10 oct 2018

1984- EL LIBRO DE LA SELVA – P.Craig Russell



Phillip Craig Russell siempre ha sido un rara avis en el mercado del comic estadounidense. Y no solo por su desbordante talento y su elegancia gráfica, sino por haber tenido la valentía, la perseverancia y la capacidad de mantenerse fiel a su sensibilidad artística. Aunque siempre ha tenido un pie en el mercado mainstream - sobre todo los superhéroes- ello ha obedecido más a intereses pecuniarios que a un verdadero interés por ese género. Porque donde más ha destacado Russell ha sido como adaptador de obras ajenas al comic, sobre todo algo tan complicado y específico como las óperas clásicas, de las cuales ya he hablado en otras entradas. También, con guiones propios o ajenos, ha convertido en viñetas libros de autores del género fantástico tan diversos como Michael Moorcock, Oscar Wilde, Neil Gaiman, Robert E.Howard, Cyrano de Bergerac, Clive Barker, Ray Bradbury…y el que ahora nos ocupa, Rudyard Kipling.



Los años setenta fueron una época de efervescencia en el mundo del comic book alternativo norteamericano. No fueron pocos los autores que tomaron conciencia de las posibilidades conceptuales, narrativas y estéticas del medio y fue gracias a ellos que aparecieron espacios editoriales al margen de las grandes compañías dedicadas sobre todo a los superhéroes y poco inclinadas a la experimentación. Russell participó en este movimiento marginal desde el inicio a través de publicaciones como “Star Reach” o “Imagine”. No eran trabajos bien remunerados –por ello nunca pudo abandonar del todo los encargos puntuales para Marvel o DC- pero sí más acordes con sus gustos y ambiciones.

La década de los ochenta vio no sólo un florecimiento de editoriales pequeñas, independientes, que daban cabida a comics más personales sino que las propias Marvel y DC empezaron a apostar por un cierto aperturismo. Es ahora cuando Russell tiene la oportunidad de ver su obra publicada en la revista “Epic Illustrated” o en forma de novelas gráficas (“Elric: La Ciudad de los Sueños”, “Killraven”), todo ello material más sofisticado temática y gráficamente que el tebeo medio de superhéroes.

Fue especialmente tras su colaboración con Roy Thomas en la novela gráfica del guerrero albino Elric que Russell se anima a realizar sus propias adaptaciones. Él mismo admite que no es un escritor con ideas originales pero sí tiene la capacidad de visualizar mentalmente cualquier historia y transformarla en una secuencia de imágenes. Tras probar con poemas y canciones, decide centrarse finalmente en material literario de prestigio y es aquí donde entra en contacto con Mary Jo Duffy, editora y guionista de Marvel quien había estado adaptando historias de “El Libro de la Selva” junto a Gil Kane en los números 10 y 11 del título genérico “Marvel Fanfare” (agosto-noviembre 1983). Russell intervino como entintador de Kane y el resultado fue tan satisfactorio que Duffy le propuso realizar alguna historia más antes incluso de encontrar editor para ella.

“El Libro de la Selva” de Rudyard Kipling está compuesto de dos libros, siendo el primero de ellos el más famoso y adaptado, con el origen de Mowgli, su encuentro con diferentes animales de la selva y el enfrentamiento con el tigre Shere Khan. El segundo volumen está compuesto de historias independientes, más desconocidas y no todas protagonizadas por Mowgli. Una de ellas, “El Ankus del Rey”, es la que eligieron Duffy y Russell para su adaptación, un pasaje de la vida de Mowgli en la que éste tiene trece años. Acompañado por la serpiente Kaa, descubre una ciudad olvidada en la jungla. En uno de sus
palacios, una cobra blanca custodia un inmenso tesoro y avisa a Mowgli de que si se lleva algo, morirá. Éste, dándose cuenta de que la cobra es tan vieja que ya no tiene veneno, se lleva un anku ceremonial enjoyado (una lanza corta para dirigir elefantes) no por codicia sino llevado por mera la curiosidad y la fascinación por sus formas y colores. Pero cuando Mowgli se da cuenta de la escasa utilidad que para la vida en la jungla tiene el Anku, lo abandona. Al ser encontrado por los hombres, el muchacho y su amiga Bagheera no tardan en comprobar que, efectivamente, la muerte no tarda en segar las vidas de aquellos vulnerables a la codicia.

“El Ankus del Rey” es una historia muy extraña. Contiene los elementos propios de un gran relato de aventuras exóticas: ciudades perdidas en la jungla impenetrable, tesoros ocultos y custodiados por peligrosos guardianes, viejas leyendas, la selva y sus animales… y, sin embargo, apenas tiene acción. Porque en realidad lo que se nos cuenta aquí no es una aventura clásica sino una fábula sobre la codicia humana estructurada como un encadenamiento de conversaciones entre Mowgli y Kaa primero, luego con la cobra blanca y por último con Bagheera. La narración está dominada al principio por las imágenes románticas y misteriosas: la noche en un lago de la selva, la luna reflejada en las aguas, el juego con Kaa.

La selva que nos presenta Russell es un entorno idealizado, casi sensual, como también la forma de representar a Mowgli, como uno de esos bellos efebos que tanto le gusta dibujar. El ambiente cambia radicalmente en color, iluminación, ritmo y composición en la siguiente escena, que transcurre en el interior del palacio donde la cobra custodia el tesoro. Russell consigue transmitir en esas páginas sensación de amenaza, incluso de claustrofobia, resaltando los rasgos inocentes de Mowgli en contraste a la inmensa riqueza que le rodea y que debería despertar una expresión de asombro y avaricia.

La segunda mitad de la historia es donde se expone el argumento moral. Mowgli, habiendo abandonado en la selva el Anku, es atormentado esa noche por unas pesadillas que le impelen a devolver el objeto al tesoro al que pertenecía. Pero éste ha sido encontrado por un grupo de hombres cuyo rastro siguen el muchacho y Bagheera, encontrando a lo largo del mismo cadáveres, víctimas de la codicia por la joya. Es una historia con una generosa dosis de violencia, pero Russell opta por hacer que ésta tenga lugar fuera de plano y que sólo se vean las consecuencias de la misma, cuerpos muertos en posiciones quizá muy teatrales pero que en el contexto de un cuento resultan efectivas. Los humanos y sus ambiciones son algo que Mowgli no puede entender, especialmente su disposición a matar por
poseer algo. Así, de repente, todo a su alrededor adopta un aspecto amenazador, como si la maldad hubiera infectado la jungla. Con la llegada del día, la luz del sol resulta agresiva, la vegetación ralea y las formas se tornan angulosas y retorcidas.

Como decía más arriba, estamos ante una fábula y, por tanto, tiene un núcleo moralista. Nos enseña que la codicia lleva a la tragedia; que el pasado nunca desaparece del todo; que podemos conocer la naturaleza del mundo y del hombre pero no cambiarla. Es una historia poco reconfortante con nuestra especie, retratándonos como seres violentos, ambiciosos y eternamente disconformes. En cambio y contraste con la frialdad de los asuntos humanos –de los cuales el Anku es un símbolo-, el mundo natural, la selva, es vista como un lugar peligroso, sí, pero honesto, con reglas que todos respetan e incluso, si se sabe apreciar, acogedor.

A pesar de la belleza formal del comic, Duffy y Russell no consiguieron convencer a Archie Goodwin para que le diera cabida en la revista que entonces editaba en Marvel, “Epic Illustrated” (error del que más adelante se arrepentiría). Así que llamaron a la puerta de Eclipse Comics, que desde finales de 1984 venía publicando a todo color la revista “Night Music”, dedicada exclusivamente a la obra corta de Russell. Por supuesto, Dean Mullaney, editor de la compañía, estuvo encantado de
dedicarle el número 3 de ese título (marzo 1985) a las andanzas de Mowgli. Eso sí, dado que Mary Jo Duffy estaba contratada en exclusiva por Marvel, no pudo figurar en los créditos de la adaptación.

De todas maneras y según declaró el propio Russell, tuvo ciertas diferencias con la guionista respecto al enfoque que debía darse al texto por lo que la siguiente adaptación de “El Libro de la Selva” decidió llevarlo a cabo en solitario. Se trató de “Perro Rojo”, publicado en el número 7 de “Night Music” (si bien esta numeración oficial y el título genérico ya no se consignaban en la portada, por lo que más parecía un número especial) en febrero de 1988. En esta ocasión Mowgli y su manada de lobos deben enfrentarse a una jauría de perros salvajes temidos por todos los animales de la selva y que ahora llegan a la región para esquilmarla de comida. Para entonces, Mowgli tenía quince años, había vivido brevemente con los hombres pero, harto de sus vicios y mezquindades, regresó a la selva para autoproclamarse Señor de la misma y, por tanto, su protector. Pese a los consejos de unos y otros, decide enfrentarse a la amenaza sirviéndose de un plan urdido por Kaa.

En esta entrega, Russell había evolucionado como narrador visual y evita la excesiva
verbosidad que lastraba bastantes escenas de la primera parte. Se apoya tanto o más en los dibujos que en el texto, jugando con los raccords, la composición de página, los tamaños de las viñetas y la rotulación. Es, también, una historia mucho más amarga, dinámica y brutal. La agresividad de los perros invasores es patente y la matanza que se produce entre éstos y los lobos es explícita en su violencia, con Mowgli ensangrentando su cuchillo a diestro y siniestro. Hay violencia, sí, pero ésta nunca se glorifica sino que se dispensa exclusivamente en defensa propia. La victoria no se consigue sin dolor y bajas y, de hecho, la historia se cierra amargamente con la muerte de Akela, magníficamente narrada en las dos planchas finales.

Es también una historia cuidadosamente medida y estructurada, empezando con la exposición del peligro al que se enfrenta el protagonista, la protección que le brinda Kaa y el plan que ambos preparan y un intenso clímax; segmentos todos ellos separados por diferentes tonalidades cromáticas. No hay cabida aquí para las recreaciones preciosistas de la jungla. El trazo, las líneas, las curvas.. son más agresivas para reflejar esa sensación de peligro inminente.

Russell combina de forma magistral el realismo de la figura de Mowgli –sobre todo en los primeros planos- con cierto aire caricaturesco cuando la ocasión lo requiere. Lo mismo puede decirse de los animales, que están plasmados bien con un estilo naturalista, como los perros y los lobos, o bien con una simplificación adecuada a la naturaleza de cada criatura: Kaa es una forma alargada y muy sencilla, sin detalles pero en continuo y sinuoso movimiento: Bagheera es igualmente una sombra poco definida más allá de su silueta general y sus movimientos de felino.

En el caso de Mowgli, Russell tomó un modelo real, un adolescente que tenía, como el personaje, trece años en la primera historia y quince en la segunda. Ello le dio al dibujante una oportunidad única, la de reflejar con la máxima autenticidad el proceso de madurez física de Mowgli. Cuando el muchacho tenía diecisiete años, que era además la edad que Mowgli iba a tener en la tercera historia a adaptar por Russell, fue detenido y encarcelado, algo que afectó al autor hasta el punto de paralizar el proyecto. Fue solo años más tarde, en 1995, que utilizaría las fotografías tomadas entonces para terminar esa tercera entrega, publicada (en blanco y negro inicialmente) por NBM.

“Spring Running” (que podría traducirse tanto por “Carrera de Primavera” o “Huida de
Primavera”) es la más visual y emotiva de las tres historias de esta antología. Mowgli ha crecido y experimenta una inquietud que no puede explicar. Ya no se siente compañero e igual al resto de los animales y se ve atraído por la aldea de los humanos. Como ya he dicho, ya había convivido con ellos tiempo atrás pero ahora siente tanto una paz especial en la casa de su “madre” como atracción física por una joven a la que ve en el camino. En el fondo, él lo sabe y sus amigos animales se lo confirman: ha llegado el momento de aceptar lo que realmente es, dejar su infancia atrás y regresar con su pueblo.

Siete años habían pasado desde la última historia de Mowgli y la evolución de Russell como dibujante es patente en estas páginas, más depuradas y con los diálogos justos. Las viñetas son más sencillas y la selva ya no tiene esa fuerte presencia en los fondos, sino que está retratada de una manera muy magra, mediante
siluetas, pequeños detalles o simples manchas de color. Mowgli es ya prácticamente un adulto y su movimiento corporal y sus expresiones así lo denotan, ya sea con la rabia contenida por la pelea de dos lobos que no le guardan respeto, la confusión que siente ante su “madre” humana o la pena por despedirse de sus amigos.

“El Libro de la Selva” ha sido adaptado innumerables veces a todo tipo de formatos audiovisuales, desde el comic a los dibujos animados, pasando por las películas de acción real, la televisión, los videojuegos, los seriales radiofónicos o las partituras musicales. Pero sin duda, las páginas e ilustraciones de Russell se encuentran entre lo mejor de todo ese material: sensibles, bellas, elegantes y mágicas. En esta adaptación podemos observar la evolución que el artista fue experimentando en su estilo con el transcurso de los años, pero también la forma en que, respetando el espíritu de los cuentos, supo adaptar tales cambios al tono de cada historia: la fábula moral de la primera; el suspense y acción de la segunda y la melancolía de la tercera. A diferencia de tantas otras traslaciones de “El Libro de la Selva” a otros medios –yo diría que la mayoría-, ésta no es una obra infantil, ni siquiera juvenil. Sus textos, su sensibilidad, su elegancia gráfica, su narrativa sutil, apelan a un lector adulto que sepa apreciar el indiscutible talento de Russell.

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