En 1982, muchos creadores de comic veteranos habían conseguido asegurarse un futuro profesional gracias a las nuevas editoriales nacidas con la expansión de librerías especializadas. Una de ellas fue Pacific Comics, que amplió su catálogo reclutando a un impresionante elenco de artistas a los que atrajo asegurándoles la propiedad de sus creaciones además de los royalties, como Jack Kirby (“Captain Victory”) o Mike Grell. Este último había aceptado la oferta de Pacific antes incluso que Kirby, pero como tenía obligaciones contractuales con la tira de prensa de “Tarzán” y el comic-book de DC “Warlord”, hubo de retrasar hasta 1982 el lanzamiento de “Starslayer: The Log of the Jolly Roger”.
Originalmente, DC había sido la primera interesada en
publicar ese personaje a finales de los 70 como contrapunto a “Warlord”: en
lugar de, como éste, un hombre moderno arrojado a una sociedad primitiva, aquél
era un hombre primitivo lanzado a una futurista. Pero “Starslayer” acabó siendo
víctima de la “Implosión DC” que diezmó el catálogo de la editorial a finales
de esa década. Grell recuperó los derechos sobre el personaje y lo convirtió en
una serie de autor para Pacific. Nadie podía imaginarse entonces que
“Starslayer” sería indirectamente la responsable del lanzamiento de la carrera
de otro autor, uno que rápidamente iba a figurar entre los más admirados de
toda la industria: Dave Stevens. Pocos creadores de comic han conseguido
labrarse una reputación tan formidable con tan pocas páginas en su haber.
En 1982, Stevens ya contaba con un currículo muy apreciable,
aunque su nombre aún no estaba asociado a un personaje, obra o serie concretos.
Durante un año y medio, había entintado los lápices de Russ Manning para la
tira diaria de “Tarzán”, una experiencia que le demostró que no estaba hecho
para trabajar en la industria del comic. No soportaba la continua tensión que
suponían las fechas de entrega y entendió que su carrera debía discurrir por
otros derroteros. Así que se mudó de San Diego a Los Ángeles y empezó a
trabajar en dibujo publicitario, ilustraciones diversas, páginas sueltas para
algún comic que iba con retraso y storyboards para dibujos animados como “Super
Friends” o películas como “En Busca del Arca Perdida”. Eran encargos lo
suficientemente variados y cortos (un par de semanas, un mes) como para
mantener su interés intacto mientras los llevaba a cabo.
Stevens conocía a los propietarios de Pacific, Bill y Steve
Schanes, puesto que era cliente de su tienda de comics en San Diego. En la famosa
convención que se celebra en esa ciudad, en su edición de 1981, los hermanos
Schanes le propusieron una colaboración: el segundo y tercer números de
“Starslayer” se habían quedado cortos de paginación y necesitaban una historia
de complemento de seis páginas para completarla, así que le preguntaron si le
gustaría hacer algo que pudieran utilizar. Stevens se fue a su estudio en La
Brea y creó un personaje que homenajeaba a un héroe de los seriales de los 50,
Commando Cody, aunque en lugar de la CF lo ambientó en un entorno más realista.
Su nombre: The Rocketeer.
Los Ángeles, 1938. Cliff Secord es un joven piloto que,
ayudado por el veterano mecánico Peevy, trabaja haciendo acrobacias para uno de
esos circos aéreos que proliferaron por todo el país antes de que las
regulaciones gubernamentales y los costes los hicieran inviables. Las cosas le
fueron bien y lo contrataron en la industria del cine como especialista aéreo.
Su fuerte carácter no tardó en hacerle caer en desgracia con los directores,
pero sí conoció a una bellísima muchacha, Betty, ansiosa por conseguir la fama
y a la convenció para salir con él. Su relación siempre ha estado en una
continua crisis, alimentada a partes iguales por los celos de Cliff –no del
todo injustificados-, su fuerte carácter y la disparidad de las aspiraciones de
ambos para sus respectivas carreras.
Un día, al entrar en el hangar donde guarda su avión, Cliff ve a unos hombres que están siendo arrestados por la policía. Al comprobar si le han robado algo, descubre un paquete que contiene un extraño artefacto. Es Peevy quien averigua que se trata de una mochila-cohete que permite a su usuario volar. Cliff no puede esperar a probarlo y la oportunidad llega cuando un compañero piloto pierde el control de su avión y él acude a auxiliarlo (su identidad queda oculta por un peculiar casco protector). No tarda en volver a utilizarlo para realizar hazañas que llaman la atención de la prensa, que lo bautiza “The Rocketeer”. Sin embargo, hay más gente interesada en hacerse con el dispositivo y dispuesta a todo para conseguirlo.
Para cuando el personaje hizo su segunda aparición en
“Starslayer” nº 3 (junio 82), los lectores habían inundado la redacción de
Pacific con cartas laudatorias. El propio Michael Kaluta se molestó en
escribir: “Tus historias de Rocketeer
son, para mí, la experiencia más satisfactoria que he tenido en años”. Era
imposible no darse cuenta de que tenían algo especial entre manos, sensación
que se confirmó cuando el maravilloso dibujo de Stevens ganó el Premio Russ
Manning para el Más Prometedor Debutante, en la San Diego Comic Con de 1982.
Así que los hermanos Schanes empezaron a producir colecciones de postales,
posters y camisetas mientras esperaban que Stevens se comprometiera a realizar
un comic de cadencia regular.
Fue en vano. Stevens ya tenía un trabajo a jornada completa
muy bien pagado y no tenía estómago para la dura vida del artista de comic
book, siempre acosado por fechas de entrega y agotado por incontables horas en
el tablero de dibujo. Y menos aún, imaginando que sería una colección de breve
vida. La única razón por la que había aceptado dibujar aquellas doce páginas
había sido porque le pareció un experimento puntual con el que divertirse, sin
un compromiso a largo plazo que llegara a agobiarle, aburrirle o distraerle de
otros encargos más rentables.
Pero sí accedió a que The Rocketeer fuera el personaje principal de la siguiente revista de la editorial: “Pacific Presents”, en la que aparecería en los números 1 y 2 (octubre y abril 83). La experiencia fue positiva. Stevens disfrutaba volcando en esas páginas todo aquello que le gustaba aun cuando no había planeado hacer nada al respecto, carecía de un argumento e iba escribiéndolo sobre la marcha, plancha tras plancha. Con todo, el resultado era reflejo de un trabajo hecho con pasión y talento, moderno y a la vez clásico. Y ello, a su vez, se reflejó en las ventas. Los números que incluían páginas de Rocketeer, alcanzaban cifras de unos 80.000 ejemplares, cantidad muy notable para una editorial independiente en aquella época.
Sin embargo, en los dos siguientes números de “Pacific
Presents” no hubo presencia de Stevens y el cliffhanger con el que había
concluido la última entrega quedó sin resolver. Las páginas estaban terminadas
y previstas para incluirse en el nº 5, pero la editorial nunca llegó a sacarlo
porque declaró quiebra. En 1984, parte de su catálogo fue comprado por Eclipse,
incluido “Rocketeer”.
Por entonces, Stevens tuvo que lidiar con una demanda de plagio interpuesta por Marvel Comics (compañía, por cierto, para la que, mediando Neal Adams, había tratado de trabajar siendo un chaval de 18 años. Fue rechazado amablemente por John Romita por considerarlo todavía algo inexperto). El caso es que en un número de “Daredevil” escrito por Marv Wolfman (el 131, marzo 1976) se habían presentado unos supervillanos llamados Rocketeers. Se trataba de un asunto espurio porque todo giraba alrededor del nombre y no de que existiera una auténtica similitud entre uno y otros. Lo único que podía argumentar Marvel es que el uso “doble” del nombre podía generar confusión entre los lectores.
Stevens se negó a cambiar el nombre de su personaje y se
embarcó en una onerosa batalla legal con Marvel durante tres años sin que Jim
Shooter ni Mike Hobson (el vicepresidente ejecutivo de la compañía) levantaran
un dedo para detener ese sinsentido. Años después, un aficionado le envió una
copia de “Blast-Off” nº 1, un título que Harvey Comics había editado en 1965 y
en el que aparecía una historia firmada por Jack Kirby titulada “The 3
Rocketeers”, lo que ponía de manifiesto el absurdo de la iniciativa legal de
Marvel.
Stevens también estaba convencido de que esa editorial lo estaba castigando por no haberse avenido a trabajar con su línea Epic cuando Pacific cerró. Mantuvo conversaciones con el editor de ese sello, Archie Goodwin, y éste le envió un contrato para su firma. Pero cuando Stevens vio que ello le restaría propiedad sobre el personaje y el rendimiento económico del mismo y que no había espacio para una negociación, lo rechazó. Cuando Disney entró en el campo de batalla dispuesto a hacer una película, Marvel, comprendiendo que no podía superar legalmente a la corporación del ratón, cerró el asunto discretamente.
Pero mientras tanto, la factura de los abogados había
obligado a Stevens a buscar todo el trabajo posible que pudiera ayudarle a
financiar su pelea legal, desde ilustraciones para películas a diseños para
paquetes de juguetes. Y ello, además, en un momento difícil porque Pacific
Comics había cerrado. Realizó también varias portadas para Eclipse, que fue la
que, a la postre y como he dicho, compró parte del catálogo de la extinta
Pacific. Como otros compañeros de profesión ahora huérfanos de editorial,
Stevens firmó un contrato con Eclipse para completar la historia que había
dejado inconclusa en “Pacific Presents” en un número especial, “Rocketeer
Special Edition” (noviembre 84). El número incluía también ocho páginas de
pin-ups firmados por diferentes artistas (Gray Morrow, Al Williamson, Murphy
Anderson, Doug Wildey…), lo que ponía de manifiesto la creciente reputación de
Stevens en la industria.
Aquella iniciativa fue un éxito de ventas que llevó a la
edición de un volumen recopilatorio de todo el material aparecido hasta la
fecha, con páginas revisadas y recoloreadas y otras adicionales en las que
Stevens trató de refinar lo que él consideraba una narrativa poco acertada en
su serialización original. Nada menos que Jaime Hernández le ayudó en aquella
labor y el prefacio fue escrito por Harlan Ellison, que no sólo era un fan de
la serie, sino que había tratado de interceder en su favor en la disputa con
Marvel. Aquel tomo ganó el Premio Kirby de 1986 al “Mejor Álbum” por delante de
“Love and Rockets” y “Nexus”.
Eclipse ganó mucho dinero con Stevens. Ese comic, con papel de calidad y de mayor tamaño que el habitual, fue el más vendido de su catálogo y disfrutó tres ediciones. Pero no todo fueron vino y rosas, porque, aprovechándose de la expectación que levantó la producción de la película de Disney basada en su personaje, el editor licenció el material para su publicación en Europa sin el permiso del autor… y sin pagarle nada, algo que Stevens consideró –con razón- imperdonable. Para cuando tuvo noticias de ello, el editor (cuyo nombre no cita, pero que podría ser Dean Mullaney) había echado el cierre.
Aunque Stevens estaba satisfecho con la edición y éxito del
volumen recopilatorio de Rocketeer, su experiencia general con Eclipse, como he
dicho, no fue buena (él fue uno de los varios artistas que se quejaron de
retrasos en los pagos o, directamente, falta de ellos). Así que buscó un nuevo
editor con el que lanzar una secuela que, inicialmente, proyectó como una
miniserie de seis números. En agosto de 1986, se anunció un acuerdo al respecto
con Comico, editorial que le había atraído por la calidad de sus lanzamientos y
la flexibilidad en las fechas de entrega. Los comics incluirían una historia de
complemento, “Galactic Girl Guides”, a cargo de Elaine Lee y Michael Kaluta,
continuando el “Starstruck” editado por Epic; así como artículos sobre pioneros
de la aviación. El proyecto se reformuló después como dos miniseries de tres
números cada una, lo que le permitiría a Stevens trabajar con más desahogo sin
menoscabo de la calidad del dibujo. Paul De Meo y Danny Bilson, que estaban
trabajando en el guion para la película, colaboraron en la elaboración del
argumento.
Aunque se había anunciado para el verano de 1987, el primer
número de “The Rocketeer Adventure Magazine” no apareció hasta julio de 1988 a
causa tanto del minucioso trabajo de Stevens como de la distracción que le
supuso la última etapa de su batalla legal con Marvel. A ello se añadieron
diversas pausas para encargarse de otros trabajos (portadas, ilustraciones, etc)
con los que completar los ingresos necesarios para sobrevivir en Los Angeles.
El resultado fue unánimemente bien recibido y nominado a la “Mejor Historia en
un Número Individual” en los Premios Harvey –aunque perdió ante un duro
oponente, “La Broma Asesina”-.
Sin embargo, también esta vez volvió a abatirse sobre autor y personaje la mala suerte que había causado tantos retrasos y saltos de editorial. Tras tan solo un número más, en julio de 1989, “The Rocketeer Adventure Magazine” quedó prorrogado cuando Stevens sufrió un accidente de coche y definitivamente cancelado cuando Comico se declaró en bancarrota en 1990.
(Finaliza en la siguiente entrega)
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