En 1985, la editorial independiente Eclipse empezó a publicar la colección “Night Music”, dedicada a compilar la obra corta del artista de comic P.Craig Russell y que pronto se convirtió en la plataforma de éste para dar a conocer sus cuidadas adaptaciones al noveno arte de famosas óperas. Se trata de un formato artístico, el del bel canto, que apenas ha tenido traslación al lenguaje de viñetas, un proceso para el que hace falta una sensibilidad especial y un profundo conocimiento y amor tanto por el comic como por la ópera. Durante décadas y compaginándolo con trabajos más alimenticios, Russell se ha dedicado en solitario a perfeccionar este auténtico subgénero y acercar las grandes historias de la ópera a los lectores de comic más inquietos. Ya he comentado en otras entradas varias de esas adaptaciones y en esta ocasión me gustaría resaltar la aparecida en el número 6 de dicha colección (y luego incluida en diversas recopilaciones): “Salomé”, la tercera de sus adaptaciones tras “Parsifal” y “Pelleas y Melisande”.
El personaje de Salomé ha experimentado con el paso de los siglos una evolución importante

Presentada en la Biblia como un personaje menor que colabora en la decapitación de Juan Bautista, Salomé fascinó centurias más tarde a los artistas del Medievo y el Renacimiento. Sus retratos de la joven bailando o sosteniendo una bandeja con la cabeza del profeta inspiraron al dramaturgo y poeta Oscar Wilde para escribir “Salomé”, una tragedia en un solo acto que tuvo un recorrido accidentado. Su argumento se consideró muy escabroso y la primera edición en inglés no llegaría hasta tres años después de la francesa en 1891. En los teatros ingleses no pudo estrenarse públicamente hasta 1931 y con anterioridad, en otros países y en locales modestos, sólo obtuvo una acogida tibia, quizá debido a que su particular mezcla de lo bíblico, lo erótico y lo criminal era difícilmente digerible por la mayor parte del público, especialmente si quien los abordaba era Wilde.

Russell se fijó en esta composición musical para escribir su comic, atraído por su simbolismo y tensión dramática, pero también se apoyó en las ilustraciones de Aubrey Beardsley que acompañaron la edición original de la obra de Wilde. Russell le da a la historia su propio estilo gracias a la elegancia de su línea y sus expresivos colores, tomados del movimiento art noveau y el teatro simbolista. Eso sí, debiendo a ajustarse a las limitaciones del formato de comic-book de 32 páginas y las especificidades del lenguaje visual del comic, el autor tuvo que recortar bastante del libreto operístico de Hedwig Lachmann. A su vez, añadió elementos de la obra teatral que habían sido eliminadas de la ópera. El suyo es, por tanto, un trabajo de síntesis que tuvo que prescindir en buena medida de la refinada prosa de Wilde pero que sí conecta bien con la música de Strauss.

Salomé comienza en esta obra como una muchacha confusa y aparentemente inocente que no

La maestría con la que Russell funde la música con el lenguaje cinematográfico puede verse en el breve fragmento en el que Salomé se asoma a la negrura de la cisterna donde está preso Juan –al cual no se ha visto todavía y del que sólo se ha oído su potente voz-, una secuencia de cinco viñetas que pone de manifiesto perfectamente el abismo existencial que separa a la muchacha, inocente, carnal y caprichosa, del profeta maduro y espiritual. Russell utiliza esta técnica narrativa del zoom y la alternancia de planos subjetivos y miradas en otros puntos clave de la historieta

Los últimos velos caen simbólicamente sobre el hacha del verdugo y en la siguiente viñeta uno

Russell realiza un trabajo gráfico de primera línea, introduciendo por ejemplo metáforas visuales que reciclan con acierto al simbolismo de las obras originales: la Luna vista como diferentes tipos de mujeres por distintos personajes, la reja con formas cruciformes que representa la muerte… El propio Russell ha admitido que su condición de gay ha influido mucho en la forma andrógina de no pocas de sus figuras o bien en la belleza con la que representa el cuerpo masculino, algo que aquí puede detectarse aunque no de manera tan evidente como en otras de sus obras.
En resumen, un comic breve e intenso, lírico en su prosa y dibujo, impecablemente dibujado y que ofrece una lección magistral de narración y simbolismo. Como suele ser habitual en las adaptaciones de óperas de Russell, no es este plato de gusto para todo el mundo pero si alguien siente curiosidad por este peculiar subgénero, esta historia puede ser una buena puerta de entrada.
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