(Viene de la entrada anterior)
El arco “Vidas Privadas” comprende los números 13 al 16 (agosto-diciembre 2014) del volumen 3 de la colección, editado bajo el sello Vértigo de DC. En España, el volumen recopilatorio se complementa con un especial: “Astro City: Guía Turística” (2014), que adopta un formato como el que su título indica e incluye una carta del alcalde dando la bienvenida al lector, una corta historia de ocho páginas, anuncios publicitarios ficticios, artículos narrando la historia de la ciudad, un recorrido por sus barrios más conocidos, una guía gastronómica, un mapa y una colección de pin-ups de los superhéroes más conocidos de la urbe dibujados por artistas importantes, desde Bill Sienkiewicz a Carlos Pacheco pasando por Jim Lee, Walter Simonson, Bruce Timm, Howard Chaykin, Michael Golden, Darwyn Cooke o Simon Bisley, por nombrar solo algunos.
Pero centrándonos en lo mollar de “Vidas Privadas”, desde hacía ya algún tiempo, “Astro City” se había acomodado en una fórmula ya muchas veces descrita en esta serie de entradas. Una fórmula que funcionaba, que seguía destilando ideas y personajes que enriquecían más y más el universo edificado desde hacía veinte años por Busiek, Anderson y Ross. Pero, al mismo tiempo, había dejado de sorprender. Y quizá dándose cuenta de ello, los autores plantean el número 13 como un revulsivo, un experimento, un paso fuera de la senda trazada. Y consiguen su propósito.
La historia cuenta cómo una entidad supranatural e invisible llamada el Maestro de Baile, una especie de avatar de la música, la danza y el amor, llega a Astro City conjurado por unos experimentos realizados en laboratorios científicos, sembrando a su paso un torrente de romance y alegría de vivir allá donde esos sentimientos no parecían tener ya cabida. Este breve fenómeno que inunda la ciudad se personaliza en un pequeño grupo de personajes secundarios: una cajera de banco insatisfecha con la vida en la gran urbe que no ha cumplido sus sueños de chica de provincias; un villano atracador de bancos llamado Perro Pistolero que está atravesando una crisis existencial; y una pareja de científicos gays que trabajaban por separado en proyectos muy avanzados donde se utilizan expresiones como “sondas mandelbrot digitales”, o “multienvainado del túnel N”.
Sin embargo, lo que dota de interés a la historia es que no es cronológicamente lineal, hilvanando momentos del pasado y el futuro. Busiek aprovecha este recurso para crear ciertas expectativas en los lectores, fundar relaciones entre los personajes o incluso deshacerlas.
Gráficamente, Anderson se desvía también de su línea clásica, probando nuevos estilos para asegurarse de que el lector perciba al Maestro de Baile como un ser etéreo sin una forma definida. Así, su primera aparición está dibujada como si se tratara de un grabado decimonónico, más adelante se le muestra flotando en picado rodeado de fondos geométricos; vestido como si hubiera salido de una ópera o un cuento de hadas; deformado al estilo psicodélico de finales de los 60; o inserto en una composición abstracta. Sin duda, uno de los números más interesantes de toda la colección desde el punto de vista gráfico.
Aunque la “fórmula Astro City” sigue dando historias excelentes tanto tiempo después de su invención, este número 13 ofrece un bienvenido cambio de tercio en la forma de una historia experimental y algo alucinatoria en la que evidentemente los autores invirtieron mucho trabajo. Tanto el guion como el dibujo rompen las reglas de la serie para tomar nuevas e interesantes direcciones.
El número 14 lo utiliza Busiek para responder a una de las grandes preguntas del mundo de los superhéroes: ¿a dónde van a parar todos los robots cuando son derrotados? Cuando el científico loco de turno llega a la ciudad para sembrar el caos y la destrucción, a menudo lo hace sirviéndose de algún robot grande, brillante, móvil, fuerte y cargado de armamento. Al final del enfrentamiento con el héroe o héroes de turno, estas máquinas suelen acabar hechas virutas metálicas. ¿Quién se hace cargo de ello? Una vez más, “Astro City” se propone arrojar una luz sobre este poco conocido rincón de cualquier universo superheroico: el desguace de robots.
La protagonista del episodio es Ellie (que Alex Ross diseñó a partir de una familiar suya), una mujer ya en su sexta década de vida que rastrea, recoge y arregla robots por todo el territorio nacional para llevarlos a sus humildes instalaciones en el Sudoeste americano, que ha acondicionado como museo y atracción turística con la que ganarse la vida. Pero aún más importante para ella que el tema económico es que considera a los robots sus amigos y cuando los visitantes se marchan y el sol se pone, éstos dejan de fingir, cobran vida y la acompañan en sus quehaceres. Es una especie de hospital y refugio para ellos. Allí están a salvo una vez liberados de la esclavitud de quienes los fabricaron y programaron para destruir y matar.
Los problemas comienzan cuando un día aparece de improviso el sobrino de Ellie, Fred, un sujeto débil y codicioso, en la ruina y escapando de su último divorcio, que, una vez informado del secreto, se empeña en realizar cambios en el lugar. Ellie –y esto es lo más inverosímil de la historia, más aún que los propios robots- confía en él y le deja al cargo del museo mientras ella sale a recuperar otras máquinas abandonadas. Inmediatamente, Fred convierte el santuario de Ellie en un supermercado de mercenarios mecánicos para villanos con dinero. Cuando Ellie ve por la tele al Samaritano combatiendo contra uno de sus robots, se apresura a regresar a casa solo para ser arrestada por la policía como mente maestra del tinglado.
Este número puede incluirse dentro del grupo de interesantes de la colección. A priori, uno puede pensar que se le está pidiendo demasiada suspensión de incredulidad con la idea de una anciana sin aparente formación técnica que es capaz de reparar y conservar ingenios tecnológicos muy avanzados. Pero Busiek ya tiene respuesta para ello, aunque no revele sus cartas hasta el episodio siguiente. Ellie parece estar reprimiendo recuerdos dolorosos de su pasado. ¿Fue quizá una antigua villana? ¿O una superheroina? ¿Posee algún tipo de don con las máquinas?
El número 15 es la conclusión de la historia de Ellie, pasando del tranquilo ritmo con el que se establecía su circunstancia y se preparaba el drama, a una peripecia más acelerada y con mucha más acción. Debido a los tejemanejes delictivos de su sobrino, Ellie es detenida y llevada a prisión, de donde es liberada por uno de sus pequeños amigos mecánicos. Su investigación de lo ocurrido y quién se halla tras ello viene acompañada por la recuperación de sus recuerdos del pasado, que había mantenido reprimidos y que responden a muchos de los enigmas dejados en el aire en la primera parte.
Y es que cuando era universitaria, compartió habitación y estudios con otra estudiante tan brillante como ella, pero mucho más intensa y que se llamaba Vivian Vincentia Viktor (la relación entre ambas es equivalente a la que Reed Richards, alias Mr.Fantásticos, y Victor von Doom, alias Doctor Muerte, mantuvieron en la universidad del Universo Marvel). Aunque ambas compartían la pasión por la robótica, Vivian carecía por completo del altruismo de Ellie y decidió extraer de su mente a la fuerza sus conocimientos y convertirse en una supervillana.
Una historia, por tanto, en dos partes. La primera, más en línea con el estilo relajado y cotidiano por el que se ha hecho conocida “Astro City”; la segunda, entra de lleno en la acción superheroica algo más convencional y con una resolución bastante predecible y un pelín apresurada, aunque no por ello Busiek descuida el trabajo de caracterización y desarrollo de la protagonista.
Puede bastar un solo giro de guion para obtener un buen comic... como también basta uno malo para arruinarlo. Afortunadamente, el nº 16, titulado “Ojalá Pudiera…”, pertenece al primer grupo. El problema con este giro sorpresa que mejora un comic que ya de por sí era interesante, es que es muy difícil hablar de la historia sin arruinar la sorpresa a quien no la haya leído. Por ello, quede avisado el lector de este artículo de que habrá spoilers.
Alejándose del habitual entorno de Astro City, este episodio nos traslada a una pequeña ciudad americana que dispone de su propio superhéroe local, Starbright… y su propio villano, Simon Dice (que es el nombre de un juego infantil anglosajón), el cual responde al arquetipo de científico genial. De hecho, la dinámica que mantienen ambos recuerda a la de Superboy y Luthor en la Smallville de los años 50, con el uno trazando extravagantes y llamativos planes (en este caso, detener el balón en el aire durante un partido crucial de la liga universitaria de rugby) que son finalmente frustrados por el otro pero sin llegar a atraparlo.
La premisa de partida es que un día, Simon Dice le ofrece a su némesis un trato: utilizará su extraordinario intelecto para ayudarlo a combatir el crimen durante todo un día; a cambio, él llevará a un grupo de estudiantes seleccionados, chicos y chicas raros y marginados, a su base secreta para que estén con él celebrando su decimosexto cumpleaños. Esa es solo la mitad de la historia. El giro en cuestión, lo que le da al drama un nuevo sentido, es la revelación (aunque se habían apuntado un par de pistas) de que Simon Dice es en realidad transexual y que su ira contra el mundo estaba motivada por su sentimiento de aislamiento y el acoso que sufrió a manos de abusadores de instituto que lo reconocieron como diferente antes de que él mismo lo hiciera. Tras la muerte de Starbright, Sarah (su nuevo nombre que acompaña al nuevo cuerpo de un Simon que se ha sometido al cambio de sexo), decide asumir esa identidad superheroica en homenaje al único que, ahora lo puede reconocer, le intentó ayudar sinceramente durante años.
Los personajes LGTB, sean héroes o villanos, están integrándose con normalidad en el género superheroico en los últimos tiempos y este giro sobre la identidad sexual de Simon, en lugar de concebido tan solo para generar polémica o impacto vacío, está bien planteada y dirigida desde el punto de vista del drama y la caracterización. Aunque puede no ser el número más sólido de esta última etapa de Astro City, el giro de su historia y la normalidad y humanidad con la que se inserta en la trama, lo hacen sobresalir de la media.
En resumen, “Vidas Privadas” es un conjunto de historias muy interesante y recomendable para todo el mundo, dado que no requiere de conocimientos previos del universo de Astro City para entenderlas y disfrutarlas. Buenos argumentos, personajes bien construidos, dibujo sólido y portadas maravillosas. Poco más se puede pedir a una serie de superhéroes.
(Continúa en la siguiente entrada)
Totalmente de acuerdo contigo. De hecho, uno de los rasgos más distintivos del estilo de Busiek es su capacidad para dotar de humanidad a sus personajes. ¿cómo si no se explica que me emocionase y, en cierto modo, dejara un poso amargo esa sonda robótica en una luna lejana de la primera historia que, tras el paso del Maestro de Danza, ha tomado consciencia y echa de menos la compañía en un mundo yermo? O, como dices, la soledad de Simon Dice tan bien retratada. Añade que el gito de la revelación de quién era el Starlight original también me gustó por inesperado y por ir contra los clichés del género.
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