(Viene de la entrada anterior)
El siguiente hogar de Rocketeer fue Dark Horse, que publicó el tercer número de la miniserie (titulada “La Aventura de Cliff en Nueva York”) en 1995. Un hiato tan prolongado respondió a dos inesperados obstáculos. Por una parte, Comico incluyó incorrectamente a Rocketeer como parte de su patrimonio empresarial de cara al procedimiento de bancarrota (pero el personaje no era suyo sino de Stevens). Una vez solucionado ese entuerto, en enero de 1994 se produjo un terremoto en California que rompió las canalizaciones de agua del estudio de Stevens destruyendo varias planchas ya completadas.
No es de extrañar que el autor, tras completar la
miniserie, perdiera el interés en continuar con las aventuras del personaje. Le
gustaba su héroe e imaginar posibles historias en las que pudiera participar,
pero estaba cansado de saltar de editorial en editorial, luchar por encontrar
salidas para sus historias en un entorno de recesión en la industria tras la
burbuja de principios de los 90 y aguantar a editores que se empeñaban en
imponerle fechas de entrega sin considerar ni su lento proceso de dibujo ni el
hecho de que para él, el comic era un hobby, siendo sus auténticas fuentes de
ingresos otros trabajos de ilustración o storyboards para el cine y la
animación.
Por otra parte, Dark Horse tampoco las tenía todas consigo
respecto al beneficio que podría obtener con un comic con unos valores de
producción tan altos. En un entorno de recesión, sólo contemplaba la
posibilidad de continuar con Rocketeer en blanco y negro, una opción en la que
Stevens no estaba interesado, así que ese fue el final del personaje en su
larga y accidentada etapa inicial. Lo que sí hizo Dark Horse fue lanzar un
recopilatorio con la última miniserie. Mucho más tarde, en 2008, Stevens firmó
un acuerdo con IDW Publishing para editar un volumen con todo el material
existente de Rocketeer recoloreado por Laura Martin. No llegó a verlo, porque
murió aquel mismo año, con 52 años, a consecuencia de una leucemia.
La primera mitad de esta colección integral narra el origen del personaje. La segunda es la miniserie iniciada en Comico y terminada en Dark Horse en la que se cuenta cómo el protagonista vuela a Nueva York para recuperar a Betty, a punto de marcharse a Europa con un grimoso representante. Una vez en la ciudad, se mezcla en la investigación que un misterioso vigilante independiente (y que es nada más y nada menos que La Sombra, aunque sólo se sugiere –probablemente por motivos de derechos) está llevando a cabo sobre unos asesinatos relacionados con un circo en el que Cliff trabajó años atrás.
En ambas aventuras, Cliff lucha contra villanos
caricaturescos (los nazis en la primera mitad y el grotesco Lothar en la
segunda), recibiendo algunos golpes, pero saliendo victorioso al final. A lo
largo de las dos tramas van dejándose caer algunas pistas sobre el pasado de
Cliff (por ejemplo, su estancia en el circo, lo que hace de su enemistad con
Lothar algo mucho más personal), pero tampoco las suficientes como para hablar
de una auténtica construcción o desarrollo de personajes.
De todas formas, si tenemos en cuenta que la mejor forma de aproximarse a este comic es como ver un viejo serial o leer una historia pulp, esto no debería ser un problema. Además, y ya lo estamos viendo, la accidentada trayectoria editorial del personaje impidió que Stevens acometiera un desarrollo coherente y adecuado de su héroe. Al final, sólo realizó el equivalente a media docena de números, no lo suficiente –habida cuenta de que gran parte de las tramas se invertían en escenas de acción- como para mejorar en su faceta de guionista y prestar más atención a la caracterización.
Las historias de Rocketeer son una oda a la nostalgia pulp,
con héroes carismáticos y valientes, mujeres de eróticas curvas, villanos
nazis, aviones, glamour del Hollywood clásico, ferias, circos aéreos, art deco,
clubs nocturnos, expresiones anticuadas… Puede que Stevens no ofrezca el mejor guion
del mundo, pero sin duda sabe utilizar los códigos del género de aventuras. Al
fin y al cabo, la tira fue un encargo que él aceptó para divertirse y a tal
fin, incluyó mucho de lo que a él le gustaba. Como trabajó en el estudio de
animación de Doug Wildey, cogió sus facciones para modelar a Peevy, el mecánico,fumador
empedernido y mentor de Cliff; como novia de éste, escogió el rostro y cuerpo
de la famosa pin-up de los 50 Bettie Page.
Su interés en el viejo Hollywood y en muchos aspectos
estéticos de los años 30 y 40 del pasado siglo provienen, según el propio
Stevens declaró, de la nostalgia de su propia niñez. Desde los años previos a
la Segunda Guerra Mundial hasta los años 60, los hogares, negocios y
comportamiento de la gente permaneció más o menos igual. No era habitual
remodelar las casas y sus habitantes mantenían el mismo mobiliario, a veces
heredado de padres o abuelos, durante décadas. La música seguía siendo la
misma: baladas, standards, crooners, grandes bandas… Al rock le costó años
conseguir una infiltración masiva en el panorama musical y hasta mediados de
los 60 la mayor parte de la gente seguía escuchando la misma música que veinte
años atrás. “Así que eso lo impregnaba
todo, estaba en el aire allá donde fueras. Todo el mundo seguía haciendo
negocios como lo habían hecho desde antes de la guerra. Para mí, así era como
se veía, olía y sonaba el mundo”.
Además de la nostalgia, Stevens supo apreciar y trasladar a
sus comics la arquitectura, diseño industrial y artesanía de la época: el art
deco y el estilo español de edificios particulares o comerciales, los grandes
automóviles que mezclaban cierta estética escultórica con las líneas
aerodinámicas… para él, en el momento en el que la fría eficiencia y rentabilidad
económica marginaron la elegancia y el sentido de la belleza, el mundo perdió
gran parte de su encanto. Y esa es la razón por la que nunca dibujaba nada del
presente: carecía de interés estético para él, no le inspiraba en absoluto. “Mi intención es preservar esa apariencia y
sentimiento sólo para mí, para mi propio disfrute. No me importa si alguien más
lo aprecia. Yo sí, así que lo puse ahí. Y, además, creo que, en cierto modo, es
una declaración artística, porque me segrega de otros autores totalmente
contemporáneos en lo que hacen. Sencillamente, no tengo nada que decir sobre el
aquí y el ahora que pueda ser de interés para nadie”.
Sus páginas son deliciosas y, más de cuarenta años después
de su primera publicación, sorprendentemente modernas. Stevens juega con los
encuadres y la composición de página para intensificar la sensación de
movimiento. Sus figuras, delineadas con elegancia y precisión, mezclan el
realismo con una caricaturización controlada que puede recordar algo a Will
Eisner. Sus fondos están muy trabajados y bien documentados. Stevens volcaba
una inmensa atención en detalles que otros autores considerarían nimios, como
una arruga o un sombreado en un abrigo que revelan la naturaleza de su tejido,
el vuelo de un peinado, el preciso detalle que adornaba la carrocería de tal
modelo de coche, el exacto arqueado de cejas en una expresión facial… Cada
viñeta, cada página, captura la mirada del lector y no hay un solo momento en
el que el dibujo decaiga o se tenga la impresión de que el autor haya tomado
atajos. Por supuesto, hay que resaltar sus representaciones de Betty, siempre
espléndida y retratada al estilo pin-up, erótica y provocativa sin resultar
vulgar.
La sucesión de páginas con una resolución gráfica
impresionante consigue desviar la atención de una historia en el fondo muy poco
sofisticada. Como he dicho, lo que Stevens pretendía era recuperar las
inverosímiles hazañas de los héroes de las películas y seriales de aventuras de
la década de 1930. Y, efectivamente, la recreación de la época y el ambiente es
meticulosa y evocadora, los personajes tópicos están ahí como también la
sencillez argumental. Nunca llega a haber sensación real de riesgo o peligro
cuando Cliff acude al rescate, o cuando Betty es secuestrada. En este sentido,
hay que recordar que Stevens no era un autor de comic-books. Ni era su campo
primordial ni tenía inclinación o talento para escribir historias. Iba
solventando las tramas sobre la marcha y, debido al tipo de editoriales con las
que trabajó (básicamente empresas fundadas por fans entusiastas, con una
infraestructura mínima y poco apoyo), tampoco dispuso ni de otros profesionales
que le echaran una mano ni de editores experimentados que supervisaran su
trabajo y le orientaran. En solitario, con poca experiencia en el medio, mal
pagado… Stevens recordaría como una pesadilla la elaboración de estas
historias, que tuvo que solventar mientras atendía también a otros encargos que
no podía desdeñar.
Al principio, Cliff parece un héroe pulp bastante genérico:
atractivo, con aspecto heroico y frases ingeniosas. Pero mientras rinde
homenaje a estos tropos por los que claramente sentía un gran afecto, Stevens también
encuentra la forma de subvertirlos. Y es que Cliff es un tanto idiota, va dando
tumbos y si triunfa en sus misiones es más por accidente o pura suerte. También
es interesante subrayar que no siempre hace lo correcto: tiene la oportunidad
de devolver el cohete, pero no lo hace y acaba pagando un precio por ello.
Asimismo, se comporta de forma desconsiderada e insensible con su novia, un rasgo
heredado de los héroes pulp pero que, al menos, evita los tópicos de tipo duro
porque Cliff es más sensible y torpe que aquéllos.
Stevens le da a Cliff una buena razón para que se tome
tantas molestias a lo largo de toda la serie: recuperar a Betty, el amor de su
vida. En esencia, “Rocketeer” es una historia tanto de aventura como de
romance, y si funciona es porque nos gustaría que ambos acabaran juntos al
final (cosa que, dado el accidentado recorrido editorial del personaje, nunca
llega a suceder). Precisamente, más interesante y ambiguo que Cliff es el
personaje de Betty. Stevens tenía en mente cuando la creó, como he dicho, a la
legendaria pin-up Betty Page (y de quien se hizo amigo en sus últimos años),
pero a partir de la segunda historia empezó a copiar como referencia en vivo a
Gayle Caldwell, una modelo algo madura que acudía para ser retratada a las
clases de anatomía impartidas por Burne Hogarth y a las que Stevens asistió una
corta temporada para mejorar su dibujo (él no había tenido educación artística
formal). Cuando Stevens le comentó durante una de esas clases que estaba trabajando
en un comic llamado Rocketeer y le propuso posar para él como Betty, ella
accedió. De lo que se enteraría algo después durante una de sus sesiones es que
Gayle Caldwell era también una reputada compositora (algunas de sus canciones
las interpretó Sinatra) y cantante (había formado parte, por ejemplo, de los
New Christy Minstrels en los 60).
El caso es que Betty es una chica espectacular que no tiene
por qué estar con un perdedor inmaduro como Cliff. Sin embargo, lejos del
estereotipo de damisela virginal siempre anhelante de los favores y el rescate
del héroe nominal, Betty es, a su manera, una mujer liberada e independiente.
Tiene muy claro que lo que quiere es ser actriz y, además, famosa. Y no va a detenerse
por nada para conseguir su objetivo, ni siquiera por Cliff. Así, su falta de
escrúpulos la lleva a posar para fotos eróticas y puede inferirse fácilmente
que se acuesta con el grimoso autor de las mismas, un tal Marco (auténtica
antítesis de Cliff), con tal de medrar en el mundillo de Hollywood. Sin embargo,
Stevens claramente le tiene simpatía y no la presenta como una vampiresa fría y
calculadora. Es una ambivalencia algo extraña que se hubiera beneficiado tanto
de un guionista más experimentado como de un mayor recorrido para el personaje.
“The Rocketeer” es un comic de la vieja escuela en cuanto a su espíritu, enfoque, temas y personajes. Los guiones son rudimentarios, no muy bien construidos y, aunque entretenidos, no particularmente memorables. Lo que verdaderamente lo convierte en una delicia es su narrativa y su arte, que han demostrado ser atemporales. Es imposible no caer rendido ante la pasión, el trabajo y el talento volcados en unas viñetas que recrean con tanto realismo como nostalgia una época y un lugar muy concretos y especiales para el autor. Un comic, en fin, que nació siendo un clásico y que nunca dejará de serlo.
Una hermosísima serie de la que siempre me sorprendió que no hubiera más historias publicadas. Hoy he podido, por tu detallada explicación, entender que todavía podemos dar gracias de lo que Dave Stevens publicó. Una auténtica lástima. Creo que Moztros ha sacado o va a sacar unos tomos que incluyen historias dibujadas por otros autores. ¿Los incluirás en tu blog más adelante?
ResponderEliminarVoy muy atrasado con mis lecturas, pero si les echo el ojo, si
Eliminar