(Viene de la entrada anterior)
La etapa del guionista Fabien Vehlmann en Spirou estaba siendo menos lustrosa de lo que seguramente los aficionados habían esperado de él. Esta relativa decepción se debió a tramas demasiado simplistas como la de “La Amenaza de los Zorketes”, intentos forzados de encajar una crítica social en “La Trampa Viperina”, por no mencionar su decisión de transformar la serie en un serial, introduciendo al final de cada volumen un “gancho” que conectaba con el siguiente (“La Cara Oculta de Z” es el ejemplo más claro y también el menos logrado).
Dicho esto,
Vehlmann es un guionista muy hábil que alcanza su máximo poten
cial cuando se
limita a imaginar aventuras aderezadas con gags más o menos desenfadados, narradas
con un excelente sentido del ritmo y con una visión de los personajes al tiempo
desacomplejada y respetuosa con los autores que le precedieron, en especial
Franquin y Tome y Janry.
Para su siguiente álbum, los fans exigían un producto quizás más modesto, pero sobre todo más consistente y efectivo, un esfuerzo, en definitiva, mejor equilibrado. Y, efectivamente, “Un Botones en Sniper Alley” (2014), es, con diferencia, el mejor de los que Vehlmann había escrito hasta ese momento. Y ello porque abandonó casi por completo aquello que lastraba sus volúmenes anteriores, optando por una historia de aventuras y humor más inspirada sin renunciar por ello a la crítica política y los homenajes.
Spirou y
Fantasio reciben la visita de un viejo conocido y adversario, el mafioso gafe
Don Vito Cortizone (presentado en “Spirou y Fantasio en Nueva York”, 1987; y
reincid
ente en “Luna Fatal”, 1995; y “Maquina que Sueña”, 1998; todos ellos de
la etapa firmada por Tome y Janry). Éste les informa de que fue su ayuda a
Secottine en la aventura anterior, “La Trampa Viperina”, la que permitió sacar
a Spirou del apuro en el que se hallaba metido. Ahora, exige el pago de la
deuda… en especie. Su tío abuelo, Don Contralto, convicto en una cárcel
estadounidense desde hace décadas, utilizó su condena para convertirse en un
especialista en arqueología y ha encargado a su sobrino que le busque dos
personas muy especiales para una peligrosa misión.
Recientemente, ha caído el dictador de la nación de Aswana, en Oriente Medio. Tras años de guerra, ahora el país está provisionalmente en manos de las naciones aliadas que combatieron al tirano, por lo que una visita a ese territorio es factible. Allí deben visitar el principal museo arqueológico y encontrar un objeto que les dará las claves para localizar la entrada, en algún lugar del desierto, a un laberinto subterráneo donde los fundadores de la Biblioteca de Alejandría escondieron un tesoro destinado a reconstruirla en caso de que fuera destruida.
Fantasio
utiliza a la editorial para conseguir un permiso especial y que él y Spirou (y
Spip, claro) puedan viajar hasta Aswana y, en su calidad de celebridades,
animar la moral de las tropas francobelgas estacionadas allí y promocionar
entre los locales la cultura de su país. Pero una vez allí, los dos amigos
descubren que la situación en la región sigue siendo muy inestable y en
absoluto pacificada, así que deben usar su astucia para llegar al infame
laberinto. Cortizone les ha asignado un guardaespaldas que también resulta ser
un viejo conocido, el mercenario Poppy Bronco (presentado en “La Cara Oculta de
Z”). Sin embargo, tras enfrentarse con ingenio y valentía a una auténtica
cadena de desafíos que ponen en peligro sus vidas, descubren que el verdadero
tesoro no es lo que esperaban.
Originalm
ente,
este álbum iba a titularse “El Laberinto de Ibn Sina”, pero a los autores les pareció
demasiado complicado, así que lo descartaron en favor de otro sugerido por
Yoann, más sencillo y evocador del aspecto más, digamos, bélico de la historia.
Eso sí, a costa de no conseguir con él dar pista alguna de la otra mitad de la
aventura, la que se centra en la búsqueda de un tesoro y que recuerda
indefectiblemente a las películas de Indiana Jones. El dibujo que ilustra la
portada da a entender que nos vamos a encontrar una historia que mezcla
reportaje, cine bélico y acción. De hecho, “Sniper Alley”, “El Callejón de los
Francotiradores”, sugiere una conexión más fuerte de lo habitual con el mundo
real porque en la guerra de Bosnia (abril de 1992 a diciembre de 1995), designó
la avenida principal de Sarajevo durante el asedio serbio de la ciudad, donde
los francotiradores asesinaron a 225 personas (de las cuales 60 eran niños) e
hirieron a 1.030. Por extensión, y una guerra tras otra, estas arterias
urbanas, atrapadas en el fuego cruzado de facciones opuestas, han sido un lugar
común, designado con el mismo nombre, desde Irlanda hasta el Líbano, de Irak a
Siria, de Somalia a Libia.
La historia se divide en dos actos claramente diferenciados y, si bien esto interrumpe el flujo narrativo, la estrategia tiene el mérito, en su segunda mitad, de resaltar las fortalezas del conjunto en lugar de sus debilidades.
Así, en la
primera parte, Vehlmann aborda la guerra de Irak de forma apenas disimulada al
llevar a Spirou y Fantasio a esta región de Oriente Med
io ocupada por tropas
occidentales que tienen miedo de salir de sus reductos y confraternizar con los
ciudadanos mientras presumen injustificadamente de haber pacificado el país. Está
claro que, más allá de aspirar a darle al personaje un tono más adulto
siguiendo los pasos de Franquin en “El Dictador y el Champiñón” (1956),
Franquin y Greg en “El Prisionero de los Siete Budas” (1961), Fournier en "Kodo el Tirano" (1979), Tome y
Janry en “Con el Agua al Cuello” (1988) o Morvan y Munuera en "El Hombre que no Quería Morir" (2005),
Yoann y Vehlmann deseaban explotar, tal y como había hecho Hergé con “Tintín”,
el potencial de Spirou para abordar la actualidad a través de la ficción, tanto
en sus aspectos sociales como políticos, sin perder la perspectiva de la
aventura ligera.
El problema
es que Vehlman no consigue aquí encontrar el equilibrio adecuado entre parodia
y reflexión que sí logró Franquin en los álbumes mencionados o, más
recientemente, por ejemplo, Emile Bravo en “Diario de un Ingenuo”. Y ello
porque no acaba de decidirse entre su inclinación a hacer reír al lector y su
necesidad de expresar de forma más se
ria su perspectiva sobre la tragedia de la
guerra. Eso es lo que ocurre cuando, para exponer una crítica sobre las
consecuencias que el conflicto ha tenido para muchos niños, muestra a un grupo
de ellos jugando alegremente al fútbol mientras bromean sobre las prótesis que
han sustituido a sus miembros amputados. Es un chiste de mal gusto que está
fuera de lugar. Aun así, otras veces Vehlmann arriesga y acierta, como en esa
escena completamente surrealista que da título al álbum, en la que Spirou queda
atrapado en el Callejón de los Francotiradores y, para esquivar los disparos y
siguiendo las indicaciones de Poppy Bronco, comienza un baile contorsionista
que incluye el “moonwalk” de Michael Jackson.
Tras la
recuperación de una estela conmemorativa que indica la
localización del oasis
bajo el que se encuentra el laberinto buscado, la historia entra en una segunda
fase, mucho mejor controlada pero también mucho más convencional. Vehlmann
demuestra una gran inventiva al colocar trampas en el mortífero laberinto que recuerdan,
ya lo he dicho, a historias como las de Indiana Jones, por citar solo un
ejemplo que todo el mundo conozca. Da la impresión de que el guionista hubiera
profundizado más en algunos de los desafíos que tienen que superar los héroes,
pero que la falta de espacio le obligó a resumir varios de ellos a una sola
viñeta. El descubrimiento y la revelación de la verdadera naturaleza del tesoro
también son ingeniosos y sorprendentes, cerrando la peripecia de manera brillante.
Pero el
auténtico final es otro porque, como había venido siendo habitual desde que Vehlmann
comenzó a escribir la colección, utiliza las cuatro últimas viñetas para preparar
el terreno para el siguiente volumen, anunciando nada menos que el regreso del
Marsupilami.
Al igual que su colega guionista, Yoann generó reacciones encontradas respecto a su trabajo como dibujante de la serie, aunque hay que admitir que su evolución fue positiva. En ello no ha sido ajeno la labor de la nueva colorista, Laurence Croix, que utiliza una paleta más clara que beneficia el trazo de Yoann. Éste también ha mejorado su dominio en la animación de los personajes (aunque podríamos desear que los personalizara más, sin duda se ve obligado a trabajar de acuerdo a las limitaciones editoriales relativas al aspecto canónico de aquéllos). Claramente, disfruta de la oportunidad de recuperar tanto a Poppy Bronco, un secundario ideal para momentos de alivio cómico, como a don Vito Cortizone.
El diseño
del laberinto y las trampas fueron creados, una vez más, por Fred Blanchard, y
este es un logro importante en una serie de aventuras como es la de Spirou y
Fantasio, porque la forma en que se plasman gr
áficamente los escenarios en los
que discurre la acción influye notablemente en la comprensión de la trama. Así
lo demuestran a lo largo de las décadas lugares tan memorables del universo
Spirou como el pueblo de Champignac, la mansión del Conde, la selva de
Palombia, el templo de los Siete Budas o el Valle de los Proscritos. El
laberinto está compuesto de una serie de segmentos bien diferenciados en su
arquitectura y las amenazas que esconden, evocando de manera impecable las
emociones de peligro, suspense e intriga que son imprescindibles en este
género.
“U
n Botones
en Sniper Alley” no es perfecto, pero hay cierta modestia en este quincuagésimo
cuarto volumen de la colección que le beneficia. Spirou retoma su estilo más
clásico en el género de aventuras exóticas, y la historia, si bien no es
revolucionaria, sí resulta efectiva y está bien dibujada.
Los
aficionados de Spirou llevaban décadas esperando el regreso a la serie del
Marsupilami, la icónica criatura creada en 1952 por André Franquin para el
álbum “Spirou y los Herederos”. Cuando Franquin aband
onó la serie que lo hizo
célebre en 1969, conservó los derechos sobre el Marsupilami, antes de, en 1987,
confiar su explotación comercial al empresario Jean-Claude Moyersoen a través
de la empresa Marsu Production (que también se hizo con los derechos de “Gastón
ElGafe” en 1993), dando comienzo ese mismo año una serie –bastante mediocre-
protagonizada por el animalito. Esa es la razón por la que la editorial Dupuis
no pudo seguir utilizando al Marsupilami como el compañero más emblemático de
Spirou y Fantasio, teniendo los sucesivos equipos artísticos que arreglárselas
sin él.
En 2012, s
e
estrenó la película “En Busca del Marsupilami”, dirigida por Alain Chabat.
Aunque muchos críticos la calificaron como demasiado ligera y superficial, fue
la película francesa más taquillera de 2012 en su país de origen, demostrando que
la creación de Franquin seguía teniendo un gran tirón comercial pese a que
hacía más de cuatro décadas que no compartía aventuras con Spirou y Fantasio. Y
en marzo de 2013, Dupuis anunció la compra de Marsu Productions (de la cual ya
era accionista minoritario). Esta operación empresarial tuvo una consecuencia
trascendental para el comic europeo: el regreso de los personajes de Franquin a
su hogar original. La noticia fue especialmente celebrada por los aficionados
de Spirou y Fantasio, ya que el Marsupilami había sido un personaje esencial y
muy querido en la etapa de Franquin en la colección.
Por
supuesto, la editorial puso en marcha su maquinaria para explotar al an
imalito.
En ese momento, eran Vehlmann y Yoann quienes se ocupaban de la serie original
de Spirou, por lo que recayó en ellos la responsabilidad de reunir al
Marsupilami con sus viejos amigos en un álbum, el quincuagésimo quinto de la
serie, “La Furia del Marsupilami”, que acabó siendo, además, el último volumen
de la serie regular realizado por ambos.
Al final de su anterior aventura, como ya he apuntado, Spirou y Fantasio habían recibido unas fotos donde se les veía capturando al Marsupilami. Sin embargo, no recuerdan haberlo hecho y cada vez que alguien se lo menciona, les provoca un arranque de mal humor. Durante el carnaval de Champignac, Spirou se da cuenta de que la sola mención de los Marsupilami desagrada profundamente al Conde. Empiezan a resurgir borrosas imágenes del pasado y Spirou llega a la conclusión de que les han borrado la memoria. Y la manera más probable de hacerlo ha sido utilizando la zorglonda. Descartando a Zorglub como sospechoso, sólo les queda Zantafio.
Gracias a
una
amiga hacker que habían conocido en Aswana en la aventura anterior, Spirou y
Fantasio localizan a Zantafio en el norte de Canadá, dedicado a estafar por
internet a incautos mientras se esconde de la mafia rusa a la que debe dinero.
Cuando dos asesinos de esa organización están a punto de liquidarlo, los dos
amigos lo rescatan. Zantafio les confiesa que, efectivamente, les sometió años
atrás a la zorglonda, anulando su voluntad y haciéndoles entregarle al animal
para su venta a un millonario palombiano. Pero cuando la partida de furtivos contratados
por Zantafio navegaba por la selva con el Marsupilami, éste, enfurecido, rompió
su jaula y escapó a las profundidades de la jungla.
En Palombia
y acompañados de un Zantafio reacio pero obligado so pena de ser entregado a
los rusos, se adentran en la selva justo en la temporada del Pororoca, un
periodo de inestabilidad meteorológica que provoca tsunamis fluviales y
dificulta la navegación. A esto se suman los temibles indios Awak, dispuestos a
acabar con cualquier blanco que entre en su territorio. Mientras se enfrentan a
todos estos desafíos, el Marsupilami, presintiendo la llegada de sus amigos, se
debate entre dos sentimiento
s: la alegría del reencuentro y un profundo
resentimiento hacia quienes cree que lo traicionaron. ¿Los perdonará? ¿Tendrá
lugar la feliz reunión? ¿O Zantafio, que todavía se guarda un as en la manga,
lo capturará y venderá a alguna compañía farmacéutica?
Para evitar duplicidades con la serie en curso del Marsupilami a cargo de Colman y Batem, se aclaró que no se trataba de la misma criatura (en cualquier caso y desde el álbum “El Nido de los Marsupilamis, 1960, se sabe que el Marsupilami no es un ejemplar único y que existen más como él en la selva palombiana, como el que protagonizaba el documental rodado en ese episodio por Seccotine). Por otra parte, se avisó a los lectores que la criatura solo aparecería esporádicamente en la colección.
Vehlmann
necesitaba justificar en el universo de la serie la ausencia del Marsupilami
desde 1970, cuando Fournier lo utilizó por última vez –aunque dibujado por
Franquin- para su primer álbum, “El Fabricante de
Oro” (si bien Tome y Janry
habían jugado con su presencia en “El Valle de los Proscritos”, donde oían en
la selva el característico grito de “Houba” sólo para descubrir que lo emitía
otro animal). La explicación del enigma la aporta Vehlmann rápidamente para zanjar
el asunto y comenzar con lo que realmente le interesa: un regreso a las narrativas
tradicionales de aventuras. Tras unas pocas páginas ambientadas en la editorial
Dupuis, Champignac y Canadá, el grueso de la historia transcurre en lo más
profundo de la selva de Palombia, donde los héroes deberán enfrentarse a los
ataques de animales hostiles, fenómenos meteorológicos y tribus agresivas en la
mejor tradición pulp.
En la revista “Spirou”, Vehlmann reconoció las limitaciones de su proyecto: evocar la edad de oro de la serie sin alienar a los lectores que no conocieran los álbumes clásicos de Franquin (y, en menor medida, los de Fournier). Desde esta perspectiva, ese desafío no llega a cumplirse del todo ya que la historia está plagada de referencias a episodios memorables del pasado de los personajes, algunas de ellas muy específicas correspondientes, por ejemplo, a “Spirou y los Herederos”, “El Dictador y el Champiñón”, “El Nido de los Marsupilamis”, “El Retorno de Z” (1962) o “El Fabricante de Oro”.
De igual
modo, Vehlmann presenta personajes secundarios
pero icónicos de la otra gran
obra maestra de Franquin, “Gastón ElGafe”: Prunelle, el editor jefe de la
revista "Spirou"; el caricaturista Lebrac o De Mesmaeker (el
empresario que nunca logra cerrar contratos con Fantasio y que aquí protagoniza
una escena hilarante digna del mismísimo Franquin). Sin embargo –y con la
excepción apuntada- su intervención es anecdótica e irrelevante para la trama y
ni siquiera dan lugar a gags tan divertidos como podría esperarse.
Por otro lado,
el núcleo de la historia —la búsqueda del Marsupilami, las interacciones entre el
entusiasta y testarudo Spirou, el fatalista y adicto al trabajo Fantasio y un
siempre malvado Zantafio resulta más entretenida –si bien el nivel de
inteligencia que V
ehlmann le confiere a Spip y al Marsupilami me parece, y esto
es algo completamente personal, excesivo incluso para este tipo de aventuras
con un toque fantástico. El bien dosificado suspense está centrado no en si
volveremos a ver al Marsupilami sino en cómo éste recibirá a sus antiguos
amigos a los que ahora considera traidores. La acción y los diálogos, los
momentos terroríficos y cómicos, están bien equilibrados, como también es muy
acertada la conclusión, lógica y coherente con todo lo anterior al tiempo que
conmovedora.
Yoann, al que un sector de los aficionados había criticado anteriormente por su entintado algo descuidado, quiso refinar algo más los detalles para este nuevo álbum. Sin embargo, el resultado sigue siendo irregular, ya que su estilo, influenciado por el de Franquin en los 70, transmite una energía vibrante que no acaba de armonizar bien con la maquetación de viñetas tradicional que él mismo se impuso: buena parte de las páginas están estructuradas en cuatro filas de dos o tres viñetas cada una, lo que da lugar a una densidad que a veces impide que las escenas más espectaculares dispongan del espacio que necesitarían para cumplir su propósito de impactar al lector. Esto se hace patente sobre todo en la última parte de la historia, donde la acción se acelera hasta el frenesí cuando el Marsupilami desata todo su poder, librando una batalla épica contra una horda de animales diversos que, influidos por la zorglonda, atacan a sus amigos. El coloreado de Laurence Croix, por su parte, vuelve a ser excelente.
La impresión
general es, por lo tanto, algo ambivalente. “La Furia del
Marsupilami” ofrece,
sin duda, un buen rato de entretenimiento gracias a un guion que maneja con
destreza las limitaciones del tema y con genuina sensibilidad hacia el espíritu
de los personajes y el legado de los autores que dejaron su huella en los
mismos. El apartado artístico, en cambio, es algo más irregular. Dada la
presión que tuvieron que soportar Vehlmann y Yoann debido a la tan largo tiempo
esperada reaparición del Marsupilami, podemos concluir que es un trabajo respetable
y eficaz. Al fin y al cabo y en cierto modo, el proyecto estaba destinado a no
estar a la altura de las expectativas generadas.
A principios de 2017, el dúo de autores renovó su contrato por cinco años, pero la serie principal, si no cancelada, sí entró en un largo hiato de cinco años sin ningún lanzamiento nuevo, quizá porque la editorial estaba invirtiendo su presupuesto en nuevas series derivadas, con un tono y estilo más modernos, como la de Zorglub, Champignac o SuperBotones; y la colección “Una Aventura de Spirou Por…” que estaba recibiendo mucha atención (en no poca medida gracias al trabajo de Emile Bravo) y rindiendo beneficio económico.
Esta etapa del veterano personaje fue un esfuerzo por volver a las raíces clásicas de la serie, introduciendo un toque moderno, algo que, a su manera, habían conseguido de forma más exitosa Tome y Janry años antes. Vehlmann se encontró, como otros antes que él en este y otros personajes, caminando por una fina línea. Por una parte, tenía el comprensible deseo de reintroducir y dar su versión de personajes clave de las etapas clásicas, homenajeando y referenciando volúmenes importantes de la historia de Spirou y Fantasio. Por otro, la intención de actualizar la serie formal y temáticamente, dándole un aire más acorde a los tiempos contemporáneos con los que captar a las nuevas generaciones. Y digo que es una línea muy fina porque demasiados guiños al pasado, pueden dejar fuera a los lectores más jóvenes, mientras que un enfoque más transgresor, sin duda irritará al sector más conservador del fandom. Por otra parte, la propia editorial marca una senda a seguir. Los experimentos y las versiones más arriesgadas ya tenían por entonces encaje en su propia colección (“Una Aventura de Spirou por…”) y era a la serie regular a la que se le encomendaba la tarea de mantener el “sabor” clásico, con todas las limitaciones que ello conllevaba.
Teniendo en cuenta lo anterior, Vehlmann no estuvo tan inspirado y fresco aquí como en otros comics escritos y creados por él. Aunque ofreció algunas ideas ingeniosas, sus guiones, ya lo hemos ido viendo, a veces adolecían de ciertos problemas que lo alejaban de la calidad esperada, sobre todo estructuras algo desequilibradas y argumentos poco sofisticados y de calidad desigual. Es posible también que, tras su primer álbum, “La Amenaza de los Zorketes”, decidiera suavizar su tono más oscuro en las entregas siguientes tratando de satisfacer a los lectores más conservadores, sacrificando por el camino la posible singularidad en el tratamiento de los personajes y las historias.
Con todo, la etapa de Vehlmann y Yoann en “Spirou y Fantasio” fue un éxito comercial, aportando un período de estabilidad y retorno a la aventura humorística que fue bien recibido por la mayoría de los lectores más afines a las etapas clásicas de los personajes.

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