5 oct 2022

1972- GULLIVAR JONES, GUERRERO DE MARTE en MARVEL

 


En el verano de 1969, con un mes de diferencia, Marvel lanzó los primeros números de dos colecciones: “Tower of Shadows” y “Chamber of Darkness”, en un intento de emular el éxito que su rival, DC Comics, estaba consiguiendo con títulos antológicos como “House of Mystery”, “Tales of Unexpected” o “Witching Hour”, todos los cuales habían recientemente completado (y en el caso del último, nacido ya con él) su paso al terror (siempre, claro, dentro de las estrictas directrices marcadas entonces por el Comics Code Autority). 

 

“Tower of Shadows” y “Chamber of Darkness” arrancaron con fuerza. Sus primeros números ofrecían el arte de algunos de los mejores talentos de la industria, como Neal Adams, Bernie Wrightson, Wally Wood, Jack Kirby, Barry Windsor-Smith o Jim Steranko. Aunque hubo algunos titubeos con el formato –un par de grotescos anfitriones, Digger y Headstone P.Gravely, se dejaron de lado tras el primer par de números, por ejemplo- encontraron su fórmula rápidamente. Incluían sobre todo material original, por ejemplo, adaptaciones de algún relato clásico de Poe o Lovecraft. Cuando “Al Filo de la Medianoche”, un relato escrito y dibujado por Steranko, ganó el Premio Alley Award de 1969 a la Mejor Historia, pareció confirmarse que estas colecciones iban a ser auténticos competidores de los de DC y que Marvel había entrado en el campo del “misterio” para quedarse.

 

Unos meses más tarde, en octubre de 1969, Marvel presentó también “Where Monsters Dwell”, dedicado exclusivamente a reeditar historias ya publicadas por la casa en su etapa anterior, entre finales de 50 y primeros 60, cuando su nombre comercial era Atlas. Otra cabecera más se unió al catálogo seis meses después, “Where Creatures Roam”, que seguía exactamente la misma fórmula: reedición de historias independientes de monstruos firmadas sobre todo por Jack Kirby.  

 

Aunque tenían más en común entre sí que, por ejemplo, los westerns y los comics de amor que también publicaba Marvel, difícilmente los lectores de la época cometieron el error de confundir esos dos nuevos tebeos de monstruos con los de misterio que les precedieron. En primer lugar, porque aquéllos eran reediciones –y en pocos años el estilo de dibujo de los comics mainstream norteamericanos había cambiado bastante, pudiéndose diferenciar claramente lo nuevo de lo antiguo-; y, en segundo lugar, porque los títulos de monstruos habitualmente se apoyaban en algún tipo de premisa científica aunque fuera vaga, mientras que los de misterio jugaban sobre todo con lo sobrenatural.

 

Pero esa frontera siempre difusa empezó a diluirse todavía más alrededor de la primavera de 1970, cuando en sus respectivos números seis, tanto “Tower of Shadows” como “Chamber of Darkness”, ambas bimensuales, empezaron a incluir una historia antigua mezclada con el material nuevo. En los meses siguientes, las dos colecciones fueron dejando cada vez más espacio a las reediciones de material de archivo, hasta que la fórmula se invirtió y pasaron a ser colecciones de reediciones con una sola historia original.

 

Y, por último, llegó el cambio de nombres: “Tower of Shadows” se convirtió en “Creatures on the Loose” en su décimo número; y “Chamber of Darkness” en “Monsters on the Prowl” en el noveno. La diferencia con los comics de monstruos antes indicados seguía siendo la inclusión de algún material nuevo, pero realmente ya apenas se podían distinguir unos títulos de otros. ¿Qué ocurrió para que Marvel se desinflara y retirara su confianza de las antologías de misterio tan rápidamente? 

 

La respuesta parece ser una de coste-beneficio. Para empezar, las ventas no eran tan buenas como para tirar cohetes. Además, desde el punto de vista económico y editorial eran comics costosos y difíciles de coordinar ya que en cada número había que depender de tres equipos de guionista y dibujante/entintador en lugar de uno solo, como era lo habitual en los superhéroes. La editorial en ese punto no tenía la infraestructura ni el personal necesarios para mantener ese esfuerzo. Stan Lee y Roy Thomas se encargaban de supervisarlo todo y los pocos ayudantes de editor que tenían carecían de autoridad para decidir. 

 

Mencionaba también el plano financiero. Las antologías de misterio eran más caras de producir que las de monstruos por la sencilla razón de que estas últimas volvían a presentar material antiguo que ya se había pagado en su día. Si las ventas de las dos categorías eran más o menos las mismas, parecía lo más prudente reconvertir los de misterio en clones de los de monstruos e ir dosificando en ellos el material nuevo que ya se hubiera desembolsado y adquirido.

 

Y eso es precisamente, al menos al principio, la estrategia que se siguió con “Creatures on the Loose” y “Monsters on the Prowl”. Aunque el primer número de “Creatures on the Loose”, el 10, destaca por mostrar en portada una nueva historia (y no una cualquiera sino la primera del rey Kull, el personaje de Robert E.Howard, y dibujada por Berni Wrightson), los siguientes ya sólo anunciaban en la cubierta las reediciones de material antiguo. Así siguieron las cosas hasta diciembre de 1971, cuando “Creatures on the Loose” nº 16 introducía una variación: no sólo la portada estaba dedicada a una historia nueva en el interior, sino que iba a ser la primera entrega de un serial y no un relato autoconclusivo.: “Gullivar Jones, Guerrero de Marte”

 

Para entonces, Marvel ya se había dado cuenta de que tenía en “Conan el Bárbaro” una auténtica joya (en noviembre de 1971, por ejemplo, se había publicado el número 11, en el que Roy Thomas y Barry Windsor-Smith adaptaban maravillosamente el relato “Villanos en la Casa). De ahí la mencionada introducción de Kull en “Creatures on the Loose”, personaje que acabó obteniendo una serie propia algo después. Pero no era suficiente, había que explotar el filón mientras durara y Marvel empezó a buscar en la literatura otros héroes de espada y brujería a los que hincarles el diente.

 

Con toda seguridad, a Roy Thomas (que ya se encargaba de gran parte del trabajo editorial y que pronto sucedería a Stan Lee como editor en jefe) le habría gustado adaptar John Carter, el personaje creado por Edgar Rice Burroughs, pero en ese momento la licencia había sido adquirida por DC Comics. Así que tuvieron que conformarse con otro héroe, menos conocido pero que había sido el predecesor e inspirador de aquél. La novela “Lieut.Gullivar Jones: HisVacation”, escrita por Edwin Lester Arnold, se publicó en 1905 y fue una pionera en lo que hoy se conoce como “romance planetario”: una combinación de fantasía y ciencia ficción que integraba exóticos ambientes alienígenas y acción al estilo del subgénero de espada y brujería que cristalizaría más tarde en personajes como “Conan el Bárbaro”, “Kull” o “Fahrd y el Ratonero Gris”.

 

El libro contaba la historia de Gullivar Jones un oficial del ejército que deseaba escapar del tedio de la vida civil en el mundo moderno y que era transportado en una alfombra mágica hasta Marte, donde obtenía superfuerza gracias a la menor gravedad, utilizándola para ayudar a una semidesnuda princesa involucrada en un conflicto entre especies nativas.

 

Sin embargo, la novela obtuvo sólo una tibia recepción. Hay quien opina que esto se debió a que la obra se adelantó a su tiempo y que ni los lectores ni los críticos estaban preparados para este tipo de ficción especulativa; para otros, fue la naturaleza anti-heroica de Jones la que no caló entre los lectores, puesto que a menudo era derrotado en combate y, más que tomar la iniciativa, se veía zarandeado por los acontecimientos. Sea como fuere, este relativo fracaso hizo que Arnold dejara la escritura y su creación fuera mayormente olvidada. No fue reeditada hasta 1964, cuando Ace Books la recuperó, al hilo del renacimiento del género fantástico, con una maravillosa portada de Frank Frazzetta.

 

El aficionado a la CF se habrá percatado ya de las similitudes de la premisa con la de John Carter, el protagonista de “Una Princesa de Marte” (1912), novela de Burroughs con la que se iniciaría una larga y exitosa saga de doce libros. Podemos llamarlo inspiración o plagio, pero está claro que Burroughs, como mínimo, había leído la obra de su compatriota. Por el motivo que fuera, ahora sí, el exmilitar norteamericano trasladado místicamente a Marte, dotado de grandes poderes y convertido en héroe planetario y amante de una princesa ligera de ropa, caló en el público, probablemente porque los lectores de los pulps donde se serializaron estas aventuras era distinto del que compraba novelas. En cualquier caso, John Carter cambió la CF para siempre y fue el antecesor de Flash Gordon y, más indirectamente, “Star Wars”.

 

De hecho, fue la creación de Burroughs la que llevó a Thomas y Marvel Comics hasta Gullivar Jones. Dado que, como he dicho, DC se había hecho con John Carter y Carson de Venus (otro de los héroes planetarios de Burroughs), Thomas hubo de conformarse con su menos ilustre precursor, cuyos derechos, además, ya eran de dominio público. Aunque Gullivar Jones era una obra de CF, la intención de Thomas, ya lo he comentado, era trasladarlo al ámbito de la espada y brujería que tan bien estaba funcionando para la editorial. 

 

La enérgica versión de Marvel fue concebida y ejecutada por Roy Thomas junto a uno de sus artistas favoritos, Gil Kane (entintado por Bill Everett), actualizando algo el contexto del personaje y tomándose libertades con el material original. Al menos, Marvel tuvo la satisfacción de presentar su propio comic de romance planetario un par de meses antes que DC, cuya primera entrega de John Carter se publicó como complemento de “Tarzán” nº 207 (febrero 72).

 

Las páginas de aquella entrega inaugural presentaban al personaje titular que, habiéndose licenciado del ejército tras luchar en una guerra de la que había acabado harto (claramente la de Vietnam), sale por última vez del club de oficiales. Allí mismo es abordado por un hombre calvo y de piel amarilla montado sobre un disco luminoso que levita. Antes de morir, el desconocido le hace entrega de un amuleto y el disco lo transporta en el tiempo y el espacio hasta Marte, quedando su pelo blanco a causa de la experiencia. Pero siendo esto ficción pulp de la vieja escuela, no hay tiempo para lamentaciones. Apenas ha puesto un pie en el suelo marciano cuando ya está rescatando a la hermosa princesa Heru, de piel amarilla, de la agresión de unos gigantones de piel roja en el mercado de una ciudad. Inmediatamente, se hace con una espada y una montura (una especie de dinosaurio que corre a dos patas), se marcha con la chica, la besa y luego ha de pelear con unos hombres-pterodáctilo que tratan también de secuestrarla.

 

Por desgracia, algo que no tenía en común Gullivar Jones y Conan era la confianza de la editorial. Las aventuras de Jones estaban limitadas a sólo diez páginas por número, así que el único que disfrutaba de espacio para actuar era el protagonista, dejando a sus intereses románticos, villanos, aliados y demás secundarios en un muy segundo plano. Por el contrario, Conan, que tenía su propia colección mensual, disfrutaba en cada episodio de una historia bien estructurada en la que cada personaje tenía vida propia.

 

Thomas, por tanto, no tenía demasiado espacio para maniobrar en lo que al guion se refiere, así que optó por zambullirse de lleno en el espíritu pulp de los años 20 y 30 del pasado siglo y que estaba marcado por la predominancia de la pura evasión, todo acción y cero caracterización. Nada se nos dice del pasado y personalidad del héroe titular, pero no importa. Se le empuja a la acción desde la primera página, adaptándose sin trauma alguno a una cultura extraterrestre, dominando el manejo de la espada, cabalgando en extrañas bestias, interfiriendo sin titubeos en los asuntos de los nativos y, en fin, convirtiéndose en un héroe desde el mismo momento de su llegada.

 

Todo esto no parece muy propio de Marvel, que ya llevaba años destacando por el cuidado con el que caracterizaba a sus héroes y villanos. Pero es que esto, repito, no es un comic Marvel, sino un pulp llevado fielmente a las viñetas y su filosofía es la de ofrecer acción a raudales y aventuras sin interrupción en un mundo extraño lleno de maravillas y terrores por descubrir.

 

Por otra parte, aunque Gullivar Jones era originalmente una obra de CF y que tenía más en común con Flash Gordon que con Conan, Gil Kane –siguiendo sin duda instrucciones de Thomas- le da visualmente todo el aspecto de una aventura de espada y brujería. Desde la primera entrega, con ese bazar de estilo medieval, la lencería de cota de malla y los duelos a espada, queda claro lo que Marvel pretendía: utilizar un personaje preexistente para moldear un nuevo Conan.

 

En “Creatures on the Loose” nº 18 (julio 72), los guionistas George Effinger (que en los 80 se convertiría en un autor de CF, escribiendo la Trilogía del Budayen, obra clave dentro del ciberpunk) y Gerry Conway sustituyeron a Thomas mientras que Ross Andru (cuyo estilo debía mucho al de Kane) y Sam Grainger hicieron lo propio con Kane y Everett. El cambio de guionistas no alteró la dirección elegida, a saber, utilizar los mismos tropos de la Fantasía; pero el lenguaje moderno que utilizaba Jones y la ambientación alienígena conseguían darle una personalidad diferenciada a la de Conan. Jones hacía gala de una actitud un tanto frívola y –en esto se parecía a su referente literario- no buscaba tanto la aventura como ésta le buscaba a él. Jones era un espadachín y un guerrero transportado a la fuerza a un mundo que no comprendía, mientras que Conan se abría paso a la fuerza en un mundo al que doblegaba y moldeaba a su imagen bárbara.

 

Pero la sombra del cimerio nunca llegó a desaparecer de la serie. En la portada del nº 19 (septiembre 72) el texto anuncia: “El Bárbaro Rojo de Marte”; y la ilustración muestra a un Jones ataviado solo con un taparrabos, blandiendo una espada y lanzándose contra un monstruo mientras protege a su princesa de piel amarilla tendida en el suelo y “vestida” con un sujetador metálico y una braga. Estaba claro que la intención era atraer al aficionado a la espada y brujería. En ese número hay otro cambio en el apartado gráfico, compartiendo créditos Gil Kane, Wayne Boring y Jim Mooney. Estos bailes de dibujantes, independientemente de su talento, nunca son buena señal e impiden una continuidad y consolidación de la serie.

 

En las dos últimas historias de Gullivar Jones, nº 20 y 21 (nov 72-enero 73), los lápices los asumiría otro nombre importante de la industria, Gray Morrow, que le aportó una estética muy diferente y, a mi juicio, más interesante y sofisticada. En este punto, el serial de Jones en “Creatures on the Loose” se cortó para ser sustituido por el de otro bárbaro, “Thongor of Lost Lemuria”, un personaje creado por Lin Carter. Las aventuras de Jones fueron trasladadas a otro título, la revista en blanco y negro “Monsters Unleashed”, donde apareció en dos números, el 4 (febrero 74) y el 8 (octubre 74), con labores creativas de Tony Isabella y Dave Cockrum y Doug Moench y George Perez respectivamente.

 

“Gullivar Jones” lo tenía todo para triunfar: pedigrí literario, un equipo creativo con experiencia y ascendiente en los lectores, una mezcla de fantasía y ciencia ficción. Por desgracia, nunca satisfizo su potencial y, como su referente literario, quedó como una rareza efímera conocida sólo por los más aficionados. Fue víctima de un formato inadecuado para contar historias mínimamente complejas y un baile de dibujantes y guionistas que impidió cualquier intento de mantener una visión creativa consistente y continuada.  

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