(Viene de la entrada anterior)
En 1965 aparece el segundo Anual de “Amazing Spider-Man”, que marca el primer encuentro entre el superhéroe titular y el Doctor Extraño, las dos grandes creaciones de Lee y Ditko. Bueno, casi el primer encuentro. Porque los aficionados con buena memoria recordarán que en el Anual nº 1, Peter Parker ya había conocido al Hechicero Supremo; ahora llega el turno de su alter-ego. A diferencia del especial de 1964, sin embargo, las 20 páginas del team-up de ambos héroes fue la única historia nueva que contenía aquel ejemplar, siendo el resto reediciones de aventuras antiguas.
Spidey y Extraño han de enfrentarse al poder del mago Xandu, que posee la mitad de uno de esos objetos mágicos tan exóticos del Universo Marvel: la Vara de Watoomb (que en inglés contenía esa aliteración tan querida por Lee: The Wand of Watoom), necesitando de la otra mitad para alcanzar el poder supremo. El problema, claro, es que lo que él busca lo tiene Extraño. Así que Xandu hipnotiza a un par de matones de bar para convertirlos en máquinas de destrucción imparables y los lanza contra su adversario. A pesar de ser el Maestro de las Artes Místicas, Extraño resulta ser sorprendentemente inepto para detenerlos y Xandu se hace con la vara. Spiderman acaba involucrado en esa guerra y une fuerzas con el mago bueno para derrotar al malo. Conseguida la victoria, Extraño se marcha volando por el cielo de la noche mientras Stan Lee remata la historia con una cartela remitiendo a los lectores a continuar siguiendo al personaje en la colección “Strange Tales”.
Es una historia ingenua con un villano de opereta, pero de lectura moderadamente agradable y con esos toques tan oníricos con los que Ditko había hecho suyo al personaje de Extraño. En esta ocasión tenía el desafío de equilibrar esa estética tan personal con la que había caracterizado el serial del mago en “Strange Tales” con el estilo realista y cotidiano que era la marca distintiva de Spiderman. Ditko sale relativamente airoso del problema, aunque el ajuste no es perfecto. Por ejemplo, los dos matones hipnotizados están muy toscamente dibujados y parecen fuera de lugar en una aventura en la que participa Extraño, especialmente el vergonzante momento en el que lo tumban de un puñetazo.
Aunque estrictamente hablando este era un Anual de la colección de Spiderman, lo cierto es que éste no juega un papel verdaderamente protagonista en la trama y sirve básicamente como distracción para Xandu en momentos clave de forma que, en el clímax, Extraño pueda hacerse con la vara. Más parece una aventura del Hechicero Supremo con Spiderman de invitado.
El nº 29 (octubre 65), se abre con otro de esos curiosos detalles que acercaban el personaje a los lectores. Peter se está vistiendo y piensa: “¡Las ropas del año pasado se me están quedando pequeñas! ¡Debo de haber ganado peso!”. Los chicos pueden crecer dos o cuatro centímetros entre los 16 y los 18 años y Peter Parker está haciendo ejercicio a diario y, presumiblemente, ganando masa muscular, por lo que no es raro que necesite renovar su vestuario. Va al banco a retirar dinero para ir de compras, pero como hay mucha gente cambia de idea y se dirige al Bugle.
Dicho esto, esas viñetas resultan significativas por otro motivo. Hasta el momento, habíamos visto a Peter vestir con un estilo muy formal: traje azul, chaleco amarillo, corbata roja… A partir de este episodio, adoptará un estilo más acorde a su edad, como ese chaleco amarillo sin botones sobre una camisa sin corbata.
Las siguientes cuatro viñetas nos llevan a cuestionar las cualificaciones que el sistema carcelario de Nueva York exigía a su personal. Parece que ninguna porque la vuelven a liar. Los mismos que más adelante dejarán que Tarántula se fabrique un nuevo par de zapatos letales y que el Conmocionador monte sus vibradores en el taller de la cárcel, demuestran nulo buen sentido al devolverle al cautivo Escorpión su traje, cola incluida, para aliviarle su –fingida- crisis nerviosa. Y, sorpresa, una vez puestos, los utiliza para evadirse.
Puede que su fuga sea una mala noticia para los joyeros y banqueros de la ciudad, pero en en el caso de J.Jonah Jameson y Spiderman, es una cuestión de vida o muerte. En su anterior y primera aparición (nº 20), no solamente Mac Gargan, alias el Escorpión, había amenazado de muerte al editor del Daily Bugle sino que había demostrado ser quizá el adversario más letal para Spiderman hasta ese momento, derrotándole nada menos que dos veces en el mismo episodio.
Por desgracia, el regreso del villano no está a la altura de su debut, porque en esta ocasión el tebeo se limita a desarrollar una trama mínima en la que el Escorpión aparece, Spiderman lucha con él durante nueve páginas, lo derrota y punto final. Tan simple como eso, sin giros ni sorpresas. En esta ocasión, el héroe derrota a su enemigo de una manera tan pedestre como es envolverlo en telaraña, solución que ya había utilizado en el número anterior con el Hombre Ígneo. El hecho ya establecido de que las garras del Escorpión podían cortar la telaraña de Spiderman haciéndola inútil contra él, se ignora completamente.
El episodio contiene algunas buenas escenas de acción y es divertido ver a J.Jonah Jameson ocupar una parte importante del episodio con sus cobardes triquiñuelas para provocar un enfrentamiento entre Spiderman y el Escorpión (que iba a tener lugar de cualquier forma) y luego llevarse el crédito por la captura del criminal; pero no puede obviarse el hecho de que el desenlace resulte decepcionante ya que el villano no parece ni mucho menos tan peligroso como lo habíamos conocido anteriormente. Spiderman reparte más golpes de los que recibe y se toma el combate más como una diversión que como un trance mortal.
Mientras tanto, en el apartado doméstico, Ned Leeds ha vuelto de su corresponsalía en el extranjero, recuperando el interés de Betty y despertando los celos de Peter. Y aunque se lo oculta a su sobrino, tía May vuelve a tener problemas de salud.
Examinado con atención, este episodio podría esgrimirse contra la hipótesis, ya mencionada en otras entradas, según la cual Stan Lee y Steve Ditko no se hablaban desde alrededor del número 23. Y es que sorprende bastante que en la primera viñeta de la segunda página Jameson le pregunte a Frederick Foswell sobre un delincuente llamado el Gato Ladrón y sobre el robo de equipo científico… que serán, respectivamente, el villano del episodio consecutivo y la premisa de partida del siguiente. Si Ditko era quien verdaderamente se encargaba de las tramas y Lee de poner los diálogos a las imágenes que el primero le presentaba, y, además, no existía comunicación entre ambos ¿cómo pudo conocer de qué iban a versar los dos siguientes números?
Supongo que Stan Lee podría haberse sacado de la chistera lo del Gato Ladrón y los robos de equipo científico –al fin y al cabo, Jameson debía aparecer diciendo algo en en esa imagen- y Ditko, viendo el resultado final en alguna copia, decidiera aprovecharlo. Pero también es posible que hubiera existido algún tipo de conversación, aunque fuera a través de un intermediario, en la que el dibujante informara al guionista de lo que tenía en mente para los próximos meses.
Por otra parte, si Ditko veía una historia como una madeja de múltiples tramas que acababan confluyendo en un solo hilo narrativo, Lee pensaba que aquélla no era más que una especie de preludio con la que preparar la gran secuencia de pelea. Y eso es precisamente lo que tenemos aquí: un argumento muy del gusto de Lee, con nueve páginas de introducción, nueve de pelea y dos páginas de desenlace. ¿Fue Ditko el responsable de una historia tan sorprendentemente impropia de él? ¿O fue Stan Lee quien le envió uno de sus famosos “guiones” de dos frases? ¿O quizá Stan Lee, habiendo expresado su insatisfacción por la falta de acción en los últimos episodios, provocó que Ditko le diera una absurda dosis de lo que pedía?
Artísticamente, encontramos a un Ditko mejor que en las entregas anteriores. La secuencia de Spiderman balanceándose con la red de la página 5 es magnífica, empezando por el héroe a nivel de los tejados, lanzándose contra el suelo en un picado y luego remontando de nuevo hacia las alturas y el lector. Si a alguien le quedaban dudas sobre quién imaginó la inimitable forma de moverse de Spiderman, aquí tiene una prueba. Asimismo, la pelea contra el Escorpión tiene toda la energía y dinamismo que tanto se echaba de menos en su encuentro con el Hombre Ígneo tan solo un número atrás.
Pero el dibujo es solo la mitad del comic. La otra la conforman los diálogos de Stan Lee. Es cierto que hay muchos globos de diálogo y cajas de texto y que no todos son estrictamente necesario. Para el lector que considera al comic como algo que mirar más que leer, cuatro globos de espeso diálogo en una sola viñeta pueden parecer excesivos. Por una parte, es cierto que aquél era el estilo en el que se hacían los comics y que Stan Lee siempre tuvo inclinación a la verbosidad. Por otra parte, el guionista sabía lo que hacía. En la escena de pelea en las oficinas del Daily Bugle, por ejemplo, el exceso de texto puede ralentizar la lectura y restar el dinamismo que se espera de un momento así; pero, por otro lado, el que haya varios personajes involucrados y todos gritando al mismo tiempo, contribuye a crear la adecuada sensación de caos.
Además, cada personaje tiene su propia voz. El Escorpion suena como un villano de serial: “¡Nada podrá salvar a Jameson y Spiderman de la venganza que he planeado para ellos!”; Ned Leeds, es irritantemente educado y caballeroso: “¡No te preocupes, Betty! ¡Me ocuparé de que no te ocurra nada!”. Jameson es un cretino cómico en su egocentrismo y cobardía: “¡No! ¡No puedes cogerme! ¡No debes! ¡Coge mejor a Spiderman!”; y el héroe, por supuesto, es una interminable fuente de sarcasmos.
Si es necesaria alguna muestra para determinar la autoría de los diálogos, basta con leer, por ejemplo, alguno de los números que Ditko hizo del “Capitán Atom” cuando se fue de Marvel en 1966. Su dibujo no había cambiado mucho, pero el tebeo es prácticamente ilegible. Los diálogos y textos apenas se diferencian de las cartelas e intertítulos de la época del cine mudo. No hay voces diferenciadas, detalles que alegren la lectura y le añadan chispa. Uno de los grandes logros de Lee en esta primera época de Marvel fue precisamente la de ofrecer unos textos que no se habían visto nunca antes en el género de los superhéroes.
No resulta difícil darse cuenta de que el propósito último de toda la trama es ascender a Ned Leeds de mero peón para hacer avanzar la historia romántica de Peter Parker a verdadero personaje. Cuando apareció en el nº 18, era poco más que una forma de castigar emocionalmente al protagonista: en uno de sus momentos bajos, éste veía a Betty Brant disfrutar de una agradable velada en compañía de un encantador y atractivo periodista. Pero después de eso, en el número 20, los autores lo quitaron rápidamente de enmedio enviándolo a Europa para cubrir un tratado de desarme nuclear. Desde que había descubierto que Betty se escribía con Ned (nº 23), Peter había sentido celos, invirtiendo el rol que hasta ese momento había ocupado Betty, siempre celosa de Liz Allen. Fue un comportamiento sexista e injusto por parte de Peter porque él sí había tenido citas con Liz e incluso le había asegurado a Betty que no tenía problemas en que ella se viera con Ned.
Pero esta es la primera vez que Ned Leeds juega un papel de auténtico personaje y la caracterización que le prestan Lee y Ditko es muy hábil porque no hace más que lo correcto y adecuado: le ríe los chistes malos a Peter, protege a Betty durante la pelea en el Bugle y la acompaña al médico cuando la situación hace mella sobre su ánimo. Cuando termina el episodio, tanto Spiderman como el lector están hartos del bueno de Ned, pero eso es precisamente lo que los autores querían en preparación de lo que iba a suceder en el siguiente episodio.
Al nº 30 (noviembre 65) se le pueden decir muchas cosas: culebrón, film noir, historia costumbrista… pero no, como exclamaba Stan Lee en un cuadro de texto en la portada, “un auténtico y deslumbrante despliegue de hazañas”. Cabe preguntarse si Lee leía los comics antes de escribir los textos de las cubiertas.
Y es que “Las Garras del Gato”, que es como se titula este número, no va realmente de nada. Es un episodio huérfano que bebe de las tramas dejadas abiertas el mes precedente y prepara lo que vendrá al siguiente, pero en sí mismo no cuenta nada interesante. Incluso la portada es muy extraña: el héroe está tan alejado, se le ve tan pequeño, que es fácil pasarlo por alto (aunque no tan fácilmente como al villano, igualmente diminuto pero escondido en el margen izquierdo de la ilustración.
La página viñeta de apertura nos promete que Spiderman “se topa con un nuevo enemigo" pero lo cierto es que el Gato no llega ni a esa categoría. De hecho, esa ilustración lo presenta de perfil, corriendo entre un montaje de rostros familiares (Tía May, Betty, Need, Flash, Liz, Jonah Jameson y un tipo con máscara). El mensaje es claro: el Gato es sólo una de las muchas cosas que le suceden a Peter Parker en este episodio. Es un don nadie y el primero en reconocerlo es él mismo cuando, en la primera página y mientras escala un edificio para robar en él, ve pasar cerca a Spiderman (al que ni siquiera le avisa el sentido arácnido): “¡Uf! ¡Por los pelos! ¡Si Spiderman vuelve la cabeza, habría sido el final de la carrera del Gato Ladrón!. Pero soy un pez pequeño para él. Sólo está interesado en amenazas mundiales superpoderosas”.
Hace falta una broma del destino para que la vida de este delincuente hábil pero del montón, se inmiscuya en la de Spiderman. Y es que el piso en el que roba es el de J.Jonah Jameson, quien, furioso, ofrece una recompensa de mil dólares por la captura del responsable. Naturalmente, Peter decide que va a ser Spiderman quien atrape al ladrón y se llevará la recompensa. No solamente se cobrará un dinero extra sino que podrá humillar a Jameson: “¡Mosquear al viejo Jonah es mi deporte favorito!”.
El primer gran ciclo de la colección de Spiderman está próximo a su final y Peter Parker, por mucho que al principio invocara la máxima de su tío Ben de que “Un Gran Poder conlleva Una Gran Responsabilidad”, está lejos de ser un altruista. Si sale en busca del Gato es tanto por el dinero como por diversión y vía de escape a sus problemas personales. Cuando accidentalmente impide el asesinato de un hombre de negocios por parte de un ex empleado enfurecido, se siente decepcionado. Cuando la casi víctima le trata de explicar, le espeta secamente: “¡No desperdicie la historia conmigo! ¡Mándela a una revista!” e inmediatamente se lamenta: “¡Cáspita! ¡No era el Gato Ladrón!”.
Pero la búsqueda de Spiderman del Gato es sólo una de las al menos cuatro subtramas de este episodio. Spiderman se topa con un grupo de enmascarados que están robando material de Stark –y a los que no consigue detener-; impide el robo de un banco; tiene un último encuentro con Liz; Ned Leeds le propone matrimonio a Betty Brant; y la salud de Tía May sigue empeorando.
En todo esto hay bastante violencia: Spiderman se pega con la misteriosa banda de uniforme púrpura; deja inconsciente al empleado despechado; forcejea con Flash y pelea con los ladrones de banco en cinco viñetas. Sin embargo y paradójicamente, el enfrentamiento climático con el “nuevo enemigo” adopta la forma de una persecución que no llega a ninguna parte porque después de corretear por los tejados durante unas cuantas páginas, el Gato se esconde en una chimenea sólo para ser atrapado por la policía.
Los múltiples hilos narrativos se interrumpen unos a otros continuamente sin llegar a cuajar en un todo coherente. Peter sale apresuradamente de casa porque quiere hablar con Betty antes de que ella llegue a la oficina y así poder hablar tranquilamente, pero de camino se topa con Liz Allen. Ésta le pide ayuda para dar esquinazo a Flash Thompson, que la está acosando; incidente que se ve interrumpido cuando Peter cree ver al Gato por una ventana, se cambia a Spiderman, detiene el intento de asesinato del empresario y vuelve con Flash. Es un pequeño enredo que puede ser divertido pero que no tiene conexión alguna ni con el Gato, ni con Betty ni con la Tía May… ni siquiera con Liz, porque, como ya dije, en este punto la chica desaparecería de la colección durante diez años.
¿Estaba Ditko pensando en unidades narrativas superiores a un solo episodio? Los individuos de morado y los desmayos de Tía May están aquí completamente desconectados entre sí, pero en el número 33 estarán muy unidos. Puede que el dibujante quisiera que la colección adoptara el formato de un culebrón, con múltiples subtramas desarrolladas a lo largo de varios episodios. Aunque es igualmente posible que su única intención fuera plasmar su punto de vista existencialista: así es la vida; no siempre todo se fusiona en un conjunto armónico y con sentido.
Si este número trata sobre algo es de la relación sentimental de Peter Parker y Betty Brant. Próximo ya a cerrar la primera etapa de la colección y con el protagonista entrando en la universidad y encontrando allí un nuevo círculo social, Ditko ata los cabos sueltos. Es una lástima que la viñeta final, con ese Spiderman fantasmal separando a los amantes, no fuera el remate a dicha relación y que ésta se arrastrara agonizante unos números más.
Ned Leeds le pide matrimonio a Betty pocos minutos antes de que Peter vaya a verla a su casa. Página y media dedica Ditko a la emocionalmente intensa escena en la que Betty le cuenta a Peter lo ocurrido, la repulsión que siente por Spiderman, la oferta de Leeds y su deseo de encontrar a un hombre “que tenga un trabajo fijo y decente…Que venga a casa cada noche con su pipa y su periódico… ¡Y conmigo!”. Conmocionado, Peter pierde los nervios y sale airado del apartamento, dejándola apoyada en la puerta, llorando y recordándose a sí misma sus auténticos sentimientos: “¡Es a ti a quien amo! ¡Siempre ha sido a ti! (…) ¿Por qué no me escucha? ¿Qué es lo que se interpone entre nosotros? El secreto que encierra dentro… ¡El secreto que nunca comparte, del cual nunca habla!”.
Merece la pena comparar esta escena de ruptura con la de reconciliación que se había visto en el número 22. En aquella ocasión, habían bastado cuatro viñetas con planos medios y utilizando el lenguaje corporal para transmitir la emoción. Ahora, Ditko utiliza doce viñetas y sobre todo primeros planos cortados de las cabezas y caras de los dos amantes –a excepción de un plano general en picado tomado desde el exterior de una ventana, probablemente para darnos la sensación de que estamos asistiendo a un momento íntimo.
Como ya había demostrado Cyrano de Bergerac, las relaciones con máscaras de por medio nunca funcionan y este fracaso, ya lo habíamos visto, se iba fraguando desde hacía tiempo. Desde el punto de vista de Betty, ella ha hecho lo correcto: le ha contado a Peter la oferta de matrimonio de Ned, explicándole qué anhela y qué le gustó de él. Pero lo único que escucha Peter es un rechazo a Spiderman y ni tiene el valor de admitir la verdad sobre su doble vida ni la cortesía de dejarla ir amistosamente: “¡Lo entiendo! Ned Leeds es tu tipo… ¡Imagino que siempre lo fue! Es lo que quieres… ¡Un tipo vulgar y trabajador! ¡Bueno, suerte a los dos! ¡Adelante, casaos! ¡Os merecéis el uno al otro! ¿A mí que me importa?”.
El comportamiento de Peter durante todo este periodo ha sido poco ejemplar. Desde que muriera Bennet, el hermano de Betty, ya sabía que ella nunca le aceptaría como Spiderman, pero aún así siguió flirteándola y dejándose querer, como esperando que la situación se resolviera mágicamente. Cuando pensó que había perdido sus poderes, su primera reacción fue pensar que por fin podría casarse con Betty; y cuando consideró seriamente abandonar su doble vida, lo que más le atraía era sentar la cabeza con ella y convertirse en científico. No puede aceptar que el Destino –alias Stan Lee- le vaya a obligar a seguir siendo Spiderman para siempre. En alguna parte dentro de su mente sigue pensando que Spiderman es sólo una fase, que madurará y lo dejará atrás.
Peter no tiene excusa, pero Betty tampoco parece saber lo que quiere: no puede decir que desea una relación segura con un tipo normal y hogareño y al mismo tiempo proclamar su amor por un fotógrafo del Bugle que se juega el tipo tomando instantáneas de criminales y villanos en acción. Y, para colmo, espera hasta que Peter se marcha de un portazo para confesar que le ama. Es una situación muy triste, sobre todo si se recuerdan aquellos primeros e ingenuos días en los que se conocieron y, como dos niños cómplices, se reían de los berrinches de Jameson. Después de todo lo que ambos han pasado, ni ella puede superar su irracional repulsión hacia Spiderman ni él puede confesarle la verdad: “¡No tiene remedio! Nunca me aceptará como soy… ¡Y no puedo dejar de ser Spiderman! Así que se casará con Leeds… ¡Y vivirá la vida tranquila y discreta con la que sueña! Sólo me queda por resolver una cosa… ¿Cómo olvido a la chica que amo?”. Y sí, aunque tardarán un poco, Betty y Ned se casarán en el número 156 (mayo 76).
Como última curiosidad de este episodio, me gustaría llamar la atención sobre uno de los peores actos de sabotaje que Stan Lee perpetró contra uno de sus colaboradores.
Además de perseguir al Gato, Spiderman tiene dos encuentros con un grupo de villanos vestidos con trajes a lo James Bond. La primera vez, están robando “derivados de uranio” de un transporte de Tony Stark; la segunda, observan ocultos cómo unos ladrones roban un banco. Estos individuos volverán a aparecer en el episodio siguiente, robando un “centro donde se fabrican aparatos atomicos”. En ese número 31, los hombres de morado responden ante alguien a quien llaman simplemente, el Planeador Maestro, cuya base se encuentra en el lecho marino cerca del puerto y cuya identidad, por el momento, permanece en secreto.
Sin embargo, en el número que nos ocupa, Stan Lee creía que estos matones uniformados trabajaban para el Gato porque uno de ellos exclama en pleno robo: “¡Sólo el Gato podría haber concebido un plan como este!”. Lee no había comprendido ni de lejos lo que estaba sucediendo: el Gato es hábil y sigiloso, pero no deja de ser un ladronzuelo de segunda que se dedica a robar pisos colándose por las ventanas. La idea de que tuviera secuaces sustrayendo para él material nuclear al jefe de Iron Man, es absurda.
Cuando los matones informan a su jefe en la base, éste habla como un supervillano: “Spiderman emieza a convertirse en un incordio. Tal vez sea necesario que dé los pasos adecuados para detenerle antes de que se haga demasiado peligroso para mis futuros planes”. El Gato, por el contrario, se expresa como un delincuente barriobajero (algo que queda mucho más claro en la versión original): “¡Qué perra suerte! ¡Tuve que escoger el único edificio al que le lavaron las ventanas ayer!”.
Sin embargo, Lee sigue pensando que el Gato tiene algo que ver con los matones. En la página 13, descansando tras el golpe, aquél piensa: “¡Agarraré un fajo y después me esconderé para idear un plan que me libre de Spiderman!”. Y eso cuando nunca ha tenido todavía un encontronazo con el héroe y ha conseguido mantenerse apartado de él.
No estamos ante un desliz puntual, como como confundir el nombre de Liz Allen por el de “Liz Hilton” o decir que Mary Jane es la hija de la señora Watson cuando en realidad es su sobrina. Lo que ocurre es que Lee no entendió en absoluto lo que estaba ocurriendo en las páginas que le hizo llegar Ditko, una metedura de pata de gran calibre que arruina el suspense y el misterio in crescendo que su colaborador estaba intentando fabricar a base de ir dejando referencias y pistas.
(Sigue en la entrada siguiente)
Gracias por esta reseña. ¿Sería posible que pudieras hacer una de Silver Surfer: Parábola?
ResponderEliminarVenga, lo cojo para releerlo y me pongo a ello. Un saludo!
ResponderEliminar