15 dic 2014

1997-SOLDADO DESCONOCIDO – Garth Ennis y Killian Plunkett



El Soldado Desconocido fue creado por el gran Joe Kubert en 1966, en el número 151 de una de las colecciones “bélicas” de DC, “Our Army At War”. Esta veterana colección estuvo en su última etapa monopolizada por el Sargento Rock de Kubert, por lo que el nuevo personaje hubo de buscar su lugar en otro título: “Star Spangled War Stories”, cabecera que llevaba publicándose casi quince años, pero que a comienzos de los años setenta acogió de forma regular al Soldado Desconocido. De hecho, unos cincuenta números después, en 1977, la serie fue rebautizada “Unknown Soldier” en su número 205, denominación que conservó hasta su cancelación en el 268. En él trabajaron veteranos profesionales de la casa, como Robert Kanigher (editor de los títulos bélicos de DC), Bob Haney, Dick Ayers, Frank Robbins, Dan Spiegel…



El Soldado Desconocido –bautizado así por los monumentos a los anónimos caídos en combate que puntean la geografía de todo el planeta- fue el primero de los muchos “maestros del disfraz” del Universo DC y el único en operar durante la Segunda Guerra Mundial. Con su cara horriblemente desfigurada por la misma explosión que mató a su hermano Harry, este soldado sin nombre se convierte en “el individuo que puede influir en el resultado de toda la guerra estando en el lugar justo en el momento adecuado”. El Soldado Desconocido se autoimpone como misión honrar a su hermano y se adiestra para convertirse en un agente de inteligencia que usa su pericia en el arte del disfraz para infiltrarse entre el enemigo y vencerle desde dentro. Usa máscaras de látex y maquillaje para asumir la identidad de terceros y lo único que puede delatarle es su tendencia a rascarse, ya que las máscaras le provocan picor en las cicatrices de su rostro.

Era una idea de gran atractivo: un héroe sin rostro que podía pasar por cualquiera, embarcado en una guerra solitaria contra los nazis. Su figura misteriosa ataviada con una gabardina o un uniforme y su rostro envuelto en vendas le daban un aspecto imponente, hasta icónico. El episodio final nos revelaba que fue él quien asesinó a Hitler en su bunker de Berlín y lo hizo parecer un suicidio para que pasara a la historia como un cobarde.
Después, el Soldado murió desintegrado por una explosión al salvar a una niña… o eso pareció.

Seis años más tarde se lanzó una maxiserie escrita por Jim Owsley y dibujada por Phil Gascoine. Dado que en esta ocasión el personaje era sustancialmente diferente al presentado en los sesenta y setenta, hay quien ha preferido considerarla ajena al universo DC.

El siguiente intento con el personaje habría de esperar ocho años. Paralelamente a su participación en las provocadoras andanzas de “Predicador”, Garth Ennis sacó algo de tiempo para retomar a este “olvidado” personaje y pasarlo por su tamiz cínico, violento y crepuscular. Lo hizo a través de una miniserie de cuatro episodios para el sello Vértigo, acompañado por el competente dibujo de Killian Plunkett y las impresionantes portadas de Tim Bradstreet.

En esta ocasión, el verdadero protagonista de la historia es William Clyde, un agente de la CIA
despreciado por sus jefes y ninguneado por sus compañeros por su sentido del juego limpio y su escrupulosidad en evitar las muertes innecesarias. Durante una investigación rutinaria, alguien le hace llegar una lista de nombres desconocidos para él. Por casualidad, descubre que todas esas personas tienen dos cosas en común: todos conocieron en un momento u otro de la historia reciente a un operativo especial y supersecreto llamado Soldado Desconocido; y todos están siendo asesinados.

Clyde comienza una búsqueda obsesiva en la que perderá su cordura y casi su vida, puesto que sus pesquisas lo han situado en el punto de mira de quien quiere mantener la existencia del Soldado en el más absoluto secreto. Clyde se encontrará con una tupida red de conspiraciones y corrupción tejida a lo largo de casi medio siglo en cuyo centro siempre aparece el Soldado, un “patriota” despiadado, ejecutor de todos los trabajos sucios de la política norteamericana de las últimas décadas.

Ennis traslada al Soldado Desconocido desde el escenario de la Segunda Guerra Mundial en el que transcurrían sus aventuras en sus encarnaciones anteriores, a la época de la Guerra Fría, tejiendo una intriga más propia del género de espías. Por otra parte, sólo sabemos del Soldado a través de los testimonios de terceros: su intervención en Dachau, su participación en la guerra de Vietnam, su papel en la toma de poder del sha de Irán o las sangrientas masacres perpetradas en Nicaragua son sólo la punta del iceberg de una vida dedicada al asesinato en nombre de los más altos ideales de su país.

A primera vista, el dibujo de Killian Plunkett es sucio y no siempre respetuoso con las
proporciones o los detalles. Pero da lo mismo, porque su sentido narrativo es excelente. La elección de planos y su ritmo acentúan a la perfección la emoción buscada por el guionista en cada momento. Las expresiones faciales, aunque contenidas, son efectivas y, a diferencia de muchos de sus compañeros de profesión, evita las inútiles páginas-viñeta repletas de personajes posando. Su labor aquí está totalmente al servicio de la historia de Ennis. Plunkett es buen dibujante, lo que ocurre es que evita lucirse ante el lector con viñetas impactantes y muy elaboradas que desvíen la atención del argumento.

“Soldado Desconocido” es un thriller duro, violento y desagradable, pero a diferencia de trabajos previos de Ennis, exento de su característico humor negro. No se ahorran al lector pasajes escalofriantes que sirven para reforzar el tono claramente antimilitarista y despiadadamente crítico de la política exterior norteamericana. El autor nos dice que el mundo que acecha ahí afuera es mayormente gris en lo que a moral se refiere, que el sentido del deber, el honor y el servicio a los más dignos ideales puede llevar por un camino sembrado de atrocidades y aberraciones. Pero también deja espacio para la esperanza: Clyde puede que se haya vuelto loco, pero no ha perdido su brújula moral y, en último término y a pesar de que todo parece conspirar contra él, demuestra que si se está dispuesto a pagar el precio, siempre es posible elegir entre el bien y el mal.

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