Los comics siempre han tenido una relación muy cercana y privilegiada con la ciudad. Al fin y al cabo, es una forma artística que nació y se desarrolló en el contexto urbano y destinada a entretener a las masas de trabajadores que afluían a las ciudades a comienzos del siglo XX, extendiéndose paulatinamente a otros estratos sociales. Ello hace que la ciudad sea un tema rico y extenso que la mayoría de las veces sólo ha ocupado el papel de decorado sobre el que transcurre la acción principal. Pero hay una excepción insigne a esa norma: “Las Ciudades Oscuras” lleva tres décadas haciendo de la ciudad, su forma, su fondo, su evolución y su influencia, el núcleo principal de las historias que cuenta.
“Las Ciudades Oscuras” es una de las series más importantes no sólo del comic europeo sino del mundial, un proyecto que desde su arranque con “Las Murallas de Samaris” (1983), ha ido creciendo en múltiples formatos y soportes, no siempre en forma de comics. Sus autores han explorado no sólo diversos temas, como la relación física y psicológica del hombre con la ciudad que habita y la forma en que se relacionan íntimamente arquitectura y sociedad, sino también

Cada una de sus entregas es independiente del resto aunque también se halla sutilmente relacionada con los otros álbumes a través de un universo compartido. Su clasificación entra dentro de la ciencia ficción en tanto en cuanto se trata de una recreación de un universo ficticio, realista y coherente apoyado en lo racional y científico, si bien en casi todas las historias aparece algún elemento fantástico. De todas formas, las historias no se centran en esos insertos de fantasía sino en las consecuencias de los mismos sobre el colectivo humano. Aunque en buena medida el protagonismo recae sobre las ciudades, en el fondo se trata de dramas humanos alejados de la épica que domina otros comics calificados de adultos, como “El Incal”, “Watchmen” o “El Regreso del Caballero Oscuro”. De hecho, no puede decirse que encontremos conflicto físico en toda la serie y en muchas de las historias ni siquiera hay un final que transmita la sensación de que los personajes han solucionado el problema psicológico o social que se plantea. Son comics extraños, muy cerebrales pero al mismo tiempo cautivadores.

Constant Abeels es un florista de la ciudad de Brüsel que ha decidido modernizarse y sustituir las plantas naturales por las de plástico convencido de triunfar con este nuevo material que nunca se estropea. Desde hace algún tiempo, sufre una persistente tos y malestar que su ayudante, la rotunda Marie-Jeanne Vandersticheten, achaca a la desaparición de las auténticas plantas. Cuando Abeels descubre que han cortado el agua corriente de su local justo antes de la gran reapertura, acude al edificio de la Administración Central de Brüsel, pero se encuentra con un muro de indiferencia cuya única excepción resulta ser Tina, una atractiva joven que en secreto forma parte de un grupo anarquista y que infiltrada en la Administración se dedica a sabotear las máquinas del gobierno. Cuando se quedan solos en el archivo, seduce a Constant y tienen relaciones sexuales.
La salud de Constant empeora y se ve obligado a acudir al Hospital General, masificado y lastrado por las malas prácticas de otros tiempos. Allí su tos tísica no hace sino agravarse hasta que lo encuentra el Profesor Ernest Dersenval, un científico visionario con contactos políticos

A esta locura arquitectónica grandilocuente y desconsiderada se opone el grupo de rebeldes en el que milita Tina y al que atrae a Constant. Pero a la postre sus actividades de sabotaje no hubieran sido necesarias. La renovación de la ciudad se detiene a mitad de camino a causa de las prisas, la corrupción, los malos cálculos y la falta de fondos. Los cimientos no soportan el peso de los nuevos edificios y las calles se inundan. El escándalo hace huir a DeVrouw y enloquecer a Dersenval. Ante la destrucción de Brüsel, sólo Constant y Tina pueden vislumbrar un futuro mejor ante sí.
Aunque no está libre de defectos, “Brüsel” sigue siendo hoy, casi treinta años después de su publicación original, uno de los hitos de la colección. Sus casi cien páginas lo convierten además

Sin embargo, en la ficticia Brüsel, esa locura urbanística no se detiene a tiempo de impedir el desastre completo. Los planificadores sacrifican bellos edificios en aras de una mal entendida modernidad y una obsesión por el progreso que acaba llevando a la destrucción de la propia ciudad. Temas hoy muy vigentes en nuestro mundo y que pueden rastrearse en toda la obra de los autores están presentes en “Brüsel”: el desarrollo urbanístico ajeno a las verdaderas necesidades del ciudadano e impulsado por tecnócratas ávidos de dinero que gastan lo que no es suyo; los soñadores egocéntricos y soberbios que quieren beneficiar a la Humanidad tras haber perdido el contacto con ella; el desprecio de los libros a favor de las máquinas; la imposibilidad de vencer a las fuerzas naturales; el individuo aplastado por el sistema; la mujer que inspira y guía al protagonista… Todo ello tratado con un cierto humor negro que se ríe de las desgracias encadenadas que recaen sobre el protagonista y del estrafalario discurso de todos quienes le rodean, desde

“Brüsel” no es tampoco un comic que se oponga al progreso. En realidad, ambas versiones de la ciudad, la antigua y la moderna, tienen serios problemas, ejemplificados sobre todo en los hospitales. El viejo hospital católico está gestionado según sabiduría y procedimientos medievales y atendido por médicos estrafalarios que parecen sacados de la isla de Laputa, de Swift, y que se pelean por probar terapias propias de lunáticos. El nuevo edificio, en cambio, es un lugar frío, mastodóntico, desangelado y mal equipado donde se experimenta con nuevos procedimientos de consecuencias imprevisibles y los médicos están más preocupados por su prestigio que por los pacientes. Al final, parecen decirnos Schuiten y Peeters, la fórmula para la salud reside, primero, en el punto medio, en una modernidad bien entendida que no aliene al individuo; y, segundo, en el amor, el compañerismo y el retorno a la naturaleza, como comprueba el propio Constant gracias a las atenciones de Tina y a su huida final de las ruinas de la ciudad: “Todos hemos estado enfermos…de progreso”.

El sufriente Constant Abeels es un arquetipo de las historias de Peeters y Schuiten: un romántico y sereno defensor del progreso que, tras un pequeño incidente cotidiano como es el corte de agua, no tarda en convertirse en víctima de aquél, engullido por una maquinaria kafkiana (burocrática, médica, política) que cambiará radicalmente su vida. Carente de rasgo heroico alguno, Constant es uno de los personajes más entrañables, humanos, memorables y mejor desarrollados de toda la saga de las Ciudades Oscuras.
No puede decirse lo mismo de la figura femenina que cambiará su vida y mundo. Tina es un personaje toscamente caracterizado, con un temperamento que es al tiempo despreocupado, rebelde y sensual según convenga a la trama. Peeters no se molesta en justificar sus acciones, proporcionarle un pasado, un contexto. Por ejemplo, se entrega sexualmente a Constant la

De todas formas, el interés y punto fuerte de “Brüsel” no está tanto en los personajes como en su mensaje y el paralelismo entre el deterioro de la frágil salud del protagonista y la degradación de la ciudad, recuperándose aquella sólo cuando ésta desaparece hundida por el peso de su propia utopía y él la abandona como un nuevo Noé a bordo de su nave y rumbo a un horizonte incierto. Puede que sea una fábula con una moraleja muy evidente y que no encontremos aquí el misterio que rodeaba a lugares como Samaris o La Torre, pero está maravillosamente realizada y es muy efectiva en su tratamiento burlesco e incluso hiriente de los personajes.
El dibujo de Schuiten vuelve a ser maravilloso, contándose entre lo mejor de su producción. Además de por su precisión, detallismo e inventiva, destaca por la recreación de los diferentes espacios interiores y exteriores, y la transición en composición, ángulos y líneas hacia una mayor verticalidad conforme la ciudad vieja es sustituida por enormes rascacielos. Por otra parte, son indiscutibles los referentes en los que se apoya el artista para construir la imaginaria Brüsel. Su versión antigua, salvo algunos anacronismos deliberados, es la Bruselas auténtica del siglo XIX, una ciudad europea de categoría media, ajada por los años y necesitada de una renovación; la moderna, en cambio, remite a la visión que en el último tercio de ese siglo y el primero del siguiente se tenía de la urbe del futuro y que tan bien recogió Fritz Lang en su película “Metrópolis” (1927).
“Brüsel” es, en definitiva, una entrega de las Ciudades Oscuras que no ha envejecido absolutamente nada pese a tratarse de una historia más convencional y menos ambiciosa conceptualmente –ojo, que no de inferior calidad- que los anteriores álbumes. Un comic, como todos los que forman parte de este incomparable universo, para sumergirse en él con calma y deleitarse con las calles de su ciudad imposible, apreciar sus edificios, sus espacios, sus volúmenes, texturas y luz.
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