Cuando se busca información acerca de Oscar Wilde lo más frecuentemente reseñado son o bien sus ingeniosos epigramas o bien ese clásico del terror gótico que es “El Retrato de Dorian Gray” (1890). Los más eruditos puede que citen sus obras teatrales o la epístola “De Profundis” (1905), pero la calidad de sus cuentos fantásticos suele en cambio ser olvidada. Esta ceguera resulta llamativa por cuanto esa obra es considerablemente mejor que su recargada poesía y ni mucho menos son esos relatos, como a menudo se les califica, un simple producto de un efímero brote de sentimentalismo durante la infancia de sus hijos. De hecho, no tienen nada que envidiar a los cuentos de los Hermanos Grimm o Hans Christian Andersen.
Ese olvido es algo que supo reconocer P.Craig Russell, el gran adaptador de la ópera y la

Los niños se han acostumbrado a jugar en el jardín abandonado del gigante pero cuando éste regresa, los echa y levanta un muro alrededor para que nadie pueda entrar. Encerrado en su propiedad y aislado del mundo y el contacto con la alegría y la inocencia de los niños, la nieve, el hielo y el granizo del invierno se hacen los dueños del lugar, impidiendo que el resto de las

Como todo buen cuento de hadas, la moraleja es que el egoísmo tiene consecuencias pero Wilde no era Hans Christian Andersen y, dando un giro al relato, lo hace terminar felizmente. Como siempre hay quien gusta de levantar polémicas donde no se necesitan, “El Gigante Egoísta” ha sido objeto de ciertas discusiones en tiempos recientes. Dejando aparte la gente a la que, por tristes razones de actualidad, le incomoda la idea de un adulto jugando con niños, el motivo de disputa es precisamente la extraña conclusión en la que se introduce la inequívoca figura de un Jesucristo redentor, niño y estigmatizado. Mezclar fantasía y religión cristiana no parece ser hoy la opción más popular pero en el siglo XIX y en su contexto cultural no tenía nada de inusitado ni controvertible. Por otra parte y sea cual sea la opinión que se tenga al respecto, nadie puede negar la belleza y emotividad con la que está narrada la historia y el talento de Russell para introducir soluciones visuales para ideas sobre las que el escritor daba pocas pistas, como las personificaciones de la Nieve, el Hielo o el Granizo.
En “El Niño de las Estrellas”, un bebé envuelto en un rico manto es recogido de las frías nieves

Aunque no tan conocido como “El Gigante Egoísta”, su moraleja sobre la piedad, la humildad y la empatía queda perfectamente expuesta. Se trata de una narración problemática por cuanto su protagonista no es una figura positiva sino alguien verdaderamente malo (mientras que el

Es más, esta historia cruel de desgracias y alienación tiene un componente alegórico puesto que no resulta difícil ver aquí las propias experiencias de Wilde, los secretos que le atormentaban y que aún no habían salido a la luz cuando escribió el cuento (a saber, su homosexualidad, revelada pública y escandalosamente en 1895). El conocimiento de su biografía añade una capa adicional de significado para el lector maduro, quien probablemente se quedará tan sorprendido como el lector niño con la cínica coda final, quizá otro reflejo de la forma que Wilde tenía de ver el mundo.
Para esta ocasión, Russell abandona su hasta entonces característico estilo barroco dominado por el realismo y cierto amaneramiento para adoptar las líneas artísticas de los ilustradores de cuentos infantiles de los años veinte y treinta del XX. Sus dibujos tienen menor acabado del que suele ser habitual en él y una línea más fluida y caricaturesca, lo cual es coherente con el espíritu del propio material, destinado sobre todo a un público infantil aun cuando pueda ser perfectamente disfrutado por un adulto.
Puede que los fondos y las figuras sean más esquemáticos de lo que estamos acostumbrados en sus comics, pero su composición y su narrativa son tan depuradas como siempre, elegantes y precisas sin caer en el esteticismo vacío de utilidad narrativa. Como ejemplo podemos citar la introducción al primer cuento del volumen, “El Gigante Egoísta”, en la que se nos dice que éste

Y también en el aspecto gráfico, reconocer por último la impresionante labor de coloreado que realizó Digital Chamaleon, el estudio canadiense dirigido por Lovern Kindzierski, colaborador habitual de Russell y que sabe entender a la perfección tanto su dibujo como el espíritu de la historia. En una época en la que el color digital estaba en mantillas, este comic ofrece una amplia variedad de tonalidades suaves que enriquecen el resultado final y redondean la necesaria atmósfera de fantasía maravillosa que envuelve sus historias.
El único inconveniente que le veo a este comic, sobre todo a “El Niño de las Estrellas” es que Russell, probablemente queriendo demostrar su fidelidad al texto de Wilde más allá de reproducir la trama y los personajes, recurre a una prosa excesiva e innecesaria habida cuenta de que sus viñetas ya nos están transmitiendo todo lo que es necesario saber. Son textos demasiado prolijos para un comic infantil, que ralentizan el ritmo de lectura y la descompensan, dado que el ojo se distrae continuamente yendo del texto a la considerablemente más atractiva visión de los bellos dibujos que lo acompañan.
Un comic, en definitiva, muy bello gráficamente, apto para niños y mayores y una excelente forma de conocer a un autor clásico de la talla de Wilde.
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