18 jul 2018
1986- DAREDEVIL - Ann Nocenti (y 3)
(Viene de la entrada anterior)
Daredevil, Brandy y Número Nueve son tres compañeros de infortunio perdidos y en busca de un sentido para sus vidas, de una identidad. Tan extraviados como ellos, son los dos inhumanos que se les añaden, Karnak y Gorgon. Unos meses atrás, en agosto de 1988, Nocenti había escrito la novela gráfica de los Inhumanos, en la que el recién nacido hijo de la reina Medusa le era arrebatado y enviado a la Tierra. Para aliviar el sufrimiento de su prima, Karnak y Gorgon se exilian a nuestro planeta (nº 274, diciembre 89) con la misión de encontrar al niño. Este heteróclito grupo se enfrentará a Ultrón (275-276) por exigencias del crossover de turno, “Actos de Venganza”, pero Nocenti se las arregla otra vez (como había hecho en las anteriores “La Caída de los Mutantes” e “Inferno”) para hacer de necesidad virtud y utilizar ese absurdo emparejamiento Daredevil-Ultrón en beneficio de la historia en curso.
Así, tras varios episodios debatiendo la ética del binomio creador-creación, llega Ultrón, la encarnación perfecta del arquetipo del niño cuya educación ha fracasado. Un Ultrón, por cierto, reconstruido por el Doctor Muerte de una forma bastante extraña y que resulta ser la fusión esquizofrénica de todas las versiones anteriores del robot. Es una aproximación nueva y poco convencional al villano. Parte de él quiere rechazar su condicionamiento mientras que la otra desea respetarlo. Sigue aspirando a la perfección, pero ya no sabe si puede conseguirla o siquiera lo que significa. Después de todo, ¿puede algo ser absolutamente perfecto? ¿O bien es todo imperfecto? Por tanto, ¿no debería destruirse todo, incluyéndose él mismo?
En las manos de Nocenti, Ultron se ajusta más al arquetipo del monstruo incomprendido que al de asesino genocida. Y justo cuando Número Uno está consiguiendo abrirse paso a través de la locura del robot, llegan Daredevil y los Inhumanos repartiendo mamporros sin pararse a observar ni pensar. Al final, Número Nueve se queda con la cabeza decapitada de Ultrón en sus manos prometiendo que lo revivirá y le restaurará la bondad que ha sentido en él. Es una conclusión extraña y abierta que ningún otro guionista ha querido retomar (a diferencia de otras contribuciones de Nocenti a la colección, como María Tifoidea o Corazón Negro). Número Nueve nunca más ha vuelto a aparecer.
Esta etapa del exilio de Daredevil culminará con un viaje surrealista al infierno de Mefisto (nº 279-282, abril-julio 90), donde los personajes deberán enfrentarse a sus propios demonios y purgar sus pecados. En este punto, Nocenti ya había introducido a Mefisto en la vida de Daredevil, como ya dije, en el nº 266. Desde mi punto de vista, creo que son dos personajes tan diferentes que no funcionan bien compartiendo una aventura y aquí a la guionista se le fue de las manos su aspiración poética, puesto que lo que tenemos aquí es una representación de la contradicción entre la pureza religiosa, angelical, del espíritu de Daredevil y su aspecto y métodos “demoniacos”.
Encontramos, como era de esperar, escenas de combate entre Daredevil y hordas demoniacas, pero eso no es lo que le importaba a Nocenti. Su foco de atención era la lucha interna del héroe para recuperar esa luz interior, fuerza y confianza que María Tifoidea le había arrebatado. Nocenti y Romita nos presentan a un Mefisto más diabólico y monstruoso que nunca contra el que Daredevil y sus amigos poco pueden hacer. Cualquier lucha mano a mano entre Daredevil y Mefisto hubiera resultado absurda dado el poder del segundo. Así que para salir del embrollo en el que ella misma se había metido, Nocenti se sacó de la manga a Silver Surfer que, en una clara alegoría religiosa, baja de los cielos cual ángel salvador para combatir contra su viejo enemigo, dejando que los protagonistas escapen y regresen a la Tierra. Al fin y al cabo, el núcleo de este arco argumental era el conflicto emocional no el combate físico.
En este punto, nº 282, Romita y Williamson se marchan de la colección para ser sustituidos en la siguiente etapa principalmente por Lee Weeks, que hace un trabajo bastante competente habida cuenta de que se trataba de su primer encargo regular de peso. Se nota demasiado su esfuerzo por imitar a David Mazzuchelli y carece de auténtica personalidad. Probablemente su bisoñez a la hora de hacer frente a las fechas de entrega fuera la causa de que ocasionalmente se le sustituyera por otros tan recién llegados como él: Greg Capullo y Kieron Dwayer. El relevo gráfico, en fin, no está a la altura de sus predecesores, como tampoco el trabajo de la propia Nocenti.
Tras sus peripecias por el interior rural del país, con su mente rota y su espíritu aún amargado y confuso, Daredevil vagabundea por Nueva York, codeándose con los elementos más ruines de la sociedad, siendo apaleado por matones de poca monta, experimentando flashbacks y topando con recordatorios de sus pasados errores. Le parecen tan irreconciliables las contradicciones con las que ha vivido hasta ese momento y encuentra ahora tan absurda la idea de un superhéroe que en el numero 284 (septiembre 90), se detiene en mitad de una pelea con la esperanza de romper el interminable ciclo de violencia. Pero evitar la lucha no es suficiente para encontrar la paz. Renegar personalmente de la violencia no va a hacer que ésta desaparezca del mundo. Así que los matones de la mafia a los que se enfrentaba se vuelven contra él y lo noquean, dejándolo amnésico. Un hombre vestido de negro se le acerca y le quita la máscara. Daredevil, creyendo que su nombre es Jack (en realidad el nombre de su padre), le deja hacer, se declara cansado de pelear y olvida siquiera que él fue una vez Daredevil. Ese hombre de negro es nada menos que Bullseye.
Jack “Batallador” Murdock quiso que su hijo Matt no entrara en el mundo de violencia que él había elegido para sí mismo y, en cambio, se dedicara con ahínco a estudiar. Al adoptar inconscientemente el nombre de su padre como propio, Matt asume también las esperanzas y sueños de aquél por un futuro pacífico. Irónicamente, fue el rechazo de la violencia lo que le causó su amnesia y, en último término, lo que lo conducirá al mundo del boxeo, donde pronto se labra fama de invencible. Da igual el nombre que adopte y que siga bien el camino de la agresión bien el del pacifismo: Matt no encuentra la paz.
Como ya había ocurrido en el arco argumental de María Tifoidea, la línea entre héroe y villano se difumina cuando el primero actúa tan al margen de la ley como el segundo. Esta dualidad de opuestos se explora aún más cuando Bullseye empieza a cometer robos vistiendo el traje de Daredevil. A pesar de sus entusiastas intentos de manchar el nombre de su archienemigo, los neoyorquinos se niegan a renegar completa y definitivamente de su antiguo protector. El mismísimo Ben Urich asume que Daredevil debe tener una buena razón para sus ilegales actos. Como en realidad Daredevil nunca se ha sometido del todo a la ley, la gente no tiene inconveniente en otorgarle el beneficio de la duda, viéndolo incluso como un moderno Robin Hood. Enfurecido por tal reacción, Bullseye redobla sus esfuerzos con mayor violencia todavía.
Durante su etapa como Jack, Daredevil hace amistad con un juez afroamericano y su hijo. A través de ambos, Daredevil recapacita sobre las imperfecciones del sistema judicial. El juez le recuerda que a menudo la ley permite que los criminales se escapen por las grietas del sistema, mientras que su hijo le recuerda los prejuicios raciales que acechan en el subconsciente de la sociedad. Cuando el juez es tiroteado por una banda a la que procesó, Daredevil recupera las palabras de su mentor Stick, que una vez le aconsejó humanidad cuando combatiera con el enemigo, otra contradicción en la vida del héroe. Aunque esto parece una yuxtaposición ilógica de conceptos, Nocenti consigue llegar a la esencia de lo superheroico. Ese instante es lo que permite al lector comprender la auténtica interpretación de Nocenti acerca del fracaso de un héroe: cuando extrae algún tipo de diversión o satisfacción de un acto violento. Cuando Siegel y Shuster inventaron a Superman, crearon un personaje que lucharía contra lo inmoral, pero lo hacía para proteger al inocente, no para establecer su superioridad. Quien sólo ejerce la violencia sin tratar de comprender y empatizar con el objeto de la misma, no es más que un matón. Al final, nos viene a decir Nocenti, tanto el luchador enmascarado como el lector de comic de superhéroes fracasa si lo que le divierte es ver cómo atizan hasta la saciedad a otro personaje. Esa es la lección que debe aprender Daredevil antes de estar listo para derrotar a Bullseye: “Te entiendo, se cuánto sufres”.
Durante toda esta etapa, Daredevil ha estado huyendo de sus errores y evitando conflictos, tanto internos como externos. Rara vez asumía la responsabilidad por los desastres que dejaba atrás. Es en su combate final con Bullseye que afronta sin ambages sus propios defectos. Con Bullseye vistiendo su uniforme rojo, Daredevil decide utilizar las tácticas de su enemigo contra él: se pone el disfraz de Bullseye y lo ataca con saña, lo que confunde al villano y le hace dudar de su propia identidad. Cuando Murdock se queda colgando de un tejado y le dice al impostor Bullseye que no puede dejarle morir porque es un buen hombre, éste muestra compasión y le ayuda. Este instante es el primero y probablemente el último en el que el asesino Bullseye muestra una chispa de puro heroísmo. Los dos hombres han habitado en la mente de su contrario y al hacerlo, han obtenido una mayor comprensión de sus propios errores. Esa es la lucha con compasión a la que se refería Stick: reconocer la humanidad de tu enemigo, no verlo solamente como un objetivo a abatir.
El combate continúa y las identidades de Daredevil y Bullseye se difuminan y mezclan conforme ambos intercambian golpes y sangre. Al final, Matt Murdock, el verdadero Daredevil, es quien prevalece sobre su caído enemigo: “Tienes razón Bullseye, al confiar en que haga lo correcto. Tú no sabes quién eres. Y yo no se quién soy. Al final, resulta que somos iguales, ¿verdad?”. (nº 290 (marzo 91). Esta confesión demuestra que la empatía es el auténtico punto final de la violencia. Daredevil sólo puede derrotar a Bullseye reconociéndose en él. Ambos hombres se han pasado una parte importante de sus vidas haciendo daño a otros y decidiendo, según su propio criterio, quién merece ser víctima de su brutalidad. Aunque la violencia siga siendo necesaria, Daredevil la ejerce no para satisfacer sus propios impulsos sino porque no queda otro remedio.
Personalmente, y por profundo que sea el mensaje que quiere transmitir Nocenti, creo que la trama en torno a la cual lo articula es de las más flojas de toda la etapa. La guionista había terminado con el personaje tras su odisea en el mundo de Mefisto y esta larga coda final queda lastrada por una repetición de temas y personajes (el enésimo plan de Kingpin, el retorno de Bullseye como su sicario, la caída y ascenso del héroe). Nocenti trata de imitar los pasos de Miller y no lo consigue. La amnesia de Murdock, su conversión en boxeador y la idea de vestir a Bullseye de Daredevil son tan retorcidas que bordean el ridículo.
El último número firmado por Nocenti, el 291 (abril 91) supone un retorno al statu quo para el personaje, dejándolo listo para el relevo en manos del guionista Dan Chichester. En él, vemos cómo dota a Bala de una dimensión más humana gracias a su relación con su hijo Lance; y también cómo el periodista del Daily Bugle, Ben Urich, además de volver investigar los trapos sucios de Kingpin en una trama inmobiliaria, tiene un conflicto ético con su jefe, J.Jonah Jameson, a raíz de la censura sobre un artículo suyo que denunciaba los trucos de las compañías tabaqueras para burlar la prohibición de anunciarse en televisión patrocinando equipos automovilísticos. Dado el activismo social y político de Nocenti, es una lástima que no aprovechara más el personaje de Urich como portavoz de sus preocupaciones.
El recorrido de Nocenti en la colección regular se cierra con el reencuentro de Matt Murdock y su viejo amigo Foggy Nelson, que arrepentido por haber practicado el lado más oscuro del derecho al servicio de las grandes corporaciones, no se detiene hasta que le devuelven a un todavía ausente Murdock su licencia de abogado. Nocenti cerraba así casi todos los cabos sueltos y dejaba el campo expedito para su sucesor. Es un retorno al statu quo algo insatisfactorio y esta etapa final de la guionista tiene menos imaginación y frescura que los episodios dibujados por Romita.
Con todos los defectos que queramos encontrar a estos números, hay que admitir que las reflexiones sobre la violencia en el mundo de los superhéroes que Nocenti fue insertando a lo largo de toda su estancia en la colección, siguen teniendo plena validez hoy en día, especialmente si las trasladamos a los formatos en los que el género ha ganado hoy nueva popularidad, como el cine o la televisión. Este mensaje de profundo humanismo con el cual cierra su periodo es muy importante en un género cuya principal y más reconocida característica ha sido la de que los héroes pueden resolver los problemas a puñetazos. Y es también la razón por la que el trabajo de Nocenti resulta muy relevante dentro de esa corriente de finales de los ochenta en la que comics más comentados como “Watchmen” o “El Regreso del Caballero Oscuro se llevan toda la atención..
El género de superhéroes es cultura popular de puro escapismo, pero aunque Daredevil y sus coloristas colegas no puedan espantar a golpes y rayos los auténticos problemas de la sociedad, Nocenti nos recuerda que ellos, y por extensión los lectores, nunca deben olvidar el código moral que les dio origen. Un vigilante enmascarado fracasa cuando no reconoce lo hueca que es su victoria si ésta se ha obtenido mediante la violencia injustificada y la negación de la empatía.
Nocenti convirtió “Daredevil” en un comic profundamente liberal en el que vertía sin tapujos sus ideas sobre política y sociedad, mostrando los problemas de la guerra contra las drogas, el patriotismo ciego, las consecuencias de la violencia, la contaminación, el maltrato de animales, el ecologismo mal entendido, el capitalismo rapaz, la corrupción política, el peligroso poder que ostentan las grandes corporaciones… Afortunadamente, los editores que supervisaban la colección (Ralph Macchio y, por encima de él, Jim Shooter), le dejaron hacer sin interferir en su labor. “Daredevil” es un producto de su época, una época dominada en Estados Unidos por la presidencia de Ronald Reagan y el consecuente renacer de la Guerra Fría, la desregulación económica, el ansia por enriquecerse y el patrioterismo. Pero su sentido moral, su humanidad y su pasión por la vida es atemporal. Se esté o no de acuerdo con sus ideas, hay que admitir que Nocenti fue una voz extraordinariamente personal que la diferenciaba del resto de guionistas del comic-book mainstream de la época.
No es que estemos, de todas formas, ante una época totalmente perfecta. Muchos de los comics iniciales de esta etapa adolecen de un exceso de texto, a veces describiendo lo que el lector ya puede ver por sí mismo –defecto común en muchísimos comics de entonces y anteriores-, así como el recurso a metáforas poco sutiles. Nocenti tiene mucho que decir pero en sus comienzos no entendía que el comic es un medio tanto o más visual que literario y que cargar de texto las viñetas no sólo afecta a la composición gráfica sino al ritmo de lectura. A pesar de que Nocenti se alejaría del medio durante bastantes años, su regreso a la colección con la historia de 13 páginas “Tres Jacks”, en el “Daredevil” 500 (1998), demostró que había aprendido y asumido el nuevo estilo minimalista y eminentemente visual que desde entonces ha venido dominando el género.
Tampoco me convence demasiado la brusca forma que tiene de abandonar ciertos personajes, como Karen Page, tan importante en la vida de Matt Murdock y a la que deja tirada antes de marcharse de Nueva York para no volver a retomarla. De hecho, ni siquiera piensa en ella ni parece tener remordimientos respecto a cómo la ha tratado. Tampoco Bola 8 y sus amigos los Torpones, Bala o su hijo Lance, personajes todos con bastante potencial, vuelven a aparecer con la regularidad que deberían. En cuanto Nocenti considera que han cumplido su función en la historia, los abandona aun cuando el lector se haya ya encariñado con ellos.
Decía más arriba que Nocenti había tratado de separarse de la sombra de Frank Miller sin conseguirlo del todo. Y es que su etapa acaba remedando, de forma más dilatada, eso sí, al arco “Born Again” de Miller. Así, tenemos a un Matt Murdock desposeído de todo lo que le daba sentido a su vida (el amor de Karen, sus amigos, su labor como abogado, su identidad superheroica) y sumido en un estado de indolencia primero, confusión más tarde e incluso amnesia. El éxodo de Murdock tiene momentos interesantes, intensos y muy bien escritos, pero llega un momento en el que el surrealismo se apodera de la colección, un tono que no encaja nada bien con un superhéroe eminentemente urbano y humano como es Daredevil. Tampoco tiene demasiado sentido mezclarlo con personajes como los Inhumanos, Silver Surfer, Ultrón o el Doctor Muerte, encuentros que amenazan con sumir a la serie en el ridículo. Nocenti, Romita y Williamson nos ofrecen para compensar un Mefisto más demoniaco y monstruoso que nunca, pero en general la trama empieza a tambalearse con el viaje a los dominios de aquél y conforme Romita terminaba su trabajo al frente de la colección.
El Daredevil de Nocenti funciona mejor cuando se mueve en el ámbito de la duda existencial y se interroga sobre los dilemas sociales y el sentido de la violencia, todo ello ambientado en la bulliciosa vida del barrio neoyorquino de la Cocina del Infierno. Es entonces cuando el personaje se rodea de un gran reparto de secundarios con los que puede interactuar. Aunque tenga que vérselas con demonios y caminar por el infierno, rara vez se había intentado mostrar con tanto realismo y angustia interior a un personaje superheroico. Entonces era imposible verlo, pero hoy podemos leer estos episodios y darnos cuenta de que el estilo y enfoque de Nocenti abrió el camino para el comic del futuro, nuestro presente: comprometido con la actualidad, descarnado y muy humano.
El “Daredevil” de Nocenti, aparte de ser un comic de lectura muy interesante para los amantes del personaje y de los superhéroes en general, es la prueba de lo necesario que es para el mundo del comic-book mainstream la inclusión de profesionales femeninos y/o no estrechamente vinculados al medio. Son ellos y ellas quienes pueden aportar nuevas ideas y perspectivas más frescas que los guionistas varones criados desde la infancia con héroes y villanos de papel y a los que han dedicado toda su vida profesional.
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