24 dic 2025

2002- LA FRONTERA INVISIBLE – Schuiten y Peeters

 


 “Las Ciudades Oscuras”, de Benoît Peeters y François Schuiten, es una serie ambientada en una Tierra alternativa, en un período indeterminado y en la que elementos del pasado se mezclan con otros del futuro para dar forma a un universo atemporal punteado de maravillosas ciudades edificadas según los estilos más extremos de la arquitectura, una conformación monumental y urbanística que, a su vez, condicionará las sociedades, las formas de gobierno y las vidas de quienes en ellas residen. Las tecnologías que retratan estas historias parecen sacadas de un eterno periodo de transición entre el siglo XIX y el XX. El lenguaje, las actitudes y las modas son igualmente anticuados, lo que le da a la serie un sabor neovictoriano y steampunk.

 

De todos los álbumes que conforman esta serie he ido hablando en diferentes entradas. En 2002 y 2004 aparecieron respectivamente las dos entregas que conforman la historia “La Frontera Invisible” (hoy reeditada ya en un solo volumen) y en las que, tras “La Sombra de un Hombre” (1999), Peeters y Schuiten vuelven a ofrecernos otro ejemplo de su originalidad, maestría y riqueza del universo que habían ido construyendo paulatinamente durante un cuarto de siglo de constante colaboración. 

 

En el año 761, el joven Roland de Cremer, pálido, delgado y con un inconfundible aspecto de ratón de biblioteca, se incorpora al Centro Cartográfico de Sodrovno. Localizado en el interior de una inmensa Cúpula en medio de un territorio desértico que parece haber experimentado algún tipo de cataclismo natural, allí va a trabajar bajo la supervisión del veterano Paul Ciceri, antiguo geógrafo de campo. A pesar de su diferencia de edad, formación y experiencia, ambos comparten los mismos valores relacionados con su disciplina y no tardan en hacer buenas migas. Por otra parte, aunque Roland se beneficia de la reputación de su padre en el campo de la cartografía, también tiene que trabajar duro para estar a la altura de lo que se espera de él.

 

En esa institución, Roland conoce a otro recluta de su misma generación, el ambicioso e insolente Ismail Djunov, un neotecnólogo cuyas máquinas, asegura, revolucionarán la cartografía y el modelado del país trazando sus contornos de manera objetiva y no según la interpretación de los historiadores. Es Ismail quien lo lleva al “club”, un burdel que atiende a los trabajadores de la Cúpula y en el que Roland conoce a Shkodra, una misteriosa joven reacia a desvestirse. El misterio de su pudor, tal y como acaba descubriendo aquél, es que ella porta una extensa marca de nacimiento cuya forma evoca el contorno de la nación que originalmente fue Sodrovno-Voldaquia, cuya demarcación, con el paso de los siglos, ha ido difuminándose en el olvido.

 

El problema es que el secreto que esconde la joven y del que se avergüenza, podría afectar drásticamente la campaña propagandística a la que se halla sometido el país en ese momento, fruto de las ambiciones nacionalistas de las autoridades militares. El mariscal Radisic, tras una visita al Centro, despide a Ciceri y al director, el Sr. Nicolas, y asciende a Roland, quien, al regresar de unas vacaciones de otoño con su familia (que había intentado concertar su matrimonio), descubre su nuevo destino, pero también las gigantescas obras de renovación que se están llevando a cabo tanto en el exterior como en el interior de la cúpula. El líder supremo tiene previsto una campaña militar expansionista, pero antes necesita mapas que recojan todos los cambios que ha experimentado el continente en los últimos tiempos: “El objetivo de este centro de cartografía, abandonado hasta hace poco, consiste en establecer la situación de todos los lugares del país, en esta hora de cambios fundamentales como nunca ha conocido el mundo oscuro. En pocos años, Urbicanda ha sido borrada del mapa, Brüsel anegada por las aguas y Calvani devastada por las tormentas. Incluso la orgullosa ciudad de Pahry ha perdido gran parte de su crédito tras el fracaso de la exposición interurbana. En cuanto a la ciudad de Mylos, se recupera con dolor de la pérdida de Klaus von Rathen y la repentina dimisión de su hija Mary. ¿Quién, hoy día, podría hacer sombra a nuestra grande y querida Sodrovno-Vodaquia? 

 

A todos los efectos prácticos, el gobierno toma el control de la institución y lo somete a sus fines. Su administrador es ahora el coronel Saint-Arnaud, encargado de dirigir las labores cartográficas según los deseos y directrices de sus superiores. Roland desaprueba en secreto esta reorientación y, temiendo por Shkodra y su secreto, huye con ella. Denunciados por Ismail, quien asegura que su colega pretende incitar un levantamiento campesino, Roland y su amante son perseguidos por el ejército. Pero ¿cree el joven cartógrafo realmente que puede escapar y evitar de alguna manera la redefinición de las fronteras de la nación?

 

Con más de 120 maravillosas páginas, la historia que Schuiten y Peeters nos cuentan en “La Frontera Invisible” está lejos de desvelar todos sus enigmas una vez llegada su conclusión. Ésta es menos un final que cierra la trama que un capítulo abierto donde el héroe se ve obligado a continuar su viaje en solitario hacia un destino incierto. Tal indefinición es otro de los factores que contribuye a la naturaleza cautivadora de la obra, aunque también es cierto que podría disgustar a aquellos lectores que prefieren conclusiones más claras.

 

En “La Frontera Invisible” abundan los paralelismos y metáforas, pero Peeters nunca se los tira a la cara al lector. Dejando aparte la clara evocación de la explosión nacionalista que siguió a la desintegración de Yugoslavia, el talento del guionista radica en la insinuación y la libertad que deja al lector para llenar los espacios en blanco como mejor le parezca. Es un enfoque arriesgado que exige de éste un considerable grado de madurez. Lo que realmente importa aquí es menos la estructura narrativa que la atmósfera, menos el objetivo que el viaje, menos lo que se muestra que lo que se infiere.

 

La confianza del guionista en el poder de la sugerencia resulta estimulante: si bien la tarea del protagonista consiste en cartografiar un país, Peeters le permite al lector seguir los hilos de la historia sin imponer una dirección específica. Uno de los paralelismos más evidentes es el que se establece entre el mapa de Sodrovno y la aventura de Roland de Cremer. Éste aprendió a leer el mundo en pergaminos, pero nunca lo experimentó recorriéndolo a pie y contemplándolo con sus propios ojos. Este teórico recién enviado al Centro de Cartografía, no imagina que, en ese lugar, aprenderá a apreciar que lo que se dibuja en el papel puede no responder tanto a la realidad como a las maquinaciones políticas. Es más, las maniobras que lleva a cabo el ejército sobre el terreno redibujan los espacios, elementos y fronteras con más rapidez de la que los geógrafos pueden transcribir en los mapas y maquetas. Entre las ingenuas convicciones de Roland, matizadas por su curiosidad, y la concepción militar y administrativa del país, se define perfectamente la diferencia que existe entre la forma en que un individuo cree conocer su territorio y con la que un gobierno pretende mostrarlo, extenderlo e imponerlo.

 

En este sentido, el punto de inflexión de la historia se produce con la visita del mariscal Radisic, dictador de Sodrovnia y visionario militar con ambiciones imperialistas. Es recibido en una plataforma elevada que permite una visión general tanto de la Cúpula como de la inmensa maqueta cartográfica en la que trabaja el centro. Por primera vez, ese mapa a gran escala deja de ser un terreno transitable para los personajes. En presencia del mariscal, la maqueta revela todo su potencial militar: es contemplada desde lo alto y bajo una interpretación dominante y controladora, como el arquitecto sobre su plano. En otras palabras, el mapa se convierte en el equivalente a los modelos napoleónicos del campo de batalla en los que el general describe su estrategia, materializada horas después por sus soldados en el campo de batalla.

 

Aparece aquí otra característica recurrente en la obra de Peeters y Schuiten: la equivalencia entre lugares y cuerpos. Así, la revelación que pondrá patas arriba la vida de Roland, es el descubrimiento, en el cuerpo de Shkodra, de una marca de nacimiento cuya forma le recuerda el verdadero Sodrovno. Entre lo que cuentan los mapas y lo que le revela la anatomía de su amante, el joven comprenderá la manipulación que el poder ejerce sobre la geografía. Durante su huida, Roland acabará sintiéndose más fascinado por las líneas cambiantes que definen la geografía de su país que por las curvas de Shkodra. Tanto, de hecho, que en una turbadora escena que dice muy poco de él, no dudará, para defender sus convicciones ante el mariscal Radisic, en humillar a la joven, desnudándola públicamente sólo para demostrar que su obsesión cartográfica prevalece sobre sus sentimientos amorosos.

 

Sobre este punto, el enfoque de los autores podría desagradar a ciertos lectores dado que gran parte de este simbolismo reside en la burda equiparación del cuerpo femenino con el paisaje como lugares ambos que explorar, mapear, controlar y explotar. La cosificación, bastante literal, de Shkodra en la portada es un anticipo de las actitudes sexuales algo carcas que exhibe la historia pero que, por otra parte, están en sintonía tanto con las arcaicas estructuras narrativas en las que se inspiran los autores como en los valores conservadores que suelen imperar en las sociedades de su universo.

 

Otro tema presente en “La Frontera Invisible” y que ya había aparecido en alguna entrega anterior (como “Brüsel”) es el coste de la obsesión por una malentendida modernidad. Ismail está decidido a sustituir los métodos tradicionales del señor Paul (la observación directa, el análisis cuidadoso, la comparativa y la inmersión en el territorio) por sus eficientes pero impersonales máquinas. Y no le importan las consecuencias que ello acarreará: “Lo cierto es que mucha gente de la casa no sabrá adaptarse…Pero ellos se lo han buscado (…) ¡La interpretación! Con eso hay que acabar, precisamente. Ya va siendo hora de que se tomen medidas objetivas para evitar a todos los intermediarios inútiles”. La postura del señor Paul es la contraria: “¡Esas máquinas automáticas pueden decir cualquier cosa! Los accidentes del terreno, las curvas de nivel no significan nada si uno no las interpreta… ¡Su presunta realidad no existe!”.

 

Veinte años antes de la explosión actual de la Inteligencia Artificial, Schuiten y Peeters ya nos hablaban del peligro de confiar en la información escupida por una máquina que sólo es capaz de manejar cantidades ingentes de datos, pero que no vive en una realidad objetiva sino en una compuesta de palabras y cifras y que, sin embargo, es la escogida por autoridades y particulares para elaborar sus estrategias o tomar decisiones. Como dice el indignado Roland: “Lo siento Ismail, pero esto no está bien, es un estropicio. Parece que nadie se tome la molestia de mirar un mapa…No sé qué tiene esto de centro de cartografía”. Y eso por no hablar de los errores que cometen esos ingenios mecánicos: “Ha habido algún error”, admite Ismail, “Piezas defectuosas que han creado algo de confusión…”; a lo que responde Roland: “Piensa en las consecuencias de tus errores…En toda esa gente que va a encontrarse en el lado malo del muro”.

 

Desde el punto de vista gráfico, Peeters y Schuiten, más que como el tradicional dúo creativo, funcionan como una sola entidad dado que el dibujo del segundo es una prolongación natural del guion del primero. Esto crea un fenómeno muy inusual dentro del mundo del comic dado que el lector es incapaz de detectar si las palabras del guionista inspiran las imágenes plasmadas por el dibujante o viceversa. Esta impresión se simboliza aquí en varios elementos, como la propia forma del Centro de Cartografía, una gigantesca cúpula en el corazón de una región desértica. Desde el exterior, esta inmensa estructura evoca el hemisferio superior de un globo terráqueo y, más adelante, descubrimos que su interior es tan profundo como su exterior visible, lo que sugiere que el edificio es una especie de planeta semienterrado (sus recovecos subterráneos simbolizan el pasado olvidado del país). Los laberínticos pasillos, escaleras, oficinas y estancias diversas simbolizan las múltiples y siempre cambiantes regiones que luego Roland y Shkodra recorrerán durante su huida.

 

El Espacio en la obra de Schuiten también es una medida del Tiempo: a medida que se adentra en las tierras de Sodrovno, la pareja parece viajar en el tiempo, explorando ruinas de lo que fueron maravillosos edificios, pueblos abandonados, desgastados puentes, inmensos cementerios... El espectáculo es de una belleza sobrecogedora gracias al detallista estilo del artista, con el cual crea escenarios a la vez realistas y oníricos, que van haciéndose cada vez más abstractos y simbólicos conforme la mente del propio Roland va desquiciándose. Cada uno de los doce capítulos de la historia comienza con una espléndida ilustración a página completa, con colores y texturas creados a mano.

 

Como sucede con todas las entregas de la serie, el lector debería tener presente que estos comics son un complejo y satisfactorio ejercicio de construcción de mundos en los que los personajes no son más que un adorno. Sí, el álbum cuenta la historia de un joven que descubre simultáneamente el mundo profesional, la vida alejado de su familia y el amor (o el sexo, según se quiera interpretar). Su capacidad de asombro se combina con una persistente ingenuidad, lo que lo llevará a perseguir ciegamente sus emociones a pesar de los riesgos y las dramáticas consecuencias que tendrá que afrontar. Ahora bien, como sucede en la mayoría de los álbumes de la serie, no vamos a encontrar aquí personajes carismáticos ni bien caracterizados que dejen una huella indeleble en la memoria del lector, sencillamente, porque los protagonistas son las ciudades y las estructuras y dinámicas sociales a que dan lugar. Teniendo esto en cuenta, “La Frontera Invisible” ofrece otra fascinante incursión en el singular mundo de las Ciudades Oscuras.

 

 

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