(Viene de la entrada anterior)
Durante los primeros cuatro números de esa colección, Friedrich y Ploog adaptaron la novela de Mary Shelley explicando que se trataba de una historia real disfrazada de ficción. Se narraban eventos posteriores a la misma intercalados con extensos flashbacks en los que se adaptaba la obra literaria propiamente dicha. Como he indicado, Friedrich llevaba ya unos años en el negocio y aunque tenía reputación de fiable y versátil, personalmente no me parece alguien de gran talento (de hecho, le solían encargar títulos en trance de cancelación o pendientes de asignar equipos estables). Aquí adopta un estilo de prosa recargado en cantidad y calidad que intenta remedar el tono de la novela original. El resultado parece más un libro ilustrado que un comic y eso puede presentar un problema para un lector moderno, acostumbrado a narraciones más fluidas en las que el guionista no pretende exhibir sus cualidades literarias aprisionando al dibujo con espesos cartuchos de texto.
Pero al menos, la historia de Friedrich le permitió a Ploog disfrutar no sólo dibujando una versión del monstruo que en muchos aspectos se acercaba al concepto de la obra original sino dando rienda suelta a su gusto por lo extraño y lo grotesco: cementerios a media noche, cadáveres de ajusticiados, laboratorios repletos de quemadores bunsen y esqueletos colgantes…
En el nº4, como he dicho, Friedrich y Ploog concluyeron su personal adaptación de la novela de Mary Shelley e iniciaron, en ese mismo episodio, su primer argumento completamente original. Tal y como se nos cuenta, el monstruo no muere en el Polo Norte sino que consigue atravesar las gélidas aguas árticas hasta arribar a una costa poblada por lo que sólo puede describirse como una tribu de esquimales involucionados (quizá el único tipo de nativos que Ploog podía dibujar), pasando a ser una suerte de Conan el Bárbaro. La acción venía acompañada de profusos textos en primera persona que a menudo no hacían más que contar lo que la imagen ya mostraba. La criatura es aceptada por la tribu, se convierte en su defensora, decidiendo finalmente adentrarse en las tierras salvajes para regresar a la civilización.
Guste más o menos, en este punto la prosa de Friedrich no sólo ofreció un trabajo superior a todo lo que había hecho hasta entonces en Marvel, sino que había conseguido entender y reproducir el ritmo y estilo decimonónicos de Shelley mezclándolo con ese melodramatismo ampuloso propio de Stan Lee o Roy Thomas: “Una tosca balsa navega por el agitado y helado mar ártico, dejando en la orilla tres tumbas. ¡Las tumbas de unos hombres cuyos actos pronto conmocionarán al mundo! Porque sólo ellos son los responsables de volver a liberar ¡al Monstruo de Frankenstein!”.
Como le sucedía a la mayoría de los nuevos dibujantes que empezaban a poblar las oficinas de Marvel en los setenta, el arte de Mike Ploog era mucho mejor cuando él mismo entintaba sus lápices. Lo mismo le ocurría a compañeros suyos de profesión como P.Craig Russell o Val Mayerik; otros parecían compatibles sólo con ciertos entintadores, como Rich Buckler con Pablo Marcos; o Klaus Janson y Paul Gulacy con Dan Adkins. No había sido así en la generación anterior de Marvel, cuando los lápices de Kirby eran considerablemente embellecidos por profesionales como Joe Sinnott o Syd Shores, o los de Gene Colan con Tom Palmer.
Desafortunadamente para los lectores, Ploog aceptó más encargos de los que podía realizar con el nivel de calidad que ya había demostrado en los primeros números de Frankenstein. El dibujo se resintió, tuvo que recurrir a un entintador de la casa (en este caso, dos números terminados por John Verpoorten) y, finalmente, dejar la colección en el número 6 (octubre 73). Al menos, en esa despedida, volvemos a encontrarnos con un Ploog en plena forma que no solo entinta sus páginas, sino que está acreditado como coargumentista. La historia empieza con un sombrío primer plano del monstruo antes de retomar la búsqueda en la que está embarcado: la del último descendiente de los Frankenstein. Ploog se encuentra a sus anchas dibujando al monstruo mientras entra en el ruinoso castillo de su creador y deambula por entre las decrépitas estancias; peleando contra un grupo de degenerados humanoides en los húmedos calabozos; o siendo encadenado y liberándose para combatir contra una horrenda araña gigante mientras trata de no ahogarse en una inundación. Ploog, en fin, redefinió prácticamente en solitario la imagen de un icono que había dominado la cultura popular durante cuatro décadas.
Pero la marcha de Ploog no obedeció solamente a una sobrecarga de trabajo. Los planes editoriales para la colección pasaban por trasladar a Frankenstein al siglo XX, a las calles de Nueva York, mezclarlo con Spiderman y otros personajes y, en definitiva, integrarlo en el Universo Marvel. Ploog no quería participar en un plan que le parecía irrespetuoso con, como dijo él, “el pobre monstruo”. Así que se marchó a hacer “El Planeta de los Simios”.
Y ese fue el principio del fin, algo que rápidamente detectaron los lectores. La serie perdió su atmósfera y su dirección y, con ellas, el interés de quienes la habían comprado desde el principio. John Buscema se encargó de ilustrar los cuatro números siguientes, todavía con guion de Friedrich. Aún en el siglo XIX, el monstruo se cruzaba con brujas gitanas, quedaba cautivado por bellas bailarinas zíngaras, combatía con un Drácula resurrecto (en la versión “Marvel” que Marv Wolfman y Gene Colan estaban realizando por entonces en “La Tumba de Drácula”) y se encontraba, por fin, con Vincent Frankenstein, el sobrino bisnieto de su creador (que Buscema dibujaba con un aire a Vincent Price).
Pero en este punto la serie había perdido ya ese punto grotesco y la atmósfera peculiar que había aportado el dibujo de Ploog. Buscema era un gran narrador, pero el resultado de sus páginas dependía mucho de los entintadores y ni John Verpoorten ni Frank Giacoia ni Mike Esposito supieron darle lustre, textura y profundidad a sus lápices.
En el número 12 (septiembre 74), entra el nuevo equipo creativo que debía llevar a Frankenstein al mundo moderno: el guionista Doug Moench y el dibujante Val Mayerik. La excusa que utilizaron fue la manida congelación de la criatura y su posterior descubrimiento por un navío, acabando exhibido como una rareza de feria ambulante. Fue una transición absurda y mal contada y aunque Mayerik comprendía mejor que Buscema el material con el que estaba trabajando, el entintado de Vince Colletta no le hizo ningún favor.
En este punto, el personaje se biloca. Por una parte, sigue su andadura en la colección mensual a color. Por otra, pasa a protagonizar un serial propio dentro de una de las revistas antes mencionadas, “Monsters Unleashed”, entre los números 2, 4-10 (septiembre 73-febrero 75) y el nº 1 de “Legion of Monsters” (septiembre 75). Este bloque, además del dibujado por Mike Ploog, es sin duda el de mayor interés. El blanco y negro es un formato mucho más adecuado a este tipo de historias y John Buscema se siente más cómodo. Mucho mejor lo hace Val Mayerik, que cuando entinta su propio dibujo sabe darle tanto al monstruo titular como a otros seres grotescos que se cruzan en su camino una fealdad magnífica que en algunos momentos llega al nivel del gran Bernie Wrightson. Los guiones de Moench no son memorables, pero al menos tiene aquí el apoyo de un artista que sabía dotarlos del aire malsano que requerían.
No puede decirse lo mismo de la serie mensual. Para empezar, el color es totalmente inapropiado para este tipo de historias. Pero es que, además, ni Mayerik se muestra tan inspirado y volcado ni el largo carrusel de entintadores (Jack Abel, Dan Green, Klaus Janson, Bob McLeod), se molestan en mejorar las mediocres viñetas. Da la impresión de que todos se lo tomaban como un trabajo alimenticio para una serie que cada vez vendía menos y que tenían que solventar con presteza.
Ni siquiera Moench atina con la historia, involucrando a Frankenstein en una especie de conspiración internacional con toques de James Bond y Spectra, sacándose de la manga a una biofísica y cirujana descendiente de Frankenstein, un adolescente melenudo que apela a la juventud de la época, un detective sacado de una novela pulp y un robot asesino que descubre la ética y la filosofía. Las cuerdas vocales del monstruo, que habían sido inicialmente seccionadas haciéndole parecer más inhumano y al tiempo más trágico, le son operadas y restauradas. La fórmula del “pez fuera del agua” se explota en exceso ya que la criatura no sólo queda alienada por su grotesco aspecto sino por vivir en un mundo moderno que no comprende. También cambia su fisiología. Si una sola bala le había dejado muy malherido antes de quedar congelado en el siglo XIX, ahora es capaz de soportar ráfagas enteras a bocajarro de armas automáticas. Lo molesto no es tanto la disrupción en la coherencia interna de todo lo que se había contado hasta este momento, sino que deja de ser Frankenstein para transformarse en algo más parecido a Hulk.
En el número 18 (sept. 75), Moench se marchó para ser sustituido por Bill Mantlo. Y Val Mayerik volvió a entintar sus propios lápices. Pareció que la trayectoria podía enderezarse porque Mayerik volvía a ofrecer escenas mucho mejor acabadas, el monstruo recuperaba su ambientación siniestra, con criaturas deformes y castillos entre la bruma. Mantlo se desprendía rápidamente del robot asesino que se había convertido en compañero de discusiones existencialistas del monstruo de Frankenstein e introducía otra descendiente de su creador, a mitad de camino entre una bruja y la líder de un culto demoniaco. No está muy claro hacia dónde podía haber derivado todo esto porque parecía evidente la intención de retomar el sendero del terror gótico tradicional dejando atrás la tecnología y el mundo urbano del siglo XX, pero en cualquier caso no hubo tiempo de averiguarlo porque la colección se canceló en ese punto.
En ese momento, la criatura estaba protagonizando junto a Spiderman un par de números de “Marvel Team-Up” (36 y 37, agosto-sept 75), que ya dan una idea de la estrategia de Marvel en lo que se refería al reciclaje e inserción de personajes no superheroicos en su Universo oficial. Aquí Frankenstein se convertía en aliado del Hombre Araña contra un tópico científico loco (para colmo, llamado Barón Ludwig Von Shtupf) que utiliza como sicario al Hombre Lobo (John Jameson, no el Jack Russell que era el Werewolf dibujado por Mike Ploog). Un sinsentido que se prolongó en dos números de “Iron Man” (101 y 102, agosto-sept 77).
Al final, de toda esta no muy extensa pero sí irregular trayectoria del venerable monstruo en la Marvel de los setenta, lo que puede recomendarse son, desde luego, los seis primeros números de la colección regular. Aunque Friedrich y Ploog no hubieran hecho nada más antes o después en Marvel, esos episodios ya bastarían para hacerlos merecedores de una mención entre lo mejor de la editorial durante esa década. Y, por supuesto, el trabajo de Mayerik para “Monsters Unleashed”,
Creo que también es reseñable la aparición del monstruo en Los Vengadores, como parte de la Legión de los No-Muertos convocada por Inmortus en su apuesta con Kang. Yo solo conocía esta aparición y el Team-Up que mencionas. He mirado la fecha de publicación, y creo que es febrero del 1975, con lo que supongo que también formó parte del intento de facilitar su inclusión en el universo Marvel. Aunque su participación es más bien irrelevante la idea en genrral fue bastante loca y digna de Englehart
ResponderEliminarGracias por la aportación, Radar. A ver si algún día me pongo a ir reseñando los Vengadores y llego a ese punto... Un saludo
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