(Viene de la entrada anterior)
Tras presentar en los primeros doce números al personaje, el reparto principal y el entorno en el que todos ellos iban a desenvolverse, Mike Baron continuó engarzando una trama tras otra, todas ellas originales e impredecibles.
El tormento
psicológico que sufre Horatio por la tarea de verdugo galáctico que se ve
obligado a desempeñar le lleva a someterse a una operación quirúrgica que elimina
las pesadillas y el dolor, pero también atenúa sus emociones. Ello le lleva a
rodearse de malas compañías y aislarse de quienes habían sido sus más fieles
amigos. Engorda, se hace adicto a las drogas, se torna irritable… y, sobre
todo, deja de ser el ejecutor implacable temido por todos los tiranos. Los
soviéticos deciden aprovechar su lamentable estado para deshacerse de él y
envían a uno de sus asesinos para infiltrarse en la comunidad de Ylum y matarlo.
Mientras tanto, la Red está experimentando con nuevas fuentes de energía para
alimentar los planetas de su sistema, pero no están ni mucho menos seguros de
que el procedimiento no acabe provocando una destrucción a escala inimaginable.
Tras una etapa
errática, Horatio se recupera cuando, arriesgando su propia vida, Sundra
descubre la fuente de los poderes de Nexus: el Merk, una criatura alienígena
que se esconde en el corazón de Ylum. Horatio accede a continuar con su papel
de justiciero siempre y cuando el Merk deje de atormentarle con pesadillas y
coaccionarle para actuar. A partir de ese momento, es libre de proceder según
su propio criterio. El respiro durará poco cuando Ursula reaparece y le revela
a Horatio que es el padre de sus dos precoces hijas; luego, Steve Leberq, un
pirata aliado con los soviéticos, lo desafía; y finalmente, la ejecución del
General Loomis deja a tres huérfanas decididas a vengarse del verdugo de
Ylum...
Hacer un
análisis completo de la multitud de tramas y personajes que pueblan los números
12 a 25 de la colección no es tan fácil como acometer su lectura. Son aventuras
accesibles (aunque conviene conocer previamente la primera andadura del héroe),
entretenidas e ingeniosas, abundantes en acción, con situaciones que van de lo
trágico a lo cómico y un reparto estrambótico. Baron no se contenta con ofrecer
una sencilla ópera espacial con sus predecibles batallas espectaculares,
adversarios pintorescos y escenarios exóticos sino que invita al lector a reflexionar
sobre la atípica condición de su héroe en un momento en el que se encuentra
atravesando una crisis existencial. Es una etapa con carga dramática, sí, pero
también se atreve Baron a darle un giro satírico retratando a un Horatio que
remite directamente al Elvis Presley crepuscular: desganado, inactivo, obeso y
drogadicto.
Cuando toca fondo, es llamado al orden por Alfa y Beta, sus dos amigos imaginarios de la infancia que en realidad son los mensajeros del Merk, se recupera y recompone, de nuevo listo para luchar. Durante toda esta etapa, además, Baron juega con el suspense: el lector sabe que el asesino enviado por los Sovs está muy cerca del héroe y, aunque cabe adivinar que no tendrá éxito en su misión (puesto que de otro modo se acabaría la colección), mantiene la incognita de cuán grave será el daño que infligirá y si Nexus es consciente del peligro que corre (algo que se sugiere en varias escenas).
Baron
tampoco descuida a los personajes secundarios a los que les brinda tiempo y
espacio, como Sundra Peale, sobre cuyo pasado aprendemos más, y que juega un
papel crucial informando a Nexus del auténtico origen de su poder; o Judas
Macabeo, que protagoniza un episodio completo, el nº 17, en el que se saca jugo
su potencial cómico y filosofía vital. Es un acierto que estos personajes, a
diferencia de lo que sucede en muchas otras series, no dependan del héroe; lo
complementan, le ayudan, pero también tienen su propia vida, sus propios
problemas que resolver, lo que justifica perfectamente que desaparezcan durante
varios episodios seguidos.
Baron también se sirve de esos personajes para enfatizar que el entorno de Horatio es esencial para su desarrollo como personaje, como cuando debe hacer frente a las consecuencias de que Tyrone, el presidente de Ylum, se esfuerce por levantar una auténtica democracia, haya de lidiar con el problema de los refugiados o liderar la defensa de la luna cuando es atacada por los Sovs y, privado temporalmente de sus poderes, forzado a huir para cumplir con las exigencias del Merk.
Gráficamente,
“Nexus” continúa beneficiándose del magnífico trabajo de Steve Rude, muy
influenciado por el clasicismo de Andrew Loomis (cuyo apellido inspiró el del
general y sus hijas que aparecen en el nº 25) y Russ Manning. Sus personajes
irradian una belleza atemporal que esquiva los estereotipos del comic-book
norteamericano: los hombres son atléticos sin ser esculturales, las mujeres son
elegantes y sensuales sin rozar la burda provocación y los alienígenas ofrecen
todo tipo de morfologías. Como en los números precedentes, Rude pone un cuidado
obsesivo en el diseño y dibujo de los fondos tanto interiores como exteriores,
el vestuario, los vehículos… Las páginas están montadas con inventiva, fluidez
y uso de atrevidos planos y juegos de sombras, pero siempre al servicio de la
legibilidad y con el ánimo de sorprender continuamente al lector y enriquecer
la historia. Y más difícil todavía, es capaz de demostrar su talento sin
eclipsar nunca el guión.
La única
pega que podría ponérsele a este segundo bloque de episodios es que el efecto sorpresa
ha desaparecido y que su desarrollo es algo más irregular, como esas
apariciones del cómico –con bastante poca gracia, a mi entender- Clonezone; o
ese paso en falso que es el episodio dibujado por Keith Giffen, colocado en
medio de un arco argumental y que ni es interesante ni está bien resuelto
gráficamente. Pero, en general, estas no son más que pequeñas reservas que no
disminuyen sustancialmente la calidad de este segmento.
La serie empieza perder algo de fuelle en los siguientes capítulos, más o menos del 26 al 39. Después de haber establecido en los primeros 25 un considerable número de temas que, encadenados y superpuestos, conformaban un serial de aventuras y psicodrama tan trepidante que no importaba demasiado ni su coherencia ni su desenlace, Baron parece aquí tan interesado en continuar con las peripecias espaciales con giros inesperados como de recapitular lo sucedido hasta ese momento y asegurarse de que el lector no lo olvide.
Horatio
Hellpop continúa inspeccionando los restos arqueológicos de Ylum sin que el
Merk, la criatura que le otorga sus poderes, le ayude a comprender su significado,
pero debe abandonar rápidamente su investigación para retomar su actividad como
verdugo galáctico y enfrentarse a Clayborn, quien le hace pasar un mal rato
utilizando sus sueños contra él. De regreso a Ylum debe gestionar la llegada de
su tío Lathe, un sacerdote fanático de la Orden de Elvon, que se opone al
progreso tecnológico y que va a robar armas para destruir la estación del Pozo
de Gravedad, el antes mencionado proyecto energético que quedó interrumpido in
extremis por Nexus. Para recompensarlo, el Merk le confía a Horatio una
preciosa reliquia: un dispositivo que le permite moverse en el tiempo y el
espacio y con el que visita la biblioteca de Alejandría.
Mientras
tanto, Judas Macabeo consigue el trabajo de maestro de las dos hijas de Ursula
XX Imada, Sheena y Scarlett, cuyo padre es Nexus y de quien han heredado
grandes poderes. Y a nivel galáctico, se agravan las tensiones entre la Tierra,
Marte, Procyon e Ylum a cuenta de los recursos energéticos y los medios necesarios
para generarlos.
Kreed y Sinclair (los dos alienígenas de la secta de asesinos Quatros y guardaespaldas de Horatio) requieren la presencia de Nexus durante la asamblea anual de asesinos en el planeta Acacia. Una vez allí, se encontrarán atrapados en el corazón de una venganza urdida por una víctima de los dos ex asesinos. Después, Nexus debe ejecutar a otro tirano, pero cuando llega al planeta en cuestión, la población oprimida le suplica que lidere su revolución o, al menos, que los reciba como refugiados en Ylum.
Horatio
decide visitar a sus hijas, aunque Ursula Imada se lo prohíbe. Durante su
ausencia, encomienda a Kreed y Sinclair la tarea de encargarse de una lista de
criminales de guerra, pero los dos Quatros, poseídos por un ataque de locura, perpetran
una terrible masacre en Marte. Nexus acude a poner fin al desastre, pero se
niega a entregar a los culpables a las autoridades marcianas y se los lleva de
vuelta a Ylum. Más tarde, regresa al Imperio Soviético para visitar varias iglesias
con la esperanza de encontrar una conexión con los restos arqueológicos de
Ylum, pero su plan se ve frustrado cuando debe rescatar a una sacerdotisa
perseguida. No sospecha que las tres hijas del general Loomis, el tirano a
quien mató, Michana, Lonnie y Stacy, están trabajando en su venganza,
adquiriendo poderes similares a los suyos.
La primera
consecuencia de la narrativa híbrida que comentaba más arriba es que el papel original
de Nexus como verdugo solo se retoma ocasionalmente. Es cierto que aún lleva a
cabo algunas misiones de “ajusticiamiento” de tiranos, pero, en el recuento
final, estos episodios lo muestran más tiempo reaccionando a situaciones
generadas por elementos ajenos a él que desempeñando su rol de Nexus. Horatio ya
no siente la presión de las pesadillas que le impelían a actuar y sus
obligaciones como Nexus pesan menos que su sentimiento paternal, sus
investigaciones arqueológicas o su deseo de reconectar sentimentalmente con
Sundra Peale. Es como si se hubiera convertido en un héroe a tiempo parcial, interviniendo
en intrigas en las que lo que está en juego tiene poco que ver con él.
Este nuevo enfoque deja una sensación extraña, incluso frustrante. Es como si Mike Baron se hubiera quedado atrapado en su propio cesto de miel: su fértil imaginación le había permitido en este punto crear una enorme cantidad de situaciones, personajes, lugares… y ahora se ve obligado a desarrollar todo ese corpus, hacerlo evolucionar y crear interrelaciones. Y eso significa que tiene que invertir más tiempo en ello, restándoselo al protagonista nominal. Por eso, el aficionado que hubiera seguido la serie desde el principio movido por la fascinación que le causaban las insólitas aventuras de ese antihéroe de moral ambigua, ahora puede sentirse decepcionado.
No todas
las tramas se resuelven y cuando lo hacen, a veces, es de forma brusca e
inverosímil (¿cómo explicar que Nexus no castigue a Kreed y Sinclair, responsables
de una auténtica carnicería en Marte, como sí hace con todos los asesinos en
masa que suele ejecutar?). Otras subtramas derivan sin rumbo fijo, como es el
caso del de las hijas de Horatio y Úrsula (la idea era interesante pero el
guionista parece avergonzarse ahora de la ocurrencia y no parece saber qué
hacer con ella). Hacia el final, la reaparición de las chicas Loomis y su plan
de venganza revive un poco el interés, pero obviamente Baron no tiene prisa por
avanzar demasiado rápido.
Sin embargo, sigue habiendo secuencias muy evocadoras, colocadas quizá más al margen de las tramas principales de lo que sería deseable, como la de esa cápsula que permite a Horatio (con Dave o Sundra) viajar en el tiempo y el espacio; o la historia de la sacerdotisa. Ambas reinterpretan a Nexus como explorador o justiciero más que como un atormentado verdugo.
Este bloque
de episodios también cuenta con una gran cantidad de secundarios interesantes que
no solo aportan alegría visual sino que le dan a las historias una interesante
ambivalencia. Así, Ylum no es solo un refugio utópico para víctimas de
regímenes opresivos sino también un lugar al borde de la superpoblación en el
que los matones intentan imponerse por la fuerza y donde las autoridades a
menudo se ven abrumadas por los problemas que deben afrontar. Sencillamente, no
hay suficiente espacio para todos los que allí quieren ir, ni siquiera para los
que ya han llegado, por lo que, en última instancia, la noción de Ylum como refugio
es relativa. Implícitamente, Mike Baron sugiere que, aun armado con las mejores
intenciones, uno no puede aliviar toda la miseria del mundo; y que el que ayer fue
perseguido, puede convertirse en perseguidor si no hay una autoridad que
administre el lugar con sabiduría y eficacia. Es una lástima que Baron,
limitado por lo ya contado en historias anteriores, las subtramas en curso y el
espacio disponible, solo pueda escribir papeles secundarios para personajes que
merecen algo más que simple figuración.
Nexus ha
empezado a ser, como serie, víctima de su riqueza de personajes e historias.
Pero eso no significa tampoco, ya lo he dicho, que estemos ante una etapa
prescindible. Merece la pena tener algo de paciencia con estos quince episodios
de transición algo más dispersos que los anteriores porque el viaje en su
conjunto merece la pena. Además, de vez en cuando, en algún capítulo y con una
concision magistral, Baron nos recuerda por qué Nexus es tan fascinante,
reuniendo varios hilos narrativos en torno a un tema específico y completando
un lienzo hasta entonces fragmentado.
El número
31 es un buen ejemplo de ello. En él, Horatio mata al dictador de un planeta
pero la gente a la que cree haber liberado sabe que eso no es suficiente. El
Partido al que pertenecía aquél pondrá a otro en su lugar y la violencia
continuará. Es necesario acabar con todo el sistema y quienes lo defienden para
asegurarse de que la situación mejorará de forma real y duradera. Por tanto,
suplican a Nexus que lidere una revolución. Horatio se ve atrapado por los
acontecimientos. Dado que ya no obedece los dictados del Merk sino a su propia
conciencia, se encuentra obligado moralmente a involucrarse en una marea que
podría causar aún más daño y, por tanto, dejar sin efecto su acción inicial. En
lugar de optar por una aproximación más héroica –y tópica-, Baron prefiere
subrayar los límites tanto de una revolución popular como del propio héroe.
No es la
única ocasión en la que se subrayan las limitaciones de Nexus y su necesidad de
reflexionar sobre el papel que debe o puede jugar cuando se amplía la escala de
los problemas. Otro ejemplo: estando investido de un poder –y, por tanto,
influencia- considerable, Nexus se halla involuntariamente en el corazón de los
movimientos políticos interplanetarios cuando se trata de negociar la energía que
cubra las necesidades de todas las civilizaciones. Ya no se trata sólo de un
verdugo que sale de su base ocasionalmente para asesinar a algún tirano sino de
una especie de árbitro galáctico, un papel más ambiguo e incómodo para un
personaje reacio a moverse en esos niveles. Este tipo de evolución del
protagonista es una muestra de la minuciosidad con la que Baron fue
construyendo su particular universo. Pocos comics de los 80 ofrecían tal
ambición conceptual sin por ello perder capacidad de entretenimiento.
La otra razón por la que la valoración de estos episodios es más tibia que los que marcaron el arranque de la serie es que Steve Rude solo dibuja poco más de la mitad de ellos, esto es, ocho de catorce. Desde luego, los que vienen firmados por él mantienen el mismo nivel de excelencia: una línea elegante, clara y clásica, abundancia de detalles que no entorpecen la visibilidad de la acción principal, composiciones ingeniosas, gran diseño de personajes… Ocho episodios son más que suficientes para recomendar la lectura de esta segunda etapa.
El peso de
Steve Rude en la calidad y éxito de la serie se ponen de manifiesto en el mismo
momento que le cede la parte gráfica a otro colega. Aunque éste sea muy válido,
el sentimiento es de que se ha perdido algo, que la canción ya no suena tan
afinada. Decir que uno de sus sustitutos es Mike Mignola (nº 28) resulta engañoso
porque aquí aún lo encontramos como un novato algo torpe al que todavía faltaba
bastante recorrido para saltar al estrellato con “Hellboy”. No se puede negar
que Rick Veitch (nº 29) es un buen dibujante y que sus composiciones de página
son tanto o más atrevidas que las de Rude, pero su estilo carece de la misma
elegancia. El dibujo de Gerald Forton (nº 31) ha envejecido tremendamente mal y
Jackson "Butch" Guice (nº 32) también estaba muy lejos del nivel por
el que hoy le conocemos.
De entre los sustitutos de Rude en estos episodios, solo hay dos que destacan. Por una parte, José Luis García López, uno de los puntales gráficos de DC Comics, es tan sobresaliente que casi nos hace olvidar a Rude gracias a su dominio de la figura y expresividad, la vida que desprenden sus personajes y la atención que pone en los detalles (incluso se permitió divertirse “colando” como extras de una viñeta a Batman, Wonder Woman o GrimJack). De hecho, su profesionalidad es tal que nadie diría que ese número no fuera para él sino un trabajo puntual y alimenticio. Por otra está Paul Smith, a quien los seguidores de los X-Men conocían bien gracias a su magnífica etapa en su colección (allá por 1983) y cuyo estilo sencillo pero muy elegante será habitual en “Nexus” a partir de este momento.
Si el lector se quedó atrapado por la serie en sus números iniciales de la serie, no debería abandonarla por mucho que los episodios 26 a 39, en su conjunto, no brillen con la misma intensidad. Y ello porque se cuentan cosas importantes de cara al futuro del personaje y porque, a pesar de todo, los capítulos que vienen firmados por Baron con Rude o Smith son soberbios.
(Finaliza en la siguiente entrada)
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