Si hay un dibujante europeo que pueda asociarse inmediatamente con la Naturaleza y el mundo animal, ese es Frank Pé. Y ello a pesar de que pocos autores han sido menos prolíficos que él: tan solo una docena de álbumes en treinta años de profesión.
Ese interés del autor belga se remonta a su misma infancia,
cuando coleccionaba libros sobre animales y visitaba a menudo los zoológicos; la
primera viñeta de su primera tira cómica, realizada a los catorce años,
representaba la entrada a un zoológico. A mediados de los años setenta se
incorpora a la plantilla de autores de “Spirou”, entonces editado por Thierry
Martens. Pero al poco, en 1978, éste es sustituido por Alain De Kuyssche quien,
buscando aire fresco para el semanario, da prioridad a una serie de jóvenes
guionistas y dibujantes entre los que se encontraban Hislaire, Yann, Conrad,
Tome y Janry y Frank. En septiembre de aquel mismo año, De Kuyssche le confía la
sección “Joven Naturaleza”, de la que ya había ilustrado algunas páginas
durante los dos años anteriores.
Poco después, crea al personaje Cabelloloco (Broussaille es
su nombre original), un joven enamorado de la Naturaleza que ejercía de
presentador de artículos sobre ese tema en la sección “Los Papeles de
Cabelloloco” antes de convertirse en protagonista de su propia serie en 1982
gracias a un guion de Michel De Bom. Eran aventuras en las que los animales
desempeñaban un papel importante y que mezclaban lo cotidiano y lo maravilloso,
la ensoñación y la nostalgia por otros tiempos reinventados por el filtro de la
imaginación. Pé seguiría dibujando animales y naturaleza para otros proyectos
en los años posteriores, desde calendarios para los Scouts de Bélgica a
colaboraciones en álbumes colectivos como “Entre Gatos” (1989), dedicado a esos
felinos. Ha dibujado ilustraciones para asociaciones de protección de la Naturaleza
y colabora regularmente con publicaciones de reservas naturales y
ornitológicas.
También diseñó espacios para el parque de animales
Paradisio y trabajó durante muchos años en un proyecto muy querido por él: el
Atelier Zoo, un verdadero zoológico cuyo objetivo no era científico ni conservacionista
sino artístico. Durante varios años, uno de sus principales proyectos fue la
sido la producción de grandes ilustraciones en directo, en colores acrílicos,
en museos o durante la celebración de salones del comic. Dibujando frescos de
entre cinco y veinte metros de largo y un metro cincuenta de alto, ofrecía al
público esa magia siempre renovada del proceso artístico que, a su entender, constituye
la esencia misma de esas sesiones. También colaboró como consultor experto en
animales para varios largometrajes producidos por Cartoon-Films en Berlín para
Warner Alemania. Y ojo, porque esa pasión por el mundo animal no se
circunscribe a su tablero de dibujo: ha criado más de cincuenta especies de
reptiles incluyendo diecinueve cocodrilos, para pasar más recientemente a los
peces.
En 1991, se le ofrece la posibilidad de participar en la
prestigiosa colección “Aire Libre” de la editorial Dupuis. Esta línea había
sido creada por Jean Van Hamme en 1988, durante la etapa en la que fue director
editorial de la casa y llevado por el deseo de alejarse algo del tono juvenil y
humorístico que caracterizaba a la producción tradicional de Dupuis. Su formato
era el de miniseries compuestas de uno a tres álbumes y por allí han ido
desfilando en el curso de estas décadas grandes nombres del comic europeo, como
Cyril Pedrosa, Cosey, Hausman, David B, Miguelanxo Prado, Makyo, Hermann,
Pierre Christin, Joann Sfar, Dany, Berthet, Pellejero, Will, Yslaire…
A Frank Pé le apasionaban los zoológicos aunque, como a todos, la idea de encerrar en jaulas a los animales no siempre le resultaba atractiva. Durante mucho tiempo le dio vueltas a ese tema y a comienzos de los 90, después de haber perfeccionado la técnica del color directo y el tratamiento de la luz, se sentía preparado para abordarlo. La colección “Aire Libre” era el soporte ideal.
Para ayudarle en las labores de escritura, contacta con el guionista
Philippe Bonifay, a quien había conocido años antes en salones del comic y con
quien se sentía en sintonía. Acuden juntos al zoo de Amberes para empaparse de
su ambiente. Sentado en uno de los bancos, Bonifay encuentra la inspiración y
en diez minutos escribe las líneas maestras de la trama y el perfil de los
cuatro personajes principales de lo que va a convertirse en una de las joyas de
la colección Aire Libre: “Zoo”. Pero a Frank Pé le costaría mucho más cumplir
con su parte del trabajo, consciente de que iba a ser la culminación de su
carrera. Lo que en principio nació como proyecto de álbum unitario empezó a
engordar y enriquecerse hasta que se hizo evidente que iba a necesitar mucho
más espacio y tiempo para contar la historia a su gusto. Y así, el primer álbum
no vería la luz hasta 1994, el segundo en 1999 y el tercero en 2007.
A principios del siglo XX, en un rincón de Normandía, se esconde un zoológico muy especial. Alejado de los grandes centros urbanos, es un amplio parque punteado de edificios singulares que albergan muchas especies exóticas. Pero el zoo no es sólo un centro de animales. Es también el corazón de la aventura humana que viven Célestin, Manon, Buggy y Anna, cuyos objetivos y sueños son tan dispares como compatibles.
Célestin es un médico muy conocido y querido que invierte
todo lo que gana y el menguante monto de su herencia en el mantenimiento y
restauración de los edificios y el cuidado y compra de animales. Es una labor
ingente y muy cara que poco a poco se está comiendo el legado familiar pero que
no puede dejar de acometer llevado por su pasión por los animales. Es un hombre
de interminable generosidad siempre dispuesto a sacrificarse por los demás.
Manon es la hija adoptiva de Célestin. Sus padres murieron
cuando ella tenía cuatro años y el médico, gran amigo de su padre, se hizo
cargo de ella. Siempre sonriente y pletórica de energía, Manon es una joven
despreocupada que ama intensamente la vida en todas sus formas. Salvaje,
traviesa e ingenua es la reina del zoo desde que llegó allí siendo una niña
pequeña. No se dice su edad, pero su relación sentimental con Buggy indica que
está saliendo de la adolescencia. Manon vive solo para el zoológico; es lo
único que conoce y lo único que quiere conocer.
Aunque Buggy vive en el zoo y colabora con Célestin en su mantenimiento, su corazón es el de un artista y cuando termina las faenas diarias, invierte toda su energía y talento dibujando y esculpiendo, tomando como modelo a los animales y, especialmente, a su joven y entregada amante Manon. Fogoso y con indiscutible talento, se dejó seducir años atrás por el encanto del lugar así como por las posibilidades artísticas que le brindaba. Pronto se convirtió en un residente de pleno derecho del zoológico y a lo largo de los años fue adornando todo el recinto con una gran cantidad de esculturas representando las diferentes especies que allí habitan.
Anna es la última incorporación a esta inusual familia.
Proveniente de las lejanas estepas rusas, fue desterrada por su pueblo a causa
de la trágica pérdida de su nariz, considerada en su cultura el depósito del
alma. Fue recogida por una familia de bondadosos gitanos y, tras llegar al zoo,
encuentra allí una nueva familia que la acoge y la ama sin sentir rechazo por
su deformidad. Pasó a desempeñar el papel de cocinera, ama de llaves y tesorera
de la pequeña comunidad y representa el arquetipo del “monstruo” de buen
corazón: su relativa fealdad física, que como no puede ser de otra manera
incomoda al lector, se va diluyendo a medida que avanza la historia superada
por la grandeza de su espíritu.
A lo largo de los tres álbumes de que consta esta serie, esos cuatro personajes encontrarán refugio espiritual, compartirán sueños, recuperarán esperanzas perdidas y harán de ese lugar algo muy especial, pero también tendrán que hacer frente a problemas económicos, la muerte de animales, el rechazo de los semejantes y, sobre todo, la guerra, que pondrá patas arriba sus vidas y amenazará con destruir todo aquello que aman y por lo que tanto han luchado.
Hay quien puede sentirse confundido por el guion de “Zoo”, poco
convencional y, además, no pocas veces inconexo. Es natural. No vamos a
encontrar aquí acción convencional ni digresiones fantásticas. El ritmo es
contemplativo, incluso lánguido. Y el propio estilo gráfico del dibujo suscita
una extraña incomodidad: la abundancia de silencios y elegancia y fluidez
narrativas llaman a dejarse llevar con cierta rapidez por las páginas, pero, al
mismo tiempo, la cantidad de información y matices que contiene cada viñeta
obligan al lector a practicar una lectura reposada.
Lo que hay que tener en cuenta es que “Zoo” es un comic que, más que a contar una historia, aspira a despertar emociones, hacer sentir la magia de los colores, los olores, los silencios y la misteriosa presencia de ese imaginario zoo que parece existir en una burbuja onírica y que se convierte en el crisol de varias vidas. Y es que “Zoo” es, ante todo, una metáfora sobre la existencia, la relación que establecemos con la Naturaleza y con nosotros mismos. Cuando el mundo se encuentra a punto de desgarrarse por la Primera Guerra Mundial, el zoológico aparece como un refugio para seres, humanos o no, heridos por la vida. Es más, el lugar parece estar auténticamente vivo y a lo largo de los tres álbumes reacciona al devenir de los acontecimientos y el estado de ánimo de sus moradores.
“Zoo” es una historia engañosamente sencilla y surrealista
construida sobre la ambivalencia entre el amor incontestable que los seres
humanos sienten los unos por los otros y hacia los animales; y la simultánea
estupidez que les lleva a cometer el peor de los crímenes: la guerra. Es un
comic al tiempo tierno y duro, dulce y amargo que prioriza las emociones y las
sensaciones sobre las acciones. Es también una llamada a saborear los pequeños
placeres cotidianos, los instantes de felicidad forzosamente efímera que se
esconden entre las esculturas de Buggy, un artista que sabe del mundo más de lo
que demuestra y que quizá por eso prefiere permanecer en el anonimato, escondido
en el zoo de una fama no deseada; la mirada apasionada de Manon, una joven
rebosante de sensualidad, pasión, ingenuidad y amor desinteresado; la dulzura
de Anna, símbolo del dolor femenino (porque son los hombres los que hacen
sufrir y las mujeres las que sufren), y los refunfuños cariñosos de Célestin,
médico ante todo y padre nominal de todos aquellos que acoge bajo ese arca de
Noé que es su nunca finalizado zoo.
Es este un comic que anima al lector, como decía, a sentir,
a introducirle en ese mundo único que han creado los protagonistas. El guionista
Philippe Bonifay se limita a describir la apacible vida cotidiana punteada de
destellos trágicos de las cuatro personas sobre las que se apoya la historia.
Con un perfecto dominio de los diálogos y los silencios, una caracterización
impecable que hace que el lector se enamore de los personajes y sienta de
verdad lo que les ocurre, “Zoo” es sólo un fragmento de la vida de todos ellos,
de cuyo pasado y futuro más allá de ese limitado pasaje que se nos muestra sólo
podemos imaginar. No importa, porque el comic se basa en la evolución de los
personajes y la construcción de atmósferas que realiza Frank Pé.
Y es que, si esta serie conmueve y absorbe, es gracias al
extraordinario trabajo gráfico y narrativo de Pé, que, de hecho, constituye su
principal atractivo. “Zoo” puede considerarse, como decía al principio, el culmen
de su carrera, un comic en el que, como he dicho, se tomó su tiempo para que
quedara perfecto. Que tardara trece años en tres álbumes nos puede dar una idea
del cuidado y atención que volcó en ellos y de que su prioridad siempre ha sido
la calidad por delante de la rapidez o la cantidad. En pocas ocasiones una
serie en la que sus entregas se han dilatado tanto unas de las otras, los
autores han conseguido mantener hasta el final la calidad, espíritu y fuerza
con los que empezaron.
En “Zoo”, Frank Pé encuentra el vehículo perfecto para dar
salida a aquellos intereses que habían estado presentes a lo largo de toda su
carrera: historias intimistas en las que el mundo onírico y la fantasía se
entrelazan con la vida real; la ecología y, en concreto, los animales; y los
estilos artísticos del siglo XIX. En relación a esto último, durante su etapa
de estudiante en ese semillero de maestros del comic que es el Instituto
Saint-Luc de Bruselas, el joven Frank Pé desarrolló y cultivó su pasión por las
pinturas de Alphonse Mucha, Egon Schiele, Gustav Klimt y, en general todos los
estilos artísticos de finales del siglo XIX y principios del XX (otro de sus
compañeros allí, Bernard Hislaire, compartía ese interés y sobre él construyó
“Sambre”, serie seminal del comic franco-belga). Años más tarde, por ejemplo,
escribiría cuatro historias sobre el escultor Auguste Rodin para la veterana
sección de “Spirou” “Los Cuentos del Tío Pablo”, en 1982.
Algo de esa influencia podemos ver en las figuras humanas de “Zoo” y el diseño del propio lugar, un conjunto de edificios ruinosos de espectacular arquitectura decimonónica, parcialmente invadidos por una imparable Naturaleza y que parecen existir en una especie de lejano y atemporal mundo perdido. Para imaginar su jardín zoológico, Frank tomó también como referencia muchos zoológicos europeos, así como los invernaderos de Laeken que marcaron su infancia.
El espíritu y estética del siglo XIX está asimismo presente
en las esculturas que realiza Buggy, un personaje directamente inspirado, en
sus rasgos e historia, en los de un artista real del cambio de siglo, el
italiano Rembrandt Bugatti (hermano del fabricante de automóviles Ettore
Buggatti) especializado en la escultura de animales. Las experiencias de este
hombre están también muy conectadas con las del comic. Al estallar la Primera
Guerra Mundial, Bugatti se ofreció como voluntario médico en un hospital militar
en Amberes, una experiencia traumática (parecida a la que vive Célestin en el
segundo volumen) que lo sumió en una depresión, agravada por problemas
financieros derivados de no poder dedicarse a su actividad artística. Que a
causa del conflicto el zoológico de Amberes se viera obligado a empezar a
sacrificar animales por falta de alimento (algo parecido vemos en el tercer
álbum), le afectó profundamente porque muchos de ellos le habían servido como
modelos. En 1916, con tan sólo 31 años, se suicidó inhalando gas.
El trabajo gráfico de Frank roza el nivel de obra maestra.
Su dibujo incorpora toda una gama de técnicas y efectos que dotan a la historia
una atmósfera incomparable. Su trabajo sobre el claroscuro es excepcional. Como
él mismo explicó: “En “Zoo”, como hacen
algunos fotógrafos, me gustaba saturar las sombras y las luces para representar
una realidad más extraña, ligeramente trascendente”. También recurre al
coloreado con tonos sepia con el que identificamos las fotografías antiguas. De
hecho, los colores solo aparecen cuando el lector llega al zoológico: son la
fauna y la flora las que enriquecen la paleta cromática.
Es un comic este generoso en momentos memorables y
simbólicos, como esa secuencia erótica de cuatro intensas páginas en la que
Manon y Buggy juegan, se persiguen y hacen el amor por todo el zoo, rodeados de
figuras animales y vegetales de clara connotación sexual, fundiendo sus cuerpos
con la naturaleza que les rodea; o esa en la que Manon devuelve a Anna la
ilusión de olfato compensándolo con la estimulación de otros sentidos; o la
ayuda que Célestin brinda a los heridos de una explosión de gas y su posterior
regreso con Buggy al zoo, un viaje en el que los silencios dicen más que
cualquier diálogo; el momento del abrazo de despedida entre Célestin y Manon,
ambos fundidos por una viñeta en picado del invernadero iluminado como si éste fuera
el alma de ambos; o la magnífica forma en la que Pé representa la arcilla
moldeada por los dedos de Buggy. Dibujar animales con auténtica vida no es
fácil y Pé lo logra por partida doble: las bestias propiamente dichas y las
esculturas que las toman como modelo capturando su movimiento y salvajismo
naturales.
En su serie de “Cabelloloco” la Naturaleza y los animales ya jugaban un papel muy importante. Y en “Zoo” perfecciona su ya muy sobresaliente técnica ofreciendo unos magníficos retratos realistas de las bestias que parecen sondear con sus penetrantes ojos el alma de los humanos. Pero en el tercer y último volumen los animales dejan de ocupar el centro de la historia. Después de una catastrófica tormenta, la disminución de los fondos de Celestin y el recorte de subvenciones debido a la guerra, el zoo entra en decadencia, un proceso que aumenta aún más cuando la conciencia de Celestin le obliga a marcharse para ejercer de médico en el campo de batalla. El veterano doctor va a la guerra no para matar sino para salvar y aliviar.
Pero cuando él se va, su manada queda desvalida. La vida y
la alegría se detienen en el zoo. Manon, Anna y Buggy sienten que deben
devolver a Célestin al seno de su familia, incluso si ello significa encerrarlo
en una jaula. Las noticias de su desaparición durante una ofensiva alemana
impele a Anna a salir en su busca, convencida de que aún vive y necesita ayuda.
El viaje de la rusa por los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial son
un auténtico descenso a los infiernos en los que Pé utiliza el color para
transformar radicalmente la atmósfera.
La cálida luminosidad y tonos sepia que le daban al zoo un ambiente acogedor, sereno y feliz son sustituidos por los negros y grises de las trincheras y las arrasadas planicies sembradas de cráteres, ruinas carbonizadas y cadáveres. La larga secuencia silenciosa en la que Anna avanza en solitario por el averno bélico, impulsada por una voluntad y amor inmensos y desafiando todos los peligros (irónicamente, su discapacidad es la que le ahorra el hedor de la muerte) queda grabada en la memoria. Es un largo y desolador pasaje que probablemente sea fruto de la admiración que el dibujante profesa por el cineasta ruso Andrei Tarkovski, caracterizado por una poesía descarnada y una dimensión fantástica. Si en el zoo las secuencias silenciosas parecían no obstante contar con su propia banda sonora de trinos, gruñidos, ecos y susurros, en los campos de la muerte de la guerra sólo domina el silencio. El impacto visual es, por tanto, también sonoro. Las expresiones de los personajes hablan por sí solas y la profundidad de los paisajes es sobrecogedora.
“Zoo” es un comic que sorprende y hechiza, una historia sin héroes pero con personajes muy humanos que resultan fáciles de entender y amar, páginas cargadas de belleza y lírica; un comic extraño, humano y conmovedor que puede abrumar tanto como deleitar, tal es el volumen, intensidad y sutileza de emociones y atmósferas que nos presenta. Unos álbumes melancólicos que evocan esperanza y alegría de vivir y recuerdan la genuina bondad de la gente sencilla sin cerrar por ello los ojos a los horrores y abyección que a menudo asolan el mundo. Un álbum, en fin, para el que hay que tomarse su tiempo porque lo que exige no es tanto leerlo como absorberlo.
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