Sobre ese gran proyecto conceptual y visual en que se ha convertido “Las Ciudades Oscuras”, ramificado en diversos formatos a partir de sus orígenes en comic (en la revista “(A Suivre”), en 1982) y que ha ocupado buena parte de la carrera profesional de sus dos autores, el guionista Benoit Peeters y el dibujante François Schuiten, he hablado abundantemente en este blog dedicando una entrada a cada uno de sus álbumes, así que a ellas me remito para conocer más en profundidad este particular universo.
Además de las entregas de este extenso ciclo que son puramente comics, existen otros volúmenes que amplían y enriquecen ese mundo salido de las mentes de ambos creadores utilizando el formato de libro ilustrado. Fue el caso de “El Archivista” (1986), “La Enciclopedia de los Transportes Presentes y Futuros” (1988) o el que ahora nos ocupa, “El Eco de las Ciudades”, publicado originalmente a gran tamaño como número fuera de la serie principal.
En esta ocasión, la historia que da cohesión y construye una cronología para la colección de magníficas ilustraciones de Schuiten es la evolución del periódico del título, fundado por Elmar Obstig von Offenstein. El volumen se abre con el editorial del primer número de ese diario, que ocupa una página de texto, seguido por otras dos con anuncios clasificados acompañados de pequeñas ilustraciones en blanco y negro. A continuación, tras una elipsis de dos años, la dirección editorial recae en Stanislas Sainclair, que va a ser quien, de la mano de sus artículos ilustrados, nos acompañe hasta el final del libro, que se cierra con una entrevista al propio editor tras la bancarrota de la publicación, acompañada de fotografías de Marie Françoise Plissart.
Los artículos y los dibujos que los apoyan abren puertas a diferentes acontecimientos relevantes que tuvieron lugar en ciudades de nombres tan evocadores como su arquitectura: el regreso del Capitán Nemo a Samarobrive; el festival de órgano organizado por Oscar Frobelius en las orillas del Lago Vert; la expulsión de una familia de Urbicanda; el comienzo de la reforma urbanística de Brüsel promocionada por Freddy de Vrow; las aventuras del explorador Michel Ardant; la misteriosa aparición de un Spitfire en el Enlace Viario Universal; el descubrimiento de las enigmáticas esferas de Marahuaca; la visita de Eugen Robick a Mylos, etc…
El auténtico placer de este volumen reside en entregarse a la contemplación de las ilustraciones de Schuiten, meticulosas, verosímiles y, al tiempo, con un punto onírico. La portada ya nos pone en situación, colocando en un plano próximo a Sainclair mientras revisa, absorto y profesional, la última edición de “El Eco de las Ciudades”. Tras él, el arcaico monstruo mecánico que es la prensa del rotativo. La ilustración continúa en la contraportada, donde puede verse la redacción bañada en una cálida tonalidad anaranjada, invitadora y tranquilizante, amueblada al estilo de finales del siglo XIX. La maquinaria está dibujada con una extraordinaria atención al detalle que aporta peso y verosimilitud a la escena.
Cada una de las imágenes del interior es una invitación a la mente del lector para viajar a lugares extraordinarios, muchos de ellos aún no presentados en los álbumes regulares de la serie, pero también para reforzar la continuidad entre ellos. Así, las tranquilas aguas del Lago Vert no aparecen en los volúmenes de la serie, pero aquí se convierten en escenario de dos acontecimientos relevantes (especialmente el segundo, con esas grandes aves transportando canastas con viajeros a bordo). Por otra parte, conocemos –también en dos ilustraciones- el emplazamiento y configuración del Enlace Viario Universal, mencionado en “El Archivista” y que Schuiten representa como un laberinto de carreteras tan imposible como los diseños retrofuturistas de los vehículos que allí quedaron abandonados. El descenso por un profundo pozo lleva al descubrimiento de una civilización largo tiempo olvidada. La incursión de la pareja de aviadores extraviados en los archivos de Alta-Plana pone en contraste el romanticismo de esos exploradores con la existencia monótona y polvorienta de los funcionarios que clasifican montañas de documentos…
En cada ilustración, Schuiten, con su característico dibujo limpio e hiperdetallado sin resultar asfixiante, despliega su colosal talento para imaginar y plasmar arquitecturas que, a su vez, crean entornos y atmósferas únicas que imponen su lógica a individuos empequeñecidos por la majestuosidad y belleza que les rodea. Curiosamente, casi como si fuera una herejía en el contexto y trayectoria de Las Ciudades Oscuras, en tres de los artículos Schuiten se permite representar paisajes naturales.
Años atrás, “El Archivista” también había ofrecido al seguidor de “Las Ciudades Oscuras” la posibilidad de profundizar en ese mundo más allá de lo mostrado en los álbumes de la serie, articulando una narrativa coherente de principio a fin: el informe elaborado por el archivista del título, Isidore Louis. El marco conceptual de “El Eco de las Ciudades” es algo más laxo porque incluye artículos de temática y tono muy variados publicados, además, en un amplio intervalo de tiempo. En algunos casos, hay dos artículos que versan sobre el mismo lugar, ya estén colocados consecutivamente o separados por otros. Hay informes, investigaciones, crónicas y cotilleos que reflejan el estado de ánimo de Sainclair, sus afinidades y sus intentos de dar con fórmulas nuevas hasta el inevitable cierre del periódico fruto de los cambios en los gustos del público y el advenimiento de un nuevo arte, la fotografía.
Peeters inserta referencias a historias anteriores (“La Fiebre de Urbicanda”, “Brüsel”) e incluso da pistas de otras futuras (la evocación de Mary von Rathen). El lector descubrirá también así la relación entre Stanislas Sainclair y Michel Ardan. El nombre de este último es un anagrama de Nadar, seudónimo de Félix Tournachon, fotógrafo, periodista, ilustrador, caricaturista y aeronauta francés que vivió entre 1820 y 1910; pero también fue el nombre elegido por Julio Verne para su héroe de la novela “De la Tierra a la Luna”. Es la oportunidad de Peeters para establecer la importancia del novelista francés, cuya figura y obra volverá a aparecer en el futuro de la serie.
Los dos aviadores, Harry Rhodes y Cynthia Sirk, son los símbolos de los gloriosos días de la aviación, entre los años 10 y 40 del siglo pasado. La alegoría está también presente, a veces menos evidente (como el fracasado Enlace Viario, punto de intersección de todas las carreteras del continente) y otras más (como esos niños que abandonaron su hogar respondiendo a la llamada del Libro, representando el poder del arte narrativo). Tampoco olvida Peeters añadir algunos toques de humor –un tanto negro, eso sí- como esa brigada urbana de Urbicanda con la responsabilidad de verificar que los ciudadanos no realizan modificaciones en sus apartamentos privados que no hayan sido reguladas, una sátira del totalitarismo exacerbado en el que el individuo debe adaptarse al entorno dictado por el gobierno sin posibilidad de añadir toques personales.
“El Eco de las Ciudades”, en fin, es mucho más que una mera explotación de una serie longeva y exitosa porque aporta cohesión al ciclo de las Ciudades Oscuras además de ofrecer información sobre nuevos lugares y misterios igualmente fascinantes y el reencuentro con personajes presentados en álbumes anteriores.
Un volumen, en fin, imprescindible para los seguidores de esta monumental obra –quizá no tanto para quienes no estén familiarizados con ella-, única en el mundo del comic mundial y con la que sus creadores, conforme creaban un universo complejo y coherente, han explorado de diferentes maneras la influencia de la arquitectura sobre el individuo y la sociedad y viceversa.
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