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Si las dos primeras aventuras habían consistido en desmantelar una red de narcotraficantes, la tercera, “El Paso del Ahogado” (1958), es una historia pura de detectives, esto es, se trata de encontrar al asesino. Un anticuario sufre lo que aparentemente es un accidente cuando atravesaba en su coche una carretera que periódicamente es engullida por las mareas. Su heredero, al descubrir que los objetos de su colección han sido reemplazados por copias, encarga a Pupila que investigue la muerte. Con la ayuda de Libélula y Corrusco, el detective irá desentrañando un ovillo en el que se dan cita el secretario del fallecido, su sirviente y un falsificador, llegando al clímax en un paraje misterioso y evocador.
Tillieux, que como he apuntado era un amante del género negro, deja claro aquí que no tendrá

“Los Barcos del Crepúsculo” (1959) empieza con una fuga carcelaria imposible gracias a un truco de todo punto inverosímil (pero que sólo se revela al final) y continúa como una trama policiaca plena de suspense en la que el evadido se cobra venganza sobre el abogado al que acusa de defenderle mal. Pero las cosas terminan no siendo lo que

“El infierno de Xique-Xique” (1960) supone un nuevo giro en la serie, pasando de la trama policiaca a la aventura de corte clásico, concretamente aquélla en la que el protagonista se traslada a un paraje exótico y se ve envuelto en situaciones complicadas. Tillieux recurre al ya algo gastado tópico del país sudamericano subdesarrollado, analfabeto y dominado por una dictadura militar que ya había podido verse en Tintín (“La Oreja Rota”, 1937) o Spirou (“El Dictador y el Champiñón”, 1956). Pupila acepta el encargo de viajar a la república de Massacara para encontrar a un ingeniero desaparecido que trabajaba en investigaciones experimentales con ultrasonidos, una premisa similar a la de otro álbum de Tintín, “El Asunto Tornasol” (1956). El detective y su ayudante Libélula acaban siendo arrestados por la policía secreta, juzgados, condenados a trabajos forzosos y enviados a un presidio letal localizado en mitad del desierto de Xique-Xique, de donde deberán encontrar

“Festival sobre Cuatro Ruedas” (1961) comienza con algo que aparentemente no tiene relación con la intriga que más tarde se desarrollará: el robo frustrado de una furgoneta, uno más de los muchos que están teniendo lugar en París. Mientras tanto, Pupila recibe por error una carta en la que se vierten serias amenazas sobre el destinatario y decide avisar a éste. Se traslada junto a Libélula a la localidad de Savajols, donde encuentran a la potencial víctima, un antiguo miembro del ejército colonial que no parece demasiado impresionado por los avisos de muerte…hasta que un enorme perro negro aparece en su finca. Aunque no tan atmosférico como otros episodios de la

Tillieux vuelve a recuperar un paraje atmosférico para su siguiente aventura, “El Secreto de la Cripta” (1962), en el que Pupila y Libélula acuden a la llamada del alcalde de una localidad bretona que afirma que hay un fantasma en las ruinas de la abadía del lugar. Aunque se descubre que el asunto del espectro es un montaje para atraer turistas, resulta que la abadía sí esconde un secreto después de todo, un enigma relacionado con un antiguo tesoro. No es el mejor guión de la serie y el final resulta un poco flojo, pero la ambientación (con esa permanente lluvia, frío y niebla característicos de Bretaña), el humor y el ritmo hacen de ésta una lectura agradable.
“Las Tres Manchas” (1963) vuelve a ofrecer un misterio bastante original relacionado con el

“El Guante de los Tres Dedos” (1964) nos ofrece a un Gil Pupila reconvertido en espía al mejor estilo Bond. Enviado a un emirato del Golfo Pérsico para encontrar y rescatar a un científico francés especialista en energía atómica secuestrado por el tirano local, el protagonista hace gala de algunas de las

Por otra parte, Tillieux se sirvió de un marco geográfico y político muy concreto, los países del Golfo Pérsico en la posguerra que ya había sido utilizado por otros autores como Hergé en “Tintín en el País del Oro Negro” (1948) o Charlier en la colección de “Buck Danny” (“Los traficantes del Mar Rojo”, 1952): unos territorios sumidos en el conflicto interno, la tiranía de emires ignorantes y la injerencia de las potencias extranjeras atraídas por el petróleo. De hecho, el autor fue llamado a capítulo por la censura francesa, quizá preocupada por las connotaciones políticas de la historia en un

Y es que la estructura de la historia está muy descompensada. Las primeras veinticinco páginas narran la llegada de Pupila al país, su secuestro y una larguísima huida con un ritmo trepidante en la que, de forma tan fortuita como implausible, acaba reuniéndose con Libélula y Corrusco. La persecución a la que el trío es sometido por parte del emir y el jefe de policía continúa y cuando llega la página sesenta y cuatro, Tillieux se encuentra con que sólo le quedan seis planchas para terminar y que aún tiene que explicar el misterio que rodea la presencia de Pupila en ese país, rescatar al científico y deshacer felizmente el gran embrollo en el que había metido a los protagonistas, todo lo cual realiza de forma harto apresurada a base de grandes elipsis. De haber podido desarrollar la aventura en dos álbumes, Tillieux habría sin duda dosificado mejor los tiempos, pero ese desdoblamiento no formaba parte de la política editorial de Dupuis. Es, por tanto, una aventura cuya primera parte está espectacularmente narrada, pero en cuyo desenlace flaquea gravemente.

Curiosamente y pese a la general apreciación de que goza hoy “Gil Pupila”, en su momento

La revista “Spirou”, como tantas otras, se había alimentado durante años de autores completos, esto es, guionistas y dibujantes de sus propias series. La figura del guionista a tiempo completo era muy escasa y se circunscribía a personalidades como Goscinny, Charlier o Greg (todos los cuales, en un momento u otro, también fueron dibujantes y tenían además otras ocupaciones como la de editor o incluso ajenas al mundo del comic). De hecho, cuando algún dibujante requería de la colaboración de un guionista (como fue el caso de Morris y Goscinny en “Lucky Luke”), el primero tenía que pagar al segundo de su propio bolsillo.
Pero en los años sesenta el panorama historietístico estaba cambiando. Por una parte y gracias


Fueron apareciendo, eso sí, historias cortas de Gil Pupila, menos elaboradas argumentalmente y con un dibujo algo menos afinado –a veces entintado por terceros no acreditados, como Jean-Marie Brouyère o Bob de Moor -. El decimoprimer álbum de la serie, “Caliente y Frío” (1969), está, de hecho, compuesto de dos de esas historias, la que da título al volumen y “La Gran Ventisca”, casos de robo de pieles y sabotaje industrial respectivamente. Lo mismo puede decirse del decimosegundo, “Cebo Explosivo” (1971), que además de la historieta titular acerca del robo de secretos con posible aplicación bélica incluye “La Guerra en Calzoncillos”, una extraña incursión de Pupila en un conflicto librado en Sudamérica. Más allá de eso, encontramos sólo simples divertimentos humorísticos de un puñado de páginas o breves relatos ilustrados de una o dos planchas. Como ya había hecho anteriormente Tillieux, varias de esas historias cortas eran en realidad nuevas versiones redibujadas y actualizadas de antiguas peripecias de “Félix”.

Gos se empleó con el mismo esmero a imitar el estilo de Tillieux, lo que al principio no le resultó fácil porque era muy diferente dibujar bosques, setas y pitufos que ciudades, automóviles y gente corriente. Y Tillieux tampoco se lo puso fácil desde la primera historia larga que escribió para él, “Diamantes a Granel” (1970), una intriga de robo de joyas que transcurría tanto en la

Gos tenía cierta experiencia como guionista (ya he dicho que se encargó de álbumes de Los Pitufos, ayudó a Walthery en la creación de “Natacha”, colaboró en la última historia de Spirou dibujada por Franquin y en 1972 comenzó su propia serie, la mencionada “Quena y el Sacramús”) pero Tillieux nunca delegó en él tales funciones, prefiriendo elaborar los guiones en solitario y dar el visto bueno a la traslación gráfica que realizaba Gos.
En “Gil Pupila contra los Fantasmas” (1971) se vuelve a los temas propios de la Guerra Fría: el

“Tras la Pista de un 33 Revoluciones” (1972) nace de una idea original de Gos, modificada luego sustancialmente por Tillieux. Cuando Libélula sale de una tienda con un regalo para Corrusco, un tropiezo provoca el intercambio de discos, ambos idénticos, con un viandante. Pero resulta que el que llevaba originalmente este último contenía no música moderna, sino una fórmula secreta. Cuando los maleantes se dan cuenta del inadvertido cambiazo, salen en persecución de Libélula, que se ha unido a Pupila para conducir hasta el lugar donde el policía está de vacaciones con su caravana. De nuevo, Tillieux utiliza el tema del tráfico ilícito de secretos tecnológico-científicos para narrar lo que es básicamente una larga persecución en la que participan diversos automóviles y camiones. En realidad, no tiene demasiada importancia

Este último álbum fue producto de las prisas y del agotamiento de ideas. En lugar de proporcionar desde el principio a Gos un guión detallado y completo, Tillieux fue entregándoselo por partes, y esa fragmentación se nota. Por otra parte, Gos había comenzado aquel mismo año en “Spirou” su propia serie, “Quena y el Sacramús” (más adelante acortada a “El Sacramús”), con notable éxito. Las ocupaciones de uno y otro les separan y Gil Pupila pasa al limbo hasta 1977. Por entonces, ambos empiezan a colaborar de nuevo en una aventura del detective, “Entre dos Aguas”. Tillieux nunca la terminaría.
Irónicamente, amante del mundo del motor como era, Tillieux murió a consecuencia de un accidente de tráfico cerca de Tours (Francia) el 1 de enero de 1978. Tenía 56 años y su muerte puso fin a la

Como Hergé, que dejó “sólo” tras de sí 24 álbumes de Tintín, Tillieux legó dieciséis de Pupila, evitando así la sobreexplotación en la que cayeron otras series tras la muerte de sus creadores.
Tillieux fue un maestro de la narrativa gráfica en todas sus vertientes: la composición, el ritmo, el movimiento de las figuras, la combinación de la palabra y la imagen, la elipsis… Autor modesto que nunca se arrogó ningún mérito ni virtud, desde finales de los cincuenta a mediados de los sesenta ayudó a definir el comic de toda una década y sirvió de inspiración a numerosísimos autores que le sucedieron y reverenciaron. De hecho, su nombre junto al de Hergé y Franquin es el más citado como referencia ineludible por los dibujantes de generaciones posteriores.
Gil Pupila no es tan famoso como Tintín, Astérix o Los Pitufos, no ha generado series de

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