(Viene de la entrada anterior)
Inmediatamente después del final de la anterior aventura, “La Amenaza de los Zorketes”, Spirou y Fantasio se encuentran muy ocupados reparando el castillo del Conde de Champignac de los destrozos provocados accidentalmente por la intrusión de Zorglub. Éste, recordemos, terminó la peripecia viajando a la Luna para completar allí un proyecto secreto…. que ahora descubren los protagonistas cuando su antiguo enemigo vuelve a las andadas. Los narcotiza y secuestra para llevárselos a la cara oscura del satélite con el fin de presumir ante ellos de las impresionantes instalaciones científicas que ha montado allí.
Pero el
dinero para semejante despliegue y la financiación de experimentos como la
mejora de su hipercombustible o el desarrollo de un telescopio gigante no ha
salido gratis. Aparentemente reformado tras sus tropelías en “Z Como Zorglub” (1961)
y “El Hombre de Z” (1962), ha decidido no utilizar su zorglonda para
hipnotizar, sugestionar, manipular y/o esclavizar a inocentes, sino que ha
convencido a multimillonarios y famosos para que donen su dinero a cambio de
construirles un lujoso parque de recreo con todo tipo de excentricidades, una mezcla
de Las Vegas, parque temático y centro comercial exclusivo.
Champignac
verbaliza su decepción al ver cómo Zorglub, al que en el fondo admira e incluso
aprecia, se ha vendido a lo que considera un precio irrisorio. Fantasio, por su
parte, deja aflorar sus peores instintos periodísticos al verse rodeado de
celebridades y ante la perspectiva de convertirse en biógrafo oficial de su megalómano
anfitrión. Pero la visita se tuerce rápidamente cuando Spirou, después de
intentar escapar de la radiación de una tormenta solar, se ve afectado por una
mutación, transformándose en una especie de licántropo feroz al que los
mercenarios que se encargan de la seguridad de la base perseguirán para
abatirle. A esto se añade un intento de sabotaje que obliga a evacuar a la
mayoría de los acaudalados invitados.
“La Amenaza de los Zorketes” había sido un álbum no exento de defectos (sobre todo el de un guion demasiado sencillo), pero ofrecía una lectura agradable y prometía que la secuela sería más sustancial, apuntando asimismo a que la colección se convertiría en un serial de continuará en el que cada nueva entrega comenzaría exactamente donde finalizó la anterior, incluyendo, además, referencias a sucesos anteriores.
A pesar de
estas buenas intenciones, no pude evitar cierto sentimiento de decepción tras
terminar “La Cara Oculta de Z”. El mecanismo de conexión entre álbumes que implementa
Vehlmann ni es original ni está bien articulado, no sólo porque, una vez más, desemboca
en una historia demasiado básica sino porque replica la estructura de la
inmediatamente precedente: Spirou y sus amigos se encuentran prisioneros en un
territorio hostil (en vez del Champignac mutado, una estación lunar), de nuevo
con Zorglub de por medio y concentrando en su último cuarto una serie de gags disparatados
pero más o menos divertidos a los que sigue una resolución y un enlace con el
siguiente álbum. La historia arranca bien, pero hacia su mitad empieza a perder
coherencia y las situaciones se suceden sin un hilo sólido que las conecte. En
un momento dado, se tiene la insatisfactoria sensación de estar leyendo un
álbum de transición justo después de otro introductorio. La solución, quizás,
pasaría por renunciar a la ambición de establecer una continuidad prolongada y
abordar cada álbum de forma más independiente.
Dicho lo
cual, Vehlmann es un guionista hábil y experimentado que sabe camuflar las
carencias del argumento aplicando la fórmula ya probada mil veces en la serie:
imprimir un gran ritmo a la trama; equilibrar humor, acción y suspense; y
llevar de la mano al lector hasta el final a base de encadenar giros
inesperados. Todo esto funciona eficazmente. Lo que resulta más problemático es
la falta de inventiva en relación a otros de los comics que ha escrito Vehlmann.
“La Cara Oculta de Z” no es en absoluto un comic lento o aburrido. Su problema
es que los aficionados esperaban algo mejor.
También la
caracterización es irregular. Es cierto que Spirou demuestra aquí más
temperamento que en encarnaciones previas, pero, por desgracia, se pasa
demasiado tiempo transformado en un hombre lobo mutante (18 páginas de las 46
que tiene el álbum), lo que no sólo lo desplaza de su rol de héroe, sino que
también reduce el impacto que sobre la aventura tienen Fantasio y el Conde. Puestos
a establecer una continuidad, Vehlmann desaprovecha el que quizá es el concepto
más interesante de la aventura: la transformación de Spirou, que ni se utiliza
aquí de forma ingeniosa ni tiene consecuencias duraderas para el futuro –al menos
directas sobre el personaje propiamente dicho, puesto que su terrorífica
mutación sí será un factor que alimentará la demanda legal contra la revista
Spirou que veremos en el siguiente álbum-.
En cuanto a
Zorglub, sería lícito pensar que, tras tres álbumes consecutivos ocupando un
papel central, la serie podría ya titularse “Las Aventuras de Spirou, Fantasio
y Zorglub”. Personalmente, creo que los grandes villanos se benefician de una menor
exposición. Cuantas más veces han de medirse contra los héroes y,
consecuentemente, más veces son derrotados, en mayor grado se recorta su
estatura y más patéticos se vuelven. De hecho, a excepción de presentar una
versión alternativa y juvenil del villano en “El Despertar de Z” (1986), Tome y
Janry resistieron la tentación de recurrir a él en los álbumes que conformaron
su etapa, quizá conscientes de que no podrían igualar el magnífico trabajo que
Greg y Franquin (el cual, por cierto tiene un cameo en la plancha 14 de la
aventura que nos ocupa) hicieron con él en los dos álbumes antes mencionados. Es
más, el propio Franquin se encargó de desmitificar a su villano y, en general,
subvertir el espíritu de la serie, con el último álbum que realizó, “Pañales en Champignac” (1969).
Quizá Vehlmann tuviera mayor confianza en sí mismo y se lanzó a imitar a sus ilustres maestros convirtiéndolo en el villano de una dupla de álbumes. Lo cierto es que respeta su esencia, retratándolo como alguien con un pie en la genialidad y otro en el ridículo, un personaje digno de compasión, en el fondo inseguro y que busca la aprobación de quien considera su igual, Champignac,, despreciando en cambio a los vanidosos socios a los que ha tenido que recurrir para continuar sus investigaciones.
El personaje
femenino de turno, por el contrario, vuelve a ser fallido y prescindible. Vehlmann quiere "sexualizar" la
serie recurriendo a la atractiva actriz Blythe Prejlowieky, que intenta
“seducir” a Spirou dando lugar a un par de gags a mitad de camino entre lo
metafórico y lo ridículo. Desde luego, no es una fémina que pueda medirse en
frescura, interés y carisma a otras creaciones de ese género a las que hubiera
sido más interesante recuperar, como la temperamental periodista Seccotine
(creada por Franquin en 1953) o Luna Cortizone (1995, por Tome y Janry).
Pero donde Vehlmann se siente más cómodo es con aquellos personajes secundarios que le permiten mayor libertad. En este caso, el que brilla de forma especial es Poppy Bronco, mercenario sin escrúpulos a cargo de la seguridad del complejo lunar y sobre el que se van citando en notas a pie álbumes imaginarios protagonizados por él con títulos tan hilarantes como “Bronco se Aburre en Kosovo”, “Como una Cuba en Kuwait”, “Bronco contra los Inútiles de la Brigada Antiterrorista” o “Lo que Pasa en Al-Qaeda, se queda en Al-Qaeda”. Aunque no al mismo nivel, también encontramos al jugador de baloncesto canadiense Mike Adibok, “Magic Puma”, arrogante, machito y competitivo que mide su pericia contra Spirou en una secuencia de acción muy lograda.
Gráficamente,
Yoann también está un punto por debajo del volumen anterior y lo mismo puede
decirse de los diseños de la estación lunar, que aquí también corren a cargo de
Fred Blanchard. En cierto modo, esto puede justificarse en tanto en cuanto la
alocada selva mutada llena de criaturas de lo más estrafalario ofrecía muchas
más posibilidades para lucirse que unas instalaciones a mitad de camino entre
la base científica y el parque temático sobre las que es difícil aportar algo
verdaderamente novedoso.
Llama la atención en este apartado que cuando Yoann representa a Spirou y Fantasio (y, en menor medida al Conde o a Zorglub), imita de manera más o menos consistente el estilo de la última etapa de Franquin, con un trazo redondeado y nervioso que encaja a la perfección con el ritmo de la historia. Pero cuando retrata a los personajes secundarios, a algunos les otorga atributos semi-realistas y a otros fisonomías más cercanas a la caricatura, una disparidad que interfiere un poco con la lectura.
En resumen,
este segundo álbum de Spirou a cargo de Vehlmann y Yoann es una fantasía
divertida pero carente de sustancia y con problemas de estructura. Es
básicamente una sucesión de tramas desconectadas sin un conflicto central lo
suficientemente sólido como para dar empaque al conjunto.
En 2013, llega el quincuagésimo tercer álbum de la serie, “La Trampa Viperina”, que supone un cambio radical de entorno, registro y temas respecto a las entregas inmediatamente anteriores.
Mientras
pasea tranquilamente por el Mercado Viejo de Bruselas y charla con una de sus
fans infantiles, la enérgica Ninon, Spirou recibe la llamada de Fantasio. Este
le insta a acudir al juzgado cuanto antes, vestido de botones, para resolver un
grave problema. Allí, Spirou descubre que varios padres de lectores de la
revista que lleva su nombre han demandado a la publicación a tenor de la última
aventura serializada allí, “La Cara Oculta de Z”. La agresiva y elocuente
abogada acusa a la editorial de “sexo
desvergonzado, grosería” y animar a los jovencitos a poner en peligro sus
vidas imitando las hazañas de su héroe.
Ante la inoperancia del abogado defensor (un primo segundo de Fantasio), el juez condena a la revista a pagar un millón de euros en concepto de daños y perjuicios. Fantasio está convencido de que esa sentencia es también la de muerte para la editorial, que de ningún modo puede permitirse desembolsar una suma tan elevada. Spirou, que ha visto entre el público asistente a un conocido, se acerca a saludarlo. Se trata de Gil Coeur-Vaillant, un antiguo detective cuyas aventuras, como las de Spirou, se publicaron en la revista. Le explica al botones que conoce toda la historia y que puede contactar con un inversor que estaría dispuesto a salvar a la editorial. Unos días después, Spirou y Fantasio firman un contrato con la norteamericana Viper Corporation y, efectivamente, dan por zanjada la crisis. Sin embargo, el dúo ignora que Gil no es tan noble como aparenta y que se están metiendo de cabeza en una trampa.
Y es que el
jefe de la corporación, un megalómano psicópata, ha comprado también y como
parte del acuerdo, la libertad de Spirou, el personaje emblema de la revista
que lleva su nombre: “Es un contrato
sutil. Cualquier jurista competente que lo lea le dirá que usted ya no se
pertenece, señor Spirou. A partir de ahora, su nombre no es más que otra marca
de la Viper y todas sus declaraciones públicas deberán someterse previamente a
la aprobación de nuestro consejo de administración. Por tanto, a la espera de
las raras ocasiones en que nos dignemos acordarnos de usted, se le asignará una
residencia en las Islas Mermelada. Cualquier violación de su contrato le obligaría
a pagar docenas de millones de dólares en daños y acabaría en prisión”.
En este
álbum, Vehlmann opta por cambiar el registro de aventura fantacientífica de las
dos entregas anteriores para acercarse al mundo real, eliminando con ello el
humor directo sustituyéndolo por una sátira de la globalización cultural y la
acumulación de poder y propiedades intelectuales en unas pocas manos, con todo
el peligro que ello conlleva y el recorte de libertad para los creadores. De
hecho, la sensación de peligro e indefensión es mucho más intensa de lo que lo
había sido en las junglas mutantes de “La Amenaza de los Zorquetes” o la base
lunar de “La Cara Oculta de Z”, porque Spirou se encuentra, realmente, entre la
espada y la pared: juicios y condenas, manipulaciones financieras, intrigas y
triquiñuelas legales, tráfico de influencias, chantajes y sobornos, vigilancias
y acosos, cacerías humanas, traiciones y colaboracionismo. La trama avanza a un
ritmo sostenido que hace la lectura más digerible y entretenida, aunque ello
puede hacer que el público más joven no capte todos los matices críticos de la
historia, como esos jóvenes lectores dispuestos a traicionar a Spirou por una
mísera recompensa; la prostitución económica de viejas glorias del comic; los
problemas que genera la censura articulada a través de colectivos
particularmente quisquillosos; o las dificultades que atraviesa un sector
editorial cada vez más concentrado en un puñado de grandes grupos empresariales.
Por otra
parte, Vehlmann coloca a Spirou en una situación tan verdaderamente apurada,
que luego le resulta imposible sacarlo de ella de una forma mínimamente
verosímil, cayendo derrotado el villano en tan sólo cuatro o cinco viñetas,
víctima de una estupidez legal y una conspiración externa de la que no se había
hablado hasta entonces. Por otra parte, la conclusión vuelve a dejar un cabo
suelto que abre el camino al siguiente álbum con la recuperación de un antiguo
villano de la serie creado en la etapa de Tome y Janry: Vito el Cenizo.
Vehlmann estructura este álbum de forma similar a los dos anteriores: muy rápidamente, Spirou se encuentra aprisionado en una localización exótica. Después de la jungla de Champignac-en-Cambrousse y la estación lunar de Zorglub, esta vez es una isla propiedad de un multimillonario que remite directamente a las fachendosas bases secretas de los villanos de James Bond. Es más, la Corporación Viper sugiere títulos y nombres de esa saga como “Octopussy” o “Espectra”. A continuación, se narra una larga persecución que culmina en una resolución providencial.
Con este, ya
son tres volúmenes con la misma distribución. Ciertamente no es muy original ni
arriesgado, pero al menos hay que reconocer que el cambio de aires le aporta al
personaje mayor frescura y suspense. Eso sí, en detrimento del humor, un
aspecto este en el que Vehlmann todavía no ha logrado reproducir la ingeniosa
combinación que algunos de sus predecesores (como Tome o Franquin) sintetizaron
con éxito. Sin duda, podemos ver en esta historia un primer punto de inflexión
respecto a etapas anteriores: el guionista se siente más cómodo con la faceta de
aventurero del héroe que con sus elementos cómicos. Spirou, claramente, pasa a
ser la estrella de su serie marginando a Fantasio a un muy segundo plano.
Tras usar al Conde de Champignac y a Zorglub en los dos álbumes anteriores, Vehlmann invoca esta vez a la vivaz periodista Seccotine. Su papel ha evolucionado mucho respecto a su presentación inicial en los años 50, donde era una adorable competidora profesional que mantenía una afectuosa rivalidad con Fantasio. Más tarde, durante la etapa de Tome y Janry, se convirtió en una compañera de Spirou en una relación con sutiles connotaciones sexuales. En “La Trampa Viperina”, adopta un rol más complejo: primero es una cómplice pasiva de los villanos, luego se arrepiente y ayuda a Spirou y, en la escena final, descubrimos que esa ayuda la había conseguido en connivencia con un gangster, viejo conocido de la serie.
Cabe
destacar también a Gil Coeur-Vaillant, una vieja gloria que se vende al capital
para traicionar miserablemente a los héroes y que, en el último momento,
reencuentra los antiguos valores que antaño defendió y salva la situación.
Resulta curiosa la elección de Vehlmann para desempeñar tal función porque este
personaje vendría a ser una síntesis de otros dos muy conocidos e influyentes
detectives del comic europeo publicados en “Spirou”: Gil Pupila, creado por
Maurice Tillieux en 1956; y Jean Valhardi, salido de la imaginación del
guionista Jean Doisy y el dibujante Jijé en 1941 (por otra parte, su apellido, “Coeurs
Vaillants”, es el nombre de un semanario católico francés fundado en 1929,
donde se publicaron por primera vez en ese país las aventuras de Tintín). Y
digo que es una peculiar selección de personaje porque, precisamente, sus mencionados
referentes han permanecido hasta hoy impermeables a la codicia corporativa que
ha hecho que otros como Astérix, Lucky Luke, Blake y Mortimer, Thorgal, los
Pitufos, Batman y sus colegas superhéroes o el propio Spirou, se conviertan en
propiedades intelectuales explotadas mucho más allá de la muerte de sus creadores
originales a través de adaptaciones, spin-offs, ramificaciones en series
secundarias o merchandising de todo tipo. Gil Pupila cesó su publicación en
1979, tras la muerte de Tillieux; mientras que Jean Valhardi terminó su
andadura en 1965 (aunque en los 80 se lanzaron cuatro más, ya sin continuidad
ulterior).
El desempeño
de Yoann en el dibujo es superior al del volumen anterior: logra representar
mejor a Spirou, Fantasio y Spip, aunque no acaba de encontrarle el punto a Seccotine.
Los villanos vuelven a ser retratados con un estilo que oscila entre lo
caricaturesco y lo naturalista, aunque el resultado es un tanto desigual. Gil
Coeur-Vaillant tiene mucha más personalidad que el presidente de Viper,
bastante anodino y lejos del memorable físico de los más importantes
adversarios de Spirou. Una mención especial merece el tratamiento de la pequeña
y avispada Ninon, esencial en la trama. Como es habitual en los álbumes de
Vehlmann y Yoann, los colores azul, blanco y rojo/ocre están muy presentes en
gran parte de las páginas. Y en cuanto los diseños, acreditados a Fred Blanchard
(supongo que los correspondientes a la Isla Mermelada), también experimentan
una mejora, aunque cabe preguntarse por qué Yoann delegó este aspecto del
dibujo.
“La Trampa Viperina” supone, por tanto, una mejoría considerable en la trayectoria de Vehlmann y Yoann en la serie, volviendo a bucear en el pasado de la colección para sintetizar una aventura totalmente moderna, intensa y muy entretenida en la que los autores demuestran su conocimiento del universo de Spirou y cómo mezclar personajes clásicos con otros nuevos.
(Finaliza en la siguiente entrada)
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