16 jun 2019

1981- SPIROU Y FANTASIO - Tome y Janry (4)




(Viene de la entrada anterior)

Llegados a este punto, bien consolidados en la colección y con un éxito garantizado, Tome y Janry sienten la necesidad de hacer algo más personal, distanciarse todavía más de las etapas precedentes –cada vez más lejanas, tanto en el tiempo como en el estilo-. Tome, consciente de que dirige el destino de un personaje en la cima de su popularidad y leído por miles de personas, quiere escribir una historia con mensaje. Y el racismo parece un buen tema. Al fin y al cabo se había hablado mucho de él en esos años a raíz de la lucha y triunfo de Nelson Mandela. Así que Tome viaja a Sudáfrica en busca de inspiración. Pero lo que encuentra allí no le sirve. Por una parte, el sistema del apartheid ya no existe (al menos en sus manifestaciones más visibles. Las desigualdades aún permanecen en muchos ámbitos tras décadas de abusos). Por otra parte, los hechos acaecidos allá fruto de la segregación, el odio y los prejuicios, no eran en absoluto divertidos. Y eso es un problema para Spirou, un personaje para el que el humor es ingrediente imprescindible, ya sea en la forma de villanos o situaciones susceptibles de caricatura. Hacer chistes con el apartheid no parecía muy buena idea.


Y entonces, Tome se da cuenta de que está adoptando la actitud del ciudadano acomodado del Primer Mundo, que considera que la violencia y las injusticias sólo se perpetran lejos de su hogar, en los países menos favorecidos del Tercer Mundo. Pero aquí, en Europa, en Bélgica, en su casa, también anida y se manifiestan el racismo y la xenofobia. Y ése es precisamente el motor narrativo de “El Rayo Negro” (1992).

El Conde de Champignac recibe con emoción un misterioso paquete enviado por uno de sus colegas. Le muestra el contenido a Spirou y Fantasio: un hongo capaz de mutar las células tras su acoplamiento a una máquina de su invención. Pero el experimento resulta un fracaso debido a la escasa duración de la metamorfosis, así que, decepcionado, el Conde decide visitar a su amigo y utilizar sus más avanzadas instalaciones. Spirou queda al cargo de la vigilancia del laboratorio, pero un accidente con esa máquina le convierte… en una persona de raza negra. Conserva sus ropas y ciertas facciones, pero su piel y su cabello se han transformado completamente.

Ahí comienza un encadenamiento de malentendidos con su identidad que le llevará a ser arrestado por unos policías proclives al prejuicio racial. En prisión se topa nada más y nada menos que con Vito Cortizone, detenido en la gendarmería de Champignac. A diferencia de los agentes de la ley, él sí cree a Spirou y organiza una fuga con el fin de hacerse con la máquina en cuestión, con la que espera transformar su apariencia y eludir a la policía. Mientras tanto, Fantasio queda también afectado por la errática invención del Conde. El artefacto acaba trasladado a la plaza del pueblo, donde el alcalde va a dar un mitin político, ya que se presenta como (único) candidato en las inminentes elecciones. Otro arrebato de la caprichosa máquina y medio Champignac queda convertido en individuos negros. El conflicto social estalla de inmediato en la pequeña y hasta hace un instante bien avenida comunidad: rencillas, prejuicios, xenofobia, insultos, discriminación…

“El Rayo Negro” sigue la línea de álbumes como “Las Joyas de la Castafiore” de Tintín, o “Un Bebé en Champignac”, del Spirou de Franquin, en el sentido de que se trata de viajes interiores. Los personajes, fuera de su contexto aventurero, hacen el ridículo, son zarandeados y vapuleados por acontecimientos cotidianos sobre los que no tienen ningún control. La Gran Aventura ha
perdido sentido y todo conspira para arruinar las aspiraciones de tranquilidad doméstica de los protagonistas. Por otra parte, y aunque Tome y Janry lo ignoraban entonces, “El Rayo Negro” fue el principio del final, el primero de sus tres últimos álbumes para el Spirou adulto, tres historias audaces que conforman una especie de ciclo alrededor del tema de la identidad (y en el cual también podría incluirse quizá “La Infancia de Spirou”).

El comic francobelga se ha sentido tradicionalmente incómodo con el tema de las razas y los tonos de piel. A menudo se representaba a los extranjeros como individuos menos sofisticados y avanzados social y culturalmente que los europeos (la misma cautela reaccionaria se detecta a la hora de dotar de sexualidad a los héroes destinados a un público juvenil). Esto, como es de esperar, ha desembocado en polémicas duraderas que dividen a fans, estudiosos y público convencional (el caso más extremo y uno de los más conocidos es el de “Tintín en el Congo”). Era el momento de que algún guionista o editor se plantease trasladar a las viñetas juveniles el creciente mestizaje racial que se estaba dando en los países europeos. Y ese guionista fue Tome, decidido a romper los límites del contrato que habían firmado con Dupuis, esto es, no hacer alusiones al sexo, la política, la religión o el racismo.

Spirou y Fantasio, irreconocibles tras sus respectivos cambios de color y facciones, se convierten inmediatamente en víctimas de prejuicios. El guionista subraya que el heroísmo de Spirou (y, en general, la bondad y nobleza de los individuos) no queda limitado por su apariencia; y que el racismo y/o la xenofobia surge rápidamente ante la presencia de alguien distinto, pasando de lo particular a lo general en cuanto la mitad de los vecinos migran a una raza distinta del resto.

Ahora bien, “El Rayo Negro” es, en mi opinión, un álbum que cuenta menos de lo que quizá llevó a Tomé a escribir la historia, con menor profundidad y en más páginas de las necesarias. Esta entrega no llega al mismo nivel que los inmediatamente anteriores por varias razones. Para empezar, en su afán por abordar un tema complejo y adulto, se distancia del formato que tan bien había funcionado hasta ese momento, a saber, integrar la sátira en el marco general de una aventura, exótica o urbana, de acción o policiaca. En esta ocasión, la sátira es la
“aventura”; o bien ésta no es más que una mera y débil excusa para articular una denuncia de la hipocresía, el racismo y la xenofobia que existen tanto en nuestras sociedades como en nosotros mismos. El problema es que todo esto se lleva con muy poca sutileza, el discurso moral domina y dirige completamente la trama. No es que se caiga en la moralina más cargante y la historia está salpicada con el humor que a estas alturas tan bien practican los autores, pero al término del álbum, se tiene la sensación de que no ha ocurrido gran cosa, de que la historia tenía contenido para una narración corta, pero que 44 páginas obligan a estirarla artificialmente.

Relacionado con lo anterior se detectan ciertos problemas de estructura: se emplean 33 páginas para llegar al meollo de la cuestión (la mitad del pueblo convertido y los problemas que surgen a raíz de ello) y luego se solventan las tensiones raciales en apenas diez páginas de una forma tan insatisfactoriamente rápida como poco plausible. No sólo los efectos del rayo desaparecen muy convenientemente de la noche a la mañana sino que todos los enfrentamientos, resquemores y peleas se esfuman con igual celeridad. Champignac regresa al punto de partida sin que de la impresión de que sus habitantes hayan aprendido absolutamente nada.

En este sentido, quizá lo más destacable de la historia sea cómo Tome destruye la imagen de pueblecito ideal de provincias de Champignac, de burbuja perfecta y eterna del mundo rural, una imagen cuidadosamente cultivada y respetada por sus predecesores. La cordialidad de sus vecinos, espíritu pacífico, tolerancia y urbanidad, nos dice el guionista, no son más que una capa muy fina que puede hacer añicos cualquier perturbación inesperada, ya sea en la forma de algún invento del Conde (al que una turba está dispuesto a linchar por haber inventado el Rayo Negro) o la aparición en el pueblo de un desconocido de aspecto diferente.

Tampoco parece suficientemente justificada la intervención en esta entrega de Vito el Cenizo.
Para desempeñar su papel hubiera servido cualquier delincuente de medio pelo sin tener que recurrir a un personaje que hasta ese punto estaba llevando una trayectoria interesante. Aquí, en cambio, su función narrativa es más endeble y resulta difícil de creer que de Nueva York o el Pacífico acabe dando con sus huesos en una celda de Champignac.

En cuanto al dibujo, Janry se enfrenta al desafío de presentar versiones negras de los protagonistas y algunos de los secundarios. Y lo hace perfectamente, sin caer en la caricatura facilona (de la misma forma que Tome evita los diálogos con modismos o acentos peculiares asociados con los negros africanos o americanos –aunque se permite algunos guiños, como la propensión de algún “converso” a tocar la trompeta-. Janry vuelve a imprimir un intenso ritmo a la narración colocando diez o doce viñetas por plancha. No obstante, se aprecia aquí un menor detallismo en fondos y figuras, así como en el trabajo de sombreado. Ya fuera porque le aburría volver a dibujar Champignac, porque estimara que ése era el estilo más adecuado para la historia en cuestión o porque su tiempo y atención estuvieran divididos con “El Pequeño Spirou”, “El Rayo Negro”, estando bien dibujado, no se encuentra en la misma categoría que los inmediatamente anteriores.

Independientemente de mi apreciación personal, “El Rayo Negro” fue muy bien recibido. Ganó el premio Alph-art del festival de Angouleme y demostró que una serie clásica y juvenil podía tocar temas complicados de una forma entretenida y sin ofender a nadie.

A partir de este momento, la aparición de los álbumes de Spirou empieza a espaciarse. Por una parte, a los autores les cuesta encontrar la forma de continuar desarrollando a los personajes de la forma en que desean, manteniendo el nexo con la etapa clásica pero presentando unos Spirou y Fantasio más modernos. Por otra, el formidable éxito de su versión infantil hace que Tome y Janry dediquen más tiempo a éste que a su contrapartida adulta. Es una decisión económicamente razonable: las páginas del pequeño Spirou, más sencillas gráfica y argumentalmente, se vendían mejor que las del gran Spirou, que requerían un esfuerzo mucho mayor en todos los aspectos. Pero es que, además, bajo esa fachada infantil y cómica, Tome podía abordar con mayor impunidad temas delicados y vetados en la serie “madre”, como los mencionados religión, sexo y racismo. La cadencia semanal de aparición en la revista de “El Pequeño Spirou” llevó a los autores a contratar a un nuevo ayudante (además de Bruno Gazzotti), Dan Verlinden, lo que les descargó de trabajo lo suficiente como para encarar la realización de un nuevo álbum, “Luna Fatal” (1995), dos años después de la aparición del último; un álbum electrizante que se atrevió a dar un nuevo paso más allá en la madurez de los personajes tocando otro de los temas tabú: el sexo. Y de qué manera.

En Nueva York, las mafias criminales de Little Italy y Chinatown siguen enzarzadas en una guerra sin cuartel, pero parece que los chinos llevan ventaja ya que han encontrado un arma formidable: un filtro del amor que vuelve locos a los asesinos italianos haciéndoles caer a los pies de la bella y misteriosa Suspiro de Jade y matarse entre sí por celos. El capo mafioso, un
Vito Cortizone readmitido en la organización, tiene una idea: utilizar a su bella hija, Luna, para atraer, secuestrar y chantajear a un soltero que haya demostrado ser capaz de resistir las tretas del amor y robar el filtro en cuestión. Y ¿quién resulta ser el candidato ideal? Spirou, que efectivamente es llevado junto a Fantasio ante Vito y obligado a ponerse a sus órdenes…

La sexualidad de los héroes juveniles clásicos de la historieta europea era un terreno en el que los editores temían adentrarse. Estos personajes tenían mascotas o compañeros masculinos de aventuras, pero rara vez aparecían mujeres con algún papel relevante en sus peripecias. Se ignoraba, por tanto, a la mitad de la especie humana. Spirou no fue una excepción y la presentación, ya lo vimos, de Seccotine en 1953, no contribuyó en absoluto a despejar la incógnita sobre la vida sexual de aquél. Las editoriales, y Dupuis era particularmente conservadora en este sentido, eran reacias a las polémicas y a la intervención de la censura –por mucho que en los noventa, ésta, como organismo oficial con poder, hubiera desaparecido ya tiempo atrás-. Este inmovilismo aún vigente en la década de los noventa y la resistencia a acompasar el tono de su personaje señero a los grandes avances que el comic europeo había ido experimentando desde hacia treinta años hizo que, no podía ser de otra forma y como signo de los tiempos, surgieran voces apuntando a que la relación entre Spirou y Fantasio, después de todo, podría ser más que la de meros amigos sin
comprender la naturaleza y el espíritu de este cómic así como el contexto histórico, social y editorial en el que nació, se desarrolló y se publicó.

Ni siquiera esas invectivas ayudaron a vencer la resistencia de Dupuis a “macular” con el sexo al emblema de su compañía. De todas formas, jóvenes y rebeldes como eran Tome y Janry se enfrentaron al problema desde el principio. Ahí tenemos, ya lo comenté, a Cianuro, un robot de inequívocas y sensuales formas femeninas. Y luego, en “El Pequeño Spirou”, se sintieron más libres para introducir el tema del sexo visto con humor y a través de los ojos pícaros de la infancia y su atracción por lo prohibido. Nueva intentona, menos indirecta, en “Vito el Cenizo”, con el encaprichamiento de Fantasio por una tahitiana. Y, por fin, aprovechando la salida de la familia Dupuis de la dirección de la empresa y la llegada de los nuevos dueños tanto como el prestigio que ellos mismos habían acumulado en este punto, llega el desafío definitivo: situar a Spirou no sólo en el centro de una amenaza clásica (las tríadas chinas, la mafia italiana y el peligro de muerte que pende sobre Fantasio) sino ante los irresistibles encantos de una auténtica mujer fatal. De hecho, la premisa que sirve para poner
en marcha la acción es ya toda una broma y una crítica a la inamovilidad sentimental de Spirou, puesto que es él quien Cortizone elige para ayudarle al haber demostrado ser inmune a los encantos femeninos.

Como ya había hecho en “El Rayo Negro” con el racismo, En “Luna Fatal” Tome aborda el siempre delicado tema sexual de frente, sin rodeos, metáforas ni eufemismos pero sí con elegancia y humor. Spirou conoce a Luna Cortizone mientras ella finge reparar un neumático en la autopista, le besa cariñosamente en la mejilla y se ofrece abiertamente invitándole a su casa, aunque un azorado Spirou opta por negarse delicadamente y acudir a su cita con Fantasio. Resulta que éste inaugura una exposición fotográfica…¡de desnudos femeninos! con fines benéficos. Spirou asiste al evento, a diferencia de otros invitados, manteniendo la calma y la serenidad. A continuación, tres explosivas y curvilíneas modelos los invitan a una discoteca. Fantasio liga descaradamente con dos de ellas mientras su amigo se resiste –por razones no explicadas, ¿timidez? ¿decencia? ¿quizá no le gustan las mujeres?- a las descaradas y agresivas insinuaciones de la tercera. Cómo habría acabado aquello no lo sabemos porque antes se desvela que es una trampa de Luna.

Spirou y Fantasio son trasladados a Nueva York, donde Vito los recluta a la fuerza para su plan. Las alusiones y bromas sexuales van salteando la trama sin llegar a saturar ni molestar por explícitas: el filtro del amor, la agencia matrimonial que es un lupanar encubierto, Suspiro de Jade, los ofrecimientos a buscar compañera sexual para Spip, humor negro sobre los atributos sexuales masculinos… Y, por supuesto, Luna, el primer personaje femenino con carisma de toda la historia de la colección. Joven, audaz, rebelde, con iniciativa, despiadada si hace falta y cariñosa cuando la ocasión lo requiere. Por fin, Spirou besa a la chica –o es besado, según se mire- y queda claro que no es indiferente a sus encantos, estando dispuesto –quizá, eso nunca lo llegamos a saber- a usar fuerza letal para protegerla.

Es una auténtica lástima que Tome no tuviera ocasión posterior de retomar a Luna y seguir explorando el mundo sentimental de Spirou. Sus sucesores al frente de la serie tampoco le debieron ver encanto o posibilidades al personaje. Pero ello no quita para que “Luna Fatal” sea otro álbum sobresaliente en todos los sentidos: interesante, valiente, bien narrado, con humor y acción y
respetuosa con el espíritu del personaje al tiempo que dispuesta a subvertir algunas de sus convenciones.

A estas alturas temo repetirme con los adjetivos elogiosos para Janry. Una vez más una historia impecable desde el punto de vista gráfico: coreografía de escenas de acción, diseño de fondos y personajes, expresividad… Cabe destacar en este álbum en particular lo bien que resuelve el espinoso tema de representar la belleza y sensualidad femeninas en un comic juvenil que bascula entre el humor y la aventura. Ya había retratado muy eficazmente a Seccotine en “Aventura en Australia” y aquí consigue crear a una chica verdaderamente bonita, Luna, sin caer en la caricatura. No es un bombón de formas exageradas salida de una revista erótica sino una criatura joven, fresca y seductora a la que no cuesta imaginar azorando y metiendo en problemas a Spirou.

Tome y Janry demostraron tener razón. Cualquier temor acerca de la polémica o las críticas negativas que podrían recibir por descubrir la sexualidad y sensualidad de Spirou, resultó infundado. Los lectores tanto nuevos como tradicionales, asumieron con normalidad la historia y su tono, en parte gracias a la elegancia y coherencia con que los autores la presentaban, pero también porque los tiempos habían cambiado mucho…hasta para los veteranos héroes de ficción. 



(Finaliza en la próxima entrada)

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