Peter Quill es un cretino cuya madre Meredith murió cuando él era todavía un niño y cuyo padre extraterrestre no conoció hasta ser adulto. Esos son los hechos que han conservado a lo largo de las décadas todas las versiones del personaje conocido como Star-Lord. Más allá de eso, sin embargo, su pasado, capacidades y su misma naturaleza han dependido de quien en cada momento estuviera escribiendo sus aventuras y del medio en el que éstas se narraban. La versión presentada hace casi cincuenta años, la que hoy puede verse en los actuales comics Marvel y la encarnada por Chris Pratt en el Universo Cinematográfico Marvel, son todas muy diferentes.
Pero es que ese ha sido el sino de Star-Lord desde sus mismos orígenes. Ya en los primeros años de su existencia, experimentó varias reformulaciones y relanzamientos, ninguno de los cuales llegó a echar raíces entre los lectores, quedando durante la mayor parte de su historia relegado al limbo del Universo Marvel… hasta que su camino se cruzó con otra versión de los Guardianes de la Galaxia también muy alejada del concepto original. Esa asociación devendría un éxito arrollador.
Pero para alcanzar ese punto, Peter Quill tuvo que recorrer un largo, sinuoso y a veces tumultuoso camino de la mano de algunos de las creadores más reconocidos de la industria, quienes sembraron semillas que sólo darían fruto décadas más tarde.
La primera mitad de los años setenta fueron tiempos de efervescencia creativa en Marvel. Una nueva generación de escritores y artistas comenzó a aportar una visión renovada del cómic superheróico al tiempo que la editorial, dándose cuenta de que el interés por sus personajes de brillantes uniformes flaqueaba, exploraba otros campos temáticos: las artes marciales, el terror… y la ciencia-ficción. Hubo grandes ideas en esos ámbitos; colecciones como “Conan el Bárbaro” o “Shang-Chi Maestro de Kung-Fu” gozarían justificadamente del éxito de público y crítica. Y hubo otras que no lo fueron tanto. Star-Lord fue una de ellas.
En 1975, uno de aquellos fans convertidos en profesionales, Steve Englehart recibió el encargo del entonces editor Marv Wolfman de idear una serie de historias para la revista genérica “Marvel Preview” protagonizadas por un personaje de CF que debería llamarse Star-Lord. Era ésta una de esas colecciones “cajón de sastre” por la que iban desfilando personajes cuyas aventuras se serializaban durante cierto número de meses. Si la respuesta de los lectores era positiva, se consideraba la apertura de un título propio (Punisher, Blade, Sherlock Holmes, Satana o Kull pasaron en un momento u otro por sus páginas). Star-Lord, un héroe galáctico, fue uno de esos personajes, pero, por desgracia, su falta de una dirección clara le hurtó el favor de los lectores y una carrera más brillante de la que merecía.
Lo único que tenía Englehart para empezar, por tanto, era un nombre y un marco, el espacio. Sus intenciones eran las de presentar a Peter Quill, un tipo inmoral, mentiroso, traicionero y dispuesto a matar si fuera necesario, e ir transformándolo en un auténtico héroe de talla cósmica. Esa evolución –dirigida por el interés que el escritor sentía entonces por la astrología y el ocultismo- tendría lugar al tiempo que se iba alejando progresivamente de la Tierra: una historia de acción en Mercurio, un romance en Venus, una guerra en Marte, una intriga de gobierno en Júpiter…una aventura en cada planeta relacionada con la mitología del mismo hasta abandonar definitivamente el Sistema Solar. En cada una de esas etapas, Quill aprendería algún aspecto nuevo sobre sí mismo que ignoraba tener, ganando un poco de humanidad con cada paso. Fue Steve Gan quien plasmaría gráficamente el aspecto del héroe por primera vez en “Marvel Preview” nº 4 (enero 1976), aunque en realidad llamaba más la atención la excelente ilustración que del personaje hizo Bernie Wrightson para ese mismo número y que también reproduzco en este artículo).
En aquella historia de origen de 32 páginas, por tanto, se presentaba a Peter Quill, un niño nacido el 4 de febrero de 1962, la fecha exacta en la que se alinearon Saturno, Júpiter, Marte, el Sol, Mercurio, Venus y la Luna. El mismo día del alumbramiento, el marido de Meredith, Jake, la acusa de infidelidad dado que el bebé no se le parece en nada. Cuando ella protesta, Jake coge al recién nacido y se lo lleva al exterior en plena noche con la intención de asesinarlo, pero antes muere de un infarto. Meredith cría a Peter sola y el niño desarrolla una gran fascinación por el espacio y la ciencia ficción. A la edad de once años, presencia el aterrizaje de un platillo volante y conduce a su madre hasta el lugar para mostrárselo. Los alienígenas ven que han sido descubiertos y abren fuego matando a Meredith. Peter sobrevive y jura vengarse.
Unos años en el futuro, en 1987, vemos que Quill se ha unido al programa espacial norteamericano con el fin de llegar a las estrellas y seguir el rastro de los alienígenas. Atormentado por esa obsesión, se ha convertido en un individuo insoportable y despiadado, dispuesto a aplastar a cualquiera que se interponga entre él y su objetivo. Esa determinación le ayuda a conseguir lo que busca y termina sirviendo a bordo de la Estación Espacial Eve. Allí, en 1990, la tripulación recibe la visita de un misterioso poder que les conmina a elegir a uno de entre ellos para, en el próximo eclipse lunar, convertirse en el “Starlord” (el guión intermedio se añadiría más adelante) y abrazar un glorioso destino en el cosmos. Quill, por supuesto, desea ser el elegido pero sufre una gran decepción cuando sus superiores escogen a un rival.
Incapaz de aceptar esa decisión, Quill maniobra para eliminar la competencia, aparentemente matando a varios guardias de seguridad que sólo hacían su trabajo. Los guardias restantes reciben la orden de disparar a matar, pero cuando abren fuego, Quill desaparece, transportado al corazón del Sol por ese poder superior, un ser que toma la forma de un anciano barbudo de largo pelo blanco y vestido con una larga túnica que dice ser el Amo del Sol. Quill se pregunta en voz alta si está ante Dios, a lo que el ser le contesta: “¿Me parezco a él? Todos los hombres se parecen, Peter, porque está escrito que Dios creó al Hombre a su imagen. Quizá yo…no soy lo que parezco”.
El Amo le entrega el uniforme del Star-Lord, pero sin explicarle lo que ese título conlleva. También adquiere la capacidad de volar y sobrevivir sin oxígeno en el espacio exterior, así como una pistola única que puede disparar cualquiera de los cuatro elementos: fuego, agua, aire y tierra. Por último, el ser de apariencia divina le concede el sentimiento de haber vengado la muerte de su madre, lo que le prepara emocionalmente para pasar a la siguiente etapa posterior vida, oportunidad que Quill acepta.
Es importante subrayar que Englehart había decidido ambientar la serie en un universo propio e independiente del superheroico de Marvel. La historia que tenía en mente era incompatible con la cronología, continuidad y detalles del Universo Marvel. Además, en un marco cósmico en el que existieran seres como Galactus, el Tribunal Viviente o Eternidad, que desempeñaban roles activos en los acontecimientos de ámbito universal, una entidad como el Amo del Sol parecía un peso pluma. Englehart también pensó en ir ajustando la estética de cada entrega a la ambientación y tono de la historia que se narrara en la misma. Por ejemplo, contratar a un dibujante especializado en historias románticas, como Jay Scott Pike, para la aventura en Venus; o a Russ Heath o Joe Kubert para la de Marte.
La saga había colocado así sus bases y estaba dispuesta a comenzar, pero Englehart, a pesar de, como he dicho, había planificado un desarrollo a largo plazo para el personaje, abandonó Marvel antes de tener tiempo para ello, lo cual marcó la futura indefinición del héroe. Porque lo único que había dejado establecido en ese punto es que Peter Quill era un imbécil desagradable por el que nadie podía sentir simpatía alguna. La clave de la saga residía en la evolución que seguiría el protagonista y que haría que el lector fuera paulatinamente acercándose a él. Pero todo eso sólo estaba en la cabeza de Englehart. En lo concerniente a los demás, lectores y editores, Quill era una mala pieza.
A John Warner, editor de la colección, le gustaba el personaje por lo que se puso en contacto con el guionista Chris Claremont para que lo renovara (y eso que acaba de nacer). Así, en “Marvel Preview” nº 11 (junio 1977), volvía a presentarse a Peter Quill, esta vez con el origen que quedaría fijado definitivamente para él (todo lo definitivamente que estas cosas son en los comic-books, claro).
Claremont prescindió del misticismo de Englehart, redujo la conflictividad moral del personaje y, manteniendo su personalidad algo antipática, lo hizo más heroico, más accesible para el lector medio. En esta aventura tenemos esclavistas espaciales, batallas entre naves, duelos a espada, monstruos, villanos degenerados con secuaces odiosos, conspiraciones en el seno de imperios galácticos, una astronave inteligente y enamorada de su dueño e incluso un desenlace propio del culebrón… o de la space opera, porque eso es exactamente lo que con mucha habilidad nos presenta Claremont en la mejor tradición pulp de Flash Gordon, Buck Rogers o John Carter.
Lo que hace de ese número un cómic de aventuras espaciales casi perfecto es la excepcional sintonía artística del triunviro creativo: el guionista Claremont y, en el apartado gráfico, un joven John Byrne a los lápices entintado minuciosamente por Terry Austin. Como muchos magazines de Marvel en aquellos años, “Marvel Preview” se editaba en blanco y negro y el fantástico trabajo de ambos artistas saca el máximo provecho de ese formato. Byrne no teme experimentar con dinámicas composiciones de página y viñeta y narra la aventura con la energía y frescura que harían de él uno de los puntales de la editorial en los años venideros. Por su parte, Austin utiliza su fino entintado e inteligente trabajo con las tramas mecánicas para aportar profundidad y textura al dibujo. Fue la primera vez que se reuniría este equipo creativo, uno de los mejores de la historia de Marvel y responsable del ascenso meteórico de unos personajes malditos como los X-Men. Pero eso es otra historia…. ¿Era posible mejorar, o siquiera mantener, el nivel alcanzado en Star-Lord?
Eran los años de la fiebre de “Star Wars” –que se había estrenado en mayo de aquel mismo año y cuyos derechos para el cómic había adquirido Marvel- y Star-Lord bien podría haberse aprovechado del renovado interés por la space opera de tono más épico. No fue así. Comenzó un irregular periplo para el personaje, primero con los guiones de Claremont y dibujos de Carmine Infantino y Bob Wiacek en los “Marvel Preview” 14, 15 y 18 entre 1978 y 1979.
De ahí, que cuando el editor Rick Marshall y su ayudante Ralph Macchio, llamaron al guionista Doug Moench para ofrecerle Star-Lord y éste preguntara qué demonios era aquello (“¿Se supone que son los Green Lantern Corps o algo así?”), no pudieron sino contestarle: “Nadie lo sabe, está en aire. Si quieres cogerlo, podrás decidir tú”. Pero Moench declinó la oferta.
Lo poco que sabía de Star-Lord venía de las conversaciones informales que había tenido con Chris Claremont. Éste le contó las ideas e historias que se le habían ocurrido para él, inspirado, tal y como reconoció, por el trabajo de Robert Heinlein, su escritor favorito de CF. Por eso, cuando le preguntaron a Moench, inicialmente dijo que no. A él no le gustaba Heinlein. Su preferencia, según admitió en entrevistas, estaba en la ciencia ficción dura con comentario social (citó a Ursula K.Le Guin, Harlan Ellison, Robert Silverberg y su favorito, Alfred Bester; aunque no creo que ninguno de ellos pueda calificarse de escritor de CF dura).
Pero, por algún motivo, Marschall y Macchio estaban convencidos de que Moench era el autor idóneo para continuar las aventuras de Star-Lord, así que lo volvieron a llamar, diciéndole que podía hacer lo que quisiera y que no necesariamente debía seguir las ideas de Claremont basadas en Heinlein. Esto fue suficiente para convencerlo y darle una oportunidad a la serie. No podía ignorar lo ya publicado y, revisándolo, se dio cuenta de que el enfoque astrológico de Englehart era lo opuesto a la CF dura que él buscaba, así que, como había hecho Claremont, decidió no volver sobre ello.
Y así, en la historia a todo color que se publicó en “Marvel Comics Super Special” nº 10 (invierno 79) recogieron el testigo Doug Moench, Gene Colan y Tom Palmer, relanzando el concepto. Moench mantuvo las nuevas bases colocadas por Claremont: Star-Lord y su “Nave” viajaban por el cosmos descubriendo nuevas maravillas y desfaciendo entuertos; héroe y vehículo seguían compartiendo un lazo mental empático, pero se eliminaba cualquier rastro de sentimiento romántico entre ambos. Star-Lord y Nave quedaban separados cuando Quill se veía absorbido por un extraño vórtice que le transportaba muy lejos, a un arca de tres millones de años de antigüedad y una longitud de un año luz, que transportaba entre galaxias a una civilización de dos mil millones de seres tras haber escapado de una lluvia de meteoritos que devastó su mundo natal. Star-Lord es recibido amistosamente por el líder de ese pueblo, Noe. Una hermosa joven, Aleta, lo acompaña en un viaje por la inmensa diversidad de ciudades y entornos que alberga la inmensa nave. Quill sufre un shock al enterarse de que el vórtice no sólo lo ha transportado a través del espacio sino también del tiempo y que el Arca y sus habitantes son todo lo que queda de la Tierra del futuro. Pronto descubre, además, que hay secretos que no le han contado y que le ponen en rumbo de colisión con Noe y la fuerza militar que lo apoya.
Moench intentó aportar alguna explicación a lo que realmente significa ser un “Star-Lord”. En el arranque de la historia, cuando “Nave” trata de serenar la turbulenta mente de Quill y facilitarle un muy necesitado descanso, le dice: “Sueña con el especial destino del Star-Lord… Has sido elegido, Peter, de entre todos los de tu antiguo plano… se te han concedido poderes y percepción extraordinarios… se te han brindado las mismas estrellas… eres un verdadero Señor de las Estrellas… Los seres de un billón de mundos necesitan de tus habilidades y rezan por tu ayuda… te necesitan, Peter…te necesitan, Star-Lord”.
Esta historia tuvo importancia también por cuanto fue la primera de Star-Lord publicada en color, un color, además, que Marvel reservaba sólo para sus mejores revistas como “Epic Illustrated” y “The Hulk!”. Moench no fue el único recién llegado al personaje. El dibujo corrió a cargo de Gene Colan y Tom Palmer, que habían trabajado juntos con extraordinarios resultados en “Doctor Extraño” y “La Tumba de Drácula”. Palmer, además, hizo doblete porque se encargó del color además de las tintas.
Moench continuaría escribiendo el personaje con Tom Sutton en el apartado gráfico en “Marvel Spotlight” V.2 nº 6 y 7 (1980, donde se volvía a narrar el origen) y “Marvel Preview” 61 (1981). Demasiados bailes de colecciones, autores y giros al origen y perfil del personaje. Además, ninguno de los intentos posteriores logró igualar el trabajo de Claremont, Byrne y Austin. Los fans se cansaron y abandonaron a Star-Lord.
Muchos años después, Star-Lord fue retomado para protagonizar una serie limitada de tres episodios cuya acción transcurría en el futuro y en la que el héroe tenía otra identidad, Sinjin Quarrell. En la colección de “Los Inhumanos” (2000) se presentaba una tercera versión del personaje a través de flashbacks, sugiriéndose que “Star-Lord” era en realidad una especie de cargo rotatorio de carácter cósmico. Peter Quill regresó como Star-Lord en 2004 dentro de la colección de “Thanos”, repitiendo en “Aniquilación” (2006), una de las macrosagas con las que Marvel bombardea periódicamente a sus lectores.
Otra miniserie de cuatro números (“Aniquilación: Conquista – Star-Lord”) guionizada por el irregular Keith Giffen precederá a su integración en los Guardianes de la Galaxia como líder del grupo. Tras la cancelación de la colección en su número 25, Star-Lord moriría en la miniserie “El Imperativo Thanos”. Así, a partir de su nacimiento como personaje independiente, con las posibilidades y libertad que ello ofrecía, Star-Lord acabó fagocitado en el repetitivo y previsible marco del Universo Marvel como uno más de la abultada galería de héroes cósmicos de la casa, participando en sus continuos eventos e inserto ya por completo en la continuidad Marvel.
En 1976, cuando Englehart presentó al personaje, nadie hubiera podido pensar que Star-Lord se convertiría en un héroe de fama global gracias al Universo Cinematográfico Marvel, coprotagonista de películas que han recaudado miles de millones de dólares y fascinado a aficionados y legos por igual. En el terreno de los comics, su recorrido es menos ilustre de lo que su proyección mediática actual podría dar a entender, pero, como mínimo nos queda el Star-Lord de Claremont, Byrne y Austin, uno de los mejores cómics que nos ofreció Marvel en la década de los setenta. Sus cincuenta páginas de extensión, con una historia autoconclusiva, un ritmo trepidante y un sentido de la maravilla nacido del amor por la ciencia-ficción más clásica, merecería una cuidada reedición en forma de álbum en blanco y negro.
Ya en su momento, autores y editor reconocieron que habían conseguido algo especial. Hoy, medio siglo después, la obra mantiene la frescura, encanto y talento de unos autores en lo mejor de su carrera.
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