2 oct 2017

2003- ARROWSMITH– Kurt Busiek y Carlos Pacheco


Aunque nunca ha sido acogido en la primera división de guionistas del comic-book de superhéroes, Kurt Busiek ha sabido mantenerse en una horquilla de calidad que oscila entre lo decente y lo muy interesante. Sus comics suelen tener algo que decir y los personajes reciben tanta o más atención que la pura acción y aventura. En el caso que nos ocupa, además, Busiek supo utilizar el formato del comic-book para alejarse tanto de los superhéroes tradicionales como de la fantasía oscura “marca Vértigo” tan en boga entonces. No es que el comic book no hubiera abarcado antes otros géneros, todo lo contrario; pero en aquellos años, tras la debacle de muchas de las compañías independientes surgidas en los ochenta, parecía que los superhéroes no dejaban respirar a otras temáticas. Busiek y Pacheco se atrevieron a abrir su propio espacio, al margen de cualquier continuidad y con unos personajes totalmente nuevos.



En “Arrowsmith”, Kurt Busiek opta por un tema harto trillado: el tránsito a la madurez de un joven mediante sus experiencias en una guerra, algo abundantemente tratado por la literatura y el cine en el siglo XX y especialmente a partir de la Primera Guerra Mundial: un muchacho movido por altos ideales y sentido patriótico se alista en el ejército para combatir en una guerra que resulta no ser lo que él esperaba. Sus vivencias en el frente, a menudo traumáticas, cambian su visión del mundo y de sí mismo y hacen de él alguien más realista, fuerte y maduro.

Busiek se ciñe fielmente y sin desviaciones a este ya sobado esquema. El primer número nos presenta al protagonista, Fletcher Arrowsmith, un joven que vive en la pequeña ciudad de Herbertsville, Connecticut, en 1915. Se detallan su circunstancia familiar, sus sueños y sus aspiraciones. Estados Unidos está a punto de entrar en la Primera Guerra Mundial y un pelotón de enganche se presenta en el pueblo para captar voluntarios. A pesar de las advertencias que recibe por parte de su padre y su amigo Rocky, que huyó de Europa al morir su familia, decide que debe perseguir esos sueños que nadie más parece entender, por lo que al final abandona a hurtadillas su hogar para alistarse y luchar por lo que cree justo.

El segundo número narra el adiestramiento. Mientras aprende las técnicas del combate –aún en Estados Unidos- conoce el amor, la fuerza de la amistad, la rivalidad y el despertar del sentimiento de orgullo por pertenecer a un cuerpo militar. En el tercero lo vemos viajando ya
hacia Europa para incorporarse a su unidad, recibiendo su bautismo de fuego y viendo morir a sus primeros compañeros. En el cuarto, Fletcher está ya inmerso en plena guerra. La brutalidad y la muerte que le rodea le confunden, anestesian su corazón y lo distancian definitivamente de su hogar y de sus seres queridos.

El quinto número narra su definitivo desplome anímico cuando su escuadrón es asignado para probar un arma experimental sobre una ciudad enemiga. El resultado es una atrocidad de inmensas proporciones que deja a Fletcher consternado y con un inconsolable sentimiento de culpabilidad. En el sexto y último, hallará una parcial e insatisfactoria redención cuando descubre su capacidad de liderazgo y salva a sus hombres de una muerte cierta. Pero ello no compensa el descubrimiento de que su propio bando está dispuesto a recurrir a los métodos más inmorales para ganar la guerra. Todos los sueños que él había abrigado hasta entonces mueren definitivamente y la historia termina con un tono amargo que invita a una continuación. (Publicado originalmente por Wildstorm, aunque recibió una buena acogida por parte de crítica y público, no ha obtenido
una segunda parte. Sin embargo y aunque han pasado más de diez años, Busiek y Pacheco han declarado estar trabajando en una nueva miniserie).

Es, pues, un drama bélico que sigue unas líneas predecibles por lo conocidas. Pero esto, en principio, no tendría por qué ser necesariamente un defecto. No importa tanto que la historia haya sido ya contada como que la versión que se nos ofrezca tenga un desarrollo consistente, unos personajes creíbles con los que podamos simpatizar y algún detalle distintivo que diferencie a la obra del resto con las que comparte temática.

Y este detalle es su ambientación. Porque el mundo en el que transcurre la historia, aunque fácilmente reconocible, guarda algunas diferencias con el nuestro. Los bandos enfrentados en esta Guerra Mundial de 1914-1918 son básicamente los mismos, pero el mundo consta de bloques geopolíticos diferentes. Europa se halla dividida de acuerdo con la antigua Paz de Carlomagno y así, por un lado, luchan Albion (Inglaterra), Galia (Francia), Lotaringia (Paises Bajos) y Moscovia (Rusia); por el otro, Prusia (Alemania) y el Imperio Otomano, mientras que los Estados Unidos de Columbia (cuya demarcación geográfica es diferente a la conocida actualmente) ha permanecido neutral durante buena parte de la contienda.

Pero la principal diferencia con nuestra Historia es otra: en el mundo de Arrowsmith existe la magia. Hay brujos y nigromantes, dragones, monstruos marinos, vampiros, trolls, hombres lobo, duendes y enanos. Todas las razas conviven y son utilizadas por políticos y militares como carne de cañón si es necesario. Se puede volar mediante la magia y sin recurrir a medios
mecánicos, pero ello no significa que no exista un cuerpo de “aviadores”. Así, Fletcher se alista en el Overseas Aero Corps, una unidad de élite que extrae su magia voladora de dragones-mascota que acompañan a los “pilotos”. Su papel en la contienda es equivalente al de la aviación convencional en la Primera Guerra Mundial, e igualmente sus integrantes se consideran a sí mismos “caballeros del aire”, unos privilegiados que, tal y como se pone de manifiesto varias veces en el comic, sobrevuelan sin mancharse las trincheras repletas de sangre, gas y barro en las que combaten los menos favorecidos.

Pero lo cierto es que todo esto no son más que maquillajes, vistosos pero superficiales. La mera latinización de nomenclatura geopolítica no consigue alejar ni un ápice ese universo alternativ0 de la guerra histórica conocida por nosotros. Y la magia no influye para nada en la historia. De hecho, he resumido anteriormente el argumento sin necesidad de mencionar para nada los elementos fantásticos o mágicos. Da igual que en vez de aviones se utilicen dragones, que en lugar de gas mostaza se recurra a nieblas místicas, monstruos marinos en lugar de submarinos o que los bombardeos masivos tomen la forma de salamandras gigantes… Son aditamentos que facilitan el lucimiento del dibujante y aportan un toque de originalidad que, como digo, no cambia en absoluto el fondo de la historia.

Y el problema, como he mencionado al principio, reside precisamente en que todo resulta demasiado familiar. Fletcher es un personaje bastante soso en su aspecto, personalidad y habilidades. El que se convierta en el primero de su promoción no es el resultado de un trabajoso proceso sino que parece un mero artificio narrativo con el fin de provocar conflicto con otro de sus compañeros y permitirle sobrevivir en el frente. Entiéndaseme bien, Fletcher Arrowsmith sería un héroe genérico aceptable si el argumento guardara algún giro o sorpresa realmente original. Pero no es así. Busiek toma el tópico arriba indicado de “llegada a la madurez a través de la guerra”, la adorna con la magia… y ya está. Los personajes secundarios son igualmente difusos y poco memorables.

Alguien que haya leído los suficientes libros y comics y visto igual número de películas, no podrá sorprenderse demasiado con “Arrowsmith”, al menos en lo que al argumento se refiere. Es posible que un lector más joven y menos familiarizado con el marco histórico y los tópicos del género pueda encontrar aquí una sensación más dramática y poderosa.

Aunque Busiek no es capaz de mejorar la historia básica ni aportar a su argumento ningún giro
auténticamente original, no se puede decir ni mucho menos que sea mal narrador. Los tiempos y las escenas están bien marcados, no hay incoherencias ni lapsos en la lógica interna de la historia, se entiende claramente la evolución que va experimentando el protagonista y hay varias ideas interesantes a la hora de reflejar el funcionamiento de la magia.

Sí es cierto, no obstante, que aunque trate de alejarse del maniqueísmo dominante en este tipo de historias bélicas contadas desde el punto de vista norteamericano, no lo consigue del todo. El bando prusiano es pérfido y cruel hasta la médula y desde el mismo inicio: utiliza criaturas diabólicas, armas de destrucción masiva y su líder es un fanático nigromante que remite a una especie de Hitler (algo que difícilmente puede encajar en una interpretación mínimamente seria de la Primera Guerra Mundial). Y aunque luego Busiek nos quiera convencer de que el bando aliado puede ser igualmente malvado, lo cierto es que sus soldados parecen más humanos que sus diabólicas contrapartidas, y sus generales, aunque fríos y ajenos a los sufrimientos de los soldados, recurren a horribles armas solo impelidos a ello por los métodos prusianos.

Aunque no particularmente sutil y resultando más reflexivo que radical, sí es interesante la metáfora que construye Busiek sobre algunos aspectos de nuestra actualidad recurriendo al lado fantástico del relato. Esto se pone de manifiesto especialmente en la conversación de Fletcher con su padre, Martin, en el número 1, en el que éste se opone a los deseos de alistarse del primero. El padre, un individuo sencillo y práctico, no entiende la fascinación que siente su hijo por la magia, algo que para él carece de provecho alguno. Fletcher trata de argumentar que algunos utilizan la magia para fertilizar los campos, curar las enfermedades, etc, a lo que Martin replica con ira: “Lo único que hacen esos métodos milagrosos es quitarle el trabajo a hombres buenos. Ya verán cuando empiecen a funcionar mal (….) puede que en las grandes ciudades la última moda sea la magia comercial, pero aquí no arraigará”.

Esa escena, en la que la magia es fácilmente identificable con la tecnología, expresa el choque generacional que se vivió en la época. La Primera Guerra Mundial se considera a menudo como el verdadero comienzo de la Edad Contemporánea por el auténtico cataclismo que supuso en todos los órdenes en el mundo occidental. Puso punto final a la visión del soldado como un caballero y a las guerras como un enfrentamiento noble y heroico; las nuevas tecnologías
aplicadas al ámbito bélico produjeron máquinas que mataban con una eficiencia sobrecogedora (la aviación, el alambre de espino, la ametralladora, el gas mostaza, nuevos cañones, submarinos…). Aunque no tenga todavía razones sólidas para ello, Martin desconfía de la magia-tecnología; su hijo Fletcher, en cambio, la ve con el optimismo propio de su edad y la abraza con entusiasmo. Sólo cuando él mismo ha visto y experimentado en sus propias carnes lo que esa magia-tecnología puede hacer si se usa incorrectamente y la carrera de armamento que desata, empieza a cuestionarse su decisión. Pero como reconoce al final de la miniserie, él, como el mundo que le rodea, ya no puede retroceder. Sólo queda seguir adelante.

Busiek siempre ha sido un guionista proclive a la nostalgia –como demuestra su forma de aproximarse al género superheróico- y en “Arrowsmith” esa afinidad por el pasado encuentra una adecuada salida. Sin embargo, es lo suficientemente inteligente como para no caer en el tópico de “cualquier tiempo pasado fue mejor”, haciendo que sus personajes descubran que no siempre el progreso es sinónimo de mejora. Fletcher nunca se plantea volver a casa a pesar de los horrores que ha tenido que vivir en el frente. La magia-tecnología y la guerra han cambiado el mundo y comprende que su sitio ya no está en el lugar del que salió y que debe obligarse a seguir adelante luchando por un mundo mejor en vez de regodearse en un pasado bucólico que ya no regresará.

De esta forma, Busiek consigue tomar una de sus debilidades –la recurrente nostalgia por una inocencia perdida- y subvertirla para contar una fábula acerca del doloroso proceso de madurar, añadiéndole una densidad adicional con reflexiones sobre la guerra, la utilización de la tecnología y la perpetua incógnita del futuro.

Sin duda “Arrowsmith” habría pasado mucho más desapercibido de no haber sido por la
sobresaliente labor gráfica de un Carlos Pacheco en su mejor momento. Su elegante estilo, mezcla de la agilidad norteamericana con el detallismo europeo, es un regalo para la vista. Algunas escenas y dobles páginas son sencillamente espectaculares, desde el ataque de los trolls prusianos en las primeras páginas a la aniquilación de una ciudad por unas salamandras gigantes de destructiva energía (una nada oculta referencia a la radiación atómica). Pero si los momentos de suspense y acción son magistrales, Pacheco consigue culminar con éxito el desafío de integrar de forma natural la magia y sus criaturas en un entorno cotidiano propio de comienzos del siglo XX tal y como demuestra en la doble página que describe la vida callejera de Manhattan o la secuencia que transcurre en la isla de Ellis.

Con mucha frecuencia, los momentos tranquilos de los personajes son los más decepcionantes
en aquellos dibujantes de géneros en los que predomina la acción frenética. Pero Pacheco los resuelve con igual soltura que los combates o las persecuciones. Un funeral, la visita a un moribundo, el hallazgo y la pérdida del amor, la nostalgia por el hogar, una conversación a medianoche… el lado más íntimo de los personajes –incluso los no humanos, como Rocky el troll- está reflejado con sensibilidad, emoción e incluso sutileza, sin caer en histrionismos gestuales que puedan desnaturalizar el momento.

Sólamente por los maravillosos dibujos de Pacheco, este cómic ya merece una lectura.

De todas formas, encuentro quizás una cierta falta de concordancia entre el guión y el dibujo.
El peligro que corren las historias bélicas, sobre todo aquellas narradas con ayuda de imágenes, ya sean en el cine o el comic, es el de ensalzar la belleza inherente en la destrucción. Y en un mundo en el que abundan las criaturas mágicas que apelan a nuestro sentido de lo maravilloso, tal peligro es incluso mayor. En el episodio quinto, cuando Fletcher y sus compañeros arrojan las salamandras sobre una ciudad prusiana en lo que resulta una trasposición del bombardeo de Dresde en la Segunda Guerra Mundial, encontramos una escena de una hipnótica belleza estética. Y cuando un puñado de supervivientes repelen el asalto prusiano en el sexto capítulo, lo que transmite es heroísmo y épica aun cuando vemos desesperación y muerte. Los intentos de Busiek por demostrar que la guerra es el infierno quedan hasta cierto punto neuatralizados por la sensación de maravilla que suscita el ver la magia en acción y cómo los autores consiguen integrar todas esas criaturas fantásticas en una narración que quiere ser de realismo sucio.

Aunque no se trate de una obra verdaderamente esencial, “Arrowsmith” es uno de esos comics
que, por su temática y por la forma en que está narrado, dibujado y coloreado (mención especial al brillante trabajo de Alex Sinclair), nació siendo un clásico, entendido éste en el sentido de que su tratamiento de los personajes y el arte son tan disfrutables hoy, casi década y media después de su publicación original, como lo serán dentro de veinte años. “Arrowsmith” es prueba y recordatorio para las presentes y futuras generaciones de autores y lectores de que más allá de los vigilantes enmascarados aguarda todo un mundo de fantasía de infinitas posibilidades.


2 comentarios:

  1. Primero decir que me gusta mucho tu blog......que acabo de descubrir.
    Respecto a este cómic. A mi me gustó mucho. También es cierto que soy un enamorado de la forma de contar y narra de Busiek. Una historia en general que sin ser un maravilla....es perfecto bueno en todas sus facetas.
    un saludo

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  2. Me encantó esta historia. Me quedé con ganas de saber más y que profundizara en el.
    Un saludo

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