(Viene de la entrada anterior)
En
la primera historia del primer número, Williamson –con la colaboración
de su colega y también aficionado a Flash, Larry Ivie- pone al día a los
nuevos lectores respecto a la historia del personaje y su estatus en
Mongo antes de narrar una historia bastante sencilla de conspiraciones
palaciegas en el reino de Frigia. Al finalizar la aventura y haber
cumplido su misión en el planeta –encontrar el suficiente radio como
para asegurar la operatividad de las armas que “ayudarán a mantener la
paz” en la Tierra-, Flash, Dale y Zarkov regresan a nuestro mundo. Es
aquí donde transcurre la segunda aventura, en la que Flash y Zarkov, a
bordo de una tuneladora exploran un desconocido mundo subterráneo en una
peripecia claramente inspirada en la saga de “Pellucidar”
de Edgar Rice Burroughs. Por supuesto, allí, en el reino secreto de
Krenkellium (bautizado en honor al mentor y amigo de Williamson, el
dibujante Roy Krenkel), se enfrentarán al tiránico rey, obtendrán la
ayuda de la enamoradiza princesa de turno, se enfrentarán a un monstruo,
liberarán a un pueblo esclavizado y escaparán ilesos de vuelta a la
superficie. Y todo ello en doce páginas.
Por mucho que Williamson agradeciera la oportunidad de trabajar en Flash Gordon, la tarifa que
le ofrecía King Features no estaba ni mucho menos a la altura de la
calidad de su trabajo ni de su categoría profesional. Fue ese el motivo
por el que su arte estuvo ausente de los nº 2 y 3 (a este último
contribuyó con la portada). Dos números le costó a la editorial darse
cuenta de que los lectores reconocían a Williamson como el auténtico
sucesor de Raymond y que no iban a encontrar a ningún otro artista con
su talento y comprensión del personaje. Así que terminaron ofreciéndole
una mayor compensación económica por volver a la colección,
acontecimiento que se produjo en el nº 4 (marzo 1967), para el que
escribió y dibujó “Flash Gordon en el Continente Perdido de Mongo”.
Williamson nunca se consideró a sí mismo como un buen guionista y si
escribió esta aventura fue por necesidad y presionado por las fechas de
entrega. Y, de nuevo, recurrió para inspirarse a sus lecturas de
juventud, en concreto a “Thuvia, Dama de Marte”, una de las entregas de la saga de John Carter.
Para
la segunda aventura de ese número, “Flash Gordon y los Centinelas de la
Montaña Oscura” ya contó con el guión de su amigo y colaborador Archie
Goodwin. El número 5 (mayo 1967) se abría con “Flash Gordon y el Dios de
los Hombres Bestia”, de nuevo con guión de Goodwin. Completaba la
entrega la aventura titulada “El terror de la Muerte Azul”, escrita por
Larry Ivie.
Para entonces, la King Features ofreció a Archie Goodwin y Al Williamson
ocuparse de la tira de prensa “Agente Secreto Corrigan”, que bajo el
nombre de “Agente Secreto X-9”
había sido creado por Alex Raymond en 1934. Semejante oportunidad
suponía un gran avance en su carrera, tanto en términos económicos como
de prestigio, por no hablar de que suponía encargarse de otro de los
personajes creados por su admirado Raymond. Así que, no sin cierta pena,
tuvo que abandonar Flash Gordon. (Los comic-books de Flash continuaron
su andadura sin él, incluyendo en los créditos a nombres tan ilustres
como Gil Kane o Reed Crandall, hasta clausurar la línea tras once
números).
Durante los siguientes diecisiete años, Goodwin y Williamson formaron
uno de los mejores equipos creativos del mundo del comic. De 1967 a
1980, con un Williamson permanentemente
perfeccionando y puliendo su estilo, contaron las historias del agente
secreto Corrigan. A continuación, ambos fueron fichados por George Lucas
para adaptar al comic la película “El Imperio Contraataca”. Como buen
fan de Flash Gordon –el origen de “Star Wars” puede rastrearse a un
intento frustrado por recuperar para el cine al rubio héroe-, Lucas
conocía y apreciaba el trabajo de Williamson para el personaje y la
destreza que en el género de la ciencia ficción había demostrado en los
comics publicados por la EC en los años cincuenta. Los excelentes
resultados obtenidos les llevaron a ocuparse de la tira de prensa de
“Star Wars” durante tres años, de 1981 a 1984.
Pero
entretanto, en 1980, Williamson volvió a tener la oportunidad de
dibujar a Flash Gordon. En aquel momento, Dino De Laurentiis estaba
produciendo para Universal una nueva versión cinematográfica del
personaje que prometía ofrecer una visión “raymondiana” de su universo,
ambientando la acción en Mongo y utilizando los personajes y estética
clásicos. Western Publishing se aseguró los derechos para adaptar al
comic la película y Williamson accedió a dibujarla sobre un guión de
Bruce Jones. En base a su positiva experiencia dibujando “El Imperio
Contraataca” y lo que sabía en ese momento acerca de la producción en
curso, ansiaba regresar a su personaje favorito. Tenía puestas grandes
esperanzas en lo que prometía ser una visión fiel y épica de la obra de
Raymond.
Williamson empezó a trabajar en las seis primeras páginas de la historia
sin contar con ninguna referencia fotográfica de los actores y los
decorados, por lo que recurrió a su propio aspecto y el de su esposa
Cori para representar a Flash y Dale. Pero cuando al fin recibió las
esperadas imágenes, no pudo sino sentirse profundamente decepcionado por
lo que vio. Él se veía
a sí mismo hasta cierto punto padre y custodio del personaje. Tenía
ideas muy precisas acerca de los actores que podrían encarnar a los
personajes principales y, de hecho, su esposa recordaría más tarde cómo a
Williamson le encantaba revisitar el serial de los años cuarenta que
tanto le había marcado y jugaba a tratar de encontrar el reparto ideal
que en los tiempos contemporáneos pudiera recuperar y modernizar aquella
historia. Y, desde luego, el casting de la película de De Laurentiis no
era lo que él tenía en mente.
Aquel proyecto resultó más arduo de lo inicialmente esperado para
Williamson. No sólo tuvo que lidiar con los continuos cambios de guión y
los retrasos en la recepción de referencias fotográficas (que, por otra
parte, eran problemas comunes en las adaptaciones al comic que se
producían simultáneamente a las películas) , sino que su insatisfacción
con la aproximación camp, incluso paródica, que había elegido el estudio
era creciente. Aunque los decorados y el vestuario se ajustaban hasta
cierto punto a la estética del Flash clásico, el tono de todo el
conjunto era claramente humorístico. A la separación de la respetuosa
visión de Flash que tenía Williamson se
añadió el hallarse en un periodo de transición en su carrera (tras
haber dejado “Agente Secreto Corrigan” se preparaba para empezar “Star
Wars”). Todo se confabuló, en fin, para que aquella experiencia se
convirtiera en una concatenación de frustraciones para el artista.
A pesar de todo ello, estamos ante una excelente historia del personaje.
En primer lugar porque Williamson supo llevar la narración a su
terreno, eliminando todo lo que de camp y cómico tenía la película y
ciñéndose a los elementos aventureros y épicos. A diferencia de lo que
podía verse en pantalla, sus decorados son elegantes y sofisticados,
repletos de detalles en los fondos y vestuario; sus figuras transmiten
dignidad y dramatismo y, si se lee en su versión en blanco y negro,
podrá además prescindirse del
chirriante color que atacaba a los espectadores tanto en la pobre
edición original como en las salas de cine (por no hablar de la banda
sonora de Queen, totalmente inadecuada independientemente de su calidad
musical).
Pero es que, además, Williamson estaba en su mejor momento artístico y
este comic ofrece buena muestra de ello. Para empezar, dibujó las
páginas al doble del tamaño habitual, preparándolas para que pudieran
publicarse tanto en el recortado formato del comic-book como en una
edición de lujo más grande. Así, concentró la narración principal en una
rejilla de viñetas que ocupaba el centro de la página, pero en muchas
de esas planchas el dibujo desbordaba esos márgenes para ocupar casi
toda la superficie disponible. En la edición estándar en comic-book, esa
“ampliación” no llegaba a verse
pero se suponía que en un formato álbum, los lectores podrían
deleitarse con el meticuloso trabajo que Williamson realizaba más allá
de los límites de las viñetas. Por desgracia, no fue así y todas las
ediciones acabaron mutilando su arte. Hasta la fecha, sólo en la lujosa
edición de todo el Flash Gordon de Williamson que realizó en 2009 Flexk
Publications han sido respetadas y perfectamente reproducidas esas
páginas, eliminando el color para que pueda apreciarse el meticuloso
trabajo de entintado que el autor llevó a cabo.
Sus composiciones de viñeta y página son elegantes y con un cierto toque operístico sin caer en el
estatismo; su habilidad en el uso de las superficies negras y blancas
para crear efectos de iluminación y modular el tono dramático de la
escena está en su punto más alto. La adaptación, en definitiva, nos da
una idea de lo que podría haber sido la película de no haber optado por
un enfoque camp. Mientras que ésta ha envejecido muy mal, el comic de
Williamson no lo ha hecho un ápice y dentro de cincuenta años podrá
seguir disfrutándose de igual manera.
Tras finalizar su etapa en la tira de “Star Wars” en 1983, Williamson
regresó al mundo de los comic-books, dibujando varias historias
autoconclusivas de ciencia ficción para diferentes editores antes de
establecerse definitivamente como entintador de los lápices de otros
artistas, primero en DC y luego en Marvel. Tras más de diez años con la
presión de realizar un comic con cadencia semanal, pudo relajarse y
mejorar sus ingresos con un trabajo menos exigente. Una vez más, volvió a
demostrar su inmenso talento y entre 1988 y 1997 ganó nada menos que
siete premios Harvey y dos Eisner en su faceta de entintador.
Ello,
sin embargo, conllevó inevitablemente una drástica disminución de su
obra como autor completo. El editor jefe de Marvel en aquel momento, Tom
DeFalco, aunque estaba contento de contar con Williamson entre sus
colaboradores habituales, quería encontrar algún tipo de proyecto que
pudiera encajar con su estilo. Dado que éste había insinuado que lo
único que despertaría su interés sería dibujar otra vez a Flash Gordon,
DeFalco inició gestiones con King Features para conseguir los derechos
del personaje.
En 1986, Marvel Entertainment había producido una serie televisiva de
animación, “Los Defensores de la Tierra”, en la que aunaban fuerzas
varios personajes aventureros de la King Features. DeFalco había estado
buscando un modo de continuar la relación entre las dos empresas
derivándola al formato de comic, y el interés de Williamson por volver a
dibujar a Flash le proporcionó la excusa perfecta. En 1994, DeFalco
llegó a un acuerdo con la King para lanzar series de comics
protagonizadas por el Príncipe Valiente, el Hombre Enmascarado y Flash
Gordon respectivamente. Williamson, que por entonces tenía 63 años y
llevaba casi diez sin dibujar nada, se echó atrás ante la perspectiva de
tener que mantener una cadencia de treinta o cuarenta páginas
mensuales, pero DeFalco lo tranquilizó asegurándole que no habría fechas
de entrega. Podía trabajar a su ritmo y, además, utilizar el comic para
presentar
las nuevas ideas que tenía sobre el personaje, en concreto explorar sus
orígenes en la Tierra y de dónde venía su apodo (ya que “Flash” no es
su verdadero nombre).
Williamson tenía una idea general de cómo desarrollar la historia, pero
prefirió reclutar la ayuda de un guionista más experimentado que él. Y
ahí es donde entra Mark Schultz, un autor que no sólo compartía con él
su más absoluta admiración por Alex Raymond, sino un artista al que él
mismo había influenciado. Su obra más conocida, “Xenozoic”
es un rendido tributo a los comics no sólo de Raymond, sino también de
Al Williamson o Frank Frazetta. Como en Flash Gordon, Schultz aunaba en
ella, conceptual y estéticamente, el pasado (coches clásicos,
dinosaurios) con el futuro (escenario postapocalíptico, tecnología
futurista); sus protagonistas eran hombres varoniles y arrojados y
mujeres sensuales –aunque ya no tan sumisas e indefensas-; las tramas
eran dignas del mejor pulp y, sobre todo, estaban dominadas por el
espíritu de la aventura más genuina.
Incluso
sin contar con una fecha de entrega –o quizá precisamente debido a
ello-, Williamson tuvo bastantes problemas para finalizar el comic. Por
una parte, había empezado a sufrir de glaucoma, una dolencia que le
perseguiría hasta el final de sus días (y que supone una tragedia
particularmente cruel para cualquier artista). Relacionada con esta
dificultad, vinieron otras: su edad (64 años) y el consiguiente declive
de sus facultades, su empeño en no utilizar referencias fotográficas o
la asistencia de ayudantes, el tiempo transcurrido desde que había
encarado un proyecto de estas características…
A pesar de todos esos apuros, esta miniserie de dos episodios en color
aparecida en 1995, es un tebeo entretenido y en absoluto carente de
virtudes. La historia no aporta realmente nada nuevo aparte de la
secuencia en flashback que nos narra un pasaje trascendental de la
infancia de Flash, pero tiene buen ritmo, es respetuosa con el espíritu
de la etapa clásica y contiene todos los elementos que un aficionado al
personaje podría esperar encontrar: persecuciones, secuestros, intrigas
palaciegas, monstruos, tribus perdidas, grandes misterios, duelos,
mujeres hermosas… todo ello representado con esa atrayente combinación
de estética medieval y tecnología retrofuturista. Aunando frescura y nostalgia,
Schultz construye una trama sencilla que sirve para revitalizar algunos
de los personajes más recordados de la saga, como Barin, Azura o Ming.
Es una historia sin complicaciones que, aunque contiene muchos guiños a
pasadas peripecias, puede disfrutarse perfectamente tanto por los
aficionados más veteranos como por los lectores jóvenes que nunca
conocieron las versiones clásicas de Flash.
Por su parte, Williamson hace bueno ese dicho de “quien tuvo, retuvo”.
Había dejado atrás el punto más alto de su carrera y aquí se percibían
ya los signos de su crepúsculo, pero, con todo, ofrece una calidad que
ya quisieran para sí autores más jóvenes. Sigue demostrando su talento
para la composición de viñeta y página, imaginación para diseñar las
exóticas regiones de Mongo y sus pintorescos habitantes y dominio de la
anatomía. Eso sí, aunque sus escenas todavía exhiben un delicado
barroquismo, no encontraremos ya en estas planchas el minucioso grado de
detalle, la elegancia de línea y los magníficos claroscuros de sus
anteriores incursiones en el personaje.
La
miniserie pasó sin pena ni gloria en un momento de la industria en el
que el género de aventuras y ciencia ficción no estaba pasando por su
mejor momento, y mucho menos si el enfoque elegido era el clásico. Las
compañías independientes, que por su variedad temática y de formatos,
hubieran quizá sido la mejor plataforma para este tipo de productos,
estaban cerrando sus puertas a marchas forzadas; DC lanzaba su sello
Vértigo y el tono extremo, violento y éticamente difuso dominaba muchas
de las colecciones y personajes del panorama contemporáneo. Quizá por
ello, nadie pareció prestar demasiada atención a una obra que abogaba
por la recuperación de una forma de hacer y entender los comics que ya
no estaba en sintonía con los tiempos. No es un tebeo que pueda ser
calificado de obra maestra, no es innovador en fondo ni en forma, pero
sí es un comic de buena factura que debe leerse como lo que es: una
historia de aventuras clásica realizada en tiempos modernos.
Conforme alcanzaba su séptima década de vida, Williamson fue abandonando
su carrera, aunque seguía realizando puntualmente ilustraciones y
acudiendo a las convenciones. Murió en 2010, gozando de todo el
reconocimiento que merecía. Con una destreza sólo igualada por su
imaginación y una carrera ejemplar, hoy está considerado como uno de los
mejores artistas de comic de la historia y alguien que, incluso en
trabajos aparentemente menores como el entintado de un comic de
superhéroes, aportaba un elemento adicional de inspiración para todos
los que colaboraban con él.
Resulta curioso que, en un recuento final, Williamson sólo dibujara tres
comic-books de Flash Gordon, la adaptación de la película de 1980 y una
miniserie de dos números para Marvel. A eso habría que añadir trabajos
más puntuales, como ilustraciones, anuncios, campañas publicitarias que
se servían de Flash y su colaboración con Dan Barry en la tira diaria.
Eso es todo. Dice mucho de su talento que a pesar del escaso número de
páginas que dibujó del personaje, su nombre haya quedado
indisolublemente asociado a él en la mente de los fans. Desde luego,
ello se debe a que fue un sobresaliente seguidor del estilo de Alex
Raymond; pero más allá de eso, no se limitó a ser un clon de lujo del
maestro, sino que durante toda su larga carrera supo evolucionar y
madurar como artista, refinando continuamente su estilo sin
desnaturalizar un ápice su visión del personaje. Su amor por Flash
Gordon y su universo tal y como fue concebido por Raymond se percibe
claramente en todas y cada una de sus planchas.
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