Spirou es un personaje único en el universo del comic franco-belga. No sólo es uno de los más longevos del mundo, habiéndose publicado de forma ininterrumpida desde hace 87 años, sino que, con el paso del tiempo, ha sido transformado, adaptado, copiado, homenajeado, autorreferenciado y diversificado de una forma que sólo puede compararse con las incesantes evoluciones y reinvenciones de los superhéroes norteamericanos. Spirou no tiene identidad secreta ni poderes sobrehumanos, pero sí un atuendo inconfundible, un sidekick (Fantasio), un genio científico aliado (el conde de Champignac), archienemigos (Zorglub, Zantafio) y una mitología propia de personajes secundarios y entornos.
El botones
pelirrojo no ha sido siempre tan maleable como sus autores a veces esperaban,
pero cada una de sus etapas ha tenido una personalidad y rasgos bien
diferenciados, pasando de las aventuras más tradicionales a las reinvenciones
fantásticas o las mutaciones explosivas que buscaban romper con los códigos
establecidos durante décadas, como fueron el caso de los álbumes “Un Bebé en Champignac” (1969, de Franquin), “Máquina que Sueña” (1998, de Tome y Janry) o
“Los Orígenes de Z” (2008, de Morvan, Yann y Munuera).
La serie regular, sin embargo, ha ido quedando superada desde 2006 por otra colección paralela, “Una Aventura de Spirou y Fantasio por…”, en la que diversos autores dan, fuera de continuidad, su propia visión del personaje y que ya supera la veintena de álbumes (más de treinta si sumamos otros números especiales). A ello hay que sumar toda una galaxia de series protagonizadas por el Marsupilami, el Pequeño Spirou, Zorglub, Mademoiselle J, Champignac, Supergroom o La Bestia, que añaden más de medio centenar de álbumes a este universo.
Volviendo a
la serie regular, entre 2004 y 2008, su responsabilidad recayó en el equipo
compuesto por el guionista Jean-David Morvan y el dibujante español José Luis
Munuera. Fueron cuatro álbumes con los que trataron de modernizar al personaje
para el siglo XXI recurriendo a la ambición narrativa y temática y un dibujo
fresco, dinámico y rebosante de energía, aunque respetando las líneas maestras
del gran André Franquin. Fue una etapa en general bien recibida por los
lectores, aunque no sin controversia entre los más puristas, que no vieron con
agrado la introducción de ciertos elementos de ciencia ficción y,
especialmente, los giros narrativos del último álbum, “Los Orígenes de Z”,
considerado demasiado alejado del canon.
Su labor fue
continuada en 2010 por el guionista Fabien Vehlmann y el dibujante Yoann. Este
último ya había trabajado con el personaje en el primer número de la colección
“Una Aventura de Spirou y Fantasio por…”, titulada “Los Gigantes Petrificados”,
experiencia que probablemente le valió su elección para la serie regular. Su
debut conjunto se produjo con el álbum quincuagésimo primero de la serie
regular, “La Amenaza de los Zorketes” (2010), un homenaje a los orígenes del
personaje y, en particular, a Franquin, trayendo de vuelta al pueblo de
Champignac, el conde, Zorglub, criaturas monstruosas que parecían sacadas de “Ideas Negras” (1981), una sátira de la estupidez y agresividad de los militares y un
Spirou de nuevo vestido de botones.
Mientras Pacôme de Champignac disfruta de un delicioso chocolate caliente con champiñones, Zorglub irrumpe en su castillo haciéndose pasar por fontanero gracias a la manipulación mental de su zorglonda. Luego, envía al aturdido conde al bosque a recoger setas y así quedarse solo para llevar a cabo lo que dice es su “gran plan”. Dos semanas después, Spirou, Fantasio y Spip están regresando de un festival donde promocionaron la revista “Spirou”. Esperaban descansar un poco, pero reciben una llamada preocupante del conde, que, entrecortadamente, les dice que hay monstruos en Champignac antes de que se le agote la batería del móvil. Inmediatamente, Spirou da la vuelta a la furgoneta en la que viajan y pone rumbo al pueblo del conde.
Tras unas
horas conduciendo, el trío llega a su destino sólo para descubrir que el
ejército ha acordonado la zona y prohíbe el acceso a toda la región. Decididos
a rescatar a su amigo y tras algunos tropiezos, consiguen evadir la vigilancia
militar y adentrarse en lo que parece un Mundo Perdido pesadillesco. Al
parecer, de alguna manera, Zorglub ha desencadenado un desastre ecológico que
ha transformado toda la zona en una jungla con una fauna y flora monstruosas.
Spirou, Fantasio y Spip se adentran en la espesura, encontrándose con todo tipo
de criaturas, algunas muy peligrosas, como los zorkons, una especie de monos
tan feos como estúpidos pero cuyos ataques en masa les convierten en una seria
amenaza.
Tras algunas
peripecias y encuentros con vecinos que no han abandonado la zona, hallan por
fin a Champignac, acompañado por dos jóvenes estudiantes suecas que pasaban sus
vacaciones en el pueblo cuando ocurrió la catástrofe. Son éstas las que, tras
arreglar una radio, captan la frecuencia militar y se enteran de que van a
lanzar una bomba atómica sobre la zona para evitar que siga extendiéndose ese
fenómeno de evolución acelerada y enloquecida. El dinosaurio que vivía allí
tras la aventura de “El Viajero del Mesozoico” (1960), les será de gran ayuda para
llegar hasta el derruido castillo del conde, donde encontrarán a Zorglub y,
todos juntos, conseguirán evitar el bombardeo nuclear y restaurar el ecosistema
original con ayuda de las pociones preparadas por Champignac. El álbum termina
de forma abierta, con Zorglub marchándose con las suecas a la Luna para seguir
adelante con su enigmático plan, el cual se desvelará en el siguiente álbum.
Con la publicación del último álbum de Morvan y Munuera, el mencionado “Los Orígenes de Z”, parecía haberse iniciado un periodo de profunda reflexión sobre el fondo y la forma de la serie: ¿Quién es exactamente Spirou y en qué contexto actúa? Este enfoque experimental, claramente identificable en la serie “Una Aventura de Spirou y Fantasio por…”, no se había aplicado demasiado hasta entonces en la colección principal (aunque sí se produjeron intentos, todos ellos polémicos, como, por ejemplo, “El Rayo Negro”, 1993; o “Máquina que Sueña”, ambos de la etapa de Tome y Janry).
Por eso, los
aficionados se encontraban muy intrigados acerca de cómo el nuevo equipo
abordaría al personaje. El número de la revista “Spirou” que empezó a
serializar “La Amenaza de los Zorquetes” (el 3766, 16 de junio de 2010), lucía
una portada llamativa: Spirou, Fantasio y Spip, malencarados, conduciendo por
un camino rural un modelo clásico de furgoneta Citroen (uno que empezó a
comercializarse a finales de los años 40), en cuyo techo flota un gran Spirou
inflable de aspecto caricaturesco. La ilustración incorporaba simultáneamente
elementos extraídos de la tradición del personaje y el ánimo de romper con
ellos o, al menos, reformularlos.
Inicialmente,
el álbum fue promocionado con el título de "Hay Monstruos en
Champignac". Además de la referencia implícita a la etapa de Franquin
("Hay un Brujo en Champignac", de 1951; pero también a "El Viajero del Mesozoico", 1960), esta aventura pretendía introducir cierto subtexto
porque, ¿acaso no es el propio Spirou, tanto en su figuración como en su
entorno y su eterna adolescencia una suerte de criatura monstruosa en el
sentido de que jamás envejece? De hecho, el siguiente álbum, “La Cara Oculta de
Z”, literalizaría esa monstruosidad del protagonista. El título definitivo, que
incluye la inusual palabra "Zorketes", también llama a la reflexión.
Por un lado, porque la letra "Z" (en oposición a la "S") es,
en el ámbito de la serie y al igual que la "V" (Vito Cortizone, Vegas
Station en el próximo álbum), un importante símbolo de peligro (Zantafio, Zorglub).
Y, por otro, porque el término "Zorkons" (que es el que luce en el
título en el francés original, “Alerte aux Zorkons”) se encuentra en la serie
"Calvin y Hobbes" (1985-1995, Bill Watterson). Cuando Calvin empieza
a soñar que es un héroe espacial, a veces se imagina combatiendo en los
confines del universo contra los horribles alienígenas de ese nombre. Los Zorketes,
según Velhmann y Yoann, por muy peligrosos que sean, son tan solo una
proyección onírica, monstruos de papel extraídos de una pesadilla y que no
habrían desentonado en "Alicia en el País de las Maravillas" (1865, Lewis
Carroll).
Vehlman
admitió en su blog que había escrito “La Amenaza de los Zorketes” pensando, por
un lado, en Franquin para encontrar recursos con los que dinamizar su historia;
y, por otro y en lo que se refiere al humor, en Tome. Siendo ya un guionista
experto, abordó la aventura con el objetivo de divertir y entretener a los
lectores. Es un propósito encomiable, pero cabe lamentar que no supiera dar con
una presentación más elaborada. El argumento podría resumirse en un sello y hay
algunos elementos que parecen encajados con calzador. Por ejemplo, las dos
suecas, sin personalidad diferenciada y cuyo papel se reduce a arreglar una
radio con la que se enteran del inminente ataque nuclear, algo que bien podría
haber hecho Zorglub. Por otra parte, aunque el final de “continuará” no me
supone ningún problema, sí lo es la conclusión, demasiado precipitada y
facilona.
Ahora bien,
son más las virtudes de este álbum que sus debilidades. Abundan los diálogos
sarcásticos y las escenas de acción bien resueltas. Por otra parte, los
personajes incorporan una pátina de modernidad al tiempo que Vehlmann se ocupa
de introducir guiños y homenajes, por ejemplo, al que muchos consideran la
calamitosa reformulación de Zorglub en el álbum anterior. También devuelve a
Fantasio su temperamento quejica y su inclinación al periodismo
sensacionalista; Spirou está impulsado por una ira vigorizante y el conde ya no
es sólo un sabio que en biología está a la misma altura que Zorglub en
ingeniería, sino un científico igualmente temible, dado que su desorden
personal rivaliza en peligrosidad con la megalomanía de su colega. En fin, que
Vehlman ofrece una peripecia exótica y muy entretenida, apta para todas las
edades y con la que la serie, recurriendo a la clásica mezcla de aventura y
humor, gana en modernidad sin caer en la trampa de la irreverencia y
transgresión gratuitas.
En cuanto al
dibujo, Yoann recupera tanto el vigor del Franquin de “QRN en Bretzelburg”
(1966) y “Un Bebé en Champignac” como la renovación que Janry aportó a la serie
en los 80. Sus personajes tienen carácter y cuida especialmente su
expresividad, rejuveneciendo un poco al Conde e infundiendo elegancia en
Zorglub. Especial atención prestó al diseño de los monstruos y los fondos,
tarea para la cual colaboró con Fred Blanchard.
En resumen, como primera incursión conjunta en el universo de Spirou, puede decirse que “La Amenaza de los Zorketes” se salda con un éxito moderado. Vehlmann y Yoann regresan a lo básico, pero abrazando una posmodernidad activa en virtud de la cual optan por preservar parte del legado y demoler otra parte con el fin de reconstruir mejor su mitología.
(Continúa en la siguiente entrada)
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