15 feb 2018

1956- GIL PUPILA - Maurice Tillieux (y 2)


(Viene de la entrada anterior)

Si las dos primeras aventuras habían consistido en desmantelar una red de narcotraficantes, la tercera, “El Paso del Ahogado” (1958), es una historia pura de detectives, esto es, se trata de encontrar al asesino. Un anticuario sufre lo que aparentemente es un accidente cuando atravesaba en su coche una carretera que periódicamente es engullida por las mareas. Su heredero, al descubrir que los objetos de su colección han sido reemplazados por copias, encarga a Pupila que investigue la muerte. Con la ayuda de Libélula y Corrusco, el detective irá desentrañando un ovillo en el que se dan cita el secretario del fallecido, su sirviente y un falsificador, llegando al clímax en un paraje misterioso y evocador.



Tillieux, que como he apuntado era un amante del género negro, deja claro aquí que no tendrá inconvenientes en matar personajes e insertar escenas con cadáveres; aunque eso sí, nunca mostrando sangre ni cayendo en lo morboso. No hay que olvidar que “Spirou” era una revista infantil-juvenil que tenía sus límites en cuanto a la dureza del material y que la censura francesa podía impedir la publicación en ese país de aquellos álbumes que no considerara adecuados, lo cual suponía un importante varapalo para las arcas de la editorial belga. Como en tantos casos, la censura obligó a aguzar el ingenio y recurrir a la sutileza con excelentes resultados. Esta es precisamente una de las razones por las que “Gil Pupila” puede resultar una magnífica introducción al género policiaco para los lectores más jóvenes.

“Los Barcos del Crepúsculo” (1959) empieza con una fuga carcelaria imposible gracias a un truco de todo punto inverosímil (pero que sólo se revela al final) y continúa como una trama policiaca plena de suspense en la que el evadido se cobra venganza sobre el abogado al que acusa de defenderle mal. Pero las cosas terminan no siendo lo que
parecen y hasta que se aclaran en las dos últimas páginas, Pupila sobrevivirá a dos atentados contra su vida y una arriesgada persecución que están narradas en unas secuencias de pulso absolutamente magistral.

“El infierno de Xique-Xique” (1960) supone un nuevo giro en la serie, pasando de la trama policiaca a la aventura de corte clásico, concretamente aquélla en la que el protagonista se traslada a un paraje exótico y se ve envuelto en situaciones complicadas. Tillieux recurre al ya algo gastado tópico del país sudamericano subdesarrollado, analfabeto y dominado por una dictadura militar que ya había podido verse en Tintín (“La Oreja Rota”, 1937) o Spirou (“El Dictador y el Champiñón”, 1956). Pupila acepta el encargo de viajar a la república de Massacara para encontrar a un ingeniero desaparecido que trabajaba en investigaciones experimentales con ultrasonidos, una premisa similar a la de otro álbum de Tintín, “El Asunto Tornasol” (1956). El detective y su ayudante Libélula acaban siendo arrestados por la policía secreta, juzgados, condenados a trabajos forzosos y enviados a un presidio letal localizado en mitad del desierto de Xique-Xique, de donde deberán encontrar
la forma de escapar. No es este quizá el entorno en el que mejor se desenvuelven los protagonistas, pero sigue siendo una peripecia narrada con pulso maestro (especialmente la huida que ocupa el último tercio del álbum). A destacar también que en esta ocasión Tillieux se plegó moderadamente a las exigencias del editor y se acercó más al estilo de Franquin –sobre todo, deformando algo más las figuras- en detrimento de su semirrealismo heredero de Hergé.

“Festival sobre Cuatro Ruedas” (1961) comienza con algo que aparentemente no tiene relación con la intriga que más tarde se desarrollará: el robo frustrado de una furgoneta, uno más de los muchos que están teniendo lugar en París. Mientras tanto, Pupila recibe por error una carta en la que se vierten serias amenazas sobre el destinatario y decide avisar a éste. Se traslada junto a Libélula a la localidad de Savajols, donde encuentran a la potencial víctima, un antiguo miembro del ejército colonial que no parece demasiado impresionado por los avisos de muerte…hasta que un enorme perro negro aparece en su finca. Aunque no tan atmosférico como otros episodios de la
serie (a pesar de sus claras referencias a “El Sabueso de los Baskerville” de Conan Doyle) es uno de sus álbumes más interesantes por la forma tan acertada en que el guión imbrica las diferentes tramas, sus potentes escenas de acción y, claro está, su humor.

Tillieux vuelve a recuperar un paraje atmosférico para su siguiente aventura, “El Secreto de la Cripta” (1962), en el que Pupila y Libélula acuden a la llamada del alcalde de una localidad bretona que afirma que hay un fantasma en las ruinas de la abadía del lugar. Aunque se descubre que el asunto del espectro es un montaje para atraer turistas, resulta que la abadía sí esconde un secreto después de todo, un enigma relacionado con un antiguo tesoro. No es el mejor guión de la serie y el final resulta un poco flojo, pero la ambientación (con esa permanente lluvia, frío y niebla característicos de Bretaña), el humor y el ritmo hacen de ésta una lectura agradable.

“Las Tres Manchas” (1963) vuelve a ofrecer un misterio bastante original relacionado con el
secuestro de un fotógrafo y el intento de robo de unas imágenes aéreas del continente africano. El problema aquí quizá sea que el humor toma precedencia sobre la intriga y el peligro hasta el punto de que puede decirse que los coprotagonistas de pleno derecho son los dos sicarios que una y otra vez tratan de acabar con Pupila sin éxito. La dinámica entre ambos es divertida (introduciendo de paso el tema de la brecha generacional entre el malhechor chapado a la antigua y el beatnik cretino de pelo largo), pero en general el tono es demasiado ligero y luminoso en relación a entregas anteriores. No hay apenas, por ejemplo, escenas nocturnas ni esa ambientación de barrios populares, áreas industriales, puertos o suburbios que Tillieux tan bien retrataba.

“El Guante de los Tres Dedos” (1964) nos ofrece a un Gil Pupila reconvertido en espía al mejor estilo Bond. Enviado a un emirato del Golfo Pérsico para encontrar y rescatar a un científico francés especialista en energía atómica secuestrado por el tirano local, el protagonista hace gala de algunas de las
mejores virtudes del superespía: magnífico conductor, sangre fría a toda prueba, desenvoltura en países exóticos, iniciativa y talento para diseñar y llevar a cabo arriesgados planes, diestro con las armas…Es una aventura hija de su tiempo, que recoge por ejemplo, la nueva moda por las historias de espías despertada por James Bond a raíz del estreno de su primera película en 1962 (“Contra el Doctor No”) y que, por ejemplo, también suscitaría la transformación del soldado Nick Furia a superagente de SHIELD en Marvel (en la colección “Strange Tales”, en 1965) o la producción de infinidad de films y series como “El Hombre de CIPOL” (1964).

Por otra parte, Tillieux se sirvió de un marco geográfico y político muy concreto, los países del Golfo Pérsico en la posguerra que ya había sido utilizado por otros autores como Hergé en “Tintín en el País del Oro Negro” (1948) o Charlier en la colección de “Buck Danny” (“Los traficantes del Mar Rojo”, 1952): unos territorios sumidos en el conflicto interno, la tiranía de emires ignorantes y la injerencia de las potencias extranjeras atraídas por el petróleo. De hecho, el autor fue llamado a capítulo por la censura francesa, quizá preocupada por las connotaciones políticas de la historia en un
ambiente aún delicado tras el desastre de la guerra en Argelia en 1962. Aunque no se conocen los cambios que Tillieux se vio obligado a realizar en la historia, es probable que éstos sí existieran a tenor de ciertos problemas de ritmo que afectan al argumento.

Y es que la estructura de la historia está muy descompensada. Las primeras veinticinco páginas narran la llegada de Pupila al país, su secuestro y una larguísima huida con un ritmo trepidante en la que, de forma tan fortuita como implausible, acaba reuniéndose con Libélula y Corrusco. La persecución a la que el trío es sometido por parte del emir y el jefe de policía continúa y cuando llega la página sesenta y cuatro, Tillieux se encuentra con que sólo le quedan seis planchas para terminar y que aún tiene que explicar el misterio que rodea la presencia de Pupila en ese país, rescatar al científico y deshacer felizmente el gran embrollo en el que había metido a los protagonistas, todo lo cual realiza de forma harto apresurada a base de grandes elipsis. De haber podido desarrollar la aventura en dos álbumes, Tillieux habría sin duda dosificado mejor los tiempos, pero ese desdoblamiento no formaba parte de la política editorial de Dupuis. Es, por tanto, una aventura cuya primera parte está espectacularmente narrada, pero en cuyo desenlace flaquea gravemente.

Pupila sigue en su versión espía en el siguiente álbum, “El Chino de las Dos Ruedas” (1966), que empieza en Teherán (donde había ido a parar el trío protagonista al final de la aventura anterior). Allí, un importante funcionario del régimen chino les contrata para que encuentren la base de unos contrabandistas que están lucrándose pasando motocicletas desmontadas desde la India a territorio chino. A pesar de la concreta localización espacio-temporal, la China que se nos presenta aquí nada tiene que ver con el país de la Revolución Cultural –nefasto movimiento que empezaba en ese momento-. Es, en cambio, una China atemporal, de arrozales, montañas y bandidos extraída del imaginario colectivo y las antiguas novelas de aventuras. La trama, muy bien desarrollada pero mínima en su alcance, es básicamente una larga road movie en la que Pupila, Libélula y Corrusco, bajo una lluvia continua, deben superar obstáculos y ataques de los contrabandistas en su viaje hacia las montañas donde se ocultan éstos. Nuevamente, una historia de gran ritmo, tensión y pericia gráfica, ahora con un Tillieux que ha podido introducir un mayor grado de realismo y cercanía estilística a Tintín.

Curiosamente y pese a la general apreciación de que goza hoy “Gil Pupila”, en su momento
distó mucho de ser un éxito. Era, de hecho, una de las series que menos gustaban a los lectores de “Spirou”. El motivo parece claro. Pese a su engañoso dibujo de formas redondeadas, líneas amables, humor y ocasionales caricaturas, tanto los argumentos como el tono eran demasiado adultos, demasiado violentos, para los lectores infantiles del semanario. Hubieron de transcurrir varios años para que esos mismos niños revisitaran el personaje y aprendieran a valorarlo. Es, por tanto, ya en la década de los setenta que Gil Pupila empieza a nombrarse cada vez más entre aficionados y jóvenes dibujantes. Paradójicamente, para entonces el autor se había ido distanciando de su creación.

La revista “Spirou”, como tantas otras, se había alimentado durante años de autores completos, esto es, guionistas y dibujantes de sus propias series. La figura del guionista a tiempo completo era muy escasa y se circunscribía a personalidades como Goscinny, Charlier o Greg (todos los cuales, en un momento u otro, también fueron dibujantes y tenían además otras ocupaciones como la de editor o incluso ajenas al mundo del comic). De hecho, cuando algún dibujante requería de la colaboración de un guionista (como fue el caso de Morris y Goscinny en “Lucky Luke”), el primero tenía que pagar al segundo de su propio bolsillo.

Pero en los años sesenta el panorama historietístico estaba cambiando. Por una parte y gracias
al éxito de ciertas series, la figura del guionista empezó a cobrar relieve. Por otra, llegó una nueva hornada de dibujantes que no eran guionistas. A diferencia de pioneros como Jijé, Hergé, Franquin o Peyo, que eran básicamente contadores de historias que utilizaban el dibujo para narrarlas, la nueva generación sabía dibujar pero no tenía historias que contar. De repente, la revista “Spirou”, ante la proliferación de series, se vio en urgente necesidad de guionistas. Peyo tenía su propio estudio, Franquin y Morris se marcharon de la editorial…así que Tillieux empezó a reconvertirse en escritor a tiempo completo abandonando en buena medida su principal personaje, Gil Pupila, y dispersando su obra. Escribió la humorística “Marc Lebut y el Ford T” para Francis; “Tif y Tondu” para Will, “Natacha” para Walthéry, “Rimbambelle Enquête” para Roba o “Jess Long” para Piroton, entre otros, dibujando además cada semana un gag de su personaje “César”. En poco tiempo, rozando ya la cincuentena, pasó a ser uno de los guionistas más prolíficos de la editorial.

Fueron apareciendo, eso sí, historias cortas de Gil Pupila, menos elaboradas argumentalmente y con un dibujo algo menos afinado –a veces entintado por terceros no acreditados, como Jean-Marie Brouyère o Bob de Moor -. El decimoprimer álbum de la serie, “Caliente y Frío” (1969), está, de hecho, compuesto de dos de esas historias, la que da título al volumen y “La Gran Ventisca”, casos de robo de pieles y sabotaje industrial respectivamente. Lo mismo puede decirse del decimosegundo, “Cebo Explosivo” (1971), que además de la historieta titular acerca del robo de secretos con posible aplicación bélica incluye “La Guerra en Calzoncillos”, una extraña incursión de Pupila en un conflicto librado en Sudamérica. Más allá de eso, encontramos sólo simples divertimentos humorísticos de un puñado de páginas o breves relatos ilustrados de una o dos planchas. Como ya había hecho anteriormente Tillieux, varias de esas historias cortas eran en realidad nuevas versiones redibujadas y actualizadas de antiguas peripecias de “Félix”.

Pero en 1971, durante una fiesta en la redacción de “Spirou”, Roland Goossens, alias Gos, le ofreció a Tillieux encargarse de la parte gráfica de la serie para que ésta volviera a la vida en su formato original de historias largas, limitándose su creador a la tarea de guionista. Gos era un candidato ideal para sustituir al propio Tillieux en el dibujo. De él ya hablé en la entrada dedicada a su obra señera, “Quena y el Sacramús” (1972) pero baste decir aquí que provenía del estudio de Peyo, habiéndose encargado de varios álbumes de “Los Pitufos” con diferentes responsabilidades con el paso de los años, desde mero rotulista a autor integral de varias aventuras. Tal fue el grado de mimetismo que alcanzó con el titular del estudio que ni el propio Peyo era capaz de discernir si había sido él o su ayudante el responsable de cada página.

Gos se empleó con el mismo esmero a imitar el estilo de Tillieux, lo que al principio no le resultó fácil porque era muy diferente dibujar bosques, setas y pitufos que ciudades, automóviles y gente corriente. Y Tillieux tampoco se lo puso fácil desde la primera historia larga que escribió para él, “Diamantes a Granel” (1970), una intriga de robo de joyas que transcurría tanto en la
pantanosa provincia de La Camarga como en el ajetreado París. El resultado de esta colaboración no tiene nada que envidiar a los álbumes de la etapa clásica y Gos demuestra estar a la altura incluso en esa especialidad de Tillieux que eran las persecuciones automovilísticas, en particular una muy espectacular que se desarrolla nada más y nada menos que por los tejados de París y que bien podría haber figurado en una película de James Bond.

Gos tenía cierta experiencia como guionista (ya he dicho que se encargó de álbumes de Los Pitufos, ayudó a Walthery en la creación de “Natacha”, colaboró en la última historia de Spirou dibujada por Franquin y en 1972 comenzó su propia serie, la mencionada “Quena y el Sacramús”) pero Tillieux nunca delegó en él tales funciones, prefiriendo elaborar los guiones en solitario y dar el visto bueno a la traslación gráfica que realizaba Gos.

En “Gil Pupila contra los Fantasmas” (1971) se vuelve a los temas propios de la Guerra Fría: el
espionaje de avances tecnológicos con usos militares, en este caso un científico que traba clandestinamente en un bunker americano abandonado de la Segunda Guerra Mundial, desarrollando una nueva tecnología para un “país del Este”. Sus actividades perturban la tranquilidad de una ciudad de Normandía y atraen la atención de Pupila y Libélula, que acaban sacando a la luz un complot en el que se mezclan robots y clones de antimateria.

“Tras la Pista de un 33 Revoluciones” (1972) nace de una idea original de Gos, modificada luego sustancialmente por Tillieux. Cuando Libélula sale de una tienda con un regalo para Corrusco, un tropiezo provoca el intercambio de discos, ambos idénticos, con un viandante. Pero resulta que el que llevaba originalmente este último contenía no música moderna, sino una fórmula secreta. Cuando los maleantes se dan cuenta del inadvertido cambiazo, salen en persecución de Libélula, que se ha unido a Pupila para conducir hasta el lugar donde el policía está de vacaciones con su caravana. De nuevo, Tillieux utiliza el tema del tráfico ilícito de secretos tecnológico-científicos para narrar lo que es básicamente una larga persecución en la que participan diversos automóviles y camiones. En realidad, no tiene demasiada importancia
lo que esconde el disco y éste no es más que un macguffin que mantiene en continuo movimiento una trama por lo demás algo hueca y en la que se vuelve a utilizar el recurso del dúo de matones pertenecientes a diferentes generaciones y en perpetuo desacuerdo.

Este último álbum fue producto de las prisas y del agotamiento de ideas. En lugar de proporcionar desde el principio a Gos un guión detallado y completo, Tillieux fue entregándoselo por partes, y esa fragmentación se nota. Por otra parte, Gos había comenzado aquel mismo año en “Spirou” su propia serie, “Quena y el Sacramús” (más adelante acortada a “El Sacramús”), con notable éxito. Las ocupaciones de uno y otro les separan y Gil Pupila pasa al limbo hasta 1977. Por entonces, ambos empiezan a colaborar de nuevo en una aventura del detective, “Entre dos Aguas”. Tillieux nunca la terminaría.

Irónicamente, amante del mundo del motor como era, Tillieux murió a consecuencia de un accidente de tráfico cerca de Tours (Francia) el 1 de enero de 1978. Tenía 56 años y su muerte puso fin a la
espléndida serie de Gil Pupila, ya que sus herederos no quisieron ceder los derechos para que algún otro artista la continuara. Además de dibujarlo, Gos se encargó de terminar el guión de esa última aventura iniciada por su maestro, “Entre dos aguas”, que apareció serializada póstumamente en “Spirou” entre 1978 y 1979 y que narra el caso del robo de un submarino de la Segunda Guerra Mundial propiedad de un coleccionista de armas. Aquel álbum fue completado con otras tres historias cortas que habían aparecido originalmente en “Spirou” entre 1970 y 1971.

Como Hergé, que dejó “sólo” tras de sí 24 álbumes de Tintín, Tillieux legó dieciséis de Pupila, evitando así la sobreexplotación en la que cayeron otras series tras la muerte de sus creadores.

Tillieux fue un maestro de la narrativa gráfica en todas sus vertientes: la composición, el ritmo, el movimiento de las figuras, la combinación de la palabra y la imagen, la elipsis… Autor modesto que nunca se arrogó ningún mérito ni virtud, desde finales de los cincuenta a mediados de los sesenta ayudó a definir el comic de toda una década y sirvió de inspiración a numerosísimos autores que le sucedieron y reverenciaron. De hecho, su nombre junto al de Hergé y Franquin es el más citado como referencia ineludible por los dibujantes de generaciones posteriores.

Gil Pupila no es tan famoso como Tintín, Astérix o Los Pitufos, no ha generado series de
televisión, tesis doctorales ni omnipresente merchandising; pero, a pesar de sus viejos automóviles y anuncios callejeros de Martini, narrativa y temáticamente es un comic plenamente moderno que merece contarse entre las grandes series de detectives del mundo de las viñetas, sobre todo en su primera etapa. Como decía más arriba, es una serie ideal para introducir a los más jóvenes al género detectivesco, mucho mejor que Batman o las numerosas y cansinas imitaciones de Sherlock Holmes. Ninguno de estos comics tiene la clase, la personalidad y el encanto de la creación de Tillieux. No os dejéis engañar por el dibujo. Gil Pupila es un comic muy disfrutable para lectores a partir de doce o catorce años. No en vano, a Tillieux se le llegó a calificar como “el Howard Hawks de los comics para niños”.

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