4 mar 2016

1929-TINTÍN - Hergé (5)




(Viene de la entrada anterior)

1943-LAS SIETE BOLAS DE CRISTAL

Como vimos, Hergé había comenzado a trabajar en el diario “Le Soir” en octubre de 1940, realizando simples tiras diarias al verse limitado por la escasez de papel. Era éste un periódico visto con malos ojos por buena parte de la población belga al venirse editando, contra la voluntad de sus propietarios legítimos, bajo supervisión de las autoridades alemanas de ocupación y gracias al trabajo de periodistas considerados colaboracionistas. Para Hergé, trabajar allí no era señal de simpatía por la política nazi, sino una forma de ganarse la vida, igual que tantos profesionales, desde fontaneros a médicos, que continuaron ejerciendo sus profesiones. Sin embargo, tratándose de un ambiente tan enrarecido como el de un diario supervisado por el invasor, la situación acabaría pasándole factura.


La publicación de “Las Siete Bolas de Cristal” empezó en diciembre de 1940 en “Le Soir”, pero en septiembre de 1944 se suspendió, primero a causa de una depresión sufrida por Hergé, y luego a consecuencia de la paralización de actividades del diario por la liberación del país. Tras la guerra, Hergé fue arrestado hasta en cuatro ocasiones acusado de colaboracionismo por los sectores más radicales del país, dispuestos a cortar indiscriminadamente las cabezas de cualquiera que hubiera tenido contacto con los alemanes. Fue un trago muy amargo para el genial autor, un punto de inflexión en su vida, aunque no totalmente inesperado. En una carta fechada antes de la liberación, escribió: “Señor, libéranos de nuestros protectores y protégenos de nuestros liberadores”.

En buena ley, nadie fue capaz de encontrar prueba alguna de que Hergé colaborara de forma entusiasta con los nazis y, por tanto, su dossier fue archivado y no cumplió pena de prisión. Pero aún así, sus conciudadanos no le perdonaron inmediatamente. Desde finales de 1944 a septiembre de 1946, le prohibieron publicar su trabajo e incluso temió por su seguridad ante las turbas que recorrían las calles “castigando” por su cuenta a quienes ellos juzgaban colaboracionistas.

Así las cosas, “Las Siete Bolas de Cristal” quedó inconclusa y Hergé se concentró en redibujar y adaptar, tal y como hemos ido viendo, sus antiguos álbumes publicados antes de la guerra. Al final, definitivamente exonerado, vio cómo su obra era reivindicada hasta el punto de que en septiembre de 1946 aparece un semanario dedicado al personaje: “Tintin”. La revista es editada por una sociedad formada por el director general con funciones de editor, Raymond Leblanc (50%), el gerente Georges Lallemand (40%) y el director artístico Hergé (10%). En sus páginas –de mejor calidad que los suplementos de prensa y además en color- tendrían cabida a partir de ese momento no sólo las aventuras del reportero, sino otros autores afines a la línea clara de Hergé y a los que él mismo apadrinó, como Edgar Pierre Jacobs o Paul Cuvelier. De esta manera, se retomó la publicación de “Las Siete Bolas de Cristal” ya en aquel primer número, si bien bajo el nuevo título de “El Templo del Sol”. La edición en álbum llegó en 1948. Al mismo tiempo y a partir de ese momento, las ventas de los álbumes de Tintín no harán sino crecer, llegando hasta el millón de ejemplares anual.

Siete sabios integrantes de una expedición a los Andes, caen a su vuelta en Bélgica en un inexplicable letargo del que solo emergen una vez al día presas de espantosos ataques de pánico. Tintín y Haddock empiezan a investigar el asunto a raíz de la amistad de Tornasol con uno de los profesores y pronto se dan cuenta de que la causa es un veneno inoculado a distancia por un misterioso individuo que parece estar vengándose por el expolio de momias y joyas incas. Las cosas se complican cuando el propio Tornasol es secuestrado sin dejar rastro…

A pesar de las difíciles circunstancias en las que fue concebida, se trata de uno de los mejores momentos del personaje, una obra de pura evasión desligada de cualquier referencia a la situación política del momento. Era algo que el propio Hergé necesitaba. La acción tiene lugar en Bruselas, pero Hergé no incluye en ella ninguna referencia a la ocupación o las normas y reglas impuestas entonces por los alemanes. Así, por ejemplo, los automóviles que aparecen en la historia no llevan los faros tapados tal y como ordenaban los invasores. De esta forma, gracias al talento de Hergé y a la necesidad de evasión de sus lectores, las limitaciones que sobre la creatividad artística y la ficción ejerció una situación de guerra, opresión y censura, acabaron dando como resultado soluciones magníficas que han permitido que la aventura aguante perfectamente el paso del tiempo.

“Las Siete Bolas de Cristal” fue en realidad un trabajo conjunto. Edgar P.Jacobs, que había venido colaborando con Hergé como ayudante en el dibujo de fondos y coloreado de los álbumes, contribuyó de forma fundamental a la creación de la atmósfera fantástica y misteriosa que impregna toda la peripecia. Fue él quien, en las numerosas reuniones que mantuvieron ambos genios del comic, aportó la idea de las bolas de cristal con veneno en su interior y el sugerente título. Fue también el encargado del rediseño gráfico que se llevó a cabo con ocasión de la traslación de las tiras prepublicadas en prensa a la edición definitiva en álbum.

Como ya era costumbre en Hergé, se documentó extensamente a la hora de escribir y dibujar la aventura, tanto de su entorno más conocido (la casa del profesor Bergamotte, por ejemplo, es un edificio que se hallaba próximo a su propio domicilio) como de fuentes enciclopédicas y tratados especializados. Las referencias son tantas que no me extenderé demasiado sobre el asunto, remitiendo a quien quiera profundizar más a alguno de los muchos libros que se han publicado sobre los pormenores del personaje.

Sí querría indicar, no obstante, la influencia del contexto histórico y social en el argumento de la aventura. Por ejemplo, la presencia de lo paranormal, una corriente muy de moda en la primera mitad del siglo XX. Así, tenemos la actuación del faquir Ragdalam, capaz de sumir en un trance a su ayudante para que vea tanto el futuro como el presente oculto; o las maldiciones asociadas a las momias descubiertas por arqueólogos. La momia del inca Rascar Capac y su maldición sobre los siete sabios remite directamente a la leyenda popular de la de Tutankamon, cuya momia fue descubierta en 1922. En este sentido, Edgar P.Jacobs realizó también un papel activo en la recopilación de documentación referente a la civilización inca y en dotar de cierta “explicación” racional a fenómenos que, no obstante, seguían siendo esencialmente fantásticos y sobrenaturales.

El elemento fantástico, además, cumple el papel de catalizador del suspense, pues conforme se van sucediendo esos inexplicables fenómenos (la profecía de la vidente, la misteriosa enfermedad de los profesores y, ya en el terreno de los sueños, el ataque de la propia momia inca), la tensión va continuamente in crescendo. Ello hace de “Las Siete Bolas de Cristal” uno de los álbumes más terroríficos de Tintín. Terror que, no obstante, viene atemperado por una generosa dosis de humor, como la primera aparición de Haddock en la historia o el desbarajuste que organiza en la función de variedades. Por supuesto, Milú, Néstor y Hernández y Fernández tendrán cada cual su ocasión de brillar en divertidos gags muy bien resueltos visualmente.

Hergé quiso introducir aquí personajes y referencias a aventuras pasadas que contribuyeran a dar mayor solidez al universo de Tintín. Así, además del reparto principal (que además de Tintín, Milú y Haddock, ya incluía a Hernández y Fernández) aparece Tornasol, presentado en el álbum anterior; vuelve a introducir al General Alcázar (de “La Oreja Rota”) y la cantante de ópera Bianca Castafiore (presentada en “El Cetro de Ottokar”). Los tres volverán a aparecer en álbumes subsiguientes y en el caso de Tornasol, se integrará como personaje principal en el resto de aventuras. Hay también intervenciones de otros secundarios menos relevantes, como el profesor Cantonneau, que debutó en “La Estrella Misteriosa”, así como el capitán Chester.

Gráficamente, es de destacar la colaboración del ya mencionado Edgar Pierre Jacobs, patente en el dibujo más depurado, las viñetas de composición más compleja y llenas de detalles.


1946-EL TEMPLO DEL SOL

La trama de “Las Siete Bolas de Cristal” continuó en “El Templo del Sol”, publicada directamente en color entre 1946 y 1948 en las páginas de “Tintín”. La razón de tan prolongado periodo es que durante casi dos meses hubo de suspenderse la serialización a causa de la depresión que sufrió Hergé, una enfermedad que le acompañó de forma intermitene los siguientes quince años. La edición en álbum apareció en 1949.

Tras averiguar que su amigo Tornasol había sido secuestrado y trasladado por barco a Perú, Tintín y Haddock vuelan a ese país para adelantarse a la arribada del navío. Pero los culpables consiguen escapar con su víctima, dando comienzo a un viaje hacia los Andes repleto de aventuras en compañía de un nuevo amigo, el joven indígena Zorrino, que culminará con el descubrimiento de un reducto en el que la cultura prehispánica ha pervivido intacta y sobre el que gobierna el Gran Inca.

Claramente, en el argumento confluyen tanto el descubrimiento de Macchu Pichu por parte de Hiram Bingham en 1911 como la trama de un folletín de aventuras escrito por el popular Gaston Leroux, “La Novia del Sol”. Y, desde luego, recurre a algo que ya era un cliché para entonces: la utilización de un eclipse para aterrorizar a una civilización primitiva. Esta treta fue utilizada históricamente al menos en dos ocasiones: por Cristóbal Colón en 1503 durante su cuarto viaje, y en 1905 por el capitán belga Albert Paulis en África Central. Fueron pasajes reales pero de tintes absolutamente novelescos que, por supuesto, no podían dejar de hallar traslación en la literatura, como fue el caso del famoso “Un Yanki en la Corte del Rey Arturo” (1889) de Mark Twain.

En el caso de Hergé, la idea fue probablemente sugerida por parte de su amigo y editor de “Tintín” por entonces, Jacques Melkebeke. Sin embargo, a la hora de utilizarla, cometió algunos errores de bulto. Para empezar, los incas no sólo eran capaces de predecir eclipses, sino que para los indígenas descritos en el álbum, que tenían contactos regulares –y secretos- con el mundo exterior desarrollado, ese fenómeno no podía resultar tan traumático. Además, tal y como le informó un niño mediante una carta algún tiempo después de la publicación del álbum, dibujó el eclipse al revés: dado que los personajes están en el hemisferio sur, el fenómeno debería haberse desarrollado en el sentido contrario al que aparece en la historia. Por todo esto y por su falta de originalidad, el propio Hergé no quedó muy satisfecho con el desenlace.

Con todo y tal y como era habitual en Hergé, los dibujos de templos, objetos y vestimentas están retratados con excepcional detallismo y fidelidad, extraídos de tratados etnográficos, revistas, grabados de la época o directamente de las ruinas conservadas de ese periodo en Macchu Pichu, Sacsayhuaman en Perú o Tiahuanaco en Bolivia. En este sentido, Hergé se benefició de la ayuda de Edgar Pierre Jacobs, quien pasó muchas horas revisando museos y publicaciones a la búsqueda de detalles sobre los incas y las civilizaciones prehispánicas que poder incluir en la aventura –y que luego él mismo reutilizaría en su álbum de Blake y Mortimer, “El Enigma de la Atlántida”-.


1948-TINTIN EN EL PAÍS DEL ORO NEGRO


Mientras los rumores sobre una posible guerra son cada vez más fuertes, se desata una “epidemia” en la que los motores de los vehículos estallan a consecuencia de la utilización de gasolina adulterada. La investigación que al respecto emprende Tintín le llevará al Próximo Oriente, a un país imaginario llamado Khemed, en el que se está librando una lucha de poder entre el emir Ben Kalish Ezab y el jeque Mohammed Bab El Ehr, cada uno de ellos financiado por una compañía petrolera diferente de origen extranjero: Arabex y Skoil Petroleum. Esta última tiene como representante en el lugar al doctor Müller, el adversario de Tintín en “La Isla Negra”, que ahora se hace pasar por un arqueólogo llamado Smith. Tintín y Hernández y Fernández se verán involucrados en las intrigas políticas y económicas cuyo fin es el control del preciado oro negro.

Cabe decir que la primera versión del álbum, publicada por Casterman en 1950, situaba la acción en la Palestina ocupada por los británicos. Tintín entraba en contacto con el grupo terrorista judío Irgun. Dado que Israel alcanzó su independencia en 1948 –dando inicio a una serie de conflictos que duran hasta hoy-, el editor inglés de Tintín le pidió a Hergé que cambiara las referencias al mandato británico sobre ese territorio. Así, también en aras de mantener ese cierto aura de atemporalidad que caracteriza la serie, la segunda versión, publicada en 1971, sustituyó Palestina por el país imaginario de Khemed (que podría corresponder a los actuales Arabia Saudí o Yemen), la rivalidad entre judíos y palestinos se trasladó a dos facciones árabes y se eliminó de las viñetas la presencia militar inglesa, arabizando a las fuerzas de la policía.

“El País del Oro Negro” es un álbum inusual en la trayectoria de Tintín no sólo por su integración en la realidad histórica del momento, sino por la continuidad que su temática establecía con respecto a dos álbumes anteriores. Tanto en “El Cetro de Ottokar” como en “La Isla Negra” habíamos visto cómo potencias extranjeras utilizaban el sabotaje, ya fuera para anexionarse otra nación en el caso del primero, o para desestabilizar las democracias en el del segundo. Como sucedía en “El Cetro de Ottokar”, las páginas de “El País del Oro Negro” están impregnadas del temor a la guerra inminente aunque, como sucedía también en aquél álbum, al final los países encontraban una solución y el conflicto se evitaba.

Y es que “El País del Oro Negro” fue un hijo de su época. Se concibió poco antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial (empezó a publicarse en blanco y negro en el “Petit Vingtieme” en septiembre de 1939, cuando el conflicto ya había estallado), cuando Hitler proclamaba el destino expansionista del Tercer Reich y reclamaba la región de los Sudetes amenazando con violar las convenciones internacionales. La crisis se “resolvió” finalmente con el Tratado de Munich de 1938. Ese clima de tensión es el que se transfirió a la aventura y, por si hubiera pocas dudas, el villano vuelve a ser uno de nombre inequívocamente germano, el Dr.Müller.

La invasión de Bélgica por parte del ejército nazi en mayo de 1940 provocó el cierre del Petit Vingtieme y la interrupción de la aventura de Tintín en la página 45, retomándose desde el inicio en septiembre de 1948 ya en las páginas del semanario “Tintín” y a todo color.

Puede llamar la atención la ausencia del capitán Haddock en la historia. Su aparición se limita al anuncio de que ha sido llamado a filas al comienzo de la aventura y su forzada y nunca aclarada intervención al final de la misma. La explicación tiene que ver con la ya mencionada interrupción que sufrió la publicación de la aventura a causa de la guerra. Originalmente, “El País del Oro Negro” iba a aparecer a continuación de “El Cetro de Ottokar” y para entonces aún no habían sido creados Haddock, Tornasol ni la mansión de Moulinsart. La historia se cortó, como hemos dicho, a causa de la guerra y la invasión de Bélgica por los alemanes. Aunque Hergé trabajó en Tintín durante la ocupación, consideró acertadamente “El País del Oro Negro” como una aventura con demasiadas connotaciones políticas como para continuarla sin meterse en problemas. De esta manera y durante el tiempo que duró la ocupación nazi, prefirió decantarse por peripecias de corte más aventurero: “El Cangrejo de las Pinzas de Oro”, “La Estrella Misteriosa”, “El Secreto del Unicornio” y el “El Tesoro de Rackham el Rojo”. Fue en este periodo donde se presentaron a Haddock y Tornasol, inseparables desde entonces y centrales en “Las Siete Bolas de Cristal” y “El Templo del Sol”. Por eso, cuando Hergé retomó “El País del Oro Negro” ocho años después, se vio hasta cierto punto obligado a introducir cambios –un tanto cogidos por los pelos- para mantener la coherencia interna de la serie. La explicación de por qué Haddock aparece en el último momento se evita recurriendo a un gag cómico y dado que Tornasol era mucho más difícil de integrar, se le inserta mediante una carta en la que narra sus descubrimientos –y el estado en el que ha quedado la mansión de Moulinsart tras ellos-.

Los que sí tienen una presencia importante son Hernández y Férnández, más desatados que nunca, causando el caos allá donde van y metiéndose en todo tipo de problemas de los que, inexplicablemente, siempre consiguen salir y causándose a sí mismos accidentes que no los matan de milagro. Un viejo personaje de “Los Cigarros del Faraón”, el comerciante portugués Oliveira de Figueira, no sólo vuelve a aparecer aquí, sino que juega un papel fundamental en la historia arriesgando no sólo su reputación sino su propia vida para ayudar a Tintín. Además de la ya mencionada recuperación de Müller, la insoportable soprano Bianca Castafiore hace acto de presencia con su sola voz a través de una transmisión radiofónica –rápidamente interrumpida por Tintín-. Cabe por último destacar la presentación de un nuevo e irritante personaje, el pequeño Abdallah, el caprichoso y mimado vástago del emir Mohammed Ben Kalish Ezab. Hergé se inspiró para su creación en una fotografía del príncipe Faisal II aún niño, y lo convirtió en un ser en el que se dan cita la maldad y la arrogancia y que, protegido por sus orígenes reales, se dedica a convertir en pesadillas las vidas de todos aquellos que le rodean.

(Continúa en la próxima entrada)

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