Muchos de los clásicos de la literatura de aventuras y fantasía cuentan la historia del descubrimiento del mundo y el tránsito a la madurez de un protagonista joven: “La Isla del Tesoro”, “Peter Pan”, “El Mago de Oz”… Los ingredientes que han hecho inmortales esas obras son los mismos que utilizan la guionista Teresa Radice y su marido el dibujante Stefano Turconi en “El Contador de Historias”: el niño que nunca ha salido de su hogar y que, de repente, se ve catapultado a un mundo más grande, maravilloso y peligroso de lo que jamás hubiera pensado; y el descubrimiento de las mentiras que, como les ocurrió a Jim Hawkins o Dorothy Gale, se ocultan tras la fachada de quienes no son lo que parecen (Long John Silver o el Mago de Oz respectivamente).
Amazonas, años 60 del pasado siglo. Pedro vive en Rablasinas,
una aldea ribereña de uno de los afluentes del gran río, con sus hermanas
gemelas pequeñas y un hermano mayor, José. El mayor de la familia, Vicente
“Cent”, es un trotamundos que casi nunca está en casa. Cada vez que regresa le
trae a Pedro, curioso y ávido lector, libros que despiertan su imaginación
tanto como las historias que aquél le cuenta de sus aventuras en lugares
exóticos.
Un día, tras varios años de ausencia, Cent regresa y allí está Pedro con su mascota, un diminuto monito, con los brazos abiertos para recibirlo. José, sin embargo, no se muestra tan entusiasta. Considera a su hermano mayor un irresponsable e inmaduro que, tras la muerte de sus padres en un accidente en el río, le ha dejado la dura tarea de crianza de los pequeños mientras trabaja duramente de pescador para mantenerlos. Para colmo, los conocidos de Cent en la aldea no son precisamente los individuos más recomendables: un trío de matones liderados por Manuel y metidos en trapicheos sospechosos. Aquella misma noche, Cent huye de la aldea en la canoa a motor que tanto le había costado comprar a José. Pedro sale en su busca, comenzando así una aventura que, aunque sólo durará tres días, cambiará la vida de los dos hermanos. Rápida y traumáticamente, Pedro va a verse obligado a madurar cuando descubre que Cent le ha estado mintiendo, que es una persona débil y que va a necesitar de su ayuda para salir de los problemas en los que él mismo se ha metido.
“El Contador de Historias” es un comic peculiar y no sólo
por su ambientación espacio-temporal sino por su estructura. Es una narración
muy limpia y perfectamente lineal que en todo momento mantiene a los dos
protagonistas en el centro de la historia. En este sentido, se diferencia de
trabajos anteriores de la pareja, más complejos y corales, y se acerca
deliberadamente a la tradición del relato de aventuras clásico, algunos de
cuyos representantes más famosos homenajean y utilizan de soporte temático.
Es este, también, un comic con mucho texto, en su mayoría la voz de Pedro, que escribe –en su mente al menos- una suerte de diario de su peripecia a través del cual asistimos a la evolución que experimenta su visión del mundo, de sí mismo y de quienes le rodean. Pero, por otra parte, hay bastantes planchas en las que los autores prescinden por completo de las palabras, por la sencilla razón de que son innecesarias. Stefano Turconi es un narrador impecable que sabe transmitir en sus viñetas toda la información y emociones asociadas necesarias para entender lo que ocurre y el efecto que causa en los personajes.
Las reflexiones que los autores ponen en palabras de Pedro
no sólo son profundas sino que están bellamente expresadas. Destacan aquellas
que conciernen al doloroso proceso de la pérdida de la inocencia y la
construcción de una identidad propia. “De
repente, por primera vez, me doy cuenta de que “contar historias” también
significa “contar mentiras”. Y la rabia se va apoderando de mí junto a la
desesperación”. “Estoy enfadado: con Cent y conmigo mismo…porque siento que
estoy cambiando. Y si esto es “hacerse mayor”, entonces todo este rollo no me
gusta para nada. No me gusta descubrir que también los hermanos pueden tomarte
el pelo. No me gusta darme cuenta de que puedo ser despiadado y férreo como
hace un momento (…) Si crecer significa crearse una coraza, volverse cauteloso
y sospechar del universo entero, ¡entonces, quiero seguir siendo niño!”. “Por
qué es tan difícil poner en orden los pensamientos y tener el coraje de decir
alto y claro lo que se tiene en la cabeza? ¿Por qué, por el contrario, es tan
fácil sentirse derrotado en la línea de salida, o renunciar a bailar después de
haber tropezado?”.
Pero la vocecita interna de Pedro también nos habla del
poder de las historias que leemos y escuchamos, historias que imitan y reflejan
la realidad y esconden lecciones de vida (de hecho, cada capítulo lleva el
título de un clásico literario inmortal que, de algún modo, sirve de refuerzo
temático y refleja lo que se va a narrar en las siguientes páginas); de la
necesidad no sólo de escucharlas, sino de transmitirlas. “Creo…que he comprendido de dónde provienen las historias: de las
emociones. Y las emociones, a su vez, provienen de los encuentros: con lugares,
obras, personas desconocidas… y aspectos desconocidos de personas conocidas,
también”. “Me doy cuenta de que tengo unas ganas locas de compartir mis
maravillosas aventuras con las personas a las que más quiero. Quizá no les
cuente todo, todo: siento que hay cosas que antes tengo que aprender a contarme
bien a mí mismo…¡y tardaré un tiempo en conseguirlo! Pero, si me guardase para
mí estos días, ¿no sería un poco como no haberlos vivido plenamente? (…) Dar la
vuelta al mundo y coger un trocito para dárselo a probar a los que se han quedado
quietos: para mí esto es lo bonito de viajar”.
Desde el comienzo del comic, Radice presenta la doble vía
sobre la que va a transcurrir la trama, la resbaladiza distancia entre la
mentira y la historia narrada. Pedro imagina en su cabeza las grandes aventuras
que corren los personajes de las novelas: sabe que son fantasías, pero acepta el
pacto implícito entre él y el autor en virtud del cual se deja engañar por
éste. Para Pedro, al principio, su hermano Cent es también un héroe de novela
gracias a las apasionantes historias que le cuenta cada vez que vuelve a casa y
que, también, cree ciegamente hasta que los acontecimientos se precipitan y el
escenario se puebla de sombras.
Quizá el problema sea que esas agudas observaciones de
Pedro no corresponden al niño de once años que en realidad es. Demuestra una
claridad de pensamiento, capacidad de reflexión y autoconocimiento propios de
un adulto que revive el principal acontecimiento de su infancia con la
perspectiva que da el tiempo y mediando un sincero examen interior. Resulta
difícil de creer que sea Pedro, por muy inteligente y avispado que sea, quien,
sobre la marcha y viviendo una aventura trepidante que claramente le supone tanta
emoción como tensión, “piense” esas palabras. Estoy seguro de que esto no se le
ha escapado a los autores, ellos mismos veteranos contadores de historias.
Quizá pensaron, con razón, que una narración en primera persona, pero en tiempo
pretérito, restaría inmediatez y carga emocional a esas reflexiones, optando en
cambio por utilizar el presente aun cuando el nivel intelectual no corresponda
al del protagonista en ese punto de su vida.
En cualquier caso, Pedro es un personaje positivo con el que resulta imposible no simpatizar. De hecho, podría decirse que no tiene ni un solo rasgo negativo: es inocente pero no ingenuo, curioso, cariñoso, ávido de conocimiento, honesto, generoso, soñador… Incluso cuando los aspectos más crueles de la vida le ponen la zancadilla, no se rinde, se sobrepone y encuentra fuerzas y recursos allá donde pensaba que no las tenía. En cuestión de horas, la imagen que tenía de su hermano Cent como heroico y valeroso trotamundos, da un giro de 180 grados y de soñar con aventuras en África y encantadores de serpientes en la India pasa a lidiar con delincuentes, tráfico de drogas, secuestros y persecuciones.
Aunque Cent sea un personaje miserable (por mentiroso,
egoísta y débil), también es digno de compasión. Las malas compañías le han
llevado por un camino en el que tiene todas las de perder. Pero también es
consciente de su situación, no está satisfecho consigo mismo, se ha equivocado
y lo sabe. Quiere a Pedro y mentirle como lo ha hecho le hace sentirse mal.
Aunque no la pidió, la responsabilidad de cuidar de su hermano menor le hace
cambiar. Al final, es Pedro quien salva a su hermano mayor no sólo dándole
ejemplo con su determinación, coraje y generosidad sino brindándole la
oportunidad de construir una nueva vida lejos de la corrupción en la que
llevaba inmerso años. En este sentido, “El Contador de Historias” es también un
drama familiar, una aventura que transforma el vínculo entre dos hermanos,
creando lazos no sólo fraternales sino de auténtica camaradería. Nada es irreparable.
Sólo hay que encontrar la forma adecuada para restablecer el orden.
“El Contador de Historias” es un comic largo. Quizá demasiado. Doscientas páginas se me antojan algo excesivas y creo que recortar algunas escenas, por muy bellamente dibujadas que estén –sobre todo el largo clímax final, con la persecución por Manaos- habría aligerado el conjunto. Con todo, Radice y Turconi aprovechan el espacio para presentar otros personajes secundarios importantes para la trama, como Maia, la bella joven holandesa caída del cielo; los delincuentes que les persiguen a él y a Cent, el responsable y serio José; el ciego Tiresias y su secreto pasado como gran artista…
Precisamente, la presentación de Maia y su familia me pareció el principal problema de la historia. Aunque su intervención le aporta a Pedro una experiencia más (su primer enamoramiento infantil), al final parece un intento algo tosco no sólo para encarrilar a Cent por el buen camino, sino también para resolver algunas dinámicas de las que quizás los autores no sabían bien cómo salir. La relación entre la muchacha europea y Cent queda inconclusa y sus entradas y salidas de la historia (especialmente la segunda) se antojan meros deux ex machina.
Como en todos los comics que dibuja, Stefano Turconi, ya lo he apuntado arriba, exhibe un talento inmenso en todos los aspectos artísticos, desde el diseño de personajes hasta el color pasando por la narrativa. Sus páginas de aspecto ligero y luminoso esconden un meticuloso y elaborado trabajo gráfico. Todos los personajes están perfectamente caracterizados de forma que resulten inmediatamente reconocibles, son expresivos de acuerdo a sus respectivas personalidades y se mueven con naturalidad y sin caer en gestualidad artificialmente forzada para resaltar energía o velocidad. Las hermanitas de Pedro rebosan entusiasmo infantil, los tres villanos que persiguen a Cent son fríos y siniestros y los hermanos protagonistas destacan por sus físicos opuestos: Pedro es moreno, bajo y regordito, mientras que Cent es de piel blanca, alto, delgado y rasgos afilados. Como decía, Turconi utiliza toda su larga experiencia como dibujante de personajes Disney para dotar a los suyos de un inmenso rango expresivo, particularmente a Pedro, que tiene un amplio muestrario de miradas y muecas que reflejan a la perfección su estado de ánimo y los pensamientos que pueblan su mente.
El escenario, ya sea la selva, el río, un pequeño pueblo o la apabullante Manaos, es parte integral de la historia. En este sentido, las viñetas disfrutan de un sugerente efecto pictórico gracias a la aplicación de acuarelas, una técnica particularmente adecuada dada la ambientación elegida. La Amazonia que nos ofrece aquí Turconi es exuberante y colorida, exhibiendo todo su exotismo sin parecer artificial. Dominan los tonos verdes y marrones, entre los que asoma una abundante fauna de colores vivos retratada con la precisión de una guía de campo
Por último, me gustaría destacar aquellos paréntesis en los
que Turconi estiliza la línea, caricaturiza las figuras y restringe la paleta
cromática a los grises. Se trata de viñetas que reflejan los pensamientos y
fantasías de Pedro, representando los héroes de las novelas que ha leído o
versiones fabulosas de él mismo y su hermano. Una herramienta esta que, no
siendo nueva en lo que se refiere a trasladar al papel el mundo visto a través
de los ojos de un niño, el dibujante utiliza aquí a la perfección aplicando una
estética que bebe tanto de los libros infantiles como del mundo de la
animación, desde el Disney de los años sesenta hasta la “Línea” del animador
italiano Osvaldo Cavandoli “Cava”.
“El Contador de Historias” es un viaje interior y exterior a lo largo del cual se nos habla sobre el tránsito a la madurez; la confianza traicionada; el valor de la vuelta al hogar; descubrimientos, esperanzas y desilusiones; la pérdida de la inocencia; el poder inspirador y redentor de los sueños y las historias; el coraje necesario para afrontar la aventura de la vida y las verdades incómodas que la acompañan; los malos maestros; el perdón y la generosidad; la falsedad que esconden las apariencias y el daño que provocan los secretos familiares. Una historia, en fin, con un final agridulce pero también con inmenso humanismo y un cálido mensaje de esperanza.
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