Las historias entretienen, ilustran, educan, inspiran, obsesionan, asombran y hasta pueden cambiar el mundo. Y si una historia puede hacer todo eso, aquellos que las conocen, que las cuentan, tienen más poder del que podría pensarse. El problema es que intentar aprovecharse de ese poder más allá de unos límites es jugar al aprendiz de brujo, pretender controlar unas fuerzas que en realidad se desconocen y, en último término, sufrir las consecuencias de tal osadía.
Ese es uno de los temas que subyacen en esta miniserie de cuatro números de corte engañosamente infantil imaginada por Paul Chadwick e ilustrada con su habitual talento por John Bolton y por la que recibió una nominación al Premio Eisner.
Reyes es un joven intelectual que se gana la vida como tutor de Magdin, heredero de un reino

Reyes se da entonces cuenta de que tiene en sus manos un gran poder, el de cambiar el curso de toda la nación. A través de sus lecciones, puede dirigir las visiones de Magdin en un sentido u otro, visiones que su padre escuchará y convertirá en realidad. Durante un tiempo disfruta confiadamente de su posición e inicia una relación secreta con la aya del príncipe, Clara. Pero lo que en el fondo ha hecho no ha sido sino corromper la relación profesor-alumno y utilizarla para sus propios fines; y aún peor, no ha tenido en cuenta que el

Puede que la historia no parezca muy compleja y, de hecho, su narración es lineal y fácil de seguir. Pero Chadwick siempre ha sido un guionista con más talento del que se le reconoce a la hora de camuflar reflexiones profundas entre los mimbres de relatos de factura sencilla. Por ejemplo, el cambio que se opera en Reyes, una persona a priori sin interés en los asuntos de la corte, cuando se percata del poder que tienen sus palabras. Es una transformación, movida por una ambición bienintencionada, que anima a meditar por lo verosímil que aparece retratada. Igualmente creíble resulta su desesperación al ver que no sólo puede perder su influencia sobre el príncipe, sino que ha puesto en peligro a los intelectuales del reino y a su propio pueblo, los heironistas (un nada disimulado trasunto de los judíos).

La historia escrita por Chadwick recibe una capa de significado adicional bajo la forma de


No todo es perfecto en la historia. La maniobra final de Leuchet parece algo forzada e

El estilo de Bolton combina a la perfección su característico realismo con la ilustración de fantasía. El aspecto general es vagamente medieval en lo que se refiere al uso de perspectivas planas y sencillas, recurriendo a una paleta de colores terrosos para la historia principal y viñetas monocromas (rojas, verdes…) cuando se trata de mostrar las visiones y mundo de fantasía de Magdin. Bolton siempre ha sido hábil en la utilización de los colores y aquí vuelve a demostrarlo. El amargo final, por ejemplo, está narrado en tonos grises y utiliza las diferencias de tonalidad cromática para separar volúmenes y crear efectos de sombreado con intención narrativa. Sus figuras resultan a veces demasiado rígidas, pero sus bellas composiciones y la fusión de realismo y elementos fantásticos compensan ese defecto.
A diferencia de otras obras publicadas por el sello Vértigo, proclives a la fantasía oscura o la exhibición de lo grotesco, “Los Dones de la Noche” es una miniserie que apuesta por la belleza discreta a todos los niveles. Inteligentemente escrita, muy bien dibujada, es una fábula para adultos que no necesita recurrir a la violencia, el lenguaje soez, el melodrama chillón o los personajes cínicos para animar al lector a reflexionar sobre el poder de las historias y el conocimiento y el precio que conllevan una mala utilización de ambos.
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