(Viene de la entrada anterior)
El formato elegido por Ellis, que totaliza veinte comics individuales estructurados como acabo de indicar, dice mucho de los cambios que ha experimentado la industria del comic respecto a los años 60 del pasado siglo, cuando una épica como la de la venida de Galactus podía contarse en tres números y aun así pasar a la historia del género. El presente formato, eso sí, le permite a Ellis trabajar de forma más extensa y profunda en la historia, añadiendo de paso más personajes. El resultado es una obra más ambiciosa y original que el evento medio de Marvel o DC –lo que, por otra parte, ha sido también fuente de división entre los lectores que, o les encanta o la odian). Aunque hay secuencias de acción diseminadas por toda la saga, la amenaza alienígena se conjura en último término no utilizando la fuerza física aplicada en un combate directo, sino recurriendo a la ciencia. Ellis tomó gran parte de la historia de un proyecto que había presentado a Marvel diez años antes, “El Fin de los Días”, y es evidente que aquí vertió muchos de sus intereses y obsesiones.
La serie está repleta de todo tipo de ideas y conceptos
científicos de altos vuelos. El misterio de Tunguska constituye el núcleo de la
primera miniserie; Reed Richards considera la Ecuación de Drake y llega a la
conclusión de que Gah Lak Tus es la explicación a la Paradoja de Fermi; hay
clonaciones, androides registradores, tecnología abracadabrante…. Uno de los
aspectos más fascinantes de los comics de Ellis es la abrumadora cantidad de
ideas originales que vierte en ellos; tantas, de hecho, que cualquier otro
autor lo vería como un desperdicio.
Pero más original aún es la forma en que Ellis trata la dimensión religiosa de los acontecimientos que suceden en la historia. Uno de sus cambios más cosméticos es el de darle a Silver Surfer unas alas que le asemejan a un ángel. Una de las portadas más llamativas de la saga muestra a Surfer ascendiendo hacia los cielos mientras esqueletos humanos tratan de aferrarse a sus pies. La serie explicita la orientación religiosa de los personajes: Mahr Vhel sigue la filosofía humanista de un profeta Kree; Nick Furia desafía a Dios y Steve Rogers conversa melancólicamente sobre su descreimiento en un poder superior; incluso la idea de una fuerza invasora que “siembra” de cultos apocalípticos las civilizaciones que se apresta a destruir, es intrigante –aunque no está suficientemente desarrollada-.
Se describe a Galactus –o Gah Lak Tus, como lo reinventa
Ellis- como un “antidios” o el “No-Creador”, definiciones que ni siquiera
necesitan un contexto religioso concreto porque basta con uno espiritual más
genérico. Es la antítesis del alma humana, la cual se expresa de formas tan
diversas como la ciencia, el arte, la invención o el sentimiento. Gah Lak Tus
no destruye mundos como parte de un extraño equilibrio cósmico (idea que
utilizaron en el Universo Marvel muchos otros autores para justificar su eterna
existencia) sino porque la propia vida le resulta ofensiva a un nivel visceral.
No se trata de un ser de enorme tamaño con un disfraz extravagante, sino, como
he dicho, de una fuerza tecnológica inmensa, impulsada por una mente colmena, a
la que repugna la vida y que, en consecuencia, la busca por todo el Universo
para destruirla y quedar solo, dejando a su paso mundos inhabitables. Es una
consciencia tan alienígena, tan poco parecida a la humana, que el Profesor
Xavier la “profana” al establecer contacto telepático con ella.
La naturaleza y aspecto de la criatura supone uno de los
principales cambios que sobre el personaje efectuó la línea Ultimate. A menudo,
las variaciones de los personajes Ultimate respecto a los clásicos de Marvel se
limitaban a meros toques cosméticos. Wolverine era más agresivo y asocial; Reed
Richards y sus compañeros, más jóvenes; la araña que mordió a Spiderman había
sido modificada genéticamente en vez de irradiada… Sin embargo, el Galactus de
Ellis es una criatura fundamentalmente distinta de la original.
Independientemente de la polémica que ese cambio pueda suscitar, hay que
admitir que un humanoide gigante con un traje púrpura no hubiera funcionado en
el tipo de historia que estaba contando Ellis. Galactus tenía que ser algo
completamente inhumano, alienígena, algo horrible que ni nosotros pudiéramos
comprender ni ello a nosotros. Si tiene algún rasgo reconocible, como una cara
y extremidades humanas, resulta menos amenazador.
Asi que Galactus, reconvertido en Gah Lak Tus, es ahora un
inmenso grupo de criaturas que abarca miles de kilómetros y gobernado por una
mente colmena: es grande, temible e imparable. Ahora bien, ¿es tan terrorífico
como debería? En mi opinión no. Ya en “Ultimate Nightmare” se nos dice que sólo
con ver el resultado de la llegada de ese ser colectivo en otros planetas, la
gente entra en un estado tal de pánico y desesperación que puede llegar al
suicidio. Pero a la hora de la verdad, la escala de esa tragedia no se
materializa. Probablemente, ello sea debido a las limitaciones de ser un comic
Marvel: no se puede llegar a las últimas consecuencias y mostrar cómo la mitad
de la población terrestre, presa de la locura, se mata a sí misma o muere
matando a quien tiene alrededor. Ellis no puede desplegar en su historia todo
el terror que debería para sobrecoger verdadera y visceralmente al lector.
Sin embargo, más que ofrecer a Ellis una oportunidad de jugar con el concepto de Galactus, esta saga es una ventana a su visión del género. El propio Ellis ha sido relativamente crítico con el mismo y ello, irónicamente, se deja entrever en la historia porque no es difícil tener la sensación al leerla de que se trata de un gran evento superheroico… que no está interesado en presentar muy favorablemente a los héroes. Sam Wilson critica la estrechez de miras de los X-Men, su aislamiento del mundo y la ignorancia con la que se han lanzado a lo desconocido: “Apuesto a que ni siquiera os parásteis a mirar la tele a ver si pasaba algo más. Habéis irrumpido aquí sin más (…). Idiotas”. ¿Cómo esperan cerrar la brecha entre humanos y mutantes si ni siquiera parecen vivir en el mismo mundo?
Incluso Ojo de Halcón, el antiguo agente de operaciones
encubiertas, le confiesa a la Viuda Negra que encuentra agotador trabajar con
superhéroes: “Odio trabajar con
superhéroes. Prefería cuando sólo eramos nosotros. Nada de exhibirse ni de
niñatos que se lanzan al combate confiando en sus armaduras, ni de perlas
estilo “Creo que esa A quiere decir “Francia” –alusión a una famosa escena
de “Los Ultimates”-. No sé. Cuanto más
grande y estrafalario se hace todo, menos profesionalidad hay“. En una
escena, Jean Grey reprende a Wolverine reprochándole pasadas ofensas: “¡A ti que te importa! Fuiste tú el que
confesó que te habían contratado para matar al Profesor… después de dejar que
te acostaras conmigo. Así que no vuelvas a insinuar que te importa algo, porque
no es verdad”. Con momentos como estos, Ellis sugiere quizá que esos
“héroes” quizá no sean el tipo de personas en los que debería descansar el
destino del planeta.
Volviendo a la frase mencionada en el párrafo anterior en
relación a la “A de Francia”, es curioso la reacción que esas palabras,
pronunciadas por el Capitán América en los “Ultimates” escritos por Mark
Millar, suscitaron en otros guionistas que por entonces trabajaban en el
personaje. A comienzos de su etapa en la colección del Vengador abanderado, Ed
Brubaker se las arregló para mostrar a Steve Rogers declarar su admiración por
el valor demostrado por los miembros de la Resistencia francesa, un nada sutil
golpe al sarcasmo de Millar. En este caso, Ellis no solo ridiculiza la frase
sino que su versión del Capitán América demuestra ser la de un hombre más
maduro y equilibrado que la presentada por Millar en “The Ultimates”: “Conocí a soldados rusos durante la guerra –le
dice a su adversario, el supersoldado soviético mutado-. Eran hombres buenos y decentes e hicieron terribles sacrificios para
defender a su pueblo”.
Para Ellis, el Capitán América no es un superhéroe por mucho que su colorido uniforme nos pueda llevar a considerarlo como tal. Cuando su contrapartida rusa sugiere que existe algún tipo de cualidad mística en su inminente batalla (“Hay música en esto. ¿Lo entiendes Capitán? Buena música”), Steve Rogers rechaza cualquier visión romántica con un frío pragmatismo: “En la lucha lo importante no es la gloria. Ni tampoco el orgullo. Ése es el error que siempre cometéis los lunáticos como tú. Lo importante es ganar”. Y a continuación asesina a su adversario utilizando un pedazo de hueso de su propio escudo.
El Capitán América del Universo Marvel es un personaje
modelado a partir de las ideas de honor, gloria y orgullo. Representa, más que
a su país, un ideal. Es el soldado que gana batallas sin regodearse ni matar al
enemigo, el guerrero cuya integridad y respeto por la vida inspira a todos quienes
le rodean. La versión Ultimate del Capitán América siempre ha sido más excesiva
y reaccionaria. Su creador, Mark Millar, lo explicaba representándolo como un
anacronismo, un individuo nacido en otra época con valores diferentes y una
visión del mundo distinta, sin matices de gris. El Capitán América de los
Ultimates es un tipo duro que ha combatido en una guerra y que no reniega de
quien es. No pretende escenificar nada ni actuar para la galería. Lo único que
le importa es asegurarse de que los “malos” no escapen.
Ellis, sin embargo, ofrece un perfil más sutil. Respeta el
personaje de Millar pero no lo presenta como un auténtico cazurro sin corazón. Es
un soldado que se pasó décadas congelado mientras el mundo cambiaba a su
alrededor. Ni siquiera vivió el bombardeo atómico con el que terminó la guerra
en la que había participado. Ahora vive atrapado en una época en la que existen
ideas y seres que le aterrorizan, pero también puede identificar aquellos
elementos que no han cambiado. Siempre listo para entrar en acción, no puede
evitar, entre misión y misión, atormentarse con ese tipo de pensamientos. Tal y
como le explica a Nick Furia en una escena brillante que tiene lugar mientras
todos los héroes se esfuerzan contra reloj por encontrar una forma de
enfrentarse a Gah-Lak-Tus: “En mis
tiempos, todo el mundo creía en Dios. Y si alguien hacía demasiadas preguntas
sobre Dios era porque se había vuelto loco por leer demasiados libros. Dios
estaba allí. Dios nos amaba. Y eso era todo. Dios nos decía lo que estaba bien
y mal, y nos daba brazos fuertes para luchar por él. El mundo era pequeño y
éramos suficientes para defender a Dios y dominar al mal. Nunca dudé de que eso
era todo. Tu especialista me dijo que si hay un Dios ¿no es enfermizo crear un
universo donde algo de 160.000 kilómetros de largo mata planetas llenos de sus
hijos? Y quise decirle que somos suficientes para dominar al mal y demostrar
que somos dignos del orgullo de Dios. Pero no somos suficientes, ¿verdad? Es un
mal muy grande para poder pegarle. Nunca pensé que podría existir algo así. No
puedo hacer nada. Una cosa que parece salida de esas estúpidas películas en
color que están por todas partes viene a matarnos… y yo soy solo la infantería.
Ayer era un “Supersoldado”. Hoy ni siquiera sé si todavía creo en Dios”.
Es un momento este que define al personaje y explica algo
que Millar trató de hacer tragar a los lectores sin conseguirlo: la razón por
la que a veces el Capitán América Ultimate se comporta como un auténtico
gilipollas es que combatir es lo único que ha permanecido inalterado respecto a
su época. Todo lo demás ha cambiado, pero sigue existiendo el cuerpo militar y
un enemigo al que batir. Luchar es el único sentido que encuentra a su
vida.
En las tres secciones, Ellis presenta nuevas versiones
Ultimate de personajes ya conocidos del Universo Marvel, algunos más
conseguidos que otros. Sólo Misty Knight es indistinguible de su contrapartida
clásica. Sam Wilson está especialmente mejorado: un aventurero y científico con
una mente ágil y adaptable que en ningún momento vive y actúa a la sombra del
Capitán América. Algunos pasos en falso con otros personajes o injustas
relegaciones a segundo plano, tienen escaso efecto negativo en el ágil
entretenimiento que proporciona la lectura de esta saga. Ahora bien, como suele
ser la norma en este tipo de eventos, lo que prima es la épica y la acción. La
historia no deja demasiado espacio para el trabajo de caracterización.
Intervienen muchos personajes y todos tienen sus momentos (algunos de ellos,
como los que he detallado, incluso brillantes), pero la escala de la amenaza es
tan grande, hay tanto en juego, que, sencillamente, no se pueden dedicar
páginas y páginas a profundizar en los personajes.
Ellis, apoyado por unos dibujantes solventes, resultó ser un escritor más que adecuado para un evento que nunca planeó escribir en su totalidad. De hecho, la parte más sólida de la saga es la primera, “Ultimate Nightmare”, que, como he dicho, era la que inicialmente se le había asignado y donde incluye muchas ideas interesantes en una trama bien articulada y con tanto suspense como atmósfera, que trata sobre cómo lo que hicimos en nuestro pasado puede regresar para dañarnos en el presente. “Ultimate Secret” es entretenida aunque no más espectacular que un comic convencional de superhéroes. Y la sección final, “Ultimate Extinción”, si bien –como le suele ocurrir a Ellis- se enreda demasiado a base de introducir atropelladamente conceptos muy atrevidos y abrir múltiples frentes (Nick Furia y sus hombres, Reed Richards y sus investigaciones, Misty Knight, los mutantes, Silver Surfer, los clones de Dragón Lunar…), ofrece una conclusión adecuada.
De hecho, quizá la mejor muestra de lo diferente que es
este evento de aquellos desarrollados para el Universo Marvel tradicional es la
forma en que Ellis lo remata. Cualquier otro guionista habría tendido a mostrar
a los héroes desencadenando todo su poder destructivo contra Gah Lak Tus. Pero
aquí, la entidad es derrotada en dos frentes poco ortodoxos: por una parte y
habiendo constatado el daño que le causa el contacto mental con un humano,
Xavier y Grey se dirigen telepáticamente a toda la Humanidad con un
superamplificador para los poderes de ambos: “Todos los soñadores. Todos los que habéis experimentado un deja vu o un
escalofrio en un cuarto vacío. Todo el mundo que ha sentido que alguien
caminaba sobre su tumba. Raza Humana, despierta o dormida, pensad con nosotros.
Sobre nosotros está la muerte. Pero es una muerte estúpida y temerosa. Y nos
teme a nosotros. Tiene miedo de nosotros porque hacemos cosas. Porque amamos.
Porque imaginamos. Porque nos preguntamos qué pasara luego. No puede acercarse
a nosotros porque nuestra humanidad le da miedo. Dadnos vuestros pensamientos.
Pensad en quién amáis. Vuestras ideas. Vuestras fantasías. Vuestras ambiciones.
Todos esos pensamientos son una bala. Y nosotros tenemos la pistola”… que
es una gran antena por la que canalizan toda ese energía mental contra Gah Lak
Tus.
Por otra parte, Reed Richards inventa un arma que puede
proyectar la energía del multiverso como si fuera un cañón y con la que
destruye el 20% de Gah Lak Tus. Mientras tanto, el resto de los héroes y las
tropas de SHIELD se enfrentan a un ejército de clones “sacerdotales” –la
versión Ultimate de Dragón Lunar- creados años atrás por una organización de
científicos conocida como el Enclave (otra actualización de un veterano
concepto del Universo Marvel) y diseñados para facilitar la llegada de Gah Lak
Tus. El esfuerzo combinado de todos los héroes hace que la entidad alienígena
considere excesivo el esfuerzo de destruir la Tierra y opte por dar media
vuelta.
A diferencia del Nulificador Supremo que Reed Richards
había utilizado para amenazar a Galactus en la Trilogía original, lo que aquí
inventa el joven genio Ultimate es un arma cuyas consecuencias, si se usa, le
cuesta asimilar. Tiene dudas respecto a si crear un arma tan poderosa será aún
peor que dejar que el planeta muera: “He
tenido una idea, Sue. Una idea terrible, terrible. Me da ganas de vomitar cada
vez que me pasa por la cabeza. Pero no se me va. Sé cómo hacer daño a Gah Kal
Tus. Tal vez incluso cómo matarlo. Pero… es obsceno. Y estaría entregando a
Nick Furia algo muy parecido a un arma definitiva”. Aún así, lo hace, pero
no sin remordimientos. Y efectivamente, consigue su objetivo y Nick Furia hace
lo que él temía: compartir los planes del arma con otros planetas transmitiendo
al cosmos la información, para que así puedan defenderse contra Gah Lak Tus… o,
como teme Richards, utilizarla contra otras civilizaciones.
No es el tipo de victoria atronadora que uno podría esperar de un evento de esta naturaleza ni tampoco termina con un forzado melodrama. Es más, casi se podría hablar de anti-climax. A pesar de su escala cósmica, Ellis trató de ofrecer una historia con mayor grado de introspección de lo habitual. Hay incluso quien duda que esto sea un “evento”, calificándolo en cambio como un crossover de calidad. Y quizá sea ese su rasgo más atractivo. No es ni mucho menos una historia perfecta, pero sí un comic honesto que intenta encontrar un tono distinto al del que se espera en iniciativas editoriales de este calibre.
“Ultimate Galactus Trilogy” es una obra algo irregular a
causa de la forma en que se gestó y contó. La parte central es la más prescindible,
una especie de falso segundo acto. La primera y la tercera, por el contrario,
son bastante intensas y están alineadas con los intereses y estilo de Ellis,
especialmente la primera, un arranque muy ardiente y donde el guionista se
siente claramente más a gusto. En cuanto al dibujo, mantiene una solidez y
coherencia uniformes a lo largo de toda la saga. Hairsine se maneja bien con
las sombras, que es precisamente lo que la primera parte necesita. El segundo arco
es más luminoso, lo que también se ajusta a las fortalezas de McNiven y Raney;
y el tercero, como apunté, puede contarse entre lo mejor que ha hecho Brandon
Peterson aun cuando su utilización extensiva de un sombreado a base de tramas
mecánicas pueda distraer un tanto.
“Ultimate Galactus Trilogy” es, a la postre, una lectura entretenida, eficaz y autocontenida, gráficamente bien resuelta y en cuya historia tienen tanta importancia los superhéroes como los conceptos de la ciencia ficción más vanguardista. Quizá no sea, como he dicho, un evento que se ajuste al molde canónico, pero estando Warren Ellis detrás es difícil no encontrar alguna idea, concepto o momento que no asombre, maraville o sobrecoja.
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