas Kirkland. Su supervisor para el adiestramiento de campo es el agente más duro del cuerpo, Tannen, que ha descubierto una peligrosa conspiración orquestada por los Medios. Éstos son mutantes, individuos con poderes y físicos grotescos que son separados de la sociedad desde el momento en que nacen para ser enviados a un complejo prisión orbital, Apollyon. Alimentados por el resentimiento y la alienación, siguen ciegamente a un líder, Satanás (mezcla del doctor Muerte y Magneto), que les organiza para efectuar un devastador ataque contra los humanos “normales”. Es una obra entretenida, con algunas ideas interesantes y toques de Jack Kirby, pero que no escapa a los tópicos del género.
Lo narrado en “2112” acabaría integrado dentro del “Universo Next Men” en la forma de un futuro lejano hacia el que convergían todos los acontecimientos expuestos en la serie titular y que ciertos viajeros del tiempo trataban, o bien de preservar o bien de modificar. La acción principal de “Next Men”, ambientada en el futuro cercano, debutó en febrero de 1992 con un número 0 que reimprimía a color lo prepublicado en blanco y negro en “Dark Horse Presents” entre sus números 54 al 57 (sep-dic.1991).
En primera instancia, Marvel puso problemas al título. Al fin y al cabo, los X-Men eran su más lucrativa franquicia, en buena medida, como he mencionado, gracias a John Byrne. Y ahora una editorial de la competencia sacaba una colección cuyo título sonaba parecido y con ese mismo autor a la cabeza. Pero las quejas desaparecieron pronto porque, a pesar de ciertas similitudes, el concepto nuclear de los Next Men era esencialmente distinto del de los X-Men. En lugar de plantear que la evolución natural producía mutantes con poderes que se manifestaban en la pubertad, los Next Men eran el resultado de una larga investigación y experimentación sobre humanos para dotarles de superpoderes, comprando niños o incluso fetos no deseados de adolescentes embarazadas y modificándolos mientras su mente estaba sumida en un entorno de realidad virtual diseñado para ejercitar sus habilidades. El objetivo era, como suele ser el caso de los proyectos gubernamentales secretos, producir armas humanas.
Así, nada más comenzar la historia, encontramos a un quinteto de adolescentes modificados genéticamente para tener superpoderes y que creen vivir en un utópico paraíso al que conocen como El Invernadero. Un día, de repente, descubren que su mundo no es más que una simulación virtual y que todo lo que creían verdadero y tangible era falso. Tras ese traumático despertar, escapan por la fuerza del gran complejo de investigación donde los tenían sumidos en un estado de inconsciencia y salen al mundo exterior, concretamente una pequeña localidad del sudoeste de Estados Unidos. No tardan en verse convertidos en fugitivos mientras tratan de averiguar quiénes son y quién les ha hecho eso.
La historia arranca bien, introduciendo al lector en las siniestras instalaciones científicas y presentando a los héroes y los secundarios que les van a acompañar durante casi toda su andadura. Es una trama lineal, sin desvíos forzados y fácil de seguir, lo que en aquellos años –y en buena medida en la actualidad- supone un refrescante cambio respecto a la política de las grandes editoriales, cuyos títulos están entrelazados por una compleja y enrevesada continuidad y trufados de eventos de extensión inabarcable. Aquí, en cambio, sólo hay cinco personajes principales y un puñado de secundarios completamente nuevos y las subtramas que se irán introduciendo no se eternizan sino que acaban integrándose de forma natural en la historia principal.
Hay momentos que transmiten auténtica emoción –angustia, confusión, miedo- cuando los muchachos tratan de ajustarse al tremendo cambio que han experimentado sus vidas. La jerga que desarrollaron en su antigua realidad –“desvanecerse” para morir; “bailar” para practicar sexo- es también un buen toque que añade solidez a la historia. Sin embargo y muy rápidamente, ésta se convierte en una larga huída que, manteniendo un ritmo frenético y bien medido, le resta tiempo a la caracterización que, a la postre, es lo que ata emocionalmente al lector con lo que está ocurriendo. De hecho, llega un punto en el que los protagonistas dejan de parecer adolescentes para resultar indistinguibles de los adultos. Al mismo tiempo, el dibujo va deteriorándose progresivamente en los fondos y en el terminado de las figuras.
Parte del problema es que poco de lo que nos presenta Byrne es nuevo desde el punto de vista conceptual: los superhombres diseñados genéticamente, siniestros proyectos gubernamentales, el malvado político de turno ayudado por un jefe científico sin escrúpulos… Incluso los poderes que tienen los Next Men están muy vistos. En relación a esto último, Byrne se limitó a coger a Superman y dividir sus principales capacidades entre los cinco: fuerza, velocidad, agilidad, invulnerabilidad y visión aumentada. Se introducen temas como la ética de la experimentación genética, el embarazo adolescente o incluso el racismo, pero quizá temeroso de caer en la moralina o el sermón, Byrne nunca llega a desarrollarlos privando a la serie de tener más interés desde el punto de vista del comentario sociopolítico.
La mayoría de los enigmas planteados se resuelven muy pronto. Para cuando se desvela el origen del Proyecto Next Men, ya no supone una sorpresa. El único misterio que queda en el aire –y uno de los que constituirán la base de toda la última parte de la colección- es con quién habla Danny -¿un amigo imaginario? ¿Alguien invisible?-.
Los personajes no están muy bien delineados, quizá como resultado del estilo cinematográfico de Byrne, que en aras del ritmo opta por eliminar globos de pensamiento o cuadros de texto que podrían haber arrojado alguna luz sobre la personalidad de los protagonistas. De estos, los que reciben mejor tratamiento son Jazz y Danny, este último bien retratado como un adolescente impulsivo, temperamental e ingenuo. Sus compañeros son mucho más genéricos, como también los secundarios recurrentes (el senador Hilltop, Control, la agente Murcheson); el resto del reparto (el sheriff local, el médico) aún tienen menos personalidad. Ninguno de ellos sorprende con algún toque original o giro en su proceder.
En el segundo arco argumental (nº 7-12), “Paralelos”, los Next Men son reclutados por una agencia gubernamental secreta, la misma que supuestamente los creó, aprenden a usar sus respectivos poderes y son enviados en su primera misión. Al parecer, la Unión Soviética creó en su momento un proyecto “Next Men” propio que ahora ha escapado a su control. El gobierno postcomunista solicita ayuda al americano para que envíen a sus Next Men a una remota región ártica donde sus homólogos rusos han erigido una colosal fortaleza. Los poderes y aspectos de estos mutados son bastante más extraños que los de los Next Men y éstos tendrán serios problemas para neutralizar la amenaza.
Byrne completa la acción principal de cada número con breves entregas de cuatro a seis páginas tituladas “M4” y en las que va narrándose un misterio aparentemente desconectado de la trama principal pero que eventualmente confluirá con ésta. En ella, la joven ayudante del senador Hilltop huye de éste sólo para toparse con un misterioso y joven individuo al que se le ha borrado la memoria. Juntos inician una peripecia llena de giros y sorpresas que, dada su escasa longitud, viene lastrada por la necesidad de ir resumiendo y recordando frecuentemente lo sucedido hasta ese momento.
En este punto, John Byrne decide que su colección va a ser una de superhéroes bastante ordinaria: los buenos contra la amenaza de turno; los personajes asediados por sus inseguridades, cambiantes relaciones interpersonales y los problemas que les generan sus superpoderes; malos perversos, entorno de alta tecnología, bases futuristas, algo de suspense…. Es un arco entretenido e incluso espectacular, pero también un escaso en cuanto a contenido. No parece que esta historia requiera de seis números para contarse. A tenor de lo que el propio Byrne declaró en las páginas de correo de la colección, este desarrollo pausado y gradual de los acontecimientos fue algo deliberado, un intento de aproximar la narración a la de una novela. Lo cual, en sí mismo, no es malo en absoluto. De esta forma, la trama puede incidir más en la caracterización e incluir pequeños giros que enriquezcan la historia o los personajes.
Sin embargo, lo que hace Byrne aquí es estirar la por lo demás convencional historia a base de páginas con pocas viñetas de gran tamaño y una secuencia semionírica que no aporta demasiado a la trama o la caracterización (aunque sí ayuda a recordar de dónde proceden los Next Men, diez páginas se antojan demasiado). Asimismo, hay algunos momentos narrativamente poco claros que alguien con la experiencia de Byrne no debería permitirse. Por ejemplo, cuando los Next Men viajan hasta la base rusa en helicóptero. Una página después, parece que hayan vuelto a llegar. Sólo si uno se fija bien en la esquina de la viñeta se ve lo que parece el amortiguador de un todoterreno, deduciendo que la aeronave aterrizó a cierta distancia y que ellos se acercaron posteriormente en un vehículo terrestre.
Los Next Men, como personajes, siguen sin estar particularmente bien delineados. De nuevo, se presta más atención a Jazz y Danny, que tienen personalidades mejor definidas e incluso el segundo recibe una subtrama para él solo; pero en general y en lo que concierne al desarrollo de la historia principal y conjunta, son más peones para que ésta avance que seres de carne y hueso bien diferenciados. Cuando dos de ellos mantienen un encuentro sexual, éste surge de la nada y desaparece luego de la misma forma, sin que éstos conserven una chispa de sentimiento previa o posterior (aunque el asunto sí tendrá consecuencias en lo que se refiere a la armonía del grupo). Tampoco el villano principal, el senador Hilltop, trasciende el estereotipo de político hipócrita, despiadado, racista, xenófobo, sediento de poder, sádico y abusador de mujeres, todo ello sin matices ni tonos de gris.
De acuerdo, Byrne parte con la desventaja de trabajar con personajes originales a los que tiene que construir de cero y conseguir que el lector simpatice con ellos. Después de todo, por ejemplo, el medio siglo de historia que arrastra tras de sí Spiderman hace que muchos aficionados le hayan acompañado durante años y se sientan cercanos a él. Pero con todo y con eso, Byrne hizo una labor mucho más meritoria en circunstancias parecidas, por ejemplo, con los miembros de Alpha Flight años atrás, también tábulas rasas a las que rápidamente dotó de carisma y personalidad. No es este el caso.
Es más, no ocurre demasiado en este segundo arco argumental, ni física ni emocionalmente. Los Next Men son capturados y se pasan varios números encerrados en celdas de las que ni siquiera tratan de escapar. En realidad suena más aburrido de lo que Byrne consigue que sea. Utilizar grandes viñetas (a veces sólo cuatro por plancha) es un arma de doble filo. Aunque la trama avanza muy poco en cada número, las escenas nunca son largas ni tediosas.
En cuanto al dibujo, “Next Men” ofrece un nivel correcto y eficaz pero no brillante. Byrne está en este punto terminando sus años dorados y ya no sorprende demasiado. En parte debido a su negativa a recurrir a un entintador, su estilo es más tosco, más esquemático y básico que aquel muy detallado con el que se hizo famoso, pero aún así es sólido y suficientemente preciso. No solamente abandona el uso de los globos de pensamiento sino que reduce mucho el texto y hay secuencias enteras que se apoyan exclusivamente en lo visual. Introdujo también lo que luego se conocería como narración descomprimida, algo que en su momento no era habitual y que ha permitido a la serie envejecer mucho mejor que la mayoría de sus contemporáneas.
Como ya era habitual en alguien tan experimentado como Byrne –salvo los lapsos mencionados- la acción suele estar claramente expuesta y plena de dinamismo sin caer en la exageración y los personajes bien diferenciados físicamente, cuidando incluso pequeños detalles que pasan desapercibidos hasta que afloran ciertos aspectos de la trama, como el parecido entre Danny el senador Hilltop. Sabe incluir en cada viñeta los elementos necesarios para localizar la acción y los personajes y su decoración de interiores y diseño de vestuario y tecnología resultan perfectamente adecuados.
Quizá trabajar en sus propios personajes le inspiró de un modo que, más adelante y por ejemplo, no pudo hacer con Wonder Woman. Lo que no había hecho el arte de Byrne es mejorar tanto como él afirmaba. Perfeccionó algunos aspectos mientras que otros resultan más decepcionantes, como su incapacidad para darle a los protagonistas el aspecto de adolescentes que supuestamente son; o su tendencia a la esquematización y descuido en el remate de figuras, algo quizá consecuencia de su mayor interés en el guión y planificación que en el dibujo propiamente dicho. En cualquier caso el color que aplica Matt Webb contribuye a darle solidez al conjunto.
(Finaliza en el siguiente número)
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