21 ene 2015
1979- LAS PUERTITAS DEL SEÑOR LÓPEZ – Carlos Trillo y Horacio Altuna
Muchas veces abordamos la lectura de un cómic con el fin de evadirnos de nuestras preocupaciones y frustraciones cotidianas. Las viñetas son una puerta a otros mundos, reales o no, en los que adoptamos el papel de testigo de hechos extraordinarios o igualmente cotidianos, pero en cualquier caso ajenos a nosotros y a los que podemos acceder como simples testigos.
Pero, ¿qué pasaría si un personaje de comic sintiera esa misma necesidad? Si su existencia en blanco y negro y su destino siempre condicionado por los caprichos del autor fuera en ocasiones demasiado difícil de sobrellevar, ¿no necesitaría también una puerta de escape? Precisamente eso es lo que nos propone el guionista Carlos Trillo y el dibujante Horacio Altuna en “Las Puertitas del Señor López”, una colección de 38 historias cortas cuya publicación comenzó en 1979 en Argentina en la revista “El Péndulo” para continuar luego en la española “Humor” una vez que Altuna trasladó su residencia a nuestro país.
El Sr.López (nunca llegaremos a conocer su nombre) es el epítome de la existencia gris, triste, oprimida y reprimida. Nacido en una época especialmente turbulenta de la historia de Argentina en la que lo más sensato era agachar la cabeza y pasar desapercibido, López hace precisamente eso. No ha tenido suerte en ninguna parcela de su vida. Su mismo aspecto físico ya dice mucho de él: cincuentón, con una obesidad incipiente, calvo, miope… su carácter cohibido, hipocondríaco y pusilánime halla reflejo en su postura corporal, escondiendo a menudo sus manos entrelazadas, agachando la cabeza y evitando la más mínima gesticulación.
Su propio oficio, burócrata con ocupación indeterminada, es el símbolo de la función desvaída, anónima e irrelevante que impide destacar. Para colmo, su jefe y compañeros abusan de él, se burlan y lo ningunean. Y en casa las cosas no mejoran. Su esposa es una bruja gruñona que lo maltrata y lo apabulla. Abundando en su despersonalización, ni siquiera ella le llama por su nombre. Hasta sus vecinos le consideran un fracasado.
Escapar de la mediocridad en que vive inmerso y hallar un alivio a la crueldad que dirigen contra él quienes le rodean es una necesidad para el Señor López. Y el lugar siempre más a mano para efectuar tal escapada, aquel en el que poder disfrutar de un momento de intimidad… es el cuarto de baño. Abrir la puerta del WC supone un alivio, no sólo físico, sino espiritual. Allí es donde puede liberar su imaginación y trasladarse con ella a mundos en los que encontrar versiones alternativas de su patético universo real.
Lo que el Señor López puede encontrar al rtaspasar el umbral del baño es totalmente impredecible: fogosas y consideradas amantes, una versión infantil de sí mismo, el cielo y el infierno, ser nombrado primer ministro, convertirse en detective privado, bandolero del salvaje oeste o héroe bárbaro, tener sexo con un hipopótamo que afirma ser Bo Derek, revivir el drama romántico de “Casablanca”, el terror de “Alien el octavo pasajero” o, sencillamente, rebelarse contra todo y contra todos y limitarse a dejar libres sus instintos.
Sin embargo, no todas esas fantasías sirven para serenar su alma. Al contrario, en no pocas ocasiones se sumerge en pesadillas que le empujan a regresar apresuradamente al mundo real y concluir que, después de todo, las cosas podrían ir peor… Puede que sus compañeros le acusen de ser torpe, pero es aún más bochornoso echar a perder el plan de batalla de Napoleón en Waterloo; su esposa es insufrible, pero recibir una reprimenda de Dios en la puerta del Cielo es todavía más embarazoso… y esos angustiosos episodios son, quizá, los más desoladores puesto que no suponen paliativo alguno para la angustia del personaje, obligándolo a conformarse con su mísero pedazo de pastel.
Dada la variedad de los guiones –las localizaciones oscilaban desde lo histórico a lo fantástico, del western al terror, del género negro al surrealismo- y las limitaciones espaciales (era necesario narrar la historia en cinco páginas) la tarea del dibujante distaba de ser sencilla, pero Horacio Altuna no sólo sale airoso, sino que realiza un trabajo sobresaliente. Modifica su estilo de acuerdo con el tono del episodio al tiempo que respeta la característica pauta dual de la serie según la cual se alternan realidad y fantasía. Así, pasa del trazo caricaturesco al naturalismo, despejando sus viñetas de manchas y líneas para evocar un lugar paradisiaco, o recargándolas de sombras en la mejor tradición expresionista cuando se quiere añadir tensión o angustia.
“Las Puertitas del Señor López” es una colección de historias de humor surrealista y absurdo; pero se trata de un humor muy amargo, en el que se hace un repaso a los naufragios diarios de un hombre corriente: sexo, matrimonio, trabajo, dinero, amistad, tolerancia, respecto, reconocimiento, libertad individual, libre albedrío… todo aquello a lo que siempre aspiramos sin lograr a menudo lo soñado.
Es, además, un comic valiente. En los agitados e inseguros tiempos en los que se publicó originalmente, criticar el autoritarismo de los militares, la corrupción institucional, la ausencia de libertad de expresión, la burocracia sin sentido o la injusticia imperante en los tribunales suponía todo un desafío: renunciar a la comodidad de lo políticamente correcto y tomar postura frente a los atropellos sociales y políticos. En este sentido, al tiempo que un hijo de su tiempo y lugar, “Las Puertitas del Señor López” es un tebeo de carácter universal cuyo mensaje va más allá de la Argentina de los setenta. Era un comic sutil pero claramente subversivo y el público fue capaz de apreciarlo, disfrutar de ello y apoyarlo. Prueba de su popularidad fue que en 1988 se estrenó una película de imagen real sobre el personaje protagonizada por Lorenzo Quinteros.
Y, por último y sobre todo, es una lúcida defensa del poder de la imaginación y la fantasía frente a las frustraciones inherentes a la sociedad en la que vivimos. Con el apocado Señor López, Trillo y Altuna consiguen hacernos reír al tiempo que reflexionar sobre nuestra propia vida.
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