3 abr 2019
1991- OMAC – John Byrne
John Byrne no se ha cansado nunca de repetir en todas las entrevistas que ha concedido la inmensa influencia que para él supuso Jack Kirby. Hasta tal punto es así que incluso su trayectoria se asemejó a la de su maestro: tras formarse y alcanzar la fama en Marvel (donde llegó a su mejor momento en la colección originalmente cocreada por Kirby, los Cuatro Fantásticos), se marchó a DC, donde disfrutó de amplia libertad creativa hasta que decidió regresar a Marvel para retomar allí una carrera tan prolífica como era su costumbre, ya en declive pero aún marcada por momentos de notable brillantez. No rompió sin embargo todos sus lazos con DC y en 1991, decidió revitalizar OMAC, el personaje futurista de su admirado Kirby, en una miniserie de cuatro números en formato prestigio en la que trataba de rellenar no sólo los huecos argumentales dejados por su creador original, sino desarrollar adecuadamente el alter-ego del poderoso OMAC, Buddy Blank.
Byrne se tomó en serio su revitalización, demostrando una vez más su habilidad como guionista al respetar escrupulosamente el trabajo de Kirby al tiempo que edificaba algo totalmente nuevo. Para ello, recurrió al truco del viaje temporal, lo que le permitió conservar la etapa de Kirby pero relegándola a un futuro alternativo al que iba a servir de marco a la acción principal. Las paradojas temporales han sido uno de los temas favoritos de Byrne en su carrera dentro de los superhéroes, habiendo hecho viajar en el tiempo a los X-Men, Alpha Flight, los Cuatro Fantásticos o los Next Men.
La historia comienza con un OMAC combatiendo en un mundo devastado en el que la civilización ha quedado reducida a miserables e indefensos enclaves. Superando las últimas defensas de la fortaleza de Mr.Grande -un villano originalmente creado por Kirby- el imparable guerrero, apoyado por su nave orbital Hermano Ojo, se enfrenta y ejecuta al enemigo que tanto tiempo le ha costado alcanzar. Es, sin embargo, una victoria pírrica. Dos agentes de la Agencia le informan de que la corriente temporal en la que se encuentra es en realidad una deformación creada por Mr.Grande, quien se trasladó al futuro para huir de OMAC y construir un mundo según sus deseos. Así, el protagonista retrocede en el tiempo hasta los años 30 del siglo XX para perseguir a su némesis y evitar la manipulación temporal. Pero viajar hacia atrás en el tiempo tiene su precio: la memoria. Aún peor, además de la amnesia, OMAC revierte a su forma de Buddy Blank al perder el enlace con Hermano Ojo que, debido a un desplazamiento temporal, aún tardará varios años en encontrarle.
Es entonces cuando Byrne comienza su auténtica reconstrucción del personaje. Ya en el primer volumen vemos a un OMAC más humanizado que, gracias al recurso de ofrecer sus pensamientos como una voz en off en primera persona en lugar de diálogos con otros personajes, nos permite introducirnos en su mente: siente satisfacción y aprecio por las personas a las que salva, disfruta de los placeres mundanos y encuentra en el recuerdo de los antiguos logros de la civilización la motivación necesaria para continuar su lucha. En el siguiente episodio, Buddy Blank sustituye a OMAC como motor de la historia y aquí Byrne demuestra que es muy capaz de contar algo interesante sin necesidad de recurrir a las explosivas peleas de superhéroes.
Situando la narración en una cuidadosa recreación de la Nueva York (o Metrópolis) sumida en la Gran Depresión, aquélla nos cuenta las tribulaciones de Buddy nada más llegar, sin recuerdos, a una ciudad de la que desconoce todo. Mediante la utilización de eficaces elipsis, un buen montaje, diálogos dinámicos y la inteligente y espaciada inserción de datos, seguimos con fluidez la evolución de su vida en los siguientes años: su convivencia matrimonial, sus dificultades laborales a causa de la Depresión, sus amistades y la amenaza invisible pero omnipresente de Mr.Grande. El desenlace alterna entre lo brillante y lo innecesariamente complicado: las páginas en las que se nos cuentan las últimas horas de la vida Buddy Blank son una brillante muestra de por qué Byrne fue en su momento considerado uno de los mejores narradores del comic norteamericano; por otra parte, la liosa y algo aburrida resolución de la trama "temporal" enturbia algo el resultado final de una obra por lo demás muy recomendable.
En el aspecto gráfico, Byrne opta por el blanco y negro, una apuesta siempre arriesgada para un dibujante puesto que es una técnica que "desnuda" a las viñetas de color y puede dejar al descubierto cuantos fallos contengan. En mi opinión, la mejor época gráfica de Byrne quedaba ya unos años en el pasado, pero aún así este trabajo cuenta todavía con un respetable nivel gráfico.
Como de costumbre, el dibujante destaca en la construcción física de personajes, la expresividad de sus rostros y las escenas de acción. Su habilidad convierte en superfluos los textos de apoyo y las onomatopeyas: la pasión del dibujo es suficiente para transmitir emociones o sonidos. También es cierto que en el tercer y cuarto volúmenes su pulso comienza a fallar, ya sea por las prisas, el cansancio o la pérdida de interés: las tramas mecánicas pierden su función complementaria y se aplican abundantemente y no siempre con acierto, los detalles de las figuras en segundo plano o en planos generales se descuidan y hay perspectivas incorrectamente planteadas, detalles que no deben tolerarse en un dibujante de la experiencia y capacidad de Byrne.
Pero, en general, es una obra muy interesante no sólo para el lector de superhéroes, sino para el aficionado a la ciencia ficción, una lección de cómo renovar un personaje maltratado (incluso por su creador, Jack Kirby) y narrar una historia que requiere de continuación. Quizá demasiado. Porque lo cierto es que después de este trabajo nadie pareció saber muy bien qué hacer con OMAC. No solamente era un personaje cuyas aventuras transcurrían muchos años en el futuro de la línea temporal principal de los grandes héroes de la compañía, sino que Byrne había planteado un elegante final del que no parecían colgar cabos sueltos de los que agarrarse para continuar sus aventuras.
El resto de la trayectoria del personaje es de poco interés para los aficionados a la ciencia ficción pura, ya que la editorial procedió a incorporarlo al plantel de sus héroes cósmicos. A partir de entonces y tras un profundo replanteamiento, lo que quedaba del OMAC original -poco más que su aspecto general y su nombre- pasó a encuadrarse dentro del género superheroico. Así, tras la reinterpretación de Paul Pope en 2005 dentro de la colección "Solo", DC preparó al personaje en "Proyecto: OMAC" (Greg Rucka y Jesús Saiz) para, a continuación, enlazarlo con una de sus largas y confusas macrosagas, "Crisis Infinita". Poco puedo recomendar de toda esta etapa, ni la serie de Bruce Jones y Renato Guedes ni la nefasta y justamente cancelada "Omactivate" (2011) a cargo de Dan Didio y Keith Giffen, en la que OMAC se transformaba en una especie de brutal tecnoHulk de horrible diseño.
En definitiva y como conclusión, lo único claramente recomendable es la miniserie de John Byrne. La serie original de los setenta queda sólo para incondicionales de Kirby y el resto de miniseries más recientes únicamente para fanáticos de los superhéroes con amplias tragaderas.
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